E n su departamento de Barrio Norte, Roberto Ottini tiene un rincón reservado para su colección de autos de Fórmula 1. Si bien el chef italiano es conocido por haber trabajado en prestigiosos restaurantes como el Paper Moon y el Harry Cipriani de Manhattan –donde preparó platos para Sylvester Stallone, Madonna y Kate Moss, entre otras celebridades–, confiesa con orgullo ser también un amante de los autos. “Mi papá es un loco de los autos, aun hoy con sus 87 años, no se pierde ninguna carrera de Fórmula 1. Él me hizo fanático del karting, le encantaba correr y yo lo acompañaba siempre. Me acuerdo que me hacía subir con él para dar una vuelta y para que yo llegara a los pedales me ponía una cubierta detrás del asiento”, dice Ottini, quien después de lucirse como primer chef en Cipriani de Recoleta, lanzó su propio restó, Girardi (ubicado en San Telmo) y hoy participa en Cocineros argentinos, alentado siempre por su gran amor, la abogada argentina Daniela Carrara, su pareja desde hace más de veinte años. “Siempre tuve ganas de trabajar en un programa que acompañara la cocina de los argentinos”, dice.

Con su pareja desde hace más de veinte años, la abogada penalista Daniela Carrara. “Mis siete años en Nueva York fueron un ciclo. Ya había recorrido el mundo y creo que necesitaba un poco de familia, amistad y una mujer con quien compartir mi desgracia y también mi felicidad”, dice Ottini, quien nació en Soresina, Italia. Roberto posa en un rincón de su balcón. Cuando trabajó en el famoso restaurante Harry Cipriani de Nueva York, cocinó para muchas estrellas de Hollywood. “Sylvester Stallone pedía milanesa a caballo. Madonna siempre tenía que tener en su mesa un plato de arándonos con hielo”, dice.

–Si tuvieras que elegir entre el karting y la cocina, ¿con qué te quedarías?

–En un momento de mi vida me vi en esa encrucijada y tuve elegir. Fue justo cuando estudiaba gastronomía y los fines de semana corría en kartings. A pesar de que yo me lavara las manos con lavandina y me refregara los dedos, no había manera de quitarme toda esa grasa de los motores. Iba a clases de cocina y siempre estaba con las cutículas negras. Un profesor me dijo: “Vas a tener que elegir: o la cocina o los motores”. Yo en el fondo sabía que los fierros eran un hobby y que con la gastronomía podía tener un proyecto a futuro.

–¿Llegaste a correr con tu papá?

–No, pero sí probamos pista juntos. Cuando yo empecé a correr, él ya estaba grande. Así y todo, seguía subiéndose al karting. Estaba cansado, tenía panza y le costaba meterse… Sin embargo, te miraba y le brillaban los ojos. Esa es la misma sensación que tengo yo.

En 2011, en el Kartódromo Internacional de Buenos Aires, salió primero en una carrera de la categoría Senior Light. Ottini compitió dos años en el circuito de karting en Argentina.

–¿Qué es lo que más te gusta del karting?

–Un poco de todo. La adrenalina, la sensación de velocidad, el ruido de los motores y ese particular olor a nafta que enseguida me transporta a mi infancia en Italia. Soy un fierrero de alma… Cuando estoy arriba del karting siento una combinación química, como el amor. Ni hablar de esos instantes previos a la largada, siento que me falta el aire, como taquicardia. Es hermoso. [Se ríe].

–¿Cuál es tu mejor recuerdo al volante?

–El día que gané mi primera carrera. Fue en 2011, en el Kartódromo de Buenos Aires. Competían treinta kartings en mi categoría, la Senior Light. Cuando bajó la bandera a cuadros y me di cuenta de que había ganado me puse a llorar de emoción. Me acuerdo que me saqué el casco y dije: “Esta te la dedico a vos, papá”. Competí dos años y hoy sigo corriendo, pero más tranquilo. Cuando empezás a ser más consciente de los riesgos, ya no corrés con tanto énfasis. Ahora lo primero que pienso es “che, si me despisto y me rompo una costilla ¿qué hago con el restaurante mañana?” [Se ríe].

“En Buenos Aires me enamoré de la mujer de mi vida, me hice amigos y tengo mi propio restaurante”, confiesa.

–Siendo fanático de la Fórmula 1 e italiano, ¿sos hincha de Ferrari?

–Pues claro que sí. Tengo gorra, campera, reloj, la marca es un emblema de mi país. Te cuento una anécdota divertida que me pasó cuando trabajaba en Nueva York. Una noche había salido a un bar con unos amigos cocineros y, como siempre, llevaba mi gorra de Ferrari. De hecho, yo era conocido entre mis pares por ser el fanático de esa escudería. La cuestión es que, en un descuido de la noche, alguien me sacó el gorro de la cabeza y se fue del bar. Yo lo seguí sin saber quién era y vi que se metía en una limusina. Como no estaba dispuesto a perder mi gorra lo empecé a correr gritando “My hat, my hat”. El auto frenó, bajó la ventanilla y era Woody Allen con Sharon Stone. Con una sonrisa, me preguntó: “¿Me la puedo quedar?”.

–¿Y qué le dijiste?

–Le dije que no. “Me importa un pepino que seas Woody Allen, a mí me devolvés la gorra de Ferrari”. Se rio, me la devolvió y se fue.

En un momento tuve que elegir entren pasión por los fierros y la cocina…en el fondo sabía que el karting era un hobby y que con la gastronomía podía tener un proyecto a futuro

–Estabas en un gran momento de tu carrera, viviendo en Nueva York… ¿Por qué decidiste cambiar y apostar por la Argentina?

–Nueva York es todo, pero nada al mismo tiempo. Si tenés plata en el bolsillo, la vida que podés vivir es fantástica, pero llega un momento en que también se vuelve bastante vacía. No hay mucho espacio para las relaciones humanas, que es lo que el italiano siempre busca; el contacto con la gente, el amor, los vínculos… Mis siete años en Nueva York fueron un ciclo, sentía que empezaba a quedarme chica. Ya había recorrido el mundo y creo que necesitaba un poco de lo otro.

–¿Y cómo te recibió Buenos Aires?

–Fue un flechazo a primera vista. Supe que este iba a ser mi lugar. En la cultura de los argentinos en – contré una italianidad que me hizo sentir como en casa. Me dije: “Esta es una experiencia que quiero vivir”. Aquí me enamoré de la mujer de mi vida, me hice amigos y tengo mi propio restaurante.

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