El Mono de Kapanga ha experimentado una transformación radical en su vida tras un episodio de salud que marcó un antes y un después. A fines de septiembre del año pasado, Martín Alejandro Fabio —su nombre y apellido— sufrió un infarto que derivó en dos angioplastias y la colocación de siete stents. Desde entonces, el vocalista principal de Kapanga cuenta los días de esta nueva etapa con la misma precisión con la que recuerda los treinta y dos años transcurridos desde que abandonó las drogas. Su rutina, sus prioridades y hasta la frecuencia de sus conciertos han cambiado: ahora, al acostarse, su primer pensamiento es el deseo de despertar al día siguiente.
Nacido el 12 de abril de 1969 en Lomas de Zamora y criado en Quilmes, ambas localidades del sur del Gran Buenos Aires, el Mono de Kapanga inició su vida deportiva en el Círculo Universitario de Quilmes (CUQ), donde jugó al rugby en todas las posiciones salvo pilar y segunda línea. Su carrera en el deporte llegó a su fin a los 30 años, tras recibir un golpe en un ojo. La lesión coincidió con una reunión clave con la productora que evaluaba contratar a la banda en la que cantaba. Después de ese encuentro con el mánager, tomó la decisión de dejar el rugby para enfocarse en la música.
Su recorrido musical comenzó a finales de los ‘80, cuando, junto al compositor y bajista Marcelo “Balde” Spósito, fundó Kapanga y sus Yacarés. El nombre rendía homenaje a Kapanga el Misionero, personaje emblemático de Titanes en el Ring. Junto a tres integrantes más, el grupo se presentaba en fiestas privadas interpretando temas de la Mona Jiménez. Esta primera formación se disolvió a principios de los ‘90. En 1995, Fabio y Spósito se reencontraron y dieron vida a Kapanga, banda que fusiona rock, cuarteto y reggae, y que desde entonces ha editado once trabajos discográficos. La agrupación se consolidó como una de las referencias locales del género, con el Mono como su voz inconfundible.

La popularidad del Mono de Kapanga trascendió el ámbito musical en 2020, cuando participó en Masterchef Celebrity. En esa edición, fue el segundo eliminado, aunque más tarde regresó al certamen y alcanzó la instancia de semifinalista, siendo el undécimo eliminado.
El presente del Mono está marcado por la resiliencia y la adaptación. Tras superar el infarto y modificar sus hábitos, el cantante encara cada día como una oportunidad renovada, manteniendo la música como eje central de su vida y celebrando cada jornada como un nuevo comienzo.
Acá, los momentos más destacados de la entrevista:
—El Mono de Kapanga, ¡querido! Te explico: ¿viste a VTV, Verificación Técnica Vehicular? Bueno, acá hacemos la VTA, Verificación Técnica del Alma. Y te vamos a revisar un poquito el alma para cuando bajes tengas más herramientas como para venir directo acá. ¿Me seguís?
—Perfecto.
—Edad, ¿56, no?
—56 y siete stents, ¡le gané a Sofovich!
—Cierto, Gerardo tenía seis. Antes de avanzar con la VTA, ¿alguna cosita que te gustaría borra de tu historial? Aprieto un botón y se borra…
—Ah, ¿puedo borrar unas multas que tengo de Santa Fe… del 2015?
—Ya, te las saco, olvidate. Hasta acá: ¿satisfecho o no con tiempo feliz?
—Sí, mucho. Más tiempos felices que tristezas. Por mi trabajo, soy un canal de transmisión. Muchas veces digo que apenas son canciones, hasta que uno viene y te dice: “Che, ¿sabes que tal canción en tal momento me cambió la vida para siempre?» Y ahí no me lo tomo tan en joda que soy solo un entretenedor, sino que hay muchas veces que le podés cambiar… no digo la vida, pero sí un momento. Y me hago cargo de eso.
—Hasta acá, ¿satisfecho o no con momentos con familia?
—También, muchos momentos lindos con mi familia, padre, madre, hermano. Y después, poder armar mi propia familia y disfrutar lo que duró mi pareja, 20 años, ¡que para mí fue un montón! Tengo un hijo, Tobías, de 24, el mejor gol de mi vida. Hacemos cosas juntos, vivimos juntos. La madre vive en Córdoba, en San Marcos Sierra, y nosotros vivimos en Quilmes, donde viví toda mi vida. Yo digo que me saqué la lotería y nunca me trajo un problema. Sí, es mi mayor logro, todos los días me levanto por él también.
—Hasta acá, ¿satisfecho o no con el sexo?
—Sí, satisfecho. Muy bien. Aunque ahora no lo practico hace un rato: ¡la autosatisfacción me salvó un poco de las neuronas! Encontré un pasatiempo hermoso. ¡Bah, no lo encontré, lo redescubrí! Porque después de los 50, ya te da un poco de paja mandar un mensaje, ¿viste?
—Justamente, nunca mejor dicho (risas). ¿Satisfecho o no con realización profesional?
—Sí, treinta años con un proyecto musical, viviendo de eso en este país, ¡cómo no estar satisfecho!

—Bien, antes de empezar la Verificación Técnica del Alma, el día que te toque subir al cielo, ¿con qué tema entras?
—Y, tendría que entrar con “El cielo puede esperar”, de Ataque 77.
—¿Cuál fue la decisión que vos sentiste que tomaste en tu vida que la que te trajo hasta acá?
—Yo trabajaba en una pizzería familiar y tuve que tomar la decisión de trabajar en la pizzería o dedicarme cien por ciento a la música. Era pasar de tener algo seguro a subirme a la moto sin caso y manejando de espaldas…
—¿Qué edad tenías?
—Ya era un boludo grandote. Estamos hablando de que Kapanga cumplió treinta años, tenía 25, 26 años… Mi viejo, Juanca, medio que se enojó, y lo entiendo. Mi papá fue un frustrado de la música, era cantor de tango. Mi abuelo también fue cantor de tango, entonces veníamos de frustración en frustración. Hasta que lo entendió; Nilda, mi vieja, también intercedió. Le dijo un día que yo tenía alas y que me deje volar. Fue la que más bancó la parada, mi vieja.
—Seguimos. El día que te toque entrar, adelante tuyo va a haber una pantalla gigantesca y vas a poder poner play a cualquier situación de toda tu vida. ¿Cuál te gustaría revivir primero?
—Mi viejo frenando en la puerta de la escuela. Yo salía al mediodía con mi hermano y subirnos al auto y agarrar la Ruta 2 dos y llegar a Mar de Plata así, vestidos de colegio. Me voy a esos momentos la felicidad de la inocencia: los fichines, ir a comer los ñoquis adonde comía Carlitos Balá, ir al circo, hacer la fila para que me firme un autógrafo… El domingo nos volvíamos y el lunes de vuelta a la escuela.
—Perfecto. ¿Qué otra situación te pondrías?
—Y… veo el día del nacimiento de mi hijo.
—¿Estuviste ahí vos?
—Sí, estuve. Hice todo el curso pre-parto durante un año. Cuando lo vi fue la emoción más grande de mi vida.
—¿Qué verdad con respecto a tu propia historia te gustaría saber, o volver a reconocer?
—La enfermedad de mi viejo y no entenderlo. Tampoco es que siempre fui muy creyente, pero me preguntaba por qué le tenía que tocar a él, aunque nadie está exento, obvio. O cuando a mí me dio el infarto, uno se pregunta “¿Por qué a mí?» Y bueno, flaco, si te compraste la lotería, ¡y varios números, estás más cerca de ganártela, ¿no?! Por ahí es eso, lo de mi viejo o lo mío, que ahora ya pasó un año y un par de meses.
—Estuviste cerca, ¿eh? ¿Sabés que acá sonaron todas las alarmas, no? ¡Ya estaba Pappo esperando a full! ¿Y con Tobías cómo la llevás?
—Trato de ser… No hay un libro que te enseñe a ser padre. No está la Universidad de los Padres, ¿no? Cada uno lo aprende y lo ejerce como puede. El sigue la misma carrera que yo, es músico. Y si te puedo evitar que te golpees, lo voy a tratar de hacer.
—Es una cosa heavy lo que te voy a decir: ¿él fue el que te salvó la vida?
—Y, un poco sí. Primero me la salvé yo. Y después, él estando conmigo, tomando decisiones. Desde que me separé de la mamá, que él tenía 15 años -ya tiene 24- son nueve años de convivir conmigo. No le debe haber sido fácil; no es algo que yo indague mucho o pregunte.
—¿Ah, no? ¿Te conmueve ese pibe que criaste?
—Sí, me llega a conmover. Aparte, por ahí lo conozco más por sus canciones que por lo que hablamos frente a frente; a través de la música llego a entender un montón de cosas que le pasan o le pasaron. Un día me mostró una letra y cuando terminé de leerla, lo miré y le dije “¿Sabés?, me dan miedo las cosas que escribís» “¿Y por qué“, me dice. ”Porque hablás de la muerte». “Sí, pero es una canción, no es que yo me quiero morir. Es una forma poética de describir alguna situación”. Y cuando escuché la canción dije ¡es un temazo! Una cosa era leída y otra cosa era escucharla cantada, con la melodía. Es muy talentoso.
—¿Vos te imaginás una vida sin Tobi?
—No, difícil, ni me quiero imaginar el día que diga “Che, me voy a vivir acá…”. Porque es una gran compañía, es un tipo que a veces parece mi papá. O sea, es al revés de lo que tendría que ser, a veces parece mi papá, pero la versión mejorada. O sea, mi papá pudo haber tenido miles de errores, pero tuvo muchos aciertos también.
—¿Y cuando te pasó lo que te pasó con los stents, todo eso…?
—Ahí estaba Tobías al pie del cañón…
—Pero era una angustia para vos… si te tenías que ir, digo, dejarlo… ¿llegaste a pensar en eso?
—Sí, claro. Ese es un dolor de pi… El estar ahí y decir “Che, me tocó”, porque vos estás ahí todo pinchado, monitoreado, te hacen estudios cada quince minutos, y por ahí viene un capo o una médica, le decís “Che, ¿qué onda? ¿Cómo estoy?” Y te dicen “Estás delicado”. Ahí se te llena el culo de preguntas, ¿viste? Encima, cuando pasó, Tobías estaba de viaje, tocando. O sea, me di cuenta que no tenía ganas de morirme todavía. Por eso, ¿viste cuando la gente te dice “¡Me quiero morir!”? Yo les digo: “¡No lo digas, no sabés lo feo que es cuando estás tan cerca!”.
—La viste de cerca ahí…
—(Risas) Como yo digo: ¡No vi la luz, pero estuve cerca de levantar la perilla!
—Escuchá, cuando bajes vas a tener el poder de sacarle el dolor a alguien que vos sabés que tiene un Tramontina clavado, y vos vas a poder sacárselo y que sane para siempre.
—¡Ah, qué c…! (Piensa…) No sé si un dolor físico, pero sí un dolor mental el haber errado en no haber podido mantener una familia normal: Mamá. Papá. E hijo.
—¿Vos creés que Tobi tiene eso…?
—No, por ahí la mamá. Sí, si pudiera… a veces uno comete errores: ‘Lamolina, ¡siga, siga!’ Hasta que un día Lamolina me sacó la roja y, bueno, ahí yo creo que he causado un dolor innecesario, porque ella es una excelente persona y una excelente madre. Y, como mi hijo, también está siempre firme al pie del cañón, aunque estemos distanciados. Si, me gustaría no haberle causado sufrimiento por fallarle. Pero bueno, con el tiempo y con los años, tengo una relación hermosa…

—Bueno, decirlo ya es un montón. Y me imagino que también se lo has dicho a ella…
—Sí… (duda) no sé si se lo dije alguna vez, pero sí tenemos eso de que… Para que te des una idea: yo no sé poner la tarjeta en el cajero para sacar plata. Nunca manejé nada, no sé ni cuánto tengo, ni cuánto gasto. Todo lo tiene ella.
—Pero fuiste muy claro en eso: “Yo quería una familia normal”. Vos la querías, ella la quería y Tobi seguramente también la quiere.
—O sea, normal… Yo veo a mis amigos que están felizmente casados, parejas de veintipico de años con sus hijos. Y a veces estamos junto con mis amigos -somos como diez, once- y hay cinco o seis fracasados como yo ¿viste? (ríe) Pero en conclusión, sí, tuve una vida muy feliz.
—Bueno, ahora vas a tener la posibilidad, cuando vos quieras, de bajar a uno de los que tenés acá arriba. Un par de horas y después se vuelve, porque tuviste una gran Verificación Técnica del Alma y te lo merecés. ¿A quién bajás?
—Y… voy a bajar a mi viejo para preguntarle ¡dónde dejó la llave de la caja fuerte! (risas).
—El mejor final de todos.
Fotos: Maxi Luna