La traductora Sunme Yoon. (Captura de video)

De un día para el otro, Sunme Yoon es una celebridad. La llaman desde muchos países, le piden entrevistas: que lo cuente todo. No es lo que suele ocurrir con la gente de su profesión, los traductores. Pero Sunme es más que eso o, mejor dicho, acaba de mostrarle al mundo todo lo que es un traductor. Esta mujer coreana pero criada en Buenos Aires, fue la responsable de que la literatura de la flamante premio Nobel de Literatura, Han Kang, se pudiera leer en Occidente. Por su insistencia, por el subsidio del Estado coreano que consiguió, por su trabajo de traducción. Se entiende por qué la llaman.

Así que, con 12 horas de diferencia, ahora atiende a la videollamada en Seúl con cara de cansada pero con una sonrisa que no cabe en la pantalla. En este tiempo, además, Han Kang se ha convertido en su amiga.

“La traduje porque vi un artículo de prensa que hablaba sobre los jóvenes escritores prometedores de Corea”, cuenta ahora, que su amiga es Premio Nobel. Era 2011 y Han Kang no era una autora consagrada.

-¿Cómo llegaste a ella, entonces?

-Buscando qué traducir y preguntando a los coreanos qué autor me recomendaban. Me presentaban a escritores canónicos, consagrados, pero la verdad es que lo que yo leía de esos escritores no me llamaba la atención. Así que decidí investigar por mi cuenta entre los escritores jóvenes. Y ahí fue como llegó. Empecé a leer La vegetariana y antes de terminar el primer capítulo ya había decidido traducirla.

-¿Ya vivías en Corea?

-Sí, después de terminar la Facultad (NdelaR: estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires) me fui a España a hacer el doctorado. Lo terminé en el 97 y vine a Corea.

-¿Cómo hiciste para solventar la traducción de una autora entonces desconocida?

-Esta traducción la hice con un subsidio que otorga un organismo público de Corea, el Literature Translation Institute of Corea, que también subsidió la publicación. En ese momento una editorial argentina muy chica -Bajo la luna- se ofreció a publicarla, junto con otras obras coreanas. Y al año siguiente, cuando llevaron a Kang a presentar la obra a Buenos Aires, en la Feria del Libro, el acto se hizo a sala llena. Ella se llevó una enorme sorpresa, ¡era primera vez que se traducía su novela a una lengua occidental! Y encontrar a tantas personas que ya la habían leído… Hasta ese momento no nos conocíamos, pero cuando ella volvió de la Feria buscó mi contacto y desde ahí que se inició nuestra amistad. Y hemos seguido, ¿no? Ella escribiendo y yo traduciendo sus obras.

Han Kang, Premio Nobel de Literatura (Photo by KOREA POOL / AFP)

-¿Cómo es Han Kang? Parece una persona de bajo perfil

-No te creas que de bajo perfil, porque una persona que es capaz de escribir algo como La vegetariana.. una novela tan lacerante, no es débil, no es frágil para nada, te lo puedo asegurar. Es una persona con mucha, mucha fuerza interior. Aunque pueda parecer otra cosa por la primera impresión que da esa vocecita… Ahora tiene más cancha, como decimos en Argentina.

-¿Y a vos te contó de dónde sale La vegetariana?

-Cuando le hacen esta pregunta ella siempre habla de un cuento que se llama El fruto de mi mujer, que tiene una temática parecida: una mujer que se convierte en una planta. Es al revés de La vegetariana, no es que desee ser planta, pero por alguna razón se convierte en planta. En ese cuento ya aparece ese trasfondo de violencia marital. En ese caso le salen manchas en el cuerpo, manchas violáceas y va cambiando de color cada vez más, hasta ser verde. Convertirse y finalmente dar frutos… ¿No es fantástico?

-¿Tuviste barreras culturales en la traducción? A veces hay cosas que en otras culturas no existe.

-No, porque la literatura contemporánea coreana habla de Corea, con un trasfondo de la historia de la sociedad coreana, pero los temas son universales. No hay mayor problema para traducir las obras coreanas a otros idiomas. Pero la prosa de Kang muy poética, así que demanda un gran trabajo de revisión de estilo. No podés quedarte con la primera o segunda versión, hay que mirar tres, cuatro veces. Es una escritura muy profunda.

La edición de La vegetariana tras el Nobel, con el nombre de Sunme en la tapa.

-Hace unos años el impacto de la cultura coreana en el mundo creció. Como si de alguna manera Corea expresara el presente.

-Sí, sí. En Corea se habla de eso. ¿Por qué estamos hablamos de nosotros, de cuestiones históricas, de cuestiones sociales de la sociedad coreana y tiene tal repercusión en el mundo? Bueno, las cosas que ocurren en Corea muestran las preocupaciones que tiene un ser humano en el resto del mundo. Es decir, Corea es un país moderno, industrializado e industrializado a través del capitalismo. Vive, además, una industrialización muy rápida, demasiado rápida. No tiene parangón en el mundo y eso tiene sus consecuencias. La gente vive dentro de este sistema capitalista competitivo en el que se premia a los mejores, lo que nos ha traído un bienestar económico, pero sabemos mejor que cualquier otra sociedad los problemas que hay detrás. Lo duro que es vivir en una sociedad tan frenética.

¿Qué problemas, por ejemplo?

-Acá los cambios son impresionantemente rápidos, no es posible seguirles el ritmo. Una de las cosas que a mí me gustan de Buenos Aires es que voy diez años después y encuentro las calles igual, los negocios a los que yo iba siguen ahí. Básicamente, sigue siendo la ciudad que yo recuerdo. En cambio, en Seúl y en el resto de las ciudades de coreanas no es así: en tres meses te pueden cambiar el aspecto de una avenida por completo, por ejemplo. Se derriban edificios, aparecen nuevos, que se levantan enseguida. Eso es bueno porque significa que hay progreso, pero por otro lado es bastante agobiante.

-Literalmente, te mueven el piso. Te cambian el piso.

-Sí. Sin duda que todo queda más lindo, evidentemente. Pero todo eso también tiene historia y y vidas y recuerdos, y de pronto surge un rascacielos, por ejemplo, en un lugar donde antes había un viejo cine o donde la gente tomaba su café. Que las cosas cambien tan rápido es bastante enloquecedor. Y, por otro lado, es una sociedad muy competitiva, donde hay que dar examen para todo. Es mundialmente famoso el examen de ingreso a la universidad, en el que prácticamente se para el país y los chicos por querer entrar a una buena universidad repiten ese examen dos y hasta tres veces. Hay que entrar a una carrera que te dé una buena profesión, la competencia es dura y hay que estudiar mucho. Pero la recompensa es segura.

-¿Qué cosas extrañás de la Argentina?

-¿De la Argentina? Todo. Porque bueno, Seúl es el lugar donde vivo, donde tengo mi trabajo, donde tengo mi vida. Pero yo creo que los años importantes son los de formación, la infancia. Los primeros años de la adolescencia, de juventud. Y Argentina me dio todo eso. En esa etapa yo sólo tuve amigos argentinos. La formación intelectual pero también humana se la debo a la Argentina. La famosa educación pública en la primaria, el Nacional de Buenos Aires, la Universidad. Recibí una educación de altísimo nivel, y por lo menos la UBA lo sigue teniendo en Humanidades. Le debo mucho a la Argentina. Le debo mi formación. Le debo mis amistades, mis recuerdos, mi juventud.

-¿Sos un poco argentina en Corea?

-Sí, claro. En Argentina nunca me sentí muy extranjera. Era pasar al lado de un espejo y ahí recién darme cuenta. Algo así como “ah, claro, soy diferente”. En Corea es al revés: por mi aspecto exterior no me distingo del resto de los coreanos. Ahora ya estoy mucho más adaptada, pero los primeros años me costó una barbaridad. Aunque no se notara, yo era extranjera.

-¿Dónde trabajás ahora?

-En el Literature Translation Institute of Korea, este organismo público que promociona la traducción de la literatura coreana.

-O sea que Corea del Sur, que es uno de los estados más capitalistas del mundo, piensa que hay que subsidiar cosas como la traducción, la literatura, la cultura…

-¡Justamente porque es capitalista! Corea tiene muy claro que hay que invertir en cultura, en educación, en medicina. ¿O adonde se va a gastar esa plata? El LTI tiene un academia de traducción donde estamos formando traductores, pero no son traductores coreanos, son todos traductores extranjeros, estudiantes que entienden coreano y pueden traducir perfectamente a su idioma nativo. Y todos estos chicos -llegan al año alrededor de 50- reciben una beca completa, desde pasaje de avión y estadía, para estar en Seúl durante dos años. Y todo eso con dinero de los contribuyentes. Gracias a esa inversión es que la cultura coreana está tan floreciente. Y no solo en Corea sino en el mundo.