Saliendo desde San Andrés de Giles, a cien kilómetros de la ciudad de Buenos Aires por la ruta nacional 7, hay que tomar hacia el noreste por el antiguo Camino Real, que llevaba al Alto Perú, hoy una ruta provincial donde es notoria la falta de mantenimiento y sus baches disimulados con tierra apisonada. Es la 193, se llama Camino Jorge Alfredo Maciel y recuerda al soldado de Giles caído en Malvinas, muerto la noche del 11 de junio de 1982 en Monte Longdon y condecorado con la medalla de la Nación Argentina a la Heroica Muerte en Combate.
A unos pocos kilómetros, hacia la derecha, está el acceso a Azcuénaga, un pueblo fundado el 1 de abril de 1880 cuando llegó el ferrocarril que unía Luján con Pergamino. Destaca la capilla Nuestra Señora del Rosario y su espectacular estación de tren de planta baja y primer piso, venida a menos y que hace tiempo está intrusada. Enfrente, se ubican algunos restoranes que están de moda en el turismo gastronómico del fin de semana.
Siguiendo por la 193, se toma un camino de tierra que se abre a la izquierda y que es transitable cuando no llueve. El siguiente hito es el Puente de Fierro, que cruza el arroyo de Giles a una altura considerable. Por la violencia de las lluvias de octubre pasado desbordó en forma incontrolable y las poblaciones rurales aledañas quedaron aisladas. A la entrada del puente, hay un monolito que señala el lugar donde el 2 de junio de 1976 fue asesinado de tres tiros Juan José Torres, quien había sido presidente de Bolivia entre 1970 y 1971, y que vivía exiliado en el país.
A escasos metros, el camino hace una ese y a la izquierda hay un callejón que lleva a la tranquera de entrada de la Posta de Figueroa, también conocida como Estancia La Merced, un establecimiento que lleva unos 270 años de vida, muchos más que el propio partido de San Andrés de Giles. “Hacienda de Figueroa. Lugar de significación histórica”, indica un cartel en la entrada.
En 1793 Francisco de Suero y Giles donó tierras frente a la Cañada de Giles para que se levantase un oratorio y se delineara un pueblo. Se tiene como fecha de su fundación el 30 de noviembre de 1806 cuando se rezó la primera misa y se adoptó como patrono a San Andrés Apóstol. Todo comenzó con un puñado de ranchos desperdigados aquí y allá.
Antes que una ley de 1864 determinase los límites de cada uno de los distritos situados al norte del río Salado, todas esas tierras pertenecían al Pago de Areco, de lo que se toman viejos pobladores de aquel partido para señalar que la histórica posta pertenece a San Antonio de Areco, alimentando una simpática grieta que no pasa del chicaneo entre vecinos que se conocen desde siempre.
El primer poblador fue el sargento mayor de milicias Tomás de Figueroa, radicado en 1755, cuando le compró mil varas de tierras a la viuda del fundador de Areco. Dichos dominios provenían de una merced otorgada por el gobernador de Buenos Aires Miguel de Salcedo y de ahí provendría el nombre de la estancia. Desde ese momento hasta el presente el lugar fue siempre de los Figueroa.
Los Figueroa y Juan Manuel de Rosas eran amigos. Cuando entre 1830 y 1831 una sequía se ensañó en la pampa bonaerense, Rosas estableció una suerte de cuartel en lo de Figueroa, desde donde coordinó las tareas que se realizaban por la zona, cabalgando hasta los límites con Santa Fe, evaluando el alcance del desastre natural.
También la política estaría presente. Por 1834 el interior del país era un verdadero caos, y Manuel Vicente Maza, gobernador bonaerense interino, le tocaba bailar con la más fea. Tanto en el litoral como en el norte estaban al rojo vivo las conspiraciones de unitarios y los recelos y las ansias de poder de los caudillos.
En el norte, el gobernador de Tucumán Alejandro Heredia y su par salteño Pablo Latorre, se acusaban mutuamente de alentar conspiraciones y minar su poder. El gobierno de Buenos Aires decidió enviar un mediador y a Maza se le ocurrió que Facundo Quiroga era la persona indicada. Vivía en la ciudad de Buenos Aires, no tenía un cargo y su nombre infundía respeto en el interior.
El riojano aceptó gustoso, seguro de su éxito. Se reunió con Rosas en la quinta de Terrero, en San José de Flores. Luego de dos días de conversaciones, Quiroga con su comitiva inició el viaje al norte. Rosas lo alcanzaría y juntos siguieron por Luján y en el atardecer del 17 de diciembre de 1834 llegaron a la Posta de Figueroa, en ese entonces, manejada por Mauricio Figueroa, el dueño de 44 años.
Está la habitación, de gruesos ladrillos más grandes que los comunes, donde ambos conferenciaron ese diciembre. El 19 a la madrugada, el riojano continuó viaje y Rosas se quedó escribiendo varias cartas: a los gobernadores Latorre, Heredia, Ibarra, para que recibieran la misión de Quiroga.
La misiva más importante, que se le acercó un chasqui, fue para el riojano, que Rosas le dictó a su secretario Antonino Reyes, en la Posta. En ella, le exponía a Quiroga una serie de razones sobre la necesidad de postergar la sanción de una Constitución. Que debía decirles a los gobernadores que las provincias debían fortalecerse, que los conflictos internos no ayudaban y que, como estaban las cosas, el país había dado varios pasos hacia atrás en el camino a la institucionalidad.
Fechada el 20 de diciembre, Rosas le alertaba sobre “el estado verdaderamente peligroso en que hoy se encuentra la República”. Sostenía que una “República Federativa es lo más quimérico y desastroso que puede imaginarse, toda vez que no se componga de Estados bien organizados en sí mismos”.
En su razonamiento, Rosas sostenía que “si dentro de cada Estado en particular, no hay elementos de poder para mantener el orden respectivo, la creación de un Gobierno General representativo no sirve más que para poner en agitación a toda la República a cada desorden nacional que suceda, y hacer que cualquier incendio de cualquier Estado se derrame por todos los demás”. Aseguraba que por el grado de agitación, promovido por los unitarios, era imposible llegar a pactos que llevasen a la realización de un congreso federativo.

Señalaba que primero había que determinar dónde debía sesionar el congreso constituyente; luego, darse una Constitución que estableciese la composición del gobierno. Seguidamente, que cada provincia se asegurase la creación de sus rentas particulares y recién ahí nombrar al jefe de la República.
Pero, según los argumentos de Rosas, eran tantas las “disensiones domésticas” en el interior que no ofrecían garantía de un gobierno estable, que primero había que terminar con la discordia entre los pueblos, y que “no debemos prestarnos por ninguna razón a tal delirio”, en alusión a la sanción de una carta magna.
Estando en Santiago del Estero, Quiroga se enteró de la muerte de Latorre. Luego de conferenciar con Heredia, Ibarra y otros gobernadores, emprendió el regreso, desoyendo las advertencias que en el camino lo matarían. Finalmente lo asesinarían en Barranca Yaco el 16 de febrero de 1835. Entre sus ropas, estaba la carta de Rosas, manchada con su sangre.
El general José María Paz, cautivo de los federales desde mayo de 1831 en la Aduana de Santa Fe, sería trasladado a Luján en 1835. Camino a esta ciudad, el 22 de septiembre de ese año pasó por lo de Figueroa. Se conserva la celda donde estuvo encerrado bajo estricta vigilancia.

En sus memorias, el militar recordó que la noche que pasó allí habían llevado mujeres en una carreta, y que en la posta hubo baile, él supuso que para celebrar su encierro.
También pasaron por el lugar el gobernador santafesino Estanislao López, aun en sus últimos tiempos cuando iba a Buenos Aires a hacerse atender con el médico personal de Rosas; Juan Lavalle, Lucio Mansilla, los hermanos Reynafé y otros.
Su actual dueño es Julio Oscar Figueroa Castex, de 81 años. Infobae lo visitó, acompañado por Graciela León y Patricia Piazzo, dos docentes jubiladas, guías turísticas locales, que conocen al detalle la historia del partido y, por supuesto, a Figueroa, quien nos recibió bajo una generosa parra de sombra.
El dueño de casa viste tropas de gaucho. Sombrero negro, pañuelo anudado al cuello, camisa clara, chaleco oscuro y bombachas grises. Se maneja con la ayuda de un bastón. Su cutis y sus ojos son claros. En el derecho es visible un desprendimiento de retina que sufrió años atrás.
Nació en Buenos Aires pero desde los 9 años vive en el campo. Es hijo único y está orgulloso de su esfuerzo por mantener el lugar que, con pequeñas modificaciones, está igual que como lucía en el siglo XVIII.
Dice que el camino que lleva a su casa existe gracias a él, y lo mismo con el tendido eléctrico, que aseguró fue una lucha de años. Hace solo diez años que tiene luz, y toda la vida se la pasó alumbrado a farol de kerosén y la cocina, la estufa y el calefón a leña. Que todo lo que vemos fue gracias a él y a su esfuerzo, dando a entender que las autoridades y los políticos muchas veces prometieron pero pocas cumplieron.
Desde los 20 años que fue amansador, oficio que aprendió de gauchos de la estancia de Villanueva. Está casado con Amelia Tapia y tuvieron 12 hijos. Algunos viven con él y otros en Giles y en Areco. Señala orgulloso que dos de sus hijas son amansadoras. “Tengo una hija muy campera”, destacó orgulloso. También, lo acompañan 23 perros.
Hace doscientos años, el campo comprendía miles y miles de hectáreas. De las 96 que tenía su papá quedaron cinco, ya que debió desprenderse de gran parte de la tierra cuando no pudo levantar un crédito bancario de ocho mil pesos, y quebró.
Recuerda a su padre, trabajando en el campo, pero siempre vistiendo traje y zapatos y manejando un Plymouth cero kilómetro.
Figueroa cría chanchos y ovejas. El lugar donde vive tiene 270 años, muchos más que el propio San Andrés de Giles y explicó que parte de la casa y los galpones los levantó su abuelo.
Antiguamente, el lugar funcionó como posta, si bien no estaba anotada como tal, y entre los montes de acacias explicó que había ranchos habitados por negros. A unas tres leguas se ubicaba la Posta de Areco.
Dice que vivir en el campo nada es sencillo. En su casa se filmaron escenas de Facundo, la sombra del tigre, de Nicolás Sarquis, estrenada en marzo de 1995. Es que es el escenario ideal para las películas de época: junto a la casa Josefa “Pepa“ Galarza, ubicada en el centro de Luján, son de las pocas construcciones en pie que reflejan fielmente cómo era vivir en la campaña bonaerense más de doscientos años atrás.
En la entrada de la antigua construcción, hay placas conmemorativas. Ahí conferenciaron Rosas y Quiroga y en el ambiente de la punta funcionaba como calabozo, con las anillas de hierro amuradas. Fue usado como dormitorio de las hijas de Figueroa y la ventana conservan una gruesa reja.
Asegura que es difícil mantener esta más que longeva construcción. El techo, de tirantes de lapacho, se llueve.
Los primeros que sacaron del olvido a este lugar fue el Círculo Criollo, una entidad tradicionalista que hizo un homenaje. En 1988 el lugar fue declarado por monumento histórico municipal, en 1990 provincial y en el 2021 nacional. Figueroa recuerda el acto, entonces, en el que lució un pañuelo color punzó y un grupo de los Colorados del Monte hicieron disparar sus fusiles al grito de “viva la Patria”. Se izó la bandera argentina junto a una bien federal, de franjas azul oscuro. Estuvo el intendente, secretarios, concejales, la policía, las escuelas, las fuerzas vivas de Giles y los veteranos de Malvinas, que hace 28 años todos los 1 de abril realizan una vigilia en la plaza de la ciudad.
La gente que visitaba Azcuénaga, sumado al boca a boca, se enteraba de la existencia de la Posta, preguntaban cómo llegar y se acercaban. Como iban a cualquier hora, la misma familia está ordenada con un horario de visitas, ya que es una propiedad privada.

La estancia o posta se mantiene tal cual cuando Rosas y Quiroga, seguramente, caminaron por los alrededores. Es un símbolo de la típica vivienda rural bonaerense, por donde pasó la historia y no importa cuánto tiempo pase, siempre habrá un Figueroa dispuesto a contarla.
Fuentes: Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina. Rozas y su época: Terrén, Héctor R. – La Hacienda o Posta de Figueroa – Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas 55, 1999 – Entrevistas a Julio Figueroa Castex; Graciela León, historiadora.