La serie Mussolini: hijo del siglo, cuyos dos primeros capítulos se estrenaron esta semana en Mubi (y así será semanalmente), es un torbellino de imagen y sonido que aturde los sentidos en su afán por contar a todo volumen y a toda velocidad, la historia de un personaje central en la historia del siglo XX.

El uso de recursos multimedia experimentales, la presencia de un tono brutal y directo y la representación del personaje central con intensidad marcadamente angustiante constituyen los ejes de la serie dirigida por Joe Wright (reconocido por su depurada versión de Orgullo y prejuicio de Jane Austen, y también por su semblanza de Winston Churchill en Las horas más oscuras). Aquí la narrativa salta desenfrenadamente -lo cual no siempre es bienvenido, hay que decirlo- de una puesta teatral, al cine propiamente dicho, e incluso con cierto guiños a la ópera y el musical.

Wright desdibuja los límites tradicionales de género para construir una experiencia audiovisual singular que evade deliberadamente cualquier formalidad narrativa. El guion de Stefano Bises -responsable de The Young Pope, Gomorra y la extraordinaria Esterno notte de Marco Bellocchio- está inspirado en la biografía de Antonio Scurati que lleva el mismo título de la serie. Y logra estructurar la historia con una aproximación que, lejos de la sutileza, opta por exponer con fuerza la figura de Benito Mussolini y el ambiente que lo rodeaba en la Italia de la segunda década del siglo XX.

La narrativa de la serie fusiona teatro, cine, ópera y musical para retratar la Italia de la segunda década del siglo XX

Desde la perspectiva formal, la serie se configura como una performance multimedia en la que, aunque no se trata estrictamente de un musical, la puesta en escena, el ritmo de los planos y las canciones o marchas políticas entonadas por los militantes le otorgan ese aire. Brotan las referencias estéticas: el vértigo que imprimió Baz Luhrman en Romeo y Julieta o Moulin Rouge, la ensoñación que propone Paolo Sorrentino en La gran belleza e incluso los videoclips que David Fincher o Floria Sigismondi realizaban en los años 90, para David Bowie a Marilyn Manson.

Contribuye especialmente al estruendo general, una disruptiva banda de sonido compuesta por Tom Rowland (The Chemical Brothers, nada menos) que contribuye a la intensidad emocional y sensorial del relato: fascismo Big Beat.

En medio de semejante locura, de la historia y del personaje, Luca Marinelli realiza un tour de force actoral pocas veces visto en el tiempo reciente. El recurso de mirar a cámara para contar la historia a modo de autobiografía, potencia el efecto anfetamínico del relato. “Transformemos el miedo en odio”, dice a cámara y una brisa helada sale de la pantalla del dispositivo que sea, justamente en 2025, en los tiempos de Donald Trump y los esforzados aprendices que pululan en espacios de poder alrededor del mundo, Sudamérica incluida.

El guion de Stefano Bises expone con fuerza la figura de Mussolini y el ambiente político que lo rodeaba

He ahí el otro punto fundamental, inquietante, que transmite esta serie. Cuenta la historia de un hombre enloquecido de audacia, capaz de las mayores bajezas -públicas y privadas-, y de cómo supo encantar a un país. Así fue el experimento que emprendieron los italianos hace cien años mientras la democracia se desintegraba a paso redoblado. La resonancia con el presente no es mera coincidencia ni casualidad. El relato documenta el ascenso vertiginoso de Mussolini, quien partió como líder de un grupo de jóvenes descontentos, hasta alcanzar el control total del Estado en tan solo seis años. Así la serie se posiciona como “un manual introductorio de autoritarismo”, capaz de mostrar las estrategias y acontecimientos que permitieron la consolidación de un poder totalitario.

Para contar semejante historia, Joe Wright emplea referencias estéticas marcadas por el expresionismo alemán -surgido en esa misma época- para construir un relato de múltiples niveles y perspectivas. Abundan los planos angulados, las actuaciones exageradas (nadie habla, todos gritan) y un protagonista que comenta a cámara, en tono mordaz, las peculiaridades de sus actos políticos. Ese enfoque muestra su verdadera intención: capturar no solo hechos, sino el espíritu de una época convulsa que se parece peligrosamente al presente.

[Fotos: prensa Mubi]