Era una tarde distinta. Con todos los tonos posibles para pintar un pleno domingo futbolero. Faltaban tres fechas para terminar el torneo Apertura. Ese 3 de diciembre de 1995, Boca era el líder y recibía a un Racing, que aún alentaba alguna esperanza de luchar por la punta. Domingo de elecciones Xeneizes. Que iban a quedar en la historia, por el fin de los 10 años del binomio Alegre – Heller, y la llegada de Mauricio Macri a la presidencia y al juego grande del poder. Las emociones desbordaban cualquier cálculo previo. Diez goles, muchas situaciones frente a los arcos, dos expulsados y un resultado que cambió el curso de un campeonato. El pintor pudo tomar la paleta para hacer su obra. Tenía todos los tonos allí, con dos cuadros en un marco único.
El 6 a 4 de Racing a Boca. De esos partidos que se instalan para siempre en el recuerdo. Donde todos sabemos de lo que hablamos. Incluso las nuevas generaciones, aquellas que no lo vivieron, conocen los detalles. Con un agregado: ese score inusitado, se sumó a una serie similar entre ambos equipos en menos de diez años, con resultados más cercanos al tenis que al fútbol, porque Racing había ganado 6-0 en el ’87 y luego Boca 6-1 y 6-0 en el ’91 y ’94, respectivamente.
El regreso de Maradona a Boca había cambiado el tablero. El viejo anhelo de los hinchas, y del propio Diego, se hizo realidad, 14 años después de su último destello azul y oro, ya con tintes amarillentos, en diciembre de 1981. Cuando arrancó el torneo, en el mes de agosto, a él aún le faltaban dos meses para cumplir la suspensión por el dóping positivo del Mundial de Estados Unidos.

Boca comenzó con más dudas que certezas. Con un andar vacilante, fue transitando las primeras fechas, donde no perdió, pero tampoco ganó demasiados partidos. Silvio Marzolini era el entrenador, a quien se le cuestionaba su falta de autoridad para manejar un plantel con muchas figuras, porque a Navarro Montoya, Márcico, Mac Allister, Fabbri y Manteca Martínez, se sumaba la llegada de Claudio Caniggia, a la espera de Diego, que podía actuar a partir del 30 de septiembre. Desde ese instante, tendría un apasionante devenir en el breve lapso de dos meses.
Racing arrancó el campeonato con muchas expectativas. Atravesaba un tiempo nuevo en el plano dirigencial, ya que, en las elecciones realizadas en el mes de mayo, Osvaldo Otero había sido consagrado nuevo presidente, cortando una década de Juan Destéfano. Junto con el nuevo titular, arribó a la institución el polémico Daniel Lalín, como mecenas. Y entonces llegaron nada menos que once refuerzos, entre quienes se destacaban Rubén Capria, el Chelo Delgado, Silvio Carrario, Claudio Úbeda y Roberto Pompei. El entrenador contratado fue Pedro Marchetta.
A ambos los unió la irregularidad en el inicio de la competencia. Maradona volvió a jugar en forma oficial con la camiseta de Boca en el ya mítico triunfo ante Colón en la Bombonera por 1-0 con el agónico gol de Scotto. De allí en adelante encadenó buenos resultados, pero con desniveles, dependiendo casi con exclusividad de lo que podía generar Diego de mitad de cancha en adelante. Uno de los puntos destacados era la fortaleza defensiva; llegó al partido ante Racing con 667 minutos sin recibir goles. A falta de cinco fechas, le llevaba seis puntos a Vélez y parecía un torneo casi ganado. Pero desde allí, no ganó más. Empató con Rosario Central y River, al tiempo que el cuadro de Liniers se impuso en sus dos presentaciones y recortó la distancia a sólo dos unidades.
No fue tranquila la semana previa al choque con Racing. La enorme diferencia se había esfumado y el clima político era de una intensidad inusitada. El bonus track fue la ausencia de Maradona a todos los entrenamientos, sin que estuviesen claros los motivos. Recién se reencontró con sus compañeros el mismo domingo en la concentración a la hora del almuerzo.
Aquel sábado 2 de diciembre, disfrutaba de mi franco como cronista de Nuevediario. Tiempos de teléfono de línea. Cerca del atardecer, sonó y del otro lado estaba Gustavo, el productor del noticiero: “Mañana tenés que estar con José Parejo (el camarógrafo), para seguirlo a Macri cuando vaya a votar. El punto de encuentro es un comité de su agrupación en la calle Brandsen. Hacen la nota y luego tienen libre hasta cuando cierran los comicios”.
Nos encontramos con Pepe Parejo en el mítico edificio del canal que aún comandaba el gran Alejandro Romay en la calle Gelly, sede de nuestras tareas. En el Falcón rojo fuimos hacia el barrio de La Boca, donde ya, desde temprano se respiraba un clima especial. A la hora señalada fue el encuentro con Mauricio Macri. Caminamos junto a él rumbo a la Bombonera, donde emitió el voto e hicimos la cobertura. El motociclista del canal se llevó el material para que lo editaran. Allí, el propio Macri nos dijo: “Nos vemos a las seis”.
Nuevamente el mismo camino desde el comité. Los números le daban bien y le pregunté si era un sueño cumplido: “Es eso y una responsabilidad muy grande”. Llegamos a la zona de los viejos palcos y allí, sacó un papel del bolsillo. Confirmó lo que se preveía, citando que tenía más del 60% de los votos y afirmó “Ya está decidido: somos la nueva conducción de Boca”. Nos invitó a subir a su palco para ver el partido. Allí fuimos. Nadie podía pensar lo que estaba a punto de vivirse en el verde césped…
Como si fuese un thriller incesante e imparable, de acción, drama y suspenso, apenas acomodados, salieron los equipos a la cancha. Maradona encabezando a Boca, con el mechón amarillo, pero sin la barba candado, que lo había acompañado desde su vuelta. Levantaba las manos sin parar, pidiendo el aliento de los hinchas, porque las radios acercaban la confirmación del final en el nuevo gasómetro: Vélez le había ganado 2-0 a San Lorenzo y era, momentáneamente, el único líder del torneo, un punto por sobre los Xeneizes.

Del otro lado, con su capitán, Gustavo Costas, apareció Racing. Un equipo rejuvenecido, con nuevas esperanzas, al punto que, de ganar esa tarde, quedaba a tres puntos de Velez. La fecha anterior había debutado Miguel Ángel Brindisi como entrenador, con una exhibición de fútbol ofensivo, goleando a Newell ‘s por 4-1 en Avellaneda. El DT respaldó esa idea, poniendo tres mediocampistas, dos de ellos de buen pie como Fernando Quiroz y Roberto Pompei y, dos delanteros veloces como el Chelo Delgado y el Piojo López. El enganche, era un jugador fino y talentoso que esa tarde regalaría una función llena de magia: Rubén Capria.
Desde el pitazo inicial de Javier Castrilli quedó claro cómo estaba cada uno. Boca atado, inseguro, dependiendo (una vez más) de un Maradona lejos de la mejor forma física y con dos ausencias demasiado importantes en la zona defensiva y de recuperación: Fernando Gamboa y Fabián Carrizo. Sus reemplazantes, Luis Medero y Blas Giunta, respectivamente, con flojas performances, los hicieron extrañar más. Racing era todo lo contrario. Atento, sagaz, listo para recuperar rápido y salir en velocidad para explotar a sus delanteros.

Solo cuatro minutos le bastaron para dar la primera estocada y comenzar a cumplir el plan. Sergio Zanetti sacó un largo pelotazo por la izquierda. Picó el Piojo López sin que ningún defensor lo siguiera. Tuvo tiempo de levantar la cabeza y sacar un centro pasado. Le quedó a Capria. Arqueó el cuerpo y metió un tiro violento, que dejó parado a Navarro Montoya. A los 11, el Mago habilitó de manera magistral a Delgado, que la picó con inmensa categoría ante la salida del arquero. El 2-0 dejaba asombrados a todos. Nadie entendía qué pasaba. Mucho menos, cuando un minuto más tarde, el Chelo puso una pelota en cortada a López, que le ganó a la indecisión de los marcadores centrales de Boca y puso el 3-0 cuando los relojes apenas marcaban 12 de juego…
Deliraba la popular de la Academia. Se miraban incrédulos los hinchas locales. Luego de tantos partidos con el arco en cero, recibía tres en menos de diez minutos. Boca era un boxeador groggy, tambaleante, sin rumbo. Un pequeño respiro, en medio del vendaval, se lo dio un rival, en una tarde donde todo podía pasar. Sergio Zanetti fue con inusitada fuerza (y la pierna a la altura del cuello), impactando de lleno a Saldaña. Correcta roja de Castrilli. En lugar del lesionado, ingresó el camerunés Tchami, para conformar la línea de tres delanteros junto a Manteca Martínez y Scotto.

A los 30, Maradona recibió una pelota en el vértice del área grande y colocó con maestría un centro que el Colorado Mac Allister mandó a la red de cabeza. Descuento e ilusión, porque Boca se transformó en una avalancha imparable sobre el arco del Riachuelo. Manteca tuvo el 2-3, pero lo evitó Nacho González con una enorme tapada. Automáticamente, se diluyó la ventaja numérica, porque Giunta, que había sido amonestado tres minutos antes por una violenta entrada contra Capria, hizo lo mismo contra Pompei. Cuando al primer tiempo solo le quedaban 120 segundos de vida, Maradona le dio una hermosa habilitación a Tchami, quien fue derribado cuando ingresó al área. El encargado de la ejecución no podía ser otro que Diego, el mismo que había sido técnico de varios de esos rivales, cuando la misma temporada ‘95 comenzaba. Entre ellos, Nacho González, a quien superó con un remate tan preciso como esquinado. Boca lograba lo que parecía imposible: irse a los vestuarios apenas un gol abajo.
El segundo tiempo se inició cuando los primeros cómputos oficiales ratificaron el vaticinio de Macri. La ilusión de tener un complemento más peleado, se desvaneció casi antes de nacer. A los tres minutos, el Mago Capria, otra vez con un perfecto zurdazo, esta vez desde afuera del área, puso el 4-2. Boca estaba enceguecido, trataba de atacar, pero vacío de claridad. Conforme avanzaba el reloj, más se notaba la falta de estado de Diego, que igual era la usina de todos los ataques. A los 60, llegó otra estocada letal: De Vicente se la dio al Piojo López, que se la devolvió de taco, casi contra la raya de fondo. Desde allí lanzó el centro, que Capria, solo y sin marca, cabeceó al gol sin inconvenientes.

Quedaba media hora. La Bombonera ardía en las tribunas y en sus entrañas también, donde llegaban a su fin los comicios, con una nueva conducción confirmada. El 2-5 era una carga pesada, un fantasma inesperado. Manteca Martínez descontó a los 78 y a partir de allí, cada ataque era un malón desordenado que dejaba todos los espacios posibles. El Piojo López, en una gran jornada, clavó el 6-3 desde fuera del área y Darío Scotto, a dos del final, decoró el 6-4 que quedó en la historia.
Racing era una algarabía renovada que, un par de semanas antes, parecía olvidada. Boca era una amargura hiriente, por perder la punta y el invicto de manera estruendosa, también fuera de los planes de todos unos días atrás. El endeble andamiaje defensivo, maquillado más por los temores de los rivales a la hora de atacar que por su propia solidez, cayó como una pesada máscara.

Los jugadores de la Academia no se querían ir de la cancha, ni sus hinchas de la popular. Ese terreno tan complejo, esa Bombonera siempre hostil, ahora revertía la historia de manera concluyente. No solo por esa goleada, sino porque unos meses antes, en abril, había logrado romper el maleficio de 20 años sin ganar allí, cuando su entrenador era Diego Maradona. Hermosos detalles que hacen de este deporte, el mejor de todos
La semana siguiente, Boca, con la ausencia de Maradona, perdió con Estudiantes y se despidió de la lucha por el título. Racing venció a Gimnasia y siguió soñando. Vélez derrotó a Belgrano y quedó a las puertas de la gloria, que cruzó una fecha más tarde, como había anticipado su técnico, Carlos Bianchi, un mes y medio antes. Al perder con Boca en la Bombonera, a seis fechas del final, y quedar seis puntos abajo de su adversario, les dijo a sus jugadores: “Depende de ustedes. Si hacemos cartón lleno, somos campeones”. Una vez más, el Virrey, tuvo razón.