El reencuentro comenzó en medio de risas, miradas cómplices y recuerdos intactos. José María Listorti fue el invitado especial de Otro día perdido, el ciclo que conduce Mario Pergolini en un estudio que olía a historia y nostalgia. Casi podía escucharse el eco de risas antiguas entre las paredes. Había pasado un tiempo considerable, más de 30 años, desde que ambos compartieron ciclo radial, pero la química seguía allí, inviolable, intacta, como una fotografía de juventud guardada en un cajón.
El conductor, con ese tono ácido tan suyo, fue el primero en poner el pasado sobre la mesa. “Ya desde chico era muy divertido, era muy bueno. A mí me vino en combo con Freddy (Villarreal), y fueron de todo, escribieron, movileros, de todo”. Con esas palabras, reconoció el origen común: la radio Rock & Pop, donde un joven Listorti apenas comenzaba a asomarse a un universo que, tal vez entonces, le parecía tan improbable como lejano.
Fue un mundo de primeras veces. Listorti tenía apenas diecinueve años y estudiaba locución en el Cosal cuando empezó a trabajar a la par de Pergolini, quien ya era una referencia en el medio. Solo un año después, se iría de allí para comenzar a trabajar en VideoMatch. El dato emergió entre bromas. Al recordarlo, ambos no pudieron evitar escapar una carcajada: “¿Quién era el otro?”, preguntó Pergolini, fingiendo olvido y desatando la risa general. El viejo juego, la rivalidad –casi mítica– con Marcelo Tinelli, volvió a escena, pero esta vez sin hostilidad, como parte de esa memoria compartida que ya no duele, que solo sirve para reír.
El ambiente se fue poblando de anécdotas y confidencias. A los veinte años, Listorti había iniciado su largo recorrido en la pantalla chica, una etapa que lo marcaría para siempre. En cada evocación, el invitado parecía viajar hacia atrás en el tiempo, encontrando en su yo adolescente el asombro intacto ante cada logro conseguido. El estudio se cubría de esa energía eléctrica que solo generan los recuerdos felices.
No hubo solo risas ni evocaciones ligeras. Pergolini se detuvo un momento para señalar el recorrido de su colega. “Esto uno cuando lo ve en retrospectiva, alguien que quería ser locutor… Qué increíble carrera, la verdad, José María”, admitió con una seriedad que contrastaba con la burla anterior. Hubo un silencio breve, nada incómodo, sino cargado de admiración. La historia de José María –esa carrera en televisión, teatro y radio– parecía de pronto un ejemplo nítido de esos sueños que los adolescentes suelen creer imposibles.
La emoción creció cuando el invitado compartió su reflexión. “Mirá, el otro día cumplimos dos mil programas en la radio, y una de las cosas que dije al final es que cuando uno se marea empieza a pensar en el pibe de dieciséis años que hubiese pagado por estar en una radio como la Pop, le hubiese encantado hacer un teatro como el Rex…”. El estudio se sumió en un murmullo emocionado. “Y entonces, cuando me empiezo a cansar o empiezo a fastidiarme, me retrotraigo y pienso en ese pendejo de dieciséis años que hubiese pagado por estar. Me pasó cuando hice la película, que viste que hacer cine a veces es un embole porque tenés que estar esperando dos horas y a lo mejor te citan y estás sentadito ahí. Y en un momento me estaba por fastidiar y dije: ‘¿Por qué me voy a fastidiar? Si estoy haciendo lo que me gusta’”.

El testimonio desbordó honestidad y gratitud, sentimientos que, por un momento, trascendieron la charla de dos viejos colegas para volverse universal. La idea quedó flotando en el aire: “Hay que empezar a disfrutar, realmente. Porque somos privilegiados, trabajamos de lo que nos gusta, de lo que amamos. Y no sé si todo el mundo tiene esa fortuna. Y cuando te toque, a disfrutarlo.”
El estudio irrumpió en un aplauso espontáneo, cerrando así un reencuentro que fue mucho más que una simple entrevista radial. No era solo el reencuentro de José María Listorti y Mario Pergolini: era también el de todos aquellos que alguna vez tuvieron un sueño adolescente, y encontraron la fortuna de vivirlo.