Andrés Gelós se consolida como uno de los guionistas más versátiles de la industria audiovisual latinoamericana, con proyectos en diferentes países de la región (Gentileza Andrés Gelós)

El universo camaleónico de Andrés Gelós: historias fantásticas, desafíos tecnológicos y el arte de escribir en familia

Acostumbrado a estar siempre del otro lado del mostrador, Andrés Gelós se anima a contar en esta entrevista con Teleshow parte de su historia que, de entrada, representa un desafío imposible: el de clasificarlo. Escritor, guionista y productor, su espíritu camaleónico lo ayuda a desenvolverse en un amplio arco narrativo desarrollando al máximo un oficio formado en años de trabajo y búsquedas. Un recorrido que hizo del género fantástico algo parecido a una zona de confort y de la literatura infanto juvenil el espacio más atractivo para desarrollarlo, pero no el único. Y todo debido a esa esencia casi juglaresca de contar historias para entretener.

A lo largo de casi veinte años, Gelós recorrió un camino que lo llevó desde la escritura y la edición literaria hasta convertirse en uno de los autores más versátiles de la industria audiovisual latinoamericana. Aun siendo un personaje anónimo para el público en general, su nombre está detrás de ficciones infantiles, dramas basados en hechos reales, ciencia ficción y adaptaciones que configuraron una carrera marcada por la diversidad de géneros y la capacidad de adaptarse a los cambios tecnológicos y culturales del sector. Solo tomando este último año, su nombre aparece al lado de directores de la talla de Sebastián Borensztein, Daniel Burman, Lucía Puenzo y Martín Hodara, solo por nombrar algunos. Y seguramente en el momento en que se publique esta entrevista, estará escribiendo o craneando un nuevo proyecto.

Desde aquella aparición iniciática en Sin Código, la tira de Polka con Adrián Suar y Nicolás Cabré, a su omnipresencia en los tanques de este tiempo, Gelós acompañó la transición de la televisión de aire a las plataformas. Su cabeza siempre inquieta y una disciplina de trabajo esencialmente colaborativa lo llevaron por diferentes países del universo latino, y así fue repensando la industria más como un bloque que como espacios fragmentados. Y el tiempo y la reconfiguración de la escena parecen haberle dado la razón. Hoy pasa meses enteros fuera del país y pisa fuerte en sitios como Colombia, México o Paraguay, mientras es reconocido como uno de los guionistas más importantes de la escena local.

Las adaptaciones literarias al formato audiovisual, como 'Iosi, el espía arrepentido' y 'Las maldiciones', destacan la capacidad de Gelós para transformar historias reales en éxitos de pantalla (Gentileza Andrés Gelós)

Hay algo de romanticismo en la historia de Gelós. Estudió cine cuando egresó del secundario, pero enseguida viró hacia el mundo de los libros. Fundó una editorial de narrativa donde conoció a su esposa y socia, Natacha Caravia. “Mejor escritora que yo”, asegura. Fue probando en publicidad y en gráfica, y cuando la editorial no pudo recuperarse del impacto de la crisis del 2001, apareció Marcos Carnevale acercando la propuesta de Sin Código. Y empezó una nueva vida.

Pensando en qué podía gustarle a sus hijas por entonces pequeñas, ideó, escribió y produjo Reinas Magas, y probó suerte en Colombia, donde hizo Kadabra, la primera serie de Fox en castellano, y Cumbia Ninja, protagonizada por Brenda Asnicar que fue un hito en el país cafetero. “En Colombia aprendí mucho de los maestros de la telenovela”, reconoce, y da cuenta de esa característica de antenas siempre abiertas y espíritu colaborativo que formatearon su esencia de trabajo.

Así fue atravesando la coyuntura de la televisión de aire, de cable y el advenimiento de las plataformas hasta convertirse en un guionista prolífico y todoterreno. El furor infanto juvenil de Playback, el regreso de Tini Stoessel a la ficción con Quebranto, las adaptaciones de Iosi, el espía arrepentido y Las maldiciones, el suspenso distópico de Nieve roja, o esa conmovedora historia de vida que encierra Espartanos llevan su firma. Pero no se conforma y ya tiene configurado un escenario similar para el año que viene, donde solo quiere adelantar el inminente estreno de Pepita, La Pistolera, la biopic sobre la leyenda de la criminología argentina interpretada por Luisana Lopilato. Andrés Gelós cuenta estas y otras historias con la pasión con la que las escribe y la dosis justa de humor y metáforas visuales para hacerlas más llevaderas y comprensibles. Y no hace falta mucha imaginación para visualizarlo como aquel niño juglar que relataba historias al salir de la escuela.

—¿Cómo te definís hoy, después de tantos años y de proyectos tan diversos?

Los que trabajamos en esto terminamos siendo cuentacuentos, no hago otra cosa que no sea eso. Hay historias tristes, alegres, profundas, livianas, con chistes, pero todas son cuentos. Esa es mi identidad y la de quienes me rodean en este oficio. Vengo de la narración literaria, de contar cuentos en la puerta del colegio, y de alguna manera sigo siendo ese que cuenta historias frente a la fogata, aunque ahora la fogata es más grande y hay más gente alrededor. Respeto y amo lo que hago, pero no lo veo como algo magnífico. Soy el tipo de la tribu que cuenta cuentos, mientras otros cazan o arman la carpa, o tienen otras funciones más o menos importantes.

Andres Gelós en una de las nominaciones a los Emmy de Iosi el espía arrepentido, con su esposa y colega Natacha Caravia y la protagonista, Natalia Oreiro

—¿Y cómo fue que se empezó a agrandar esa tribu?

—El género infantil y el musical optimista me gustan mucho. Empecé con una serie llamada Reinas Magas en Canal 13, hace unos diecinueve años. Fue lo primero que hice, y lo hice porque tenía a mis hijas recién nacidas. Si tengo que elegir un género, elijo el infantil. Me parece la base de todo y es donde más cuido lo que digo, porque es donde más permean los chicos. Con Cumbia Ninja me pasaba eso: era un desafío pensar qué mensaje les llegaba a los chicos, qué responsabilidad implica ser el que cuenta. Con los adultos, uno puede ser más directo, pero a los chicos hay que masticarles un poco la carne para que no se atraganten. Hay mucha responsabilidad ahí.

—¿Cambió mucho escribir para chicos y adolescentes con la llegada de las redes y la sobreexposición digital?

—Cambiaron la velocidad y la duración de las escenas. Los chicos de hoy tienen a los 7, 8 o 10 años la información y los despertares que nosotros teníamos a los 17. Manejan todo muy rápido, hasta pueden anticipar la estructura narrativa. Conviven con las imágenes y las plataformas. Antes teníamos tres horas de televisión por día; ahora la sobreexposición es otra. No son los mismos chicos ni los mismos productos. Tampoco sé si eso es bueno o es malo ni si algún día lo sabremos.

—¿El gusto por lo fantástico, lo juvenil, el terror y la ciencia ficción fue algo natural o lo fuiste desarrollando a medida que escribías?

—Al principio escribía para mí. Me lo hizo ver una vez, en Bogotá, Fernando Gaitán, el creador de Betty la fea. Fue un rayo. Me di cuenta de lo egoísta que era eso y empecé a escribir para la gente, para el público. Me convertí en una especie de maestro mayor de obra y aprendí a poner ladrillos y cemento en proyectos de otros. Tuve la suerte de cruzarme con Sebastián Borensztein, Daniel Burman, Lucía Puenzo, Martín Hodara, directores con mirada de autor. Espero aportar algo a su visión arquitectónica de la obra. Me manejo bien con los gremios, disfruto mucho de eso y por eso también escribo tanto. El año que viene también habrá muchos estrenos, lo cual es paradójico en un momento en que la industria está tan cuestionada en volumen. Yo no trabajo solo en la Argentina, entiendo la región como un país y viajo mucho. Y veo la industria audiovisual más activa que nunca.

Luisana Lopilato, caracterizada como Pepita La Pistolera, junto a Alberto Ajaka, durante el rodaje de la biopic sobre la criminal argentina (Instagram: zeppelin.studio.latam)

—Me acabas de contestar la gran pregunta de esta época a cualquier integrante de la industria audiovisual. Supongo también que tu mirada de las plataformas es positiva, en este escenario en el que la tele de aire, al menos en Argentina, no tiene lugar para la ficción, a menos que sea a partir de una asociación con alguna productora grande.

Trato de no enojarme cuando llueve: o me mojo o busco un tapial para protegerme. Hay que estar activo, en movimiento. En nuestra profesión, uno tiene que ser guionista, pero también capaz de convocar actores, proponer productores, buscar financiamiento, encontrar espacios en la región para coproducciones, imaginar historias económicas o apostar a lo imposible cuando hay presupuesto. Esta adaptación permanente genera mucho trabajo. Ahora las plataformas también exploran ficciones verticales, cortas, de 60 o 75 segundos, y estoy investigando sobre eso. Y ni hablar de las posibilidades de la inteligencia artificial, sobre todo en animación.

—¿Qué lugar ocupa la inteligencia artificial en tu trabajo como contador de historias? ¿La ves como una amenaza?

—La veo como un bloc de notas magnífico, como un gran frontón muy bien pintado, pero la raqueta y la pelota las seguimos teniendo nosotros, al menos por ahora y estimo que por cinco o diez años más. El frontón te devuelve todas, pero si no le tirás, no te devuelve nada. El partido nunca lo va a empezar la inteligencia artificial. Además, te pone a prueba: si le tirás mal, te devuelve mal. Trato de evangelizar a mis amigos para que se amiguen con esta herramienta, porque seguimos teniendo las manos y la cabeza. Y el día que no estén, no importa, porque ya no vamos a estar. Mientras tanto, tengo una mirada muy optimista.

—En tus proyectos se nota una apuesta fuerte por el trabajo colectivo. ¿Cómo es la dinámica en ese ejercicio de la escritura que uno supone como individual?

—La poesía, a la que considero la máxima de las artes, es completamente individual. Pero todo lo demás es colaborativo, y me parece hermoso que sea así. Nosotros trabajamos con la modalidad de writing room, o mesa de trabajo, hace más de quince años. Siempre cambia, hay nombres que se repiten, y también conocemos gente nueva. Ese es nuestro sello de fábrica. Me encanta la mesa de muchos escritores creando y dialogando, porque allí se sientan un viejo de 55 como yo y un pibe de veintitantos tirando ideas. Así el texto se enriquece, porque antes los chicos se llevaban libros de mi biblioteca y ahora son ellos los que traen referencias. Estados Unidos y España funcionan así. En Argentina hubo un momento muy de cine de autor, más de escuela francesa, pero lo colaborativo es el presente y es donde me siento más cómodo. La soledad es muy triste. Si hay autenticidad y honestidad, te pueden decir que una idea es mala o que ya la vieron en otro lado, y te aportan referencias. Es muy grato el trabajo en comunidad. No sé si en soledad podría hacer algo que valga tanto la pena como para que gasten seis millones de dólares en algo que solo se me ocurrió a mí.

Gustavo Bassani y Leonardo Sbaraglia protagonistas de Las Maldiciones, la adaptación de la novela de Claudia Piñeyro (Netflix ©2025)

—¿Siempre te sentás en la cabecera de esa mesa o los roles van cambiando?

—Depende del proyecto. Este año, en algunos me senté en la cabecera; en otros, se sienta Natacha; en otros, Sebastián Borensztein, Lucía Puenzo o Daniel Burman. Yo disfruto de todos los puestos del barco. Me gusta ver hacia dónde vamos y de dónde venimos. Cambiar de roles y aprender de los demás es espectacular y muy divertido. Hay días en los que no se nos ocurre nada, levantamos todo y nos vamos al cine, y otros en que hasta hacemos un asado mientras trabajamos. Es casi una fiesta, y que te paguen por eso duplica la felicidad.

—¿Cómo es el proceso de adaptar una obra literaria al audiovisual, como en Las Maldiciones o Iosi, el espía arrepentido?

—Hay que buscar el séptimo hombre, el que no leyó la obra, junto a los otros seis que sí la leyeron, para extrapolar de lo literario a lo audiovisual. El texto es una guía, pero hay que permitirle a la obra audiovisual tener su propio carisma. El libro es como esos dibujos con numeritos que hay que unir, pero después lo coloreás como quieras. El libro termina siendo una persona más en la mesa, no está físicamente, pero sí en lo colaborativo. Con Miriam Lewin, autora de Iosi, hubo un diálogo inicial muy fuerte, sobre todo por el hecho de que narra una historia real y en la segunda temporada tuvimos que salirnos de la novela para que el producto creciera, y sé que está feliz con el resultado. Con Claudia Piñeiro para Las Maldiciones, la relación la tuvo Daniel Burman, y también sé que está muy contenta. Ahora terminamos de trabajar con Sebastián Borensztein en una novela suya, y eso es más fácil porque él es muy talentoso y se aprende mucho trabajando con gente así.

—¿Cómo vivís la situación de anonimato del guionista, sobre todo cuando tus obras alcanzan gran popularidad?

—No me molesta. No soy fotogénico y la exposición no me atrae, así que tengo dos razones para mantener el anonimato. Al principio, en la época de Cumbia Ninja y Kadabra, lo sufrí un poco, pero después entendí que no tenía el cuero para bancármela. Muchos amigos me sugieren que me dé a conocer un poco más, y les hago caso porque sé que me quieren. Esta debe ser la primera entrevista que doy en Argentina. Hoy me preocupan los estrenos del año que viene, que se me sigan ocurriendo cosas y que lo que hago se vea, y entiendo al anonimato como la obra que no se publicó y no se vio, o la que se vio y no gustó, o la que no encontró plataforma. Por otro lado, sé que mis pares sí saben quién soy, y hay cariño y respeto. Eso es mucho y tiene que ver con la identidad. Trabajo mucho el tema de la identidad y de no traicionarme ni dejarme llevar por la vanidad, que es una trampa.

Tini Stoessel como Miranda en Quebranto, la producción que marcó su regreso a la actuación (Disney+)

Iosi, el espía arrepentido logró unir prestigio y popularidad, con reconocimiento en festivales y una gran audiencia. ¿Qué significó para vos ese proyecto?

—Primero, significó mi amistad con Sebastián Borensztein, Daniel Burman y haber conocido a Martín Hodara. Después, ponerme esmoquin dos veces para ir a los Emmy, algo que nunca había imaginado y fue muy divertido (risas). Ese producto salió bien porque nos dieron tiempo y recursos, y más allá del talento de los directores, te das cuenta de que las cosas salen bien cuando te dan tiempo y recursos. Iosi sigue siendo una fiesta, hay un reconocimiento que me sorprende.

—Siguiendo con los casos reales, ¿cómo fue adaptar un caso tan paradigmático como el de Pepita La Pistolera junto a Lucía Puenzo?

—Puenzo es una directora extraordinaria, con una mirada muy clara que da mucha libertad para trabajar. Armamos un equipo lindo con Tatiana Mereñuk y Natacha Caravia y fue muy placentero, como cuando el río te lleva solo. Vi el material y sé que a la gente le va a encantar, y además Luisana Lopilato está increíble, hizo un trabajo muy valiente al meterse en un personaje real con características muy marcadas.

—¿Cuándo se definen a los actores que protagonizan tus historias? ¿Pensás en alguien específico al escribir?

—El guionista imagina una cara para acompañar la historia, al menos en la primera temporada. En la segunda, si ya se sabe quién es el actor, uno escribe con su voz en mente. Generalmente, imaginamos el perfil, pero la decisión final es del director. Lo lindo es que después te traen a alguien como Natalia Oreiro y ya sabés todo lo que puede dar, y escribís en función de ella.

—Además de con tu pareja Natacha, en muchos de estos proyectos compartís créditos también con tu hermano Pablo. ¿Cómo es trabajar en familia y con amigos?

—Es muy loco, y ahora se sumó mi hija Catalina, que ya colaboró en tres series. En casa se habla todo el día de cine, series, literatura, y las referencias son un idioma aparte. Uno puede acortar conceptos y sentimientos diciendo “como Marty McFly en tal escena”, y todos entienden de qué está hablando. Con mis hijas hacemos una pantomima, donde yo exagero mi siglo XX para hacer el contrapunto con el siglo XXI que les pertenece a ellas, y así generamos debate y construcción desde lo lúdico.

—¿Qué mirada tenés sobre el futuro de la industria?

—La industria audiovisual latinoamericana está más activa que nunca, pese a los desafíos. Hay que estar en movimiento, adaptarse, buscar nuevas formas y herramientas, y para ello, la colaboración, la apertura a nuevas generaciones y la integración de la tecnología son claves. Lo importante es no dejar de divertirse en el proceso. Cuando el trabajo deje de ser divertido y se vuelva angustiante o tedioso, será momento de buscar otro camino.