
Como casi todos los años cuando ya está entrado diciembre, la Real Academia Española nos deja en el arbolito de Navidad un paquete primoroso, moño incluido, con las nuevas palabras que incorpora a su magnífico “Diccionario de la Lengua Española”, de lectura más que aconsejable a mitad de la segunda década del siglo XXI, cuando es fácilmente detectable que hablamos cada vez un poquito peor.
Hace unos días, las páginas de un prestigioso diario argentino incluyeron la decisión de un diseñador de colocar un accesorio en su creación de moda y expresaron “accesorió con una cartera…”. Hombre, si empezamos a convertir en verbos a los siempre útiles sustantivos, la noble tarea de la RAE puede quedar al garete. Ese engendro presentado como nuevo verbo, ¿cómo debería conjugarse? ¿Yo accesoreo, o yo accesorio? ¿Tú accesoreas o tu accesorias? Atención con lo que se viene cuando convirtamos en verbos sustantivos y adjetivos como laboratorio, obligatorio o territorio.
La RAE tiene otras preocupaciones, por ahora y por suerte; su director, el jurista y académico Santiago Muñoz Machado, presentó algunos de las nuevas voces que enriquecen nuestro vocabulario, lo hacen más amplio, más elegante, más preciso, sin accesorios de ningún tipo.

El nuevo diccionario de nuestra lengua, insistamos, de lectura recomendable para evitar la peligrosa tendencia al desatino de inventar palabras, incorpora voces del lenguaje coloquial, integra nuevas acepciones a palabras ya registradas, agrega expresiones y formas más complejas compuestas a menudo por más de una palabra, agrega vocablos surgidos del mundo virtual, o aportados por algunas de las veintitrés academias de la lengua española que hay en el mundo y también le tiende su mano amplia a las voces, acaso extrañas, que llegan del fascinante mundo de la ciencia.
Siempre es un placer divertido echar un vistazo a esas nuevas palabras, el problema es por dónde empezar. Lo coloquial siempre viene bien. El uso consagró que la palabra “directo” tenga una nueva acepción: la que refiere a una transmisión de radio, de tele o en línea, que se emite en el mismo momento en el que se realiza. La definición se integra así a las anteriores que hablaban de algo “derecho, en línea recta”, al golpe que lanza un boxeador con el puño hacia adelante y en línea recta, entre otras acepciones. Se acepta también “en directo”.
“Chapar”, que no tiene el sentido que le da el lunfardo porteño sino el de decir una verdad contundente, de encerrar a alguien en una celda o de cubrir algo con una o más chapas, ahora también refiere al cierre de un establecimiento o de un organismo, por la razón que fuere. La palabra “eco”, que siempre habló de la repetición de un sonido cuando sus ondas tropiezan con un obstáculo, entre otras acepciones, ahora también se toma como abreviatura y expresión coloquial de “ecografía”. La palabra “brutal” consiguió una trascendente victoria por la que luchó muchos años: la RAE la acepta ahora con el significado de algo magnífico o maravilloso, cuando su acepción original hablaba de violencia e irracionalidad. También, para impulsar acaso cierta armonía en la Vía Láctea, la RAE acepta “marcianada” para definir un hecho raro, extravagante o disparatado. Por ejemplo, para no perder el hilo, “accesorió” es una “brutal marcianada”.

Entre las voces compuestas por más de una palabra, la RAE aceptó “alfombra mágica” con el significado que le dieron siempre los cuentos y leyendas orientales: un tejido capaz de transportar personas por el aire y a gran velocidad. Definición que, de alguna forma, abre el juego a la metáfora: nuestros sueños e ilusiones bien pueden viajar en una alfombra mágica, quién sabe hacia dónde. La RAE ya permitía el uso de “alfombra roja” para hablar de las alfombras rojas por supuesto, pero también de cierto trato deferente o complaciente que se le da alguien, por la razón que fuese, y hasta para ejemplificar un yerro: “El equipo aprovechó la alfombra roja que le ofreció su rival”. Es bonito.
También el Diccionario de la Lengua acepta “foto de familia” además de por lo que cifra la expresión, puede usarse para el grupo de personas que posan juntas en forma ordenada y por algún motivo: mandatarios en una cumbre, los miembros de una comisión, el flamante gabinete de un gobierno, un seleccionado de fútbol. También la RAE incorpora la expresión “juguete roto” para definir a quien, “tras haber alcanzado la fama, pierde su popularidad y queda profesional y socialmente relegada”.
Ahora es posible “loguearse” “para acceder, previa identificación o contraseña, a una computadora, a un sitio web, a un programa o una red o sistema informáticos”. La RAE acepta la palabra loguearse adaptada a la ortografía española. Y quedan aceptados según la ortografía de la lengua de la que proceden, los términos gif, hashtag, mailing y streaming, eso sí, dice la RAE, “debiéndose escribir en cursiva”, como en estas líneas. Llama a esos vocablos, atentos a la definición: “extranjerismos crudos”.

Como también sucede cada diciembre, con cada regalito de la RAE, llega una cantidad siempre dispar de palabras raras, extrañas, de sonido enredado, como si sonaran en una caja de herramientas; palabras que es dable pensar que uno no usaría nunca. Pero mirá vos lo que pasó con “accesorió”… Entre esas palabras tan singulares, casi extravagantes, la Academia incorporó a su Diccionario de la Lengua “crudivorismo”, que define al régimen alimenticio basado en el consumo de productos crudos y sin procesar. Ya existía una palabra que cifraba ese tipo de alimentación, “crudismo”, pero nunca viene mal una palabra más. Además incorporó un vocablo que hará feliz a más de una generación: “milenial”, un adjetivo que define a “una persona nacida en el período aproximado de las dos últimas décadas del siglo XX”.
En un ejemplo de celeridad que, justo es decirlo, la Academia no tuvo con otras palabras, por ejemplo, cuando la RAE, para cifrar la acción de enviar un fax, aceptó el verbo “faxear”, palabra horrible si las hay, el fax ya se había dejado de usar. Esta vez, en cambio, los académicos incluyeron un fenómeno bastante nuevo: la “turismofobia”, que define a la “fobia al turismo masificado, a causa de su impacto negativo en el medio ambiente y en la calidad de vida de la población local”. Como otro vocablo ya no tan extravagante, aceptó “microteatro”, un sustantivo masculino que define al “formato teatral en que las obras tienen una duración breve y se representan en espacios pequeños ante un número reducido de espectadores”.

La ciencia, en casi todas sus ramas, también ha echado una mano al enriquecimiento del Diccionario de la Lengua de la RAE, que incorporó “narcoléptico” para definir todo lo relativo a la narcolepsia, sus síntomas por ejemplo, o a quienes padecen narcolepsia. La palabra “cuperosis” define a la enfermedad de la piel caracterizada por enrojecimiento de las mejillas y la nariz, que ya antes se definía como “rosácea” y de la que es sinónimo.
La meteorología incorporó dos vocablos relacionados: “engelamiento” y “engelante”. El “engelamiento” refiere a la formación de una capa de hielo sobre objetos sólidos, como consecuencia del impacto de gotas de agua a una temperatura por debajo de cero grados Celsius. En cambio, “engelante” define: “Dicho de la lluvia o de la niebla. Que está formada por gotas de agua a una temperatura por debajo de cero grados Celsius que se congelan de inmediato al impactar contra una superficie”.
La física y la química también colaboraron, tal vez sin proponérselo, con la RAE. Del adjetivo “termoquímico” dice la academia: “Perteneciente o relativo a la termoquímica. Parte de la química que estudia los fenómenos térmicos que se producen en las reacciones químicas”. Puede parecer una perogrullada, pero la termoquímica es lo que es y no hay otra forma de definirla.
La palabra “gravitón”, que viene de la física, define a la “partícula cuántica hipotética que se considera transmisora de la interacción gravitacional”. Con respecto a esto último, una aclaración: en ejercicio de la legítima defensa, estas líneas se abstendrán de intentar siquiera aclarar la acepción que los señores académicos dieron a “gravitón”.
Para volver a lo coloquial, que es un terreno más agradecido, el Diccionario de la Lengua da una nueva acepción a la palabra “cubetera”, que como la termoquímica es lo que es: el recipiente con compartimentos donde se hacen los cubitos de hielo. Sin embargo, en Bolivia, la palabra “cubetera” también designa al “recipiente para mantener frías las botellas mientras se consume la bebida”. En Bolivia, Chile y Cuba, la cubetera es conocida como “cubitera” o como “hielera”.
La diferencia entre “cubetera” y “cubitera”, abre un debate bastante intrascendente y estúpido, pero no por ello menos digno de tener en cuenta. ¿Por qué la “cubetera” es lo que es? ¿Porque fabrica cubitos de hielo o porque es una cubeta con compartimentos para fabricarlos? La acepción boliviana, chilena y cubana, “cubitera”, no dejaría en cambio lugar a disquisiciones, salvo que los nuevos diseños de cubeteras incluyen para agregar al whisky, o a lo que sea, flechas, esferas, peces y otras yerbas, formas que la aleja del tradicional y cifrador cubito. Las cubiteras chilenas, bolivianas y cubanas ya no fabricarían con exclusividad cubitos de hielo, con lo que traicionarían en cierto modo su propio nombre y razón de ser. El debate queda abierto, hay que llegar a una conclusión antes de que todo se derrita.

Por último, una pena porque el listado es largo, y, como en el caso anterior, para mantener vivos los aportes de la lexicografía panhispánica, la RAE le ha dado una nueva acepción a la palabra “morro”: la que le dan en El Salvador y en México para nombrar a un niño, o a un muchacho. Morro, y sus derivados, es una de las palabras más dúctiles, maleables, simpáticas y hasta tiernas del Diccionario de la Lengua, que las tiene y muchas. Como interjección, se acepta para llamar a un gato, porque imita el ronroneo del animalito cuando lo acarician; como sustantivo es la parte más o menos saliente de la cara de algunos animales, por extensión de algunos humanos también, en la que están la nariz y la boca; también define el extremo delantero y prolongado de ciertas cosas, el morro de un coche, por ejemplo, o la parte saliente y redondeada de otras, como un espigón; designa incluso a un promontorio o peñasco escarpado que los navegantes podían usar como orientación; también el morro designa la boca, los labios, de alguna manera y por extensión, la cara.
Tener “un morro que te lo pisas”, dicen los españoles, es hablarle a alguien descarado, desfachatado, desvergonzado; echarle morro a algo es plantarle cara a una dificultad, “morreo” y “morrearse” habla del beso y del besuqueo; caerse de morro es caer de bruces; “estar de morros” es estar enojado, descontento, resentido, alterado; “beber a morro” es hacerlo sin vaso, directamente del recipiente que contiene el líquido, del pico de la botella, por ejemplo.
A propósito de beber a morro, a cuidarse en estas fiestas. Y a los académicos de la RAE: salud y gracias por el regalito.