Para Sandra, el día que le cambió la vida amaneció como cualquier otro. Se bañó, se cambió, y desayunó tal como lo hacía siempre, acompañada por una angustia persistente que convivía con ella. Estaba acostumbrada a esa infelicidad constante, y dentro de ese estado, sabía encontrar momentos de dicha y sonrisas sinceras. Y ese día, cuando llegó a trabajar a una agencia fiscal en Neuquén, nada fue demasiado diferente: saludos, conversación acerca del clima, algún chisme y un semblante sonriente bien entrenado.

Sandra no era empleada del lugar, trabajaba de manera independiente como gestora, por lo que todos allí la conocían, al igual que en otras dependencias municipales. En general, compartía ambientes amenos que la ayudaban a olvidar los problemas que transitaba en su hogar. Y aquel día, cuando conoció a Marcelo, sus ganas de olvidarse de la tristeza predominaban en ella.

En un comienzo no se percató de su presencia, a pesar de su altura, su voz profunda y sus ojos color mar. Sandra se hallaba demasiado concentrada, trabajando entre papeles junto a un cliente. Pero entonces, hubo ciertas palabras que se filtraron por la habitación hasta llegar a ella, quien siempre estaba atenta a quien pudiera necesitar sus servicios de gestoría: “¿Sabés cómo puedo resolver este asunto?”, le preguntaba Marcelo a otro hombre que aguardaba en fila.

“Él estaba preguntando cómo cambiar el estado civil que figuraba en el título del auto, de «casado» a «divorciado»”, rememora Sandra.

La nube negra en el hogar

La mujer se excusó con su cliente, con el que ya nada había que resolver y solo quedaba esperar, y se dirigió al hombre alto de los ojos color mar. Sandra se presentó y le ofreció su ayuda, y pronto vio en Marcelo a un potencial cliente cuando supo que venía de Río Grande. Lo más probable, pensó, es que aquel no fuera su único trámite pendiente.

Un potencial cliente.

Ella le sonrió como sabía hacerlo, él le devolvió la sonrisa y algo extraño pareció suceder en el ambiente: “Percibí una energía diferente, algo que nunca antes había experimentado”, observa Sandra. Aun así, no pensó demasiado al respecto y procedió a anotar el número de teléfono que el hombre le había facilitado.

Esa noche, Sandra llegó a su hogar con el corazón menos abrumado que otros días. Su día había sido agradable, los trámites habían fluido y casi seguro tenía un cliente nuevo. Pero entonces, cuando su marido atravesó la puerta de su hogar, la nube oscura volvió a poseerla.

Mandatos inquebrantables

Sandra llevaba quince años de matrimonio, un vínculo que hacía mucho estaba roto, pero del que no lograba desprenderse: “Yo era de ese tipo de mujer que había sido criada para seguir el mandato social, en un lugar con ganas de ser ciudad, pero con comportamiento de pueblo”, reflexiona.

Durante años, Sandra atravesó sufrimientos, se desmoronó y volvió a levantarse mil veces, sin poder salir, presa de la mirada ajena, el qué dirán y la desilusión de romper un vínculo considerado divino.

Y ella no estaba sola, también estaban sus hijos adolescentes, ¿acaso no podía resistir por ellos? Claro que era capaz de tolerar la angustia y los malestares necesarios, jamás faltar a su palabra y deber. Aquel pensamiento la acompañó aun a pesar de las sonrisas de Marcelo, que delataban que otra vida era posible: “Hice mi trabajo sin otras intenciones”, revela la mujer.

Pero entonces, el día que todas las gestiones se dieron por concluidas, algo inesperado sucedió: Marcelo le siguió escribiendo desde su ciudad, Río Grande.

Un nuevo comienzo

Un simple “Buen día”

Comenzó con un “buen día” cada mañana. Y así, entre palabras suaves y una muestra de interés cada vez más real y profunda, la conversación entre Sandra y Marcelo se intensificó. Poco a poco, la mujer empezó a sentir que su alma se reparaba: “Dejé de sentir soledad por primera vez en mucho tiempo”.

Varios años pasaron donde los “buenos días” jamás cesaron. Hoy, tras mucho trabajo interno, donde hubo que reconstruir la confianza propia y la autoestima, Sandra logró volar del vínculo abusivo que mantenía. Sus hijos ya son adultos y con Marcelo el amor se fortalece cada día: “Buscando un posible cliente, encontré el amor de mi vida”, concluye.

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