Las últimas proyecciones demográficas sugieren que la población mundial alcanzará un máximo en las próximas décadas para luego iniciar un descenso sostenido, ante la caída global de la tasa de natalidad. Según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el punto más alto se registrará en 2084, con 10.300 millones de habitantes, aunque algunos expertos consideran que el máximo podría producirse antes si las tendencias actuales continúan. Los especialistas advierten que la disminución de la fertilidad ya se observa en todos los continentes, incluida África, y afecta tanto a países ricos como a emergentes.
La tasa de fertilidad, entendida como el número promedio de hijos por mujer, descendió de forma acelerada en las últimas décadas. Conforme datos recientes, dos terceras partes de la población mundial reside en países donde dicho número está por debajo de la llamada tasa de reemplazo, que se estima en 2,1.
En ese sentido, ciudades como Bogotá presentan una tasa inferior a un hijo por mujer (0,91), cifra menor incluso que la de Tokio (0,99). Esta tendencia señala un cambio demográfico de magnitud, opuesto al temor predominante durante el siglo XX por la superpoblación.
En su libro La Bomba Demográfica de 1968, el biólogo Paul Ehrlich advirtió que el rápido crecimiento de la población conduciría al agotamiento de los alimentos y a millones de muertes por hambre, y propuso controles de natalidad estrictos. Sin embargo, el panorama actual se invierte y el debate global gira hacia las consecuencias de una posible implosión demográfica, definida por el sostenido descenso del número de habitantes. Incluso figuras públicas como Elon Musk alertaron sobre una crisis civilizatoria a consecuencia de las bajas tasas de natalidad.
Las proyecciones oficiales de la ONU sustentan sus datos en supuestos según los cuales la caída de la fertilidad en países con bajas tasas se estabilizará o repuntará en el corto plazo, mientras el descenso en países de alta natalidad será más paulatino.
De acuerdo con analistas internacionales, si esas hipótesis resultan demasiado optimistas y las tendencias actuales persisten solo una década adicional, el pico de población mundial podría producirse en 2065, con 9.600 millones de personas, para descender después a 8.900 millones en 2100.
La disminución de la población traerá múltiples desafíos económicos y sociales. Una menor cantidad de habitantes implica menos fuerza de trabajo disponible, con repercusiones sobre la innovación, la productividad y los sistemas de seguridad social. Las deudas públicas generarán mayor presión fiscal sobre una proporción creciente de personas mayores.
Las ciudades grandes podrán adaptarse con mayor facilidad, pero en localidades pequeñas podría registrarse la desaparición de escuelas y servicios esenciales. La estructura etaria también sufrirá transformaciones, con una marcada tendencia hacia el envejecimiento poblacional.
El temor por la reducción demográfica adopta diferentes matices. Desde el punto de vista económico, existe preocupación por una posible desaceleración del avance científico, la especialización laboral y la aparición de mercados o comunidades diversas.
La adaptación de las sociedades frente al descenso demográfico tendrá componentes positivos. Los avances tecnológicos, como la inteligencia artificial, podrían compensar la menor disponibilidad de mano de obra humana y potenciar la productividad. Asimismo, la prolongación de la vida saludable permitiría que los adultos mayores se mantengan activos durante más tiempo en el mercado laboral. Organismos internacionales y analistas destacan la importancia de políticas que favorezcan la integración de la mujer al trabajo y el mejor aprovechamiento del capital educativo de las nuevas generaciones.
Las proyecciones más recientes también alertan sobre importantes transformaciones regionales. India mantendría niveles estables durante un periodo más prolongado. Europa y Estados Unidos podrían evitar una contracción más acentuada del número de habitantes adoptando una política de inmigración abierta, aunque esta posibilidad depende de los consensos políticos internos. África, una región asociada a altas tasas de natalidad, registra cifras en descenso y podría experimentar una ralentización de su crecimiento demográfico en las próximas décadas.
Especialistas y organismos como la ONU consideran que, aunque el envejecimiento y la caída de la población implican desafíos significativos, las visiones catastrofistas no se corresponden con las evidencias actuales. El caso de Japón ilustra esta afirmación: pese a mostrar una disminución constante de habitantes desde hace casi veinte años, el país ha experimentado incremento en su calidad de vida y estabilidad social.
Según el consenso de las fuentes consultadas, la disminución demográfica impondrá la necesidad de revisar sistemas de pensiones, adaptar la atención social y reformular estrategias económicas, pero no constituye un motivo para el pánico.
Las sociedades deberán prepararse para responder a un entorno de menor crecimiento y mayor longevidad, una transformación que, lejos de resultar devastadora, ofrece oportunidades para la innovación y el rediseño de modelos sociales y productivos.