Desde el 20 de octubre de 2010, cada quinquenio se celebra el Día Mundial de la Estadística. En esta oportunidad vale la pena reflexionar sobre su valor en tiempos de posverdad.
En la era de las redes sociales y la comunicación instantánea, las emociones muchas veces pesan más que los hechos. La llamada posverdad, definida como la distorsión deliberada de la realidad, describe justamente eso: cuando las percepciones personales y los relatos se imponen sobre los hechos verificables. En este contexto, los organismos de estadística enfrentan uno de los mayores desafíos de su historia: sostener la confianza en los datos oficiales en un mundo cada vez más digitalizado, dominado por las opiniones, los rumores y las sensaciones que se comparten en tiempo real.
La batalla por la verdad en tiempos digitales
Cualquier persona con un dispositivo digital hoy puede recopilar datos de Internet –o preguntarle a alguno de los modelos de inteligencia artificial disponibles– e instalar una narrativa en cuestión de segundos. Una cifra fuera de contexto, un gráfico malinterpretado, un recorte parcial de información o una afirmación emotiva pueden viralizarse y condicionar a la opinión pública. Frente a eso, los organismos estadísticos deben redoblar esfuerzos no sólo para garantizar la calidad técnica de sus mediciones, sino también para comunicar en lenguaje claro, sencillo y amigable por qué sus datos son confiables, cómo se construyen y qué representan.
Difundir estadísticas no implica hacer interpretaciones sectoriales ni construir relatos alrededor de los números
Las redes sociales son una oportunidad para acercar la estadística a la población en general, pero también un terreno donde la información compite con la desinformación y las noticias falsas intencionadas. La transparencia metodológica y la pedagogía comunicacional son claves para que los datos oficiales no se diluyan entre las “sensaciones”.
Ahora bien, las estadísticas también configuran un espacio de disputa porque, como toda acción humana, no es ajena a los intereses y a los propios sesgos que tenemos las personas. Difundir estadísticas no implica hacer interpretaciones sectoriales ni construir relatos alrededor de los números. La tarea de las oficinas de estadística es exponer los datos en forma descriptiva, no usarlos para reforzar visiones parciales. La línea entre informar y analizar puede ser sutil, y cruzarla puede erosionar la credibilidad. Por eso, comunicar con claridad, sin inducir conclusiones sesgadas, es tan importante como medir bien. El apego a la verdad en la comunicación es parte esencial de la confianza en la evidencia.
La confianza en las estadísticas oficiales no se impone: es un acuerdo social centenario que se construye con constancia, apertura y coherencia. El servicio estadístico es un bien público que permite entender fenómenos sociales, económicos y demográficos para planificar cursos de acción futuros. No intenta transmitir la realidad específica de una familia, de una empresa o de una persona. Ni tampoco podría.
La estadística es la herramienta que permite pasar del relato a la evidencia
Por eso, los organismos de estadística tienen que ser más que productores de cifras: deben ser garantes de evidencia. Su misión no se limita a medir la realidad, sino a sostener el valor mismo de los hechos cuantificables, atentos a las innovaciones tecnológicas disponibles, a la modernización de los métodos y procedimientos técnicos consensuados internacionalmente, y a las demandas usuarias, cualquiera sea el canal de comunicación para expresarlas.
La independencia técnica, la transparencia de los procesos y el acceso gratuito y equitativo a la información son las mejores defensas frente a la posverdad.
De los relatos a las decisiones basadas en evidencia
Las políticas públicas —y también las decisiones privadas— necesitan basarse en hechos verificables. La estadística es la herramienta que permite pasar del relato a la evidencia. Las decisiones que se apoyan en diagnósticos medibles son más efectivas, más justas y sostenibles.
El sector privado también se beneficia de este enfoque: invertir, producir o innovar con base en información sólida reduce la incertidumbre y mejora la competitividad. La evidencia estadística es, en definitiva, una brújula común para el desarrollo.
En tiempos donde todo parece discutible y las emociones dominan el espacio público, volver a los hechos se convierte en un acto de responsabilidad. Defender los datos no es solo una cuestión técnica: es una tarea democrática que nos involucra a todos. En un mundo de relatos, la estadística es —y seguirá siendo— el lenguaje de la evidencia. Siempre es bueno recordar las palabras del estadístico estadounidense Edward Deming: “Sin datos solo eres otra persona con una opinión”.
El autor es Director del Instituto nacional de Estadística y Censos (INDEC)