NUEVA YORK

Tras el ataque del 7 de octubre de 2023, varios amigos judíos tradicionalmente demócratas me han confesado que, aunque con algunas reservas, planean votar por Donald Trump en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre.

Encuestas recientes reflejan ese cambio de postura. El Jewish Electorate Institute muestra que el apoyo judío a los demócratas ha caído del 77% al 70%, mientras que el respaldo a los republicanos ha subido del 21% al 26%, especialmente entre judíos ortodoxos y aquellos que priorizan la política de EE.UU. hacia Israel. En estados clave como Nueva York, encuestas del Siena College indican que una mayoría de votantes judíos considera votar por Trump.

Los argumentos a favor de Trump se basan en dos puntos principales: el Partido Demócrata alberga antisemitas y antisionistas, y solo Trump puede garantizar la seguridad del pueblo judío y de Israel; además, el apoyo bipartidista a Israel se ha debilitado, y los republicanos son vistos como los únicos capaces de proteger a Israel.

Respeto estas opiniones, pero no voy a votar a Trump. No confío en que el candidato republicano tenga la estabilidad emocional o el compromiso genuino necesarios para proteger al pueblo judío e Israel de manera consistente.

El Partido Demócrata y la comunidad judía

Muchas críticas al Partido Demócrata por permitir tendencias antisionistas y posiblemente antisemitas son válidas. El partido actual ya no es el de Bill Clinton, ni siquiera el de Obama, pero sigue siendo por lejos el espacio con mayor representación judía: de 33 miembros judíos en el Congreso, 31 son demócratas y solo dos, republicanos. El vínculo con la comunidad judía aún es fuerte, pese a las divisiones internas sobre el conflicto en Medio Oriente.

Asimismo, en la administración Biden, judíos ocupan cargos clave: Antony Blinken, secretario de Estado, lidera la política exterior; Merrick Garland, fiscal general, protege derechos civiles; Avril Haines, directora de Inteligencia Nacional, supervisa agencias de inteligencia; David Cohen, subdirector de la CIA, es crucial en la lucha contra el terrorismo, y Anne Neuberger, subdirectora de Ciberseguridad, lidera estrategias contra ataques cibernéticos. Estas figuras son vitales para la seguridad e intereses de Estados Unidos y sus aliados.

Un líder responsable debe fomentar el diálogo, no profundizar las divisiones

No obstante las divisiones dentro del partido por la guerra en Gaza, el compromiso con Israel se ha mantenido, tanto en políticas como en asistencia militar. Biden ha continuado transfiriendo miles de millones de dólares y armas avanzadas. El acuerdo de US$ 3800 millones anuales en asistencia militar negociado bajo Obama fue continuado por Trump, y Biden lo ha incrementado sustancialmente.

Desde el 7 de octubre de 2023, EE.UU. ha gastado un récord de US$ 17.900 millones en ayuda militar a Israel, según el proyecto Costs of War de la Universidad de Brown. Además, 4860 millones se han destinado a operaciones en la región, incluyendo esfuerzos para reducir ataques a la navegación comercial por parte de los hutíes en Yemen, aliados de Hamas.

Antisemitismo en ambos partidos, pero con matices diferentes

Es cierto que el antisionismo ha resonado dentro del Partido Demócrata, en donde sectores progresistas han criticado a Israel, y más aún al primer ministro Netanyahu, mientras algunos han apoyado manifestaciones que rozan el antisemitismo. La congresista Ilhan Omar, por ejemplo, ha sido acusada de cruzar la línea con sus comentarios, a pesar de afirmar que solo critica las políticas de Israel. Líderes como Elizabeth Warren y Bernie Sanders han “contextualizado” el ataque de Hamas, responsabilizando en parte a Israel por la violencia que sufrió.

Pero el antisemitismo ha emergido de manera central también dentro del movimiento MAGA. Supremacistas blancos, como David Duke, exlíder del Ku Klux Klan, apoyaron a Trump en 2016 y 2020. La reticencia inicial de Trump para desautorizar a Duke alarmó a la comunidad judía. Durante los disturbios de Charlottesville, en 2017, donde se corearon consignas antisemitas, Trump comentó que había “gente muy buena en ambos lados”, lo que fue interpretado como una falta de condena firme. Llevó un tiempo que finalmente condenara a los racistas, a costo de causar renuncias como la de Gary Cohn en su administración.

Donald Trump, candidato republicano, y Kamala Harris, candidata demócrata, durante el debate presidencial del 10 de septiembre

La relación entre Trump y figuras como Nick Fuentes, un nacionalista blanco negador del Holocausto, y Kanye West, quien ha hecho comentarios antisemitas, generó más críticas. Una cena en 2022 donde Trump estuvo con ambos fue vista como un respaldo a figuras extremistas, lo que aumentó las preocupaciones sobre el antisemitismo en su círculo político.

Esta retórica divisiva y el coqueteo con extremistas han tenido consecuencias negativas. Desde 2017, los incidentes antisemitas en EE.UU. han aumentado considerablemente. La Anti-Defamation League reportó un aumento del 57% solo en 2017, y una tendencia al aumento continuada desde entonces.

Trump y los estereotipos antisemitas y racistas

A pesar de que Ivanka Trump se convirtió al judaísmo tras casarse con Jared Kushner, Trump ha hecho declaraciones que perpetúan estereotipos antisemitas y racistas.

En 2019, afirmó que “cualquier judío que vote por un demócrata demuestra una total falta de conocimiento o una gran deslealtad”. Más recientemente, sugirió que “los judíos tendrán mucho que ver” con su posible derrota y que “Israel sería aniquilado” si no ganaba. Estas declaraciones alimentan el estereotipo de doble lealtad, utilizado históricamente para perseguir a los judíos, acusándolos de no ser leales a su país de residencia.

El rabino Elliot Cosgrove expresó preocupación al respecto: “El presidente Trump está traficando con una forma básica de antisemitismo. La sugerencia de que la única consideración de un votante judío sea Israel huele a una acusación de ciudadanía sospechosa. Esto va más allá de una insinuación; es un chivo expiatorio preventivo para llevar a los judíos a votar por él”.

La retórica del odio de Trump alimenta la xenofobia y choca con los principios del sionismo

El historial de Trump también muestra ejemplos de racismo. En los años 70, el Departamento de Justicia demandó a la Corporación Trump por negar alquileres a afroamericanos. Además, tras la falsa acusación de violación a los “Cinco de Central Park” en 1989, Trump pidió restablecer la pena de muerte. Aunque los acusados fueron exonerados, se negó a disculparse. Su promoción del birtherism, una teoría racista que cuestionaba la ciudadanía de Barack Obama para deslegitimarlo, fue otro ejemplo de su retórica divisiva. Aunque Trump reconoció el lugar de nacimiento de Obama, nunca se disculpó por fomentar esta teoría racista.

El falso argumento del “enemigo de mi enemigo es mi amigo”

Algunos argumentan que las políticas de Trump contra los musulmanes benefician indirectamente a Israel, pero esta lógica es simplista y peligrosa. Catalogar a todos los musulmanes como enemigos perpetúa divisiones y odio. Países de mayoría musulmana como Jordania y Egipto han mantenido tratados de paz con Israel durante décadas, y los Acuerdos de Abraham normalizaron relaciones con los Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Sudán y Marruecos. Generalizar que “los musulmanes son enemigos de Israel” es incorrecto y dañino.

Además, las alianzas basadas en enemistades comunes son frágiles y peligrosas. Apoyar a líderes que promueven la islamofobia o la xenofobia puede perjudicar a todas las minorías, incluidos los judíos. La famosa cita del pastor Martin Niemöller es un recordatorio del peligro de la apatía frente a la injusticia: “Primero vinieron por los socialistas… Luego vinieron por los judíos… Luego vinieron por mí, y ya no quedaba nadie que hablara por mí”.

Las actitudes racistas de Trump sugieren que su apoyo a Israel es un cálculo político más que una convicción humanitaria, que busca el voto evangélico o se alinea con figuras que comparten su posición en la “batalla cultural”, como Netanyahu, Orban o Le Pen. Estas alianzas oportunistas representan un riesgo a largo plazo para la estabilidad del Estado de Israel y de los judíos en todo el mundo.

Finalmente, el aislacionismo de Trump recuerda la política exterior de entreguerras, que permitió el ascenso del fascismo y el Holocausto. Su desinterés en mantener el rol de Estados Unidos como garante del orden liberal internacional refleja un rechazo a la estrategia que ha mantenido la estabilidad global desde la Segunda Guerra Mundial.

El “wokismo” y el rol del presidente

Otro argumento para votar por Trump se basa en el rechazo al “wokismo” prevaleciente en instituciones como las universidades. Este movimiento, que comenzó con la intención de combatir la discriminación, ha derivado en prácticas discriminatorias contra blancos, hombres y judíos.

Es cierto que los demócratas han adoptado políticas más progresistas y que el “wokismo” ha ganado terreno en el partido. Sin embargo, enfrentar estos excesos ideológicos no es responsabilidad del presidente. En una democracia participativa, estos temas deben abordarse mediante el debate público y la educación, no desde el poder central. Y cuando se viola la ley, debe intervenir la Justicia, independientemente del signo político del gobierno.

Es positivo ver que varias universidades ya están reconsiderando cómo equilibrar justicia social con libertad de expresión y mérito. Este proceso, impulsado por donantes y directivos, muestra la capacidad de autocorrección de las instituciones sin necesidad de intervención presidencial, aún bajo una administración demócrata.

Un líder responsable debe fomentar el diálogo y la educación, no profundizar las divisiones. La retórica de Trump, que exacerba los conflictos en lugar de buscar soluciones, endurecerá las posiciones y perpetuará la polarización, dificultando la evolución del “wokismo” hacia una mayor tolerancia y equilibrio.

El oportunismo demagógico y la falta de confiabilidad de Trump

Al margen de su retorica divisiva, asociación con antisemitas y negadores del Holocausto, e historial cuanto menos complicado en temas de antisemitismo y racismo, algunos consideran a Trump como un defensor clave de la seguridad de Israel. Destacan, en particular, el traslado de la embajada a Jerusalén durante su administración, el reconocimiento de la soberanía sobre las Altos del Golán y los Acuerdos de Abraham. Sin embargo, su historial sugiere que no es un líder confiable y que sus posiciones cambian según el beneficio político o personal del momento. Su apoyo a Israel, por lo tanto, no es necesariamente una garantía a largo plazo. Trump ha mostrado inconsistencia en su liderazgo y decisiones.

Usó la ley de quiebras al menos seis veces para protegerse a costa de inversores y empleados, mostrando su tendencia a priorizar sus intereses. Además, fue demandado por incumplimiento de contratos con pequeños contratistas y por su implicación en el escándalo de la Trump University, donde finalmente accedió a pagar US$ 25 millones a los estudiantes afectados.

Tras perder las elecciones de 2020, lanzó la campaña Stop the Steal y recaudó cientos de millones de dólares bajo afirmaciones falsas de fraude electoral, y hay evidencia de que utilizó al menos parte de esos fondos para beneficio propio. Su postura hacia varios temas, como los vehículos eléctricos y TikTok, también ha cambiado según su conveniencia económica o política.

El rechazo de Trump a aceptar los resultados electorales en 2020 y su responsabilidad en los disturbios del 6 de enero demuestran un desprecio por las instituciones democráticas. Dado este patrón de comportamiento, no es difícil imaginar que su apoyo a Israel podría ser igualmente inestable si percibiera una ganancia política o personal en modificarlo.

Una turba de simpatizantes de Trump asalta el Capitolio, sede del Congreso estadounidense, el 6 de enero del 2021

El desinterés de Trump por los detalles

El conflicto en Medio Oriente es uno de los más complejos de la historia moderna. Incluso líderes como Bill Clinton y Tony Blair no lograron resolverlo. En este contexto, parece improbable que Trump, quien ha demostrado una falta de atención a cuestiones complejas, logre avances significativos.

Trump ha mostrado ser más un improvisador que un estratega. Se basa en promesas grandilocuentes, en lugar de planes concretos. Durante su presidencia, rechazó informes detallados y prefirió decisiones basadas en su “instinto”.

Ejemplos de su falta de constancia y tendencia a la improvisación incluyen:

◗ Fracaso en la reforma de salud: prometió derogar el Obamacare y reemplazarlo con algo mejor, pero no presentó una alternativa clara.

◗ Filtraciones de información confidencial: en 2017, Trump fue acusado por fuentes de inteligencia israelí de haber compartido información altamente clasificada con funcionarios rusos durante una reunión en la Oficina Oval. Según informes, incluía detalles sensibles sobre planes de inteligencia relacionados con una operación del Estado Islámico, que Israel había proporcionado a Estados Unidos bajo la condición de que se mantuviera confidencial.

◗ Trump retiró a EE.UU. del acuerdo nuclear con Irán en 2018, prometiendo negociar uno “superador”. Sin embargo, esto nunca sucedió. Irán aceleró el enriquecimiento nuclear y las tensiones aumentaron, afectando la seguridad regional. En las últimas semanas, prometió por negociar un acuerdo superador, y acto seguido, instó a Israel a bombardear las centrales nucleares.

◗ Guerra comercial con China: una deficiente comprensión de la macroeconomía motivó la imposición de aranceles para reducir el déficit comercial, pero solo dañó a agricultores e industrias estadounidenses sin grandes beneficios en las relaciones comerciales.

◗ Retiro abrupto de Siria: la decisión de Trump de retirar tropas sin coordinación con aliados generó inestabilidad, abandonó a socios kurdos y permitió una ofensiva turca.

◗ Fallido Acuerdo de Doha: su negociación con los talibanes en 2020 fue calamitosa, según expertos de ambos partidos e internacionales, y facilitó la toma rápida de Kabul en 2021, dejando a Afganistán en caos.

◗ Declaraciones vacías sobre Rusia y Ucrania: Trump afirmó que resolvería el conflicto en “24 horas”, sin dar detalles, mientras ha sugerido que Ucrania debería ceder parte de su territorio, una estrategia fallida similar a la seguida por Neville Chamberlain en Múnich en 1938.

En resumen, Trump ha mostrado una preocupante falta de interés en temas complejos y una tendencia a tomar decisiones impulsivas sin dedicar tiempo o esfuerzo para estudiar los temas. Esto lo convierte en un líder impredecible, poco confiable, y una amenaza para la paz global y la seguridad de Israel.

Principios fundamentales

La decisión de apoyar a Trump puede resultar complicada, especialmente para aquellos que valoran su respaldo diplomático a Israel durante su primer mandato. Sin embargo, tras un análisis cuidadoso, encuentro en él un oportunismo evidente, posturas inconsistentes y una preocupante falta de atención a los detalles. Su falta de respeto por las normas democráticas, su egocentrismo y su inclinación hacia la demagogia y el fraude lo convierten en un candidato riesgoso y poco confiable, tanto para los intereses de la comunidad judía como para la seguridad de Israel a largo plazo.

Como judío, mis valores están arraigados en la justicia, la compasión y el respeto por la dignidad humana. El sionismo, en su esencia, es la lucha por la autodeterminación del pueblo judío, pero también implica un compromiso con la paz y la cooperación global. Las políticas divisivas y la retórica de odio de Trump, que han fomentado la xenofobia y el racismo, chocan con estos principios fundamentales, clave para un sionismo ético.

La Torá nos enseña a tratar a todos con dignidad y respeto, independientemente de su origen, religión o etnia. La cercanía de Trump a personajes antisemitas y racistas contradice este mandamiento ético.

Por eso, aunque tengo reservas con algunas posturas recientes del Partido Demócrata sobre Israel, no puedo apoyar a Trump. Mi lealtad está con los principios éticos, la defensa de la democracia, la promoción de la tolerancia y el mantenimiento del orden internacional. Estos valores son cruciales para un futuro seguro y estable, tanto para el pueblo judío como para Israel.

Alberto Ades es abogado (UBA) y doctor en Economía por la Universidad de Harvard