
Madrid amaneció con un mensaje inequívoco desde Kiev: Volodímir Zelensky no contempla una reducción de la presión internacional sobre Rusia. En su visita oficial a España, el presidente ucraniano insistió en que el Kremlin solo modificará su cálculo estratégico si enfrenta un cerco diplomático, económico y militar sostenido. Su argumento, dicho sin retórica y con la experiencia de casi tres años de guerra, es que Rusia “está destruyendo” Ucrania. Y, por tanto, los activos rusos congelados en la Unión Europea —alrededor de 210.000 millones de euros, según la Comisión Europea— deben ser empleados para sostener la defensa ucraniana y financiar su reconstrucción.
Pedro Sánchez acogió el mensaje con una reafirmación de apoyo que va más allá de los gestos. El jefe del Gobierno español anunció la inyección de 615 millones de euros de ayuda militar el mes próximo, dentro de los 1.000 millones comprometidos para este año. A esa cantidad se suman 202 millones adicionales destinados a la reconstrucción del país. El compromiso, dejó claro, no está supeditado a las oscilaciones políticas internas ni a los debates que atraviesan a la UE.
Para Zelensky, lo pactado en Madrid constituye “el comienzo de una colaboración única”. La expresión alude tanto al acuerdo de seguridad bilateral firmado el año pasado —que ya preveía una contribución española de 1.000 millones en 2025— como al arco más amplio de cooperación que ambos gobiernos dicen querer consolidar: industria militar, lucha contra la desinformación, turismo, cooperación económica y proyectos industriales conjuntos.
Buena parte del paquete anunciado dependerá del programa europeo SAFE, el fondo con el que Bruselas está impulsando la producción de munición y sistemas defensivos destinados a Ucrania. España aportará 215 millones de euros procedentes de ese programa para financiar sistemas antidrones, radares de exploración y vigilancia aérea. Varias de estas tecnologías son desarrolladas por empresas españolas que han multiplicado su producción desde el inicio de la guerra, en paralelo al esfuerzo europeo por reforzar su autonomía industrial en materia de defensa.

Zelensky, que en las últimas semanas ha intensificado sus giras para asegurar suministros ante un invierno que se prevé duro, insistió en que la prioridad inmediata es reforzar la defensa antiaérea. La red eléctrica y las infraestructuras críticas de Ucrania han sufrido ataques constantes con misiles y drones rusos, una estrategia que Moscú volvió a emplear con intensidad el invierno pasado. “Recordamos a los amigos que nos dieron luz”, dijo el presidente ucraniano.
El mandatario también subrayó que la industria de defensa ucraniana está buscando alianzas estructurales para acelerar su modernización. En Madrid se firmaron acuerdos entre las empresas españolas Escribano y Tecnobit y la ucraniana Practika para la producción conjunta de material militar. El Gobierno ucraniano aspira a que este tipo de cooperación se convierta en un modelo para la UE, en un momento en que Bruselas debate cómo garantizar una producción estable de armamento tras décadas de dependencia estadounidense.
La cuestión del uso de los activos rusos congelados ha abierto fisuras en el bloque europeo. Varios países consideran que emplearlos directamente podría generar litigios internacionales o represalias financieras. Otros —entre ellos los bálticos, Polonia y ahora España— defienden que Moscú debe asumir los costes de la destrucción causada. Sánchez fue claro: “Los activos deben usarse para la reconstrucción de Ucrania”. Zelensky añadió que ese dinero también debería servir para reforzar la defensa antiaérea y comprar suministros urgentes.

El debate no es menor. Desde marzo, la Comisión Europea ha impulsado un mecanismo para desviar los beneficios generados por esos activos hacia el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz, que financia compra de armas para Ucrania. Pero la idea de emplear el capital inmovilizado —no solo sus rendimientos— es un paso de mayor calado, con implicaciones legales y geopolíticas. Washington, que desde mayo ha avalado públicamente explorar esa vía, presiona para que la UE avance antes de que la ayuda estadounidense vuelva a quedar atrapada en disputas internas en el Congreso.
El encuentro de Madrid dejó claro que la guerra continúa redefiniendo prioridades en Europa. España, que durante años mantuvo un perfil bajo en política de defensa, ha acelerado su implicación militar y diplomática en el conflicto. La idea de que la seguridad europea se juega en la resistencia ucraniana se ha vuelto transversal en gobiernos de distinto signo político. Sánchez lo resumió en una frase: España apoyará a Ucrania hasta lograr una paz justa.
Mientras ambos mandatarios presidían la firma de cinco acuerdos bilaterales —desde cooperación económica hasta combate a la desinformación rusa— la artillería y los drones seguían golpeando posiciones ucranianas en el frente oriental. La distancia entre la sala solemne de una rueda de prensa en Madrid y las trincheras del Donbás es enorme, pero los compromisos firmados hoy apuntan a un mismo interrogante: cuánto tiempo y con qué intensidad podrá Europa sostener ese esfuerzo. Zelensky, consciente de que la resistencia de su país depende de esa respuesta, volvió a hacer lo que lleva haciendo desde 2022: pedir, exigir y recordar que la guerra no espera.