La historia del fútbol mundial está repleta de hazañas, pero pocas alcanzan el carácter de leyenda de la que protagonizó Luis Monti. Único en los anales del deporte, Monti fue el primer y hasta ahora el único futbolista en jugar dos finales de la Copa del Mundo, defendiendo los colores de dos países distintos, Argentina e Italia. Su vida y carrera se entrelazan con episodios de gloria, tragedia y coraje bajo circunstancias extremas, convirtiéndolo en una figura inolvidable.
El inicio de la leyenda
Los clásicos rioplatenses entre Argentina y Uruguay suelen ser partidos de alto impacto que trascienden lo futbolístico. Sin embargo, casi un siglo atrás, este encuentro “tensaba” fronteras. La final del Mundial 1930 transformó el Río de la Plata en una auténtica ruta de migración. Se calcula que 35.000 argentinos se apiñaron en veleros de madera e intentaron cruzar el río para asistir a la final. No era solo un partido, era una batalla de honor, con Monti como el referente de una escuadra que cargaba el peso de toda una nación.
Nacido en Buenos Aires en 1901, Monti creció entre los potreros y el rigor del amateurismo. Comenzó su carrera en Huracán, pero fue en San Lorenzo, el eterno rival, adonde se convirtió en emblema, obteniendo tres campeonatos en cinco años y manteniéndose invicto durante 20 meses consecutivos. En la selección argentina debutó en 1924 y, tres años más tarde, se coronó campeón sudamericano en Perú, forjando una enemistad deportiva con Uruguay tras una ajustada derrota en la final de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928.
El Mundial de 1930 en Montevideo, organizado por FIFA, fue el escenario perfecto para plasmar su temperamento. Monti era temido y al mismo tiempo idolatrado, al punto de que desde las tribunas uruguayas era el villano favorito. “La brutalidad del primero durante el torneo acentuó el odio que los uruguayos sentían por sus inoportunos invasores. Monti, en efecto, rompió huesos a los rivales contra Francia, dientes contra Estados Unidos y provocó una reyerta multitudinaria contra Chile”, describió el ente internacional del fútbol.
El camino de Argentina a la final no fue sencillo. En el debut, Monti marcó de tiro libre ante Francia, convirtiéndose en el primer argentino en anotar en mundiales, y volvió a convertir ante Estados Unidos en la semifinal, destacando por su incansable despliegue, su fortaleza física y sus “varios corazones en un único cuerpo”, como lo describió el periodista Giglio Panza para Tutto Sport.
La definición ante Uruguay fue una verdadera batalla psicológica. Según narra El Gráfico, Monti recibió “una carta que lo amenazaba de muerte a él y a su familia” y pidió no jugar, pero la lesión de Adolfo Zumelzú dejó sin opción a los entrenadores. “Tuve mucho miedo cuando jugué ese partido porque me amenazaron con matarme a mí y a mi madre. Estaba tan aterrado que ni pensé que estaba jugando al fútbol. Lamentablemente, perjudiqué a mis compañeros”, confesaría años después Monti.
Argentina iba ganando 2-1 en el descanso, pero Uruguay reaccionó en la segunda mitad y se impuso por 4-2. Con la derrota, Monti quedó señalado como el responsable máximo por el periodismo y los hinchas albicelestes, mientras la policía debió escoltar a los jugadores entre disturbios armados.
Del potrero al calcio
La vida de Monti dio un giro crucial tras el Mundial. “No le fue difícil aceptar la oferta de la Juventus para jugar en el Calcio”, destacó El Gráfico. Pero, inmerso en el amateurismo marrón, debió esperar un año hasta que el fútbol se profesionalizara. A los 30 años llegó a un club incrédulo ante su sobrepeso, pero demostró su temple: entrenó con rigor y transformó su juego, resignando velocidad para ganar presencia de líder.
Monti fue pieza clave del legendario Quinquenio de Oro de la Juventus, que dominó Italia entre 1930 y 1935, conquistando cuatro Scudetti y la Copa Italia en 1938, bajo la conducción de Carlo Carcano. “Fue un centrojás de la vieja escuela capaz de ocupar varios puestos y funciones al mismo tiempo”, resalta la crónica, ganando fama como “El León Azul” y “El Terror”.
Con el Mundial de Italia 1934 en el horizonte, Monti fue nacionalizado junto a otros argentinos para fortalecer a la Azzurra, en un proceso impulsado por Benito Mussolini. “No sé cómo lo harán, pero Italia debe ganar este campeonato. Es una orden”, relatan las fuentes que sentenció “il Duce” respecto al torneo que debía consagrar a su nación en casa.
Cuatro años después: otra final del mundo pero con distintos colores
Italia debutó en el Mundial con una contundente victoria sobre Estados Unidos. Monti, fiel a su estilo, impuso respeto en los duros cruces. En cuartos, ante España, lesionó a Ricardo Zamora, y en semifinales, la Azzurra superó al maravilloso equipo austríaco. El camino no estuvo exento de violencia, presión y temor.
La final ante Checoslovaquia fue precedida, una vez más, por amenazas. “Mi abuelo nos contaba a menudo que tuvo que jugar dos finales de la Copa Mundial bajo amenaza. En 1930, querían hacerle daño si ganaba. En 1934, querían perjudicarlo si perdía”, contó la nieta de Luis en una entrevista con la FIFA. Afortunadamente para Monti, Italia ganó en tiempo extra con gol de Angelo Schiavio y el título quedó en manos de Mussolini.
Al concluir el partido, Monti no solo había sobrevivido físicamente, sino que había realizado un hito irrepetible: defender dos países en finales de la Copa Mundial de la FIFA™. “Un reconocimiento que enorgullecería a cualquiera, salvo a él. Razones para maldecir su suerte no le faltaban. En Uruguay lo mataban si ganaba. En Italia, si perdía”, sentencia El Gráfico.
El legado de un hombre único
Monti siguió su carrera en Italia hasta 1939, y en la selección hasta 1936. Más tarde, incursionaría como entrenador, aunque nunca volvió a brillar como en el campo, retirándose definitivamente tras la guerra. Retirado de las canchas, Doble Ancho tuvo una breve etapa como entrenador. Dirigió en Italia a equipos como Triestina (1939-1940); Juventus FC (1940-1941); Varese (1942-1944); Atalanta (1945-1947); Vigevano (1947) y Pisa Calcio (1949-1950). Aunque entre 1947 y 1948 volvió a Argentina para tener un breve paso como técnico de Huracán.
Luego de ello, mantuvo una vida de muy bajo perfil. Murió el 9 de septiembre de 1983, a los 82 años.