El libro del día

El análisis de la centroderecha chilena y su papel en los recientes procesos políticos del país adquiere una nueva dimensión en el libro La derecha liberal sí existe (Ariel, 2025), escrito por Hernán Larraín. Esta obra, que combina relato personal y rigor documental, se convierte en una referencia para quienes buscan comprender cómo un país con tradición democrática y estabilidad relativa puede atravesar crisis profundas y, al mismo tiempo, avanzar hacia soluciones reformistas sin abandonar el pluralismo ni los valores liberales.

El texto de Larraín, según se desprende de su propia conclusión, sostiene que el itinerario constituyente chileno fue una respuesta política para evitar un desborde institucional, aunque finalmente el país no lograra consensuar un nuevo texto constitucional.

En las páginas finales del libro, el autor enfatiza que el estallido social de octubre de 2019 representó, en palabras del intelectual de izquierda Rodrigo Karmy, un momento “destituyente”, que la política transformó en “constituyente” por necesidad. Larraín afirma: “Muchos estábamos conscientes de que el problema de Chile no era constitucional.

El itinerario constituyente fue la propuesta que entregó la política, que entonces contaba con pocas herramientas, para evitar un desborde institucional. Cualquier evaluación debe tener a la vista ese propósito, con independencia de que Chile finalmente no haya sido capaz de producir un nuevo texto constitucional”.

El libro recorre los principales hitos de la historia reciente de Chile, desde el estallido social de 2019 hasta el proceso constituyente y las administraciones de Sebastián Piñera. Larraín ofrece una interpretación matizada de los hechos, reconociendo tanto los avances económicos y sociales de las últimas décadas como los malestares acumulados que se manifestaron de formas diversas, tanto pacíficas como violentas.

Hernán Larraín

El autor identifica tres lecturas políticas sobre el estallido: una que lo atribuye a la reacción contra treinta años de neoliberalismo, otra que lo considera un fenómeno delictual impulsado por actores internos y externos, y una tercera, que él mismo suscribe, que reconoce el progreso del país junto con la existencia de malestares reales y la instrumentalización del descontento por parte de algunos sectores de izquierda.

Larraín sostiene: “El país vivió treinta años de progreso sin precedentes en nuestra historia, pero también reconoce la acumulación de malestares reales y expresiones de descontento pacíficas, que fueron instrumentalizados por algunos grupos que desde la izquierda demostraron débil lealtad democrática”.

En el análisis del proceso constituyente, Larraín plantea la pregunta de cómo una democracia puede canalizar conflictos profundos sin caer en la polarización. La experiencia chilena, según el autor, evidenció los riesgos de la fragmentación y la importancia de buscar consensos y respetar la institucionalidad. La Convención Constitucional y el plebiscito de 2022 ilustran la dificultad de gobernar en contextos de alta tensión política.

El retrato de Sebastián Piñera (1949–2024) ocupa un lugar relevante en la obra. Larraín describe al expresidente como un líder que comprendió la diversidad social del país y la necesidad de gobernar con rumbo y valores democráticos. El autor destaca: “La historia recordará que la derecha en el poder, con Sebastián Piñera a la cabeza, en un momento crítico, no se decantó por la fuerza sino por la democracia.

Imagen de simpatizantes del fallecido expresidente de Chile Sebastián Piñera (EFE/ Esteban Garay)

Aun así, retratando su oportunismo y extravío político, la izquierda lo acusó constitucionalmente pocas semanas después del Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución. En este sentido, se puede decir que el gobierno de Piñera tuvo que enfrentar dos flancos: una izquierda oportunista que pedía su cabeza, y una derecha dura que desconfiaba de la salida democrática”.

El surgimiento de Evópoli (Evolución Política) es otro de los ejes centrales del libro. Larraín narra cómo, junto a Felipe Kast, identificaron la necesidad de convocar a una generación que no participó en el plebiscito de 1988 por minoría de edad, una generación formada en un Chile más diverso y democrático. De esa convicción nació Evópoli, el primer partido de centroderecha creado tras la dictadura, con un ideario liberal y democrático.

El autor subraya: “El primer desafío era convocar a la generación que no alcanzó a votar en el plebiscito de 1988 por minoría de edad. Es decir, a la generación que creció en un mundo más diverso y plural que el que vivieron nuestros padres y abuelos bajo la Guerra Fría, y cuya experiencia en Chile era principalmente democrática”.

Larraín destaca la decisión de Evópoli de permanecer dentro de la coalición de derecha para renovarla desde adentro, en lugar de reemplazarla. El valor de la diversidad liberal y la influencia en todo el espectro político son elementos que, según el autor, fortalecen al partido: “La gran familia liberal es más poderosa cuando sus parientes están distribuidos e influyen en todo el espectro”.

Simpatizantes de José Antonio Kast, candidato presidencial del ultraderechista Partido Republicano (REUTERS/Juan González)

Además, reconoce que la disputa interna entre conservadores y libertarios no debilita a Evópoli, sino que constituye la fuente de su dinamismo: “Tironeado entre conservadores y libertarios, pero siempre dentro de ciertos márgenes, el perfil ideológico de Evópoli siempre ha estado en disputa. Esto no es necesariamente un problema, en la medida en que habla de un partido vivo, abierto al debate y a la deliberación.

El valor del relato de Larraín trasciende el caso chileno y ofrece lecciones para toda América Latina. El autor subraya la importancia de recuperar la radicalidad del liberalismo, entendida como la capacidad de construir con el adversario ideológico y no contra él: “Radicalidad para construir con, y no contra, el adversario ideológico”. La experiencia de Evópoli y de la derecha liberal chilena demuestra que es posible desarrollar proyectos políticos responsables, abiertos al cambio y centrados en la ciudadanía, incluso en contextos de polarización y presiones populistas.

La derecha liberal sí existe integra historia, experiencia personal y análisis político, permitiendo comprender la evolución de la centroderecha chilena, su papel en momentos críticos y su capacidad de renovación frente a los desafíos de gobernabilidad y modernización política en la región.