
La Fiscalía de Milán abrió esta semana una investigación sobre ciudadanos italianos que habrían participado en macabras cacerías humanas durante el asedio de Sarajevo, pagando decenas de miles de euros por disparar contra civiles indefensos desde las colinas que rodean la capital bosnia. Los hechos se remontan al periodo más cruento de la guerra de los Balcanes, entre 1992 y 1996, cuando más de 11.500 personas murieron bajo el fuego constante de francotiradores y bombardeos.
El fiscal Alessandro Gobbis investiga a varios sospechosos por homicidio voluntario múltiple con agravantes de crueldad y motivos abyectos, un delito que no prescribe en el ordenamiento italiano. Se trata de individuos procedentes del norte del país —Piamonte, Triveneto y Lombardía— que, según los testimonios recogidos, habrían desembolsado entre 80.000 y 100.000 euros actuales para ejercer de francotiradores “por diversión” durante el largo sitio de la ciudad bosnia.
La investigación arranca tras la denuncia del fotógrafo y escritor Ezio Gavazzeni, quien durante casi dos años ha recopilado testimonios y documentación que, asegura, demuestran que lo que parecía una leyenda urbana de la guerra fue real. “Aunque la investigación vaya mal, aunque en el peor de los casos los italianos que participaron estén muertos, puedo afirmar que estos hechos ocurrieron”, declaró Gavazzeni a la agencia EFE desde su casa en Milán. El escritor ha trabajado junto a los abogados Nicola Brigida y Guido Salvini, reconocido ex magistrado que participó en el juicio por los desaparecidos italianos del Plan Cóndor.
El asedio más largo de una capital
Durante 1.425 días, Sarajevo vivió encerrada bajo el fuego de las milicias serbobosnias que controlaban las montañas circundantes. El sitio, que comenzó en abril de 1992 y se prolongó hasta febrero de 1996, sometió a la población civil a bombardeos diarios y disparos de francotiradores. Los habitantes debían correr agachados por las calles, trazando zigzags desesperados para evitar convertirse en blancos. Más de 10.000 personas murieron en lo que se convirtió en el asedio más largo de una capital en la historia moderna.

En este escenario de horror surgieron rumores sobre lo que se denominó “Sarajevo Safari”: occidentales adinerados que pagaban para participar en cacerías humanas. Según los testimonios, existía incluso una siniestra lista de precios donde matar a un niño tenía un precio superior al de abatir a un adulto. “El aspecto más morboso fue que existía una tarifa sobre cuánto debía pagar un cazador de fin de semana para disparar a civiles: adultos, mujeres, niños, embarazadas, soldados”, explicó a la cadena bosnia N1 Edin Subašić, ex general de brigada bosnio y antiguo agente de inteligencia militar.
“Francotiradores del fin de semana”

Los “turistas de la guerra” llegaban principalmente a través de Trieste, ciudad fronteriza del noreste italiano que servía como puerta de acceso a los Balcanes. Desde allí eran transportados vía Belgrado hasta Pale, a escasos kilómetros de Sarajevo. Según las descripciones, se trataba de individuos acaudalados, apasionados por las armas y con vínculos a la extrema derecha.
“Eran ‘francotiradores del fin de semana’: llegaban el viernes por la noche y partían el domingo”, explicó Gavazzeni a medios suizos.
En el expediente presentado por Gavazzeni se hace referencia específica a tres individuos: uno de Turín, otro de Milán y un tercero de Trieste. Este último responde a un perfil particularmente inquietante: rico, influyente en su comunidad, cazador experimentado y con rasgos psicopáticos. En una carta incorporada al expediente, Subašić describe el patrón psicológico de estos “cazadores”: “Un cazador apasionado que ha probado ya todos los tipos de safari clásicos legales y que por necesidad de adrenalina busca también una cabeza humana como trofeo; una persona que ama las armas y es al mismo tiempo un tipo psicopático; un ex soldado que no logra detenerse después de haber estado en algunos campos de batalla”. El ex oficial añade que “son todos pertenecientes al círculo de personas ricas y probablemente influyentes en sus comunidades. Tienen los recursos legales para protegerse de una eventual investigación, y también la influencia política para obstaculizarla”.
El perfil coincide con las declaraciones de John Jordan, bombero estadounidense que trabajó como voluntario en Sarajevo durante el conflicto. En 2007, ante el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia que juzgaba al ex presidente serbio Slobodan Milosevic, Jordan relató haber presenciado “en más de una ocasión” la presencia de extranjeros que claramente no eran locales. “Llevaban una mezcla de ropa civil y militar, pero lo que más los distinguía era su arma”, declaró. “Cuando veías a alguien con un arma que parecía más apropiada para la caza de jabalíes en la Selva Negra que para el combate urbano en los Balcanes, y cuando se notaba que se movían con torpeza entre los escombros, era obvio”.

La Fiscalía milanesa ha solicitado formalmente a La Haya el testimonio completo de Jordan para incorporarlo a la investigación que dirige Gobbis, quien cuenta con el apoyo de la unidad de operaciones especiales (ROS) del cuerpo de Carabineros.
El rastro de los servicios secretos
Uno de los aspectos más inquietantes del caso es el posible conocimiento de estas actividades por parte de agencias de inteligencia occidentales. Según correspondencia citada en el expediente, los servicios secretos bosnios informaron al SISMI —el antiguo servicio de inteligencia militar italiano— a principios de 1994 sobre la existencia de estos “safaris”.

“Nos respondieron en dos o tres meses: ‘Hemos descubierto que el safari parte de Trieste. Lo hemos interrumpido y el safari no tendrá más lugar’”, indica una comunicación de un ex agente bosnio recogida por Gavazzeni. Sin embargo, según este testimonio, el SISMI nunca proporcionó los nombres de los cazadores u organizadores, ni se sabe si hubo detenciones.
La Fiscalía está trabajando para obtener documentos del antiguo SISMI, ahora conocido como AISI (Agencia de Información y Seguridad Interna), que puedan arrojar luz sobre estas operaciones y sus responsables.
Del documental a los tribunales
La investigación tiene su origen en el documental “Sarajevo Safari” (2022), del director esloveno Miran Zupanič, que recogió testimonios anónimos sobre estas prácticas y reavivó el debate sobre uno de los episodios más oscuros del conflicto. El filme presentó evidencias de que ciudadanos de varios países occidentales —incluidos Italia, Estados Unidos y Rusia— habrían participado en estas cacerías.
Tras el estreno del documental, Benjamina Karić, entonces alcaldesa de Sarajevo, presentó una denuncia que derivó en una investigación paralela en Bosnia-Herzegovina. Gavazzeni, inspirado por el trabajo de Zupanič, comenzó su propia pesquisa que culminó con la apertura del caso en Italia.
“Espero que se identifique a dos o tres personas con vida”, señala el escritor, consciente de que muchos de los supuestos participantes tienen hoy entre 65 y 82 años. “Estadísticamente, al menos un tercio ha muerto”, admite, aunque mantiene la esperanza de que la justicia pueda actuar.
Subašić, por su parte, es contundente: “Quienes eran más jóvenes aún están al alcance de la justicia. Espero que la Fiscalía de Milán lleve este caso hasta el final”. Una esperanza compartida por las víctimas de un sitio que dejó cicatrices imborrables en la memoria colectiva de Sarajevo y que ahora, casi tres décadas después, podría ver a algunos de sus verdugos ante los tribunales.