El recuerdo de Juan Carlos Calabró permanece vivo en el ámbito artístico argentino, especialmente en fechas como la de hoy, cuando se cumplen doce años de su fallecimiento. La memoria del humorista fue evocada públicamente por el productor Carlos Rottemberg, uno de sus amigos más cercanos, quien utilizó la cuenta de X del Multiteatro para rendirle homenaje.
Rottemberg eligió este formato digital para compartir su testimonio y mantener presente la figura de quien fuera un referente indiscutido del espectáculo nacional. Es una pintura de la intimidad de quien lo conoció detrás del escenario, una manera de acercarle a ese público que lo admiró en cine, teatro, y televisión, una faceta desconocida.
La publicación en la red social se sumó a los múltiples gestos de afecto y reconocimiento que, año tras año, acompañan el aniversario de la partida de Calabró. Con él se fue el patriarca de una de las familias más queridas del espectáculo, esa que formó con su esposa Coca y sus hijas Iliana y Marina. Su recuerdo permanece siempre en alto y reafirma el impacto que su trayectoria y personalidad dejaron en colegas y seguidores.
Pero pocas figuras del espectáculo lo conocieron como Carlos Rottemberg, que a su vez conoce como nadie el mundo del espectáculo. Por eso, vale más todavía ese testimonio urgente y emotivo sobre la figura inolvidable del creador de Aníbal, Johnny Tolengo y El Contra.
Por Carlos Rottemberg
“Mar del Plata, verano de 1987. Juan Carlos Calabró en el mejor momento de un nuevo personaje: Johnny Tolengo. Teatro lleno hasta en tres funciones diarias. Afuera de la sala, una larga fila de familias pugnando por entrar. Juan Carlos en el camarín esperaba, en silencio, el inicio de la función. A media luz, solitario, sentado en una silla, con un cigarrillo en la mano, siguiendo con la vista el recorrido del humo. Imposible creer que esa misma persona pudiese convertirse, apenas unos minutos después, en una explosión de vitalidad, haciendo vibrar a una platea colmada.
Era el Calabró íntimo. El tipo bonachón que supo escalar cada peldaño de su profesión durante 50 años, gozando de su tarea, siempre anteponiendo su papel de marido, padre o abuelo como la razón de su existencia.

En Buenos Aires -hace casi cuarenta años- con Calabromas estrenamos en el Ópera lo que hoy es algo habitual: las temporadas teatrales infantiles en las vacaciones de invierno en aquellos grandes cines. Ante su enorme imagen en la marquesina de la Av. Corrientes, Juan Carlos llegaba con su cámara de fotos a retratar personalmente la entrada, entre sorprendido e incrédulo. Nunca terminó de creerse el cuento de la fama.
Calabró era como se mostraba, sabiendo resguardar esa línea delgada de respeto entre lo público y lo privado. Ese respeto se reflejó en el tratamiento periodístico con el que se lo honró.
La noticia de la muerte de Juan Carlos sacudió al país en la mañana del 5 de noviembre de hace doce años. El público pudo percibir su cuadro clínico antes, durante la entrega de los premios Martín Fierro de ese año. Ese reconocimiento fue una buena receta para paliar su estado: estaba realmente contento y eso justificó el esfuerzo de llegarse hasta el escenario del Teatro Colón, ante sus pares aplaudiéndolo de pie.
Calabró fue un tipo íntegro. Un cómico serio, con una gran convicción por la defensa del humor blanco, sin golpes bajos ni malas palabras, aun a riesgo de ser considerado antiguo o ya pasado de moda.
Decenas de homenajes y evocaciones se sucedieron tras su desaparición física.

De golpe, en esas horas, aparecieron todos los personajes que supo crear (desde El Contra hasta Aníbal, pasando por Renato o el padre de Borromeo, entre otros) mientras sucedían muestras infinitas de calor popular para despedirlo.
Juan Carlos fue mi amigo durante casi 40 años. Fue de las primeras y contadas personas que tuvo gestos hacia mí cuando intentaba dar mis primeros pasos en el todavía desconocido mundo del espectáculo, cuando él ya era una gran figura. Los Calabró siempre estuvieron presentes.
Recuerdo a Coca haciendo el primer viaje de su vida en avión ante el nacimiento de mi hijo Tomás. Y a Juan Carlos regalándome su Martín Fierro, agregándole una chapita que decía “Al amigo”. Ese gesto y el mensaje de la chapita en su deseado trofeo me conmueve aún hoy, a doce años de su muerte.
Los personajes emblemáticos de un actor inolvidable
La última gran aparición pública de Juan Carlos Calabró quedó grabada en la memoria colectiva como un emotivo repaso de su extensa trayectoria. El 5 de agosto de 2013, sobre el escenario del Teatro Colón y acompañado por sus hijas Iliana y Marina, el humorista recibió el premio a la trayectoria de APTRA durante la entrega de los Martín Fierro. La emoción y el deterioro de su salud dificultaron sus palabras, pero no impidieron que, en apenas dos minutos, desplegara su característico ingenio y una ironía que lo definía: “Después de acompañarlos 50 años en sus hogares, hoy se hizo justicia”. El público, integrado por figuras como Mirtha Legrand y Susana Giménez, lo ovacionó de pie, mientras su esposa Coca lo observaba desde un palco. Tres meses después, su fallecimiento dejó un vacío en el espectáculo argentino, aunque su legado permanece intacto.

Su vida estuvo marcada por una versatilidad poco común: antes de consagrarse como actor y humorista, fue un destacado ciclista en su adolescencia, federado tras ganar varias competencias. Sin embargo, el hábito del cigarrillo lo llevó a abandonar el deporte justo cuando la alta competencia se perfilaba como su futuro. Optó entonces por estudiar locución en el ISER, enfrentando su timidez inicial gracias a la práctica en la radio, donde la lectura de publicidades le permitió soltarse y prepararse para el humor. Cuatro años después de iniciarse en la locución, Calabró debutó en televisión con Telecómicos, sin imaginar que su nombre se convertiría en sinónimo de humor familiar y que crearía personajes capaces de instalarse en el habla cotidiana.

En 1978, tras una década de experiencia, decidió liderar su propio proyecto: La vida en Calabromas, que luego se transformó en Calabromas. Allí desfilaron algunas de sus creaciones más recordadas. Entre ellas, Johnny Tolengo se destacó como un excéntrico cantante pop, con trajes blancos, tapados de piel y un estilo inconfundible que lo convirtió en ídolo de los niños. Su popularidad trascendió la pantalla: las hinchadas argentinas aún entonan “Estás para ganar” en los estadios, prueba de la penetración de su humor en la cultura popular. Johnny Tolengo condensó el concepto de humor familiar, conquistando a los más pequeños con su excentricidad y canciones pegadizas, incluso cuando los remates de sus chistes estaban dirigidos a los adultos.
Otro personaje emblemático fue Aníbal, un pelotazo en contra, un galán de barrio que mezclaba frases en inglés y se autoproclamaba “namber uan”. Con su auto Topolino y su saludo característico, dejó frases como “Tu ruta es mi ruta” y “Cuidado con el Bobero”. Su éxito lo llevó al cine en tres películas junto a Juan Carlos Altavista: Mingo y Aníbal, dos pelotazos en contra; Mingo y Aníbal contra los fantasmas y Mingo y Aníbal en la mansión embrujada.
El personaje de El Contra surgió como un sketch y terminó imponiéndose con programa propio. Su origen se remonta a los tiempos de Telecómicos, cuando Calabró notó que lo confundían frecuentemente con Alfredo Alcón. El formato era sencillo: un actor o presentador interpretaba su propio papel, mientras Renato —el personaje de Calabró—, despistado y oriundo de Banfield, desconocía a celebridades como Diego Maradona o Susana Giménez, generando situaciones de incomodidad y enojos forzados.
El programa debutó en 1989 bajo el título Toda estrella tiene contra, con Antonio Carrizo como contraparte. La pulcritud de Carrizo contrastaba con el carácter porfiado de Renato, quien amplió su repertorio con la incorporación de su hija Iliana en el papel de Renata, su supuesta hermana italiana, sumando confusión y comicidad.
La improvisación también formó parte de su arte. En una ocasión, al olvidar la letra, Calabró inventó a un mozo imaginario, Pedro, para ganar tiempo. Así nació el saludo “Pedro, mirá quién vino”, que se integró al habla popular como expresión irónica para los recién llegados. Estas frases, junto con su pasión por Villa Dálmine, su vínculo familiar y su cercanía con el público, consolidaron la imagen de un humorista entrañable y un actor inolvidable.

Juan Carlos Calabró no solo marcó medio siglo de humor en la Argentina, sino que también dejó una huella indeleble en el lenguaje y la cultura popular, con personajes y frases que siguen vigentes en la memoria colectiva.