
A casi un año de su secuestro y desaparición, el nombre de Nahuel Gallo, gendarme argentino de treinta y tres años, resuena con fuerza en los pasillos oscuros, húmedos y helados de Rodeo 1, uno de los centros clandestinos más brutales del régimen de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello. Se trata de una cárcel que no aparece en registros oficiales ni en informes públicos; una estructura que, con el tiempo, se transformó en un laboratorio de tormentos y control absoluto, definida por sobrevivientes como un virtual campo de concentración incrustado en el corazón del chavismo.
En ese lugar, según quienes lograron salir, todo huele “a semimuerte, a metal frío, a cemento mojado y a dolor”. En medio de esta atmósfera, un argentino entonó el Himno Nacional.
Lo hizo fuerte.
Lo hizo con orgullo.
Y recalcó una palabra cuya pronunciación, en ese contexto, encierra un riesgo doble: “¡Libertad!»
Esta nota se realizó con base en el testimonio de personas cercanas a la familia del gendarme, de una fuente de inteligencia interiorizada sobre la situación de Agustín Nahuel Gallo, de Renzo Castillo, un peruano-estadounidense que fue liberado, y de Iván Colmenares, un colombiano que habló con Infobae y fue durante largos meses compañero de celda del ciudadano argentino.
El secuestro

El 8 de diciembre de 2024, Gallo fue secuestrado por la policía política del narcoestado de Venezuela bajo acusaciones infundadas de “terrorismo y espionaje”, el rótulo que el régimen atribuye a cualquier extranjero atrapado por su aparato represivo. Desde ese mismo día, su nombre se apagó en los registros oficiales. La familia en Buenos Aires inició una búsqueda desesperada, en paralelo a la escalada de tensión internacional. Faltaba tiempo para lo que se vive hoy: el gobierno de Donald Trump movilizó tropas al Mar Caribe, cerró el espacio aéreo venezolano e instaló buques de guerra frente a las costas, como advertencia directa e inminente.
En este escenario en ebullición, con más de ochenta extranjeros cautivos bajo condiciones infrahumanas, surge la reconstrucción más completa hasta la fecha sobre la historia del gendarme argentino que se convirtió en símbolo de resistencia y dignidad en pleno infierno chavista.
La crónica se apoya en tres testimonios:
– Dos fuentes bajo reserva que conocieron a Gallo en el penal y compartieron detalles inéditos.
– El testimonio público de Renzo Castillo, rehén peruano-estadounidense, compañero de encierro en Rodeo 1 y hoy liberado, quien aceptó relatar su experiencia sin reservas.
El infierno llamado Rodeo 1
Resulta imposible comprender la dimensión real de Rodeo 1 sin haber estado allí, pero quienes escaparon —o todavía luchan por dejar atrás sus demonios— lo describen con palabras escalofriantes. “Empieza por el olor”, relató Renzo Castillo en diálogo con distintos medios, entre ellos DNews y LN+.
“Es olor a semimuerte. Es frío. Huele a cemento, a metal, a angustia. Jamás presencié algo igual. El silencio no existe. Las esposas chocan, las rejas chillan, la radio militar nunca se apaga. Gritos, pasos, golpes, ruidos perpetuos. Y cada lunes o martes, obligaban a escuchar un show de Maduro. Eso también era parte de la tortura”.
Las palabras de Castillo coinciden con los testimonios de las fuentes reservadas a las que accedió en exclusiva Infobae. Una de ellas, aún en Venezuela y bajo estrictas medidas de seguridad, describió Rodeo 1 como “un búnker sin luz natural, donde el tiempo desaparece y primero quiebran el cuerpo para después quebrarte la mente”.
Las celdas, según sobrevivientes, tienen cuatro pasos y medio de largo y dos o tres de ancho. Las literas, de cemento, no permiten acostarse totalmente.
Hay pocas ventanas.
Las horas no pasan.
Y rige una ausencia absoluta de derechos.
Lo único que nunca falta es el miedo, la angustia y la anomia.
En ese entorno, aparece la imprevista figura del gendarme argentino que resiste y se rehúsa a ser doblegado.
La hermandad de los extranjeros
El sistema divide con brutalidad: los venezolanos quedan por un lado, los extranjeros por otro. La estrategia es clara: aislar, dividir y evitar toda unidad.
Pero en Rodeo 1 el plan no funcionó del todo. “Formamos una hermandad”, aseguró Renzo Castillo. “Intentaron que nos enfrentáramos entre nosotros, pero no lo lograron. Por el contrario, nos fortalecieron”. Y la figura de Nahuel Gallo resultó central para consolidar ese espíritu de grupo.
De acuerdo con todos los testimonios, tenía una forma de comunicarse directa, sin rodeos ni temor. Levantaba la cabeza de los demás cuando las amenazas, la presión por el encierro, el tiempo muerto y la comida repetida y descuidada golpeaba el ánimo de cualquiera.
“Gallo hablaba de una manera inconfundible. Firme, sincero, sin medias tintas. Siempre decía la verdad”, recordó Renzo. “En los peores momentos, cuando sentíamos que no podíamos continuar, él intervenía: palabra fuerte, humor, una energía difícil de comprender”.
Una fuente reservada que compartió pabellón con el argentino lo resumió así: “En un lugar diseñado para destruir, Nahuel fue la persona que levantaba a sus compañeros. Sufría, sí, pero transformaba el dolor en ayuda para los demás. Eso es liderazgo. El que incomoda a las dictaduras”.
El día que cantaron los himnos

La noche en que los extranjeros encerrados en Rodeo 1 —peruanos, estadounidenses, colombianos, ecuatorianos, mexicanos y el propio argentino— desafiaron a los guardias tuvo un significado especial.
Cantaron los himnos nacionales. “Fue una forma de demostrar que no nos rendíamos”, explicó Renzo Castillo. “Gritamos los himnos. Más de cuarenta personas unidas esa noche. Cada vez que nos exigían silencio, cantábamos con mayor fuerza”.
Llegó el turno de Argentina y el ambiente se paralizó. Gallo encarnaba más que a un rehén: simbolizaba a un país que llevaba meses demandando su liberación en instancias oficiales y mediáticas.
Gallo inspiró al grupo al entonar:
“Oid, mortales, el grito sagrado… ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!”. “Lo cantó con una potencia increíble, repleto de valor y orgullo”, aseguró Renzo. “Que el pueblo argentino lo sepa: en Rodeo 1, su himno sonó en las condiciones más extremas. Lo entonó alguien que nunca se quebró”.
Las represalias no tardaron. Los guardias golpearon las rejas y después siguieron los castigos. Ninguno de los presentes se arrepintió. “Eso era lo que los guardianes no toleraban. Por eso fue tan poderoso”.
Un liderazgo heroico y silencioso

Las noches sin dormir, interrogatorios, amenazas y el deterioro físico no lograron destruir el temple de Gallo. Todos coinciden: su claridad moral era de otro nivel. “Siempre defendía a su país”, relató Renzo Castillo. “Aseguraba que se equivocaban, que era inocente y que lo sacarían. Tenía una fe inquebrantable”.
Una fuente confidencial aportó un aspecto hasta ahora desconocido: “Cuando alguien parecía al borde de perder esperanza, Nahuel se acercaba y hablaba sobre el hijo, la familia, el futuro. A algunos les contaba anécdotas, a otros les describía paisajes de Argentina, montañas, nieve. Eso los mantenía vivos”.
Otra voz relata que Gallo hizo una promesa íntima: no dejar morir solo a nadie ahí adentro.
El sistema venezolano utiliza el aislamiento y la incomunicación como arma, pero Gallo desafiaba esa lógica. “Siempre estaba alerta. Si alguien tosía o lloraba, él se acercaba. No aparece en los titulares, pero son gestos heroicos. En ese contexto, tener humanidad es heroísmo”.
El rescate de venezolanos y el alivio por su hijo
Entre los recuerdos del encierro, uno marcó a Renzo Castillo: Gallo le contó que en pleno servicio en el puesto de Gendarmería de Uspallata -su último destino antes de caer en las mazmorras chavistas-, durante un crudo invierno en la zona cordillerana de Mendoza a una familia venezolana perdida bajo la nieve y los trasladó a un sitio cálido. “No importan las banderas”, subrayó Renzo.
“Actuó porque eran seres humanos. Después verlo ahí, encerrado y maltratado por venezolanos, resulta desconcertante”.
En la narrativa de la vida carcelaria de Gallo surge una escena inédita: el momento en que Renzo Castillo le comunicó la llegada de su hijo, Víctor, y su esposa María Alexandra, sanos y salvos, a la Argentina. “Yo le conté que su hijo ya estaba en su país”, rememoró Renzo.
“El rostro de Gallo cambió por completo. No solía mostrar sus sentimientos, pero aquella vez estaba feliz. No indagó en detalles. Solo afirmó: ‘Qué bueno que mi país tiene a mi hijo y que está bien’”.
La rutina del tormento
La estadía en Rodeo 1 se resume en una cadena interminable de castigos.
– A las 5:30, gritos y golpes en las rejas obligan a todos a ponerse de pie para el pase de lista.
– Las comidas repetidas y poco saludables provocan enfermedades y malestares.
– Las horas encerrados transcurren sin luz natural.
– En ocasiones autorizan el “recreo”, pero muchos, incluido Gallo, optan por no salir para evitar que sean filmados para propaganda oficialista.
– A las 17:30, otro conteo.
Así, cada día se repite.
“Veinticuatro horas encerrados. Sin silencio. Sin descanso mental”, subrayó Renzo Castillo.
“Estoy libre desde hace casi tres meses y todavía me siento atrapado. Sigo allá adentro”.
La incertidumbre es feroz: separación familiar, restricción de contacto con abogados, aislamiento informativo.
“La palabra tortura no alcanza”, recalca Renzo.
“Todavía busco una palabra para expresar lo que pasamos”.
El impacto en la familia y la voz de la esposa
La esposa de Gallo, Alexandra, habló con Infobae y su voz evidencia temblor, aunque intenta mantenerse entera. “Muchos no me creyeron”, expresó. “Decían que exageraba. Pero acá tienen la realidad: torturan, golpean, cuelgan, mienten. No existen los derechos humanos. Más de ochenta extranjeros y más de mil venezolanos permanecen detenidos de manera arbitraria. Esto debe terminar”.
De fondo, se lo escuchó también la vocecita de su hijo y de Nahuel, Víctor. De la espera. Del dolor y la esperanza que conviven en cada festividad sin su padre. Confía en que su esposo podrá salir y que habrá un reencuentro. Pero sabe que nada será igual. “Seguimos luchando por la libertad de Nahuel. Falta una parte de nuestra familia. No vamos a detenernos”.
Alexandra contó que mantiene diálogos con Renzo, con Iván Colmenares y también con Camilo Castro, un ciudadano francés que fue liberado a instancias de una gestión del presidente Emmanuel Macron. Este último rehén, apenas pudo, se comunicó con Alexandra con un solo objetivo: agradecerle y transmitirle todo lo que había recibido de Gallo: contención, afecto y compañía en las interminables jornadas de angustia y tedio. Su figura, apenas llegó a suelo francés, demostró el deterioro.
Flaco, demacrado. Una imagen que reproduce las consecuencias en el cuerpo de un régimen atroz que viola de manera impune los derechos humanos.
La situación internacional: un tablero en llamas

La historia de Gallo está rodeada por el contexto geopolítico actual. Estados Unidos mantiene fuerzas militares desplegadas frente a Venezuela, con el espacio aéreo clausurado y barcos multiplicando la presión sobre Maduro. El régimen, considerado ilegítimo por desconocer las elecciones, se apoya en un sistema narco-militar dirigido por el Cártel de los Soles.
Las misiones diplomáticas, incluida la argentina, perciben que todo llegó al límite: o el régimen se repliega o la escalada se profundiza. En los pasillos diplomáticos circula una certeza: “Ya no se trata de un conflicto político, sino de un conflicto criminal internacional”. El caso de Gallo no es una excepción; es la foto de un país donde el gobierno utiliza a los extranjeros como rehenes políticos y moneda de cambio.
Un pedido y el clamor de la esperanza
Esta informe finaliza con un ruego de Renzo Castillo, que sobrevivió al cautiverio y dejó atrás a su mujer secuestrada, pidió: “Cuando Gallo vuelva a Argentina, por favor escúchenlo. Cuídenlo. Denle la atención médica necesaria. Ignoramos qué medicamentos nos suministraban, si es que había alguno. Lo que se vive ahí es muy difícil de explicar”.
El peruano-estadounidense cerró con una sonrisa: “Cuando llegue, avísenme. Quiero ir a Argentina. Nunca probé un mate. No sé qué es un mate. Quiero conocerlo”.

A poco de cumplirse un año de su desaparición y secuestro, la figura de Nahuel Gallo se agranda.
No solo por su sufrimiento, sino por su capacidad para acompañar a otros y defender la dignidad allí donde todo apunta a destruirla.
En Rodeo 1, entre olor a muerte y el sonido de las cadenas, un argentino cantó. Cantó el Himno. Lo hizo con orgullo. Cantó ¡Libertad!
Y ese acto simple e inesperado, exigen a todo el país que, en estas horas dramáticas, se agoten las instancias para que Agustín Nahuel Gallo regrese sano y salvo. Para los que denuncian a un régimen asesino y violador de los derechos humanos. Y más aún para los que toleran esas aberraciones, con la excusa de una “democracia con fallas”. Un imperativo para el gobierno de Javier Milei, pero también para el kirchnerismo.