A Al Capone lo llevaron a juicio acusado de 22 cargos de evasión impositiva. Sin embargo, no se mostraba preocupado. Creía que todavía tenía cartas ganadoras para eludir a la justicia federal

Casi al final de Los Intocables el director Brian De Palma muestra a un Al Capone (Robert De Niro) que, al ser sacado por las escaleras de los tribunales luego de escuchar su condena por evasión de impuestos, se cruza con su eterno perseguidor, Elliot Ness (Kevin Costner), lo insulta y quiere golpearlo. Más allá del logrado dramatismo, la escena de la película poco tiene de cierto. El hecho real fue mucho más tranquilo. El capo mafioso y el jefe del grupo especial de la Agencia de la Prohibición no se encontraron en la escalinata del tribunal sino en un estrecho pasillo donde un mantuvieron un cruce de palabras calmo pero cargado de ironías.

-Algunos tienen suerte. Yo no. De todas formas, el negocio me estaba generando demasiados gastos. Deberían legitimarlo – le dijo Capone a Ness, con una sonrisa en los labios.

Si fuera legítimo, te alejarías del negocio – le respondió el jefe de Los Intocables.

Ocurrió el 24 de octubre de 1931 -hace 94 años-, el día que Alphonse “Al” Gabriel Capone perdió la impunidad que lo había acompañado durante casi toda su vida. Todo el mundo sabía que era responsable de decenas de asesinatos y dueño en las sombras de un imperio de cervecerías, destilerías, bares clandestinos, almacenes, flotas de barcos, camiones, night clubs, casinos ilegales, hipódromos, canódromos, prostíbulos, sindicatos y asociaciones comerciales e industriales que manejaba desde la más lujosa de las habitaciones de uno de sus hoteles, el Lexington de Chicago.

Con sólo 32 años era el rey del hampa de la ciudad, pero nadie podía conectarlo con esos negocios legales e ilegales, su nombre no figuraba en ningún papel y la organización que lo rodeaba -compuesta por centenares de hombres, desde matones hasta contadores- lo blindaba con un silencio de cementerio.

Se llamaba Alphonse Gabriele Capone y había nacido en Brooklyn el 17 de enero de 1899, hijo de dos padres italianos: él era barbero y ella era costurera. Tenía otros siete hermanos

Hasta entonces solo había pasado, cuando era muy joven, nueve meses detrás de las rejas por el delito menor de posesión de armas, pero después de su vertiginoso ascenso a la cúspide del mundo del hampa siempre había eludido a la justicia. “Me han echado la culpa de todos los muertos, con la excepción de los de la lista de bajas de la Guerra Mundial, pero no han podido probarme ninguna”, solía jactarse.

Con la condena que acababa de recibir cuando se cruzó con Elliot Ness en un pasillo del Tribunal Federal de Chicago, Capone tampoco pagaba ninguno de sus asesinatos. La pena fijada por el juez se debía a que lo había encontrado culpable de tres cargos de evasión de impuestos. Al día siguiente, The New Yorker tituló: “Once años para el Rey del Hampa”.

Por una vez, Capone había perdido, aunque hasta el último momento estuvo a punto de zafar otra vez. Solo un oportuno aviso de Ness y la valentía de un juez honesto le habían quitado de un solo golpe todos los ases que tenía en las manos.

Al escuchar la sentencia, el mafioso más famoso de los Estados Unidos no podía imaginar que esa condena también marcaría el principio del fin de su reinado criminal.

Al Capone pasó a ser conocido como “Scarface” (cara cortada) por las tres cicatrices que le quedaron en la cara tras el enfrentamiento con Frank Gallucio

La cara cortada a cuchillo

Hijo de un matrimonio de inmigrantes italianos proveniente de Salerno, Nápoles, Alphonse -nacido en Brooklyn el 17 de enero de 1899- y sus ocho hermanos habían vivido una infancia de privaciones. Su padre, Gabriele Capone, trabajaba como barbero, y su madre, Teresina Raiola, era costurera.

Al tuvo que dejar la escuela a los 14 años, cuando cursaba a duras penas quinto grado, expulsado por pegarle a una profesora. Durante los dos años siguientes trabajó de lo que se le presentaba. Fue dependiente en una confitería, empleado en un bowling y obrero en una fábrica de cartón.

A los 16 conoció al hombre que le cambiaría la vida, el calabrés Johnny Torrio, un capo conocido en el mundo del hampa como “el gánster caballeroso”, que controlaba los negocios y las operaciones ilegales de la Costa Este. Impresionado por la historia de la agresión de Al a la profesora, Torrio lo destinó a una de las bandas juveniles que le respondía, los “Five Points Gang”, especializada en dar palizas a los comerciantes que se retrasaban en pagarle las “cuotas de protección”. Con ellos, Capone aprendió a utilizar armas y también a matar.

El siguiente peldaño en su carrera criminal lo dio como guardaespaldas de los mafiosos Frankie Yale y Tony “El Malo” Torelli. En eso estaba cuando una noche le hicieron las marcas en la cara que le darían el apodo con que sería famoso: “Scarface”.

Una de las tareas asignadas a Al era la seguridad de los clubes nocturnos propiedad de Yale, de los que sacaba a los borrachos molestos y obligaba a pagar a los clientes reacios a abrir sus billeteras. Con él trabajaba otro pesado, Frank Gallucio, con el que se llevaban muy bien hasta la noche que Al, borracho, insultó a la hermana de Frank, que era “copera” en el local.

Se enfrentaron en un duelo a cuchillo en el que Frank, mucho más hábil en el manejo de los filos, le marcó tres veces la cara. La pelea no tuvo un desenlace fatal por la intervención del propio Frankie Yale que, además, obligó a Capone a disculparse.

Contra todas las predicciones, Al y Frankie seguirían siendo amigos y cuando Capone se convirtió en jefe del hampa lo llamó a su lado para tenerlo como guardaespaldas de confianza. Frankie jamás lo traicionó.

Desde entonces, Al pasó a ser conocido como “Scarface” (cara cortada) por las tres cicatrices que le quedaron en la cara, aunque ocultaba la verdadera razón por las que las tenía y decía que se las había provocado una granada cuando combatía en Francia, durante la Gran Guerra, de la cual en realidad no había participado.

El gangster de Chicago compartiendo un picnic con familia y amigos en 1929. Están Rocco De Grazia, Louis

La Ley Seca y el ascenso

Como buen chico italiano, Alphonse debía casarse y llevó al altar, como mandaba la tradición, a Mae Josephine Coughlin. Todo el mundo sabía que la novia de blanco entraba a la iglesia embarazada de quien sería el único hijo de la pareja, Albert Francis, pero nadie se hubiese atrevido a decirlo y menos en la cara del novio, que ya cargaba con por lo menos dos muertes sobre sus espaldas.

La policía neoyorquina sabía de esas muertes y empezó a poner la mira en el matón de la cara cortada. Enterado por un informante, Frankie Yale decidió que era tiempo de encontrarle aires más tranquilos y lo envió a Chicago, donde Al se reencontró con quien había sido su iniciador en el mundo del crimen, Johnny Torrio, que también tenía negocios en esa ciudad.

El 17 de enero de 1920, casi al mismo tiempo de la llegada de Capone a Chicago, la Enmienda XVIII a la Constitución de los Estados Unidos estableció lo que pasaría a la historia como la “Ley Seca”, que prohibía a los norteamericanos el consumo de alcohol.

Torrio vio la veta y, secundado por un Capone de apenas 21 años, montó una verdadera cadena de bares ilegales (conocidos como speakeasies), integrada con la red de prostíbulos y casas de juego clandestino que ya tenía en funcionamiento. Para operar sin ser molestados compraron a policías y políticos, al mismo tiempo que expandían su territorio gracias a la muerte -adjudicada a Capone pero nunca probada- del principal rival de Torrio, “Big Jim” Colosimo.

Para 1924 ya eran los dueños de la ciudad. Incluso habían impuesto a su candidato en las elecciones municipales después de una campaña que incluyó el secuestro de varios de sus rivales y el amedrentamiento de votantes.

En la pelea por el dominio de la ciudad, Torrio sufrió un atentado donde salvó la vida de milagro y decidió retirarse. Volvió a su Italia natal para terminar sus días en paz y dejó todos sus negocios en manos de quien ya era su consiglieri, Alphonse Gabriel Capone, convertido así en el jefe indiscutido del hampa de Chicago con solo 26 años.

Después de acabar con la amenaza de otros grupos que buscaban dominar la ciudad, como las bandas de Joe Aiello y la de “Bugs” Morán, el problema empezó a estar en su propia organización delictiva

La Masacre de San Valentín

“Scarface” entendió que si quería seguir expandiendo el imperio que le había legado Torrio debía tomar otras iniciativas para poder manejar el dinero. Así, a la red de negocios clandestinos, que ya nadie le disputaba abiertamente, le sumó una serie de emprendimientos legales para lavar sus ganancias. Ninguno de ellos estaba a su nombre, sino que puso al frente a testaferros con la seguridad de que no lo traicionarían. Nadie se atrevió a hacerlo porque el costo de la traición era una bala en la cabeza. Capone se convirtió entonces -o al menos lo aparentó- en un ciudadano respetado, que participaba de actividades sociales y destinaba grandes sumas a la política, la policía y las actividades de beneficencia.

Solamente en tres ocasiones tuvo rivales que intentaron disputarle la jefatura de la mafia de Chicago, dejándolo fuera de juego. Todas las bandas de la ciudad se le habían sometido, a excepción de dos que pretendían tener todavía cierta autonomía, la de Joe Aiello y la de “Bugs” Morán.

El grupo de Aiello fue masacrado de manera vertiginosa: en menos de un mes los hombres de Capone mataron a todos sus miembros. El 14 de febrero de 1929, un Cadillac negro se detuvo frente a un almacén de Morán. Bajaron cuatro hombres, dos de ellos vestidos de policías, y entraron al local mientras un quinto sujeto quedaba al volante del auto en marcha. En el interior sorprendieron a siete hombres de la banda de Morán que, creyendo que se trataba de policías, no ofrecieron resistencia. Morán tenía arreglos con la autoridad, de modo que no se preocuparon. Los “policías” los hicieron alinear contra una pared y les quitaron las armas. Luego se alejaron y los fusilaron con sus metralletas.

El episodio pasó a la historia como “la masacre de San Valentín” y aunque nadie pudo adjudicárselo a Capone, desde ese día a “Scarface” no le quedaron rivales en Chicago, pero sí dentro de su propia organización. Tres meses después de acabar con Moran y los suyos, Capone decidió utilizar sus propias manos para acabar con una traición que se estaba gestando dentro de su propia organización, al descubrir que sus cercanos colaboradores John Scalise, Albert Anselmi y Joseph Giunta planeaban eliminarlo. Los citó a una reunión con otros jefes y los mató delante de todos aplastándoles las cabezas contra la mesa un bate de beisbol. Los cadáveres de los tres traidores aparecieron en un camino solitario de Indiana el 8 de mayo de 1929.

Nadie más le disputaría a “Scarface” su reinado. Por entonces, se calculaba que había amasado una fortuna de 125 millones de dólares.

Elliot Ness motorizó el encarcelamiento de Al Capone, pero sus trabajos posteriores nunca llegaron a igualar esa adrenalina, lo que lo llevó a una profunda depresión y a refugiarse en el alcohol

Los Intocables

Sin rivales mafiosos a la vista, con la policía sobornada y los políticos locales comprados o amenazados, El “Rey del Hampa” -como también se lo bautizó por entonces- habría seguido reinando sin temer por su corona si la Justicia Federal no lo hubiese tenido en la mira por violar la Ley Seca y manejar el juego clandestino. Mientras un grupo de agentes de la Agencia de la Prohibición liderado por Elliot Ness y conocido como “Los Intocables” por no aceptar sobornos, lo investigaba por la venta de alcohol, el agente de inteligencia del gobierno federal Frank Wilson capitaneaba otro equipo que buscaba relacionar los ingresos de Capone con el juego ilegal.

Unos y otros lo investigaron durante años sin éxito. Parecía que era imposible tocar al “Rey del Hampa” hasta que descubrieron que, a partir de una nueva ley promulgada en 1927, era posible procesarlo por evasión de impuestos. Un delito menor, si se lo comparaba con las muertes que se le adjudicaban, pero que daba la posibilidad de ponerlo detrás de las rejas.

Lo lograron convenciendo al abogado Edward O’Hare, uno de los asesores de negocios de Capone, para que descifrara un incomprensible libro de contabilidad que los agentes federales habían encontrado en un allanamiento.

Con esa prueba lo llevaron a juicio acusado de 22 cargos de evasión impositiva. Sin embargo, Capone no se mostraba preocupado. Creía que todavía tenía cartas ganadoras para eludir a la justicia federal.

La primera fue “convencer” al fiscal de la causa, de apellido Johnson, para que aceptara que “Scarface” se declarara culpable a cambio de una condena de dos años de prisión en suspenso. El fiscal aceptó firmar el “acuerdo” que le presentaban los abogados de Capone, pero cuando todo parecía terminado se encontraron con un obstáculo inesperado: el juez federal James Wilkerson no aceptó el arreglo y decidió realizar el juicio.

Una simple condena por evasión de impuestos que no solo lo puso contra las rejas sino que minó su influencia criminal en las calles, atentó contra su salud y contra su fortuna

La trampa y su antídoto

En septiembre de 1931, cuando se seleccionaron los doce jurados que deberían dictaminar la culpabilidad o inocencia del Rey del Hampa, Capone jugó su siguiente carta para lograr la impunidad: los compró a todos haciéndoles una oferta de dinero que ninguno pudo rechazar, porque la suma era alta pero sobre todo porque negarse les costaría la vida.

Así estaban las cosas el 6 de octubre, cuando Alphonse Capone bajó por primera vez de su auto blindado frente al Tribunal Federal de Chicago y, antes de entrar, le compró una primera manzana al italiano del puesto de frutas con un billete de 100 dólares, un ritual que repetiría todos los días del juicio. Mordió la fruta y entró sonriente a la sala del tribunal, donde también miró sonriendo a todos y cada uno de los miembros del jurado que lo absolvería. Seguía sonriendo cuando el juez James Wilkerson entró a la sala y se sentó en el estrado.

Entonces escuchó las primeras palabras del magistrado y dejó de sonreír mientras una palidez mortal marcó como nunca las tres cicatrices que le marcaban la cara. “El jurado puede retirarse, lo voy a reemplazar por el que está en la otra sala”, había dicho el magistrado.

Ness había neutralizado la última carta que “Scarface” guardaba en la manga. La noche anterior le había avisado al juez Wilkerson que el jurado estaba comprado, aunque no podía probarlo. Entonces el juez decidió hacer una jugada inesperada y cambió a todos los jurados por los que habían sido designados para otro juicio que se iba a realizar en el mismo tribunal. Con los nuevos jurados aislados -prácticamente presos- por orden del Tribunal, los hombres de “Scarface” no tuvieron oportunidad de llegar hasta ellos con sus ofertas ni con sus amenazas.

Al Capone saliendo del tribunal en 1931. Dieciséis años después, el 25 de enero de 1947, murió de un derrame cerebral mientras se bañaba en su casa de Florida

El 17 de octubre, después de un largo desfile de peritos y testigos, el fiscal pronunció su alegato final: “¿Quién es este hombre? -se preguntó señalando a Capone-. ¿Es un boy scout que se encontró con un tarro lleno de oro al final de un arco iris? ¿O es Robin Hood, como sugiere su abogado? ¿Acaso pagó 8.000 dólares por una hebilla de cinturón hecha de diamantes para dársela a los pobres? No. ¿Compró 6.500 dólares de carne para regalarla? No. ¿Alguna vez se lo vio ligado a un negocio legal? No. ¡Y su abogado todavía insiste en que este hombre no tiene ningún ingreso!”.

La sentencia llegó el 24 de octubre, cuando el jurado declaró a Alphonse Capone culpable de tres cargos de evasión impositiva y lo condenó a 11 años de prisión. El “Rey del Hampa” fue llevado a una prisión en Atlanta, pero pocos meses después, al descubrir que vivía allí con las comodidades de un hotel, lo trasladaron a la temible cárcel de Alcatraz.

Lo liberaron cuando había cumplido sólo seis años y cinco meses de condena, debido a su precario estado de salud. Estaba al borde de la demencia a causa de una sífilis contraída en la adolescencia y nunca tratada.

Alphonse Capone murió de un derrame cerebral en la bañera de su casa de Florida el 25 de enero de 1947. Hacía rato que era el espectro de aquel hombre temible que tenía por costumbre aconsejar a los suyos: “Podés llegar lejos con una sonrisa. Pero llegarás todavía más lejos con una sonrisa y un revólver”.