
El carismático y barbudo líder milénial fue toda una sensación para la izquierda. Motivó a los votantes jóvenes con la promesa de una reforma sistémica radical: justicia social, viviendas asequibles, transporte público gratuito y derechos para las minorías. Fue elegido con una enorme cantidad de votos y nombró a un número récord de mujeres en su gabinete.
Ese líder no era el alcalde electo de la ciudad de Nueva York, Zohran Mamdani, sino el joven presidente chileno Gabriel Boric.
Cuando fue elegido hace cuatro años, a los 35 años, impulsado por una ola de malestar social, muchos lo aclamaron como el símbolo de una nueva marca de política progresista en América Latina que se centraba en la redistribución económica, al tiempo que defendía los derechos humanos y rompía claramente con la izquierda autoritaria de la región.
Mientras una ola de líderes de izquierda arrasaba en las elecciones de toda la región, los antebrazos tatuados de Boric aparecieron en la portada de la revista Time, y su camiseta de Nirvana, sus citas poéticas y sus sinceras declaraciones sobre su salud mental anunciaban una renovación generacional, la “nueva cara de la izquierda en América Latina”, según El País.
Ahora, cerca del final de su mandato, gran parte de ese fervor ha disminuido. Chile se prepara para la primera vuelta de las elecciones nacionales el domingo, en las que un candidato de derecha es el favorito para ganar una segunda vuelta anticipada y en las que el giro hacia la izquierda en toda Sudamérica parece estar en reversa.
Los presidentes chilenos pueden presentarse a un segundo mandato, pero no de forma consecutiva, y otra izquierdista, la candidata del Partido Comunista, Jeannette Jara, se candidatea a la presidencia, aunque las encuestas muestran que es probable que sea derrotada en la segunda vuelta por el candidato conservador, José Antonio Kast, que ha hecho campaña con un programa de mano dura contra la delincuencia y es un duro crítico de Boric.
La popularidad de Boric cayó drásticamente poco después de asumir el cargo, en un reflejo de los errores iniciales y las preocupaciones sobre la seguridad y la economía. Su índice de aprobación nunca se recuperó de forma significativa y se estabilizó en torno al 30 por ciento.
La visión radical del candidato se estrelló con la realidad del gobierno y la aparición de nuevos y urgentes retos, lo que obligó a Boric a reducir sus ambiciones, dar prioridad a la conciliación y asumir el papel de un líder más pragmático, aunque aún influyente.
“Hay cosas que nosotros no logramos hacer”, dijo Camila Vallejo, de 37 años, ministra vocera y figura destacada entre la generación de líderes de Boric. “Tuvimos que ajustar”, añadió en una entrevista en La Moneda, el palacio presidencial de Chile. “Pero no cambiamos la dirección”.
Cuando asumió el cargo en 2022, Boric, que se negó a ser entrevistado para este artículo, heredó un país en crisis, sacudido por protestas mortales y la pandemia del coronavirus, y que se enfrentaba a un aumento de la delincuencia organizada y la migración, todo lo cual lo obligó a reorientar su agenda.
Al frente de un gobierno minoritario, Boric tuvo que negociar con otros partidos en el Congreso, y el rechazo en las urnas de una nueva Constitución echó por tierra muchos de sus planes.
Aun así, Boric se erigió como uno de los pocos líderes latinoamericanos de izquierda que se mantuvo firme en su defensa de los derechos humanos y en su condena de las dictaduras socialistas, como la de Nicaragua.
Y aunque no logró transformar Chile en la “tumba del neoliberalismo”, como había prometido en 2021, su gobierno adoptó algunas medidas sociales significativas. Aumentó el salario mínimo, hizo más generosas las pensiones y gratuita la salud pública para los chilenos más pobres, y redujo la semana laboral de 45 a 40 horas.
“El gobierno lo que hizo fue ir lo más lejos posible en base a las reglas del juego”, dijo Miguel Crispi, amigo íntimo de Boric y, hasta hace poco, su jefe de gabinete. “La distancia entre la utopía y el ser gobierno siempre va a ser amplia”.
Patricio Fernández, periodista y también amigo de Boric, dijo que su gobierno no acabó siendo transformador y “en lo más mínimo revolucionario, sino más bien un gobierno normalizador”.
Desde el salón de su casa en Santiago, donde, según él, Boric solía dormir en un sofá de cuero cuando las conversaciones se alargaban hasta altas horas de la noche, Fernández dijo que el Gobierno era “muy muy distinto de lo que ellos mismos imaginaban que debía ser”.
“Se encontraron con la realidad”, dijo.
Todo sucedió muy rápido.
Boric saltó a la fama como líder estudiantil agitador durante un movimiento popular de 2011 que buscaba la gratuidad de la educación. Cuando estaba en la universidad, fue elegido miembro del Congreso de Chile, donde su primera aparición, sin corbata, causó un gran revuelo.
En 2019, las protestas se extendieron por todo Chile, con la exigencia de mejoras en el nivel de vida y un cambio radical del modelo económico de mercado en un país rico, pero profundamente desigual. Uno de los principales objetivos era sustituir la Constitución chilena, adoptada bajo la dictadura del general Augusto Pinochet.
Los disturbios crearon las condiciones ideales para la candidatura de Boric, un orador empático y elocuente arraigado en los movimientos sociales del país.
“El pueblo de Chile es protagónico en este proceso. No estaríamos aquí sin las movilizaciones de ustedes”, dijo Boric en su discurso inaugural desde La Moneda, mientras sus ministros, muchos de ellos de poco más de 30 años, eran presentados a la multitud como estrellas de rock.
El inicio del gobierno de Boric se caracterizó por una serie de actos simbólicos, como el nombramiento de la primera mujer ministra del Interior, Izkia Siches, de 35 años, y el nombramiento como ministra de Defensa de Maya Fernández Allende, nieta del expresidente marxista de Chile, Salvador Allende.
Pero también se caracterizó por varios pasos en falso que la oposición achacó a la inexperiencia.
A los tres días de la toma de posesión de Boric, Siches viajó a una zona del sur de Chile donde los indígenas mapuches disputaban los derechos sobre la tierra; esperaba entablar un diálogo con los líderes locales. Pero tuvo que ser evacuada luego de que estallaran disparos.
Los votantes también rechazaron rotundamente un referendo para adoptar la nueva Constitución, que Boric había apoyado y cuyo texto había sido redactado por una convención constitucional elegida y mayoritariamente de izquierda.
El texto propuesto habría consagrado una serie de derechos sociales y reformas sistémicas, entre ellas la paridad de género en las instituciones públicas, la abolición del modelo de pensiones privadas de Chile y el reconocimiento de la sintiencia de los animales.
“El país les tiró el balde de agua fría con todo y el balde”, dijo Lucía Dammert, socióloga y primera jefa de gabinete de Boric.
“Había una ilusión de que el cambio constitucional pudiera establecer ciertas bases para un cambio mucho más profundo de la sociedad”, añadió. “Fracasó”.
La derrota del referendo constitucional supuso lo que Dammert describió como un giro de 90 grados en la presidencia de Boric. En una reorganización del gabinete, algunos de los ministros más jóvenes y con menos experiencia fueron sustituidos por figuras más veteranas y tradicionales, como miembros de los campos socialista o socialdemócrata.
“Ahí tuvo que llegar la caballería socialdemócrata al rescate”, dijo Ricardo Solari, de 71 años, exministro y figura influyente del Partido Socialista. Los de la generación de Boric, dijo, “habían hecho una ruptura con la tradición política nuestra a la cual evaluaban, pero a la cual tuvieron que recurrir”.
Álvaro Elizalde, de 56 años, socialista y ahora ministro del Interior, dijo en una entrevista que la formación de la coalición gubernamental les permitió ampliar la vivienda asequible, aprovechar y redistribuir eficazmente los ingresos de las empresas mineras en este país rico en minerales y luchar contra la delincuencia.
Boric, que anteriormente había criticado el uso de la fuerza por parte de la policía nacional, respaldó firmemente al departamento, aumentando el presupuesto y creando un ministerio de seguridad pública.
Sus acciones provocaron críticas tanto de la derecha como de la izquierda.
Kast consideró que sus acciones eran insuficientes y afirmó que Boric “prometió esperanza y nos da inseguridad”. En un discurso pronunciado esta semana, acusó al presidente de presidir un Estado “capturado por la ineficiencia, por la ideología y por el miedo”.
Algunos miembros de la izquierda lo acusaron de traición, especialmente después de que aprobó la continuación del despliegue del ejército en un esfuerzo por hacer frente al conflicto con los mapuches en el sur de Chile, algo que había prometido detener.
Fue “una acción militar que ni un gobierno de derecha había buscado tener en la región”, dijo Gabriel Aldea, de 37 años, programador informático en Santiago, que votó por Boric. “Es bien decepcionante”.
Aldea dijo que le molestaba que el gobierno hubiera reducido su alcance.
“El programa del gobierno era completamente refundacional”, dijo Aldea. “Lo que buscaba era acabar con el sistema neoliberal capitalista de Occidente. Buscaba ser un experimento social. Lo que terminaron haciendo fue entregar todo.”
Pero el gobierno ha instado a los chilenos a juzgarlo por sus logros en lugar de fijarse en lo que los funcionarios calificaron de proyecciones poco realistas.
“Siempre el tema de las expectativas de los gobiernos que asumen”, dijo Vallejo, “es un problema”.
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