Aldo Federico Vega, un Zichy Thyssen, según él mismo, en la puerta del juzgado civil que lleva su caso

Aldo Federico Vega llegó en micro a Buenos Aires a mediados de esta semana desde Curuzú Cuatiá, provincia de Corrientes, el lugar donde nació en octubre de 1964, donde se crió, formó una familia y vivió toda su vida. Sus diálogos por WhatsApp con este medio lo mostraban un hombre absolutamente convencido. “Soy un Zichy Thyssen”, dijo, una y otra vez, sin margen de duda, sin pronóstico para el error, sin preparación para que los hechos mismos -llegado el caso- lo desmientan.

A los 61 años, Aldo Federico no sabe a ciencia cierta quién fue su padre. La convicción en su cabeza es tan fabulosa como triste.

El hombre de Curuzú Cuatiá vivió toda su vida bajo la impresión de que es el hijo del conde Federico Augusto Zichy Thyssen, nieto y heredero de Fritz Thyssen, uno de los creadores del gigante del acero alemán, responsable de financiar el ascenso al poder de Adolf Hitler, el protagonista de mi más reciente libro, La Diosa de Thyssen, publicado por Penguin Random House.

Federico Augusto murió en agosto de 2014 tras una vida de excesos y caprichos, un hombre dotado de una inteligencia y un sentido del humor superlativos, lábil y tormentoso a la vez, autoritario, irascible. Fue adicto durante años al demerol, un potente opioide de la familia de la morfina y el fentanilo. Terminó desgastado en su interior, con un corazón que pesaba aún más que el de Diego Armando Maradona al momento de su muerte, velado en un funeral escandaloso que terminó con la llegada de la Policía Federal.

Federico Zichy Thyssen en una parrilla (foto del álbum de Aldo Vega)

Su patrimonio incluyó cientos de miles de hectáreas y cabezas de ganado, campos y propiedades a lo largo de la Argentina, España, Uruguay, Paraguay y la República Dominicana. Tuvo haras de caballos árabes, de los que fue uno de los mejores criadores del mundo, y una flota de aviones privados.

En su mansión de Barrio Parque, Zichy Thyssen -que tuvo seis esposas- atesoró la estatua de una Venus, esculpida en el siglo I° después de Cristo. Sotheby’s la subastó en noviembre de 2021 por 24,5 millones de dólares. Fue el mármol romano más caro de la historia.

Su madre, Anita Thyssen, le cedió sus acciones de la compañía familiar a él y su hermano Claudio en 1989; el paquete valía, según el New York Times, más de mil millones de dólares. La guerra por su sucesión, librada por sus seis hijos reconocidos, sin embargo, estalló muchos años antes de su muerte.

Y en el medio de toda esta historia de lujo desaforado, está Aldo Federico, apodado “Larry”, un empleado estatal y hombre de campo, que no viaja en avión privado, que va con el bolso del mate y vestido con bombachas de campo. La vida y el caos del hombre al que considera su padre, ciertamente, lo atravesaron. Aldo tenía un apodo en Curuzú Cuatiá, cuando era niño: “El Condecito”.

Amor e ira en migajas

Con los años, “Larry” se convirtió en una figura extraña en la vida del conde de Barrio Parque y su mundo megarico, al que parece espiar por la puerta entreabierta. Así, ambos engendraron una familiaridad curiosa, lejos de cualquier idea normal de familia. Sea como sea, había un vínculo, ciertamente. Lo dice “Larry” mismo; lo confirman viejos jugadores del mundo del conde, que lo conocieron bien. El hombre de Corrientes, no era un extraño. Aseguran que, por un tiempo, Zichy Thyssen lo crió como a un hijo, uno de segunda clase, pero un hijo al fin. “El Yacarecito”, lo apodaba supuestamente, por su habilidad para cabalgar entre los bañados. En su relato, Federico aparecía y desaparecía; lo bañaba de regalos y atención para luego retarlo y darle una golpiza, amor e ira en migajas.

Vega afirma que pasó veranos con sus supuestos hermanastros en una estancia de Santa Fe, que voló con su padre en su avión privado, que lo premiaba con cabalgatas a solas. Incluso, trabajó como peón en uno de los campos de su presunto padre en San Luis, como empleado en blanco de su histórica firma, Don Roberto. Todavía conserva un recibo de sueldo en una carpeta, un bibliorato sobre su padre donde atesora una serie de coincidencias. Sin embargo, el conde jamás se tomó una foto con él. Una foto de Zichy Thyssen con uno de sus hijos reconocidos en un restaurant a comienzos de los años 70 ilustra esta nota. Vega asegura: “Yo estaba ahí. Justo me había ido al baño”.

“¿Me acompaña a ver el expediente», pregunta Vega. “El expediente”, radicado en el Juzgado Civil N°93, a cargo de la jueza Paula Castro, donde tramita la sucesión de Federico Thyssen, es su máximo dios pagano: la demanda por filiación entablada a los seis hijos reconocidos de Zichy Thyssen que definirá si es un farsante, un confundido que vivió una fantasía toda su vida, una especie de Martha Holgado de la aristocracia -la mujer que aseguró durante años ser la hija de Juan Domingo Perón, hasta que el estudio de ADN la desmintió- o si, efectivamente, “Larry” Vega tiene razón.

Más aún, el estudio determinará si el hombre que anda en alpargatas tiene derecho a una parte de una de las mayores fortunas de la historia argentina.

Fantasea con darle a sus hijos “un campo”, si es que la ciencia le da la razón. Pero si es hijo del conde, entonces, le corresponderá muchísimo más que “un campo”. Pero todo, aquí, se reduce al ADN. Para obtenerlo, se necesita abrir la tumba del conde mismo.

La tumba de Federico Zichy Thyssen en el cementerio Jardín de Paz de Pilar

“Larry” entabló la demanda en 2020, patrocinado por el reconocido abogado Marcos Córdoba. Un año más tarde, la jueza Castro ordenó que el cuerpo de Federico Augusto permanezca en su sepultura en el cementerio Jardín de Paz. El 10 de octubre último, cinco años después, la magistrada ordenó que el cuerpo sea exhumado por la Dirección General de Cementerios bonaerense en una fecha a definir, tal como reveló Infobae esta semana.

Luego, los restos de Zichy Thyssen serán remitidos a la Fundación Favaloro, que estará a cargo de retirar las muestras genéticas para su posterior cotejo. Los resultados deberán ser validados o desmentidos por el Cuerpo Médico Forense, que depende de la Corte Suprema.

La jueza tomó la decisión luego de años de intentar notificar a los seis hijos reconocidos de Federico, con los que el conde murió amargamente enfrentado, luego de que les cediera una inmensa parte de su fortuna en una serie de acuerdos, que incluyeron empresas y trusts en paraísos fiscales del Caribe.

Solo uno de estos seis hijos se presentó en la demanda iniciada por Vega, aunque todos se encuentran constituidos en el expediente de la sucesión con sus respectivos abogados, en el mismo juzgado. Si es reconocido como hijo del conde, entonces, según su propio abogado y fuentes cercanas a los negocios de Zichy Thyssen, tendrá derecho a reclamar parte de lo cedido en aquellos acuerdos.

Los tres hijos de “Larry”, irónicamente, llevan los nombres de sus supuestos hermanastros.

—Con respecto al resultado del ADN, ¿usted está preparado para un no?

—Yo tengo la seguridad. Mi madre jamás me va a mentir.

—En el caso contrario, ¿está preparado para pelear con sus supuestos hermanastros por la fortuna de Federico Augusto?

-Estoy preparado porque a mí la plata no me mueve. Sé que me va a aliviar un montón de cosas, pero ya es tarde. En un tiempo debería comenzar a tramitar mi jubilación. Seguiré moviéndome, trabajando hasta que Dios me dé fuerzas. Y si tengo un campo, llevaré a trabajar a mis hijos y nietos.

—Pero no es solo un campo.

—Bueno, es una forma de decir. Yo busco mi identidad. En Curuzú Cuatiá, cada vez que paso a caballo, dicen: “¿Ese no es el hijo de Federico Thyssen?“.

Juana Bautista Vega, la madre de

La madre y el croto

Juana Bautista Vega, una docente, fue la madre de “Larry”. Era 13 años mayor que Federico, que tenía la costumbre de salir con mujeres más jóvenes. Según Aldo Federico, su supuesto padre, un conquistador serial, “la vio en un almacén” en la zona de Curuzú Cuatiá. Más tarde, le preguntó a un amigo suyo, dueño de un periódico local, quién era esa mujer. Entonces, la buscó.

Comenzaron un supuesto affaire, según relata Aldo Federico, que duró un año y medio, en plena relación de Zichy Thyssen con su primera esposa, la brasileña Alayde Barcellos de Mutzenbecher, madre de sus tres primeros hijos.

Ese romance con Juana Vega terminó con el nacimiento del chico. El conde, para ese entonces, estaba de viaje en Europa. “Volvió cuando yo tenía nueve años. Apareció en la esquina de casa, en un Ford Falcon celeste, con dos empleados suyo. Uno de ellos me dijo: ‘Ese es tu padre’. Asustado, corrí”, asegura. Luego, Federico pasó a su casa. Su madre se lo dijo.

Con el tiempo, Juana Vega recibió dinero en efectivo, una cuenta en un banco. “Larry” recibió regalos; atesora hasta hoy “un traje de cowboy”, con el que fotografió a uno de sus nietos. “Pasamos unas vacaciones con sus tres primeros hijos en Rufino, Santa Fe, en una estancia”, continúa.

A los otros tres niños, criados en el exterior, Zichy Thyssen “les prohibió hablar en inglés o alemán” para que el chico comprendiera. Salieron una tarde a cabalgar. Vega, entusiasmado, se adelantó. Federico lo retó ferozmente, perdió los estribos. Lo mandó a la cama sin cenar. Al día siguiente, le ofreció disculpas.

En otro viaje, en Buenos Aires, Thyssen recibió una llamada de una hermana de “Larry”. “¿Quién se cree que es? ¡Vos sos hijo mío! Te llevo cuando quiero», gritó Zichy Thyssen.

La portada de

Otra tarde, meses después, lo acusó de matar a tiros a unos loros en la estancia San Juan con una escopeta de doble caño que le hubiese arrancado el hombro al chico. “Me agarró del cuello, me dejó todo marcado”, recuerda Vega. Luego, lo mandó a la casa: “Tenía esas reacciones alocadas. Él era así, temperamental. Cuando le agarraba, no dejaba ni que una gallina se le acerque. Después se desesperaba para verme”.

Su madre decidió que el conde ya no lo vería tras el incidente. Su vida como adulto estaría atravesada por la misma distancia enloquecedora. Larry recuerda: “Lo que me daba, me lo quitaba. Y lo que me dio fueron migajas”.

—Lo trataban como un hijo de segunda clase.

—Porque yo era el croto.

Con el tiempo, siempre de acuerdo a su relato, llegarían el trabajo en la estancia de San Luis -a pesar de que los registros previsionales de Vega consultados por este medio no muestran un paso como empleado en Don Roberto-, encuentros tibios y fríos en La Rural, donde Federico presentaba a sus caballos árabes. Luego, un estudio de ADN y otro ADN.

Larry Vega de niño

Los papeles al día

La madre de Vega jamás demandó a Federico Zichy Thyssen. “Ella era una mujer muy respetuosa, temerosa”, recuerda. Le temía al conde, entre otras cosas, a su temperamento. Aldo Federico, en cambio, sí lo demandó, directamente. “Me agarró bronca”, recuerda. Fue en el año 1997, la queja fue radicada en el Juzgado Civil N°56.

El estudio de filiación se realizó en el Hospital Durand. Federico esperaba en la calle, mientras su presunto hijo entregaba su muestra, “cuatro tubitos de sangre tapados con una gomita”. Se encontró con un histórico abogado del conde en la antesala. El test dio negativo para el hombre de Corrientes.

“La Justicia me cambió la historia”, dice Vega. Asegura que hubo una posible jugada en su contra, aunque jamás realizó una denuncia penal al respecto. Un abogado que lo acompañaba impugnó el resultado. “Tal vez, la madre siempre le dijo que Federico era el padre y se lo creyó”, se encoge de hombros un viejo habitué de la mansión de Barrio Parque.

En el álbum de “Larry” se encuentran dos fotos donde posa sonriente con tres personas: son miembros clave de la familia de Zichy Thyssen, relacionados a sus diversos matrimonios. Al menos una de estas personas lo citó para realizar un estudio de ADN; uno de los protagonistas mismos de estahistoria lo confirma, en un diálogo bajo estricta reserva.

El estudio, realizado en una institución privada con muestras genéticas tomadas de un cepillo de dientes del conde, otra vez dio negativo.

Retrato de Zichy Thyssen en su mansión de Barrio Parque (Nicolás Stulberg)

“Me llamaron para frenarme”, asevera, ofuscado. Sin embargo, otros en el viejo mundo del conde aseguran que “Larry” fue pensado como un arma de presión en la sucesión, un séptimo hijo que jugaría para el bando que pudiera controlarlo.

Vega, desgastado, duda de que el cuerpo en la tumba del Jardín de Paz sea el de su padre. Pide que el estudio se haga con los genes del hijo mayor del conde, una idea que expresa sin meditarla mucho. Su abogado no la comparte.

“Larry” agrega un último recuerdo, o supuesto recuerdo: asegura que, de chico, viajó a Alemania a conocer a Anita, la madre de su padre. “Salimos por Asunción”, dice. “Este es de Curuzú Cuatiá”, atinó su padre a decirle a su presunta abuela, una mujer seria, con la que Federico tuvo una relación al menos tensa, poco agradable.

Si jamás lo reconoció, ¿cómo es que lo sacó de Paraguay en un vuelo de línea? “Larry” cree que, en un altillo de la Estancia San Juan, el conde conservaba oculta en una valija una partida de nacimiento propia, donde diría, con un sello perfectamente legal, el nombre “Aldo Federico Zichy Thyssen”.