Casi en el final de la Costanera Norte de la ciudad de Buenos Aires, donde el aroma del los ahumados se entremezcla con el ruido de los aviones de Aeroparque y las olas del Río de la Plata, un grupo de amigos decidió rendir homenaje a uno de los personajes más queridos de la televisión mundial: Homero Simpson. Así nació el Ribwich, un sándwich con hueso que no solo conquista paladares, sino que se volvió viral por su contenido y forma de comer.

Alejo Pérez Zarlenga, socio fundador de Ribs al Río, nos recibe en su local con una energía contagiosa. “El Ribwich es un sándwich que lanzamos el 20 de abril en colaboración con La Chica del Brunch, Rocío Strat. Fue un laburo de varios meses”, cuenta a LA NACION mientras detrás de él los ahumadores cocinan lentamente las costillas. “Era un producto que teníamos en carpeta hace un par de años, pero tenía complejidades. Queríamos que el huesito se aflojara para que la gente pudiera sacarlo sin problemas, que fuera un truquito divertido”.

Alejo Pérez Zarlenga, socio de Ribs al Río

La idea había quedado guardada, pero una chispa la encendió nuevamente. “En este brainstorming con Rocío, ella nos dijo: ‘Che, está buenísima esa idea. ¿Por qué no la traemos?’. Hicimos algunas correcciones, ella nos sugirió que el pan sea un pebete, y después de varias pruebas lo inauguramos a fin de abril. La verdad que fue un golazo, hoy es el producto más vendido de la marca y nos dio muchas alegrías”.

Detrás de esta creación hay una pasión compartida. “Somos muy fanáticos de Los Simpsons, todos los socios”, confiesa Alejo con una sonrisa cómplice. “Hay un capítulo donde Homero viaja por todo Estados Unidos probando un sándwich de costillas y se obsesiona. La idea inicial provino de ahí. Sin haberlo probado, entendíamos que podía ser muy rico. La idea nos la dio él. ¡Así que gracias, Homero!”.

Pero el Ribwich es más que una referencia televisiva; es una puerta al mundo de los ahumados, una tradición culinaria poco explorada por estas latitudes. “Este es un rubro de la gastronomía que en la Argentina quizás no es tan popular”, explica Alejo. “En el sur de Estados Unidos, es como el asado para nosotros, es muy tradicional. Algunos de mis socios han viajado a Texas a ver toda la movida y es impresionante. Se juntan filas de gente a las cuatro o cinco de la mañana en los distintos ahumaderos, sabiendo que a determinada hora se empieza a acabar determinado corte”.

Con esa inspiración, Ribs al Río se propuso no solo ofrecer un nuevo producto, sino también “evangelizar sobre ahumados”. “Ya van a ser cinco años, no solamente para hacer conocida a Ribs al Río como marca, sino también un laburo un poco más grande. La gente no solo debe saber que existe una marca, sino que también hay una forma de cocinar que tiene que ver con el ahumado. Es nuestro laburo que cada vez sea más conocido y tengamos más competencia”, afirma con determinación.

Para entender mejor este arte, Agustín Respini, jefe de producto y maestro de los sabores ahumados, explica el proceso. “El ahumado consiste en una cocción lenta a baja temperatura con fuego indirecto”, explica a este medio mientras nos muestra el imponente ahumador que reina en la cocina al aire libre. “La particularidad es que se produce el fuego separado de la cabina de cocción. Esto hace que la carne se cocine a baja temperatura y que los pigmentos de la leña produzcan una oxidación de la mioglobina distinta a la que conocemos en la parrilla”.

El proceso es paciente y meticuloso. “Dependiendo del corte, tenemos opciones desde 3 horas hasta 12 o 16, según el grosor y la calidad del músculo”, detalla Agustín. “La particularidad de las ribs, o lo que define a Ribs al Río, es que respetamos mucho el ahumado tradicional tejano y lo hacemos como se hace allá, o tratamos de emularlo. Es una cocción que tiene cuatro horas directas con humo, se va tratando con un poco de vinagre de manzana, azúcar, agua. Después tiene un wrap de especias secas que tiene coriandro, hinojo, que le aporta mucho frescor a la preparación”.

Agustín Respini, jefe de producto de Ribs al Río

La dedicación se refleja en cada bocado. “El Ribwich no es solo un sándwich -dicen-, es una experiencia que combina tradición, innovación y un guiño a la cultura popular. Nos diferencia del resto que, por ahí, no tienen equipos tan grandes o la capacidad de producir estos volúmenes”, añade Agustín con orgullo.

“Con la tradición de carnes que hay en la Argentina, pensamos que podía tener una buena recepción. Y así fue. Cada vez más gente se acerca y descubre este mundo de los ahumados”, reflexiona Alejo sobre el camino recorrido.

En un país donde el asado es casi una religión, el Ribwich aparece como una nueva liturgia, una que invita a probar, a jugar, a reencontrarse con sabores y sensaciones. Y todo gracias a un grupo de amigos que, inspirados por un personaje de dibujos animados, decidieron apostar por algo diferente.