Martín Varsavsky vinculó su transformación ideológica a la experiencia del exilio y al desencanto con el progresismo

Martín Varsavsky, empresario y referente de la innovación, publicó en la red social X un extenso texto en el que detalló su “giro a la derecha”. Desde el título de su publicación, que encabezó con la frase “Mi giro a la derecha”, expuso los motivos y recuerdos que marcaron su transformación ideológica. Varsavsky se definió a sí mismo como un producto de un ambiente donde “ser progresista no era una opción: era la única manera aceptable de mirar el mundo”. Sostuvo que durante años, la pertenencia a ese sector le permitió “ser una buena persona sin necesidad de demostrar nada más”.

El empresario vinculó su viraje con una reflexión sobre la “mochila invisible” que, según él, el progresismo le impuso. Nombró como principal motivo la “culpa histórica”. Recurrió a su condición de argentino de origen europeo, blanco y occidental para reforzar la idea de que sentía una presión por cargar con “la idea de que mis antepasados eran culpables de todo lo malo: la esclavitud, el colonialismo, la opresión”. Aclaró que nunca había esclavizado ni colonizado a nadie, pero expuso que su entorno asoció esos hechos con las tradiciones occidentales y el propio progreso. También expresó: “Lo que nunca se mencionaba era que la esclavitud existía mucho antes de Occidente, que reinos africanos vendían esclavos a comerciantes musulmanes durante siglos, y que fue Occidente quien abolió esa práctica inmoral”. En ese sentido, recordó que “Gran Bretaña prohibió la trata en 1807 y destinó su marina a liberar esclavos en África. Estados Unidos libró una guerra civil que costó más de 600.000 vidas para acabar con esa institución”.

La “culpa climática” fue otro de los ejes que identificó. En su relato, Varsavsky evocó su paso por el sector energético como fundador de Eolia Renovables. Vinculó su experiencia con la instalación de aerogeneradores en Castilla, España, y el reemplazo de campos agrícolas por infraestructuras para la generación de energías limpias. “Donde antes había campos de trigo dorado y llanuras limpias, ahora había un parque industrial disfrazado de campiña”, afirmó. Habló sobre la expansión de paneles solares en Andalucía que desplazaron olivares de gran tradición histórica: “Olivos que habían dado sombra a generaciones convertidos en chatarra, sustituidos por una estética metálica y fría”. Varsavsky vinculó esos cambios, en ese contexto, a la intención de “salvar al planeta”, y subrayó que su motivación tuvo origen en el miedo a un supuesto colapso: “Vi el documental de Al Gore, escuché a Greta Thunberg, leí titulares que prometían un planeta devastado en diez años. Sentí miedo”, recordó.

El largo posteo de Varsavsky

Con tono autocrítico sobre su pasado, aclaró que su participación en el sector de la energía renovable implicó intentar “pagar culpas por mis emisiones”. Admitió: “Era una especie de indulgencia moderna: contamino, pero planto molinos”. Sin embargo, en su evaluación del presente, resaltó supuestas consecuencias negativas: “El resultado lo conocemos: apagones, facturas de luz duplicadas, una red eléctrica inestable y ancianos que mueren en olas de calor […] porque no pueden pagar el aire acondicionado”. Para Varsavsky, la receta del “ecologismo extremo” provocó “el costo humano, económico y cultural de esa utopía verde”.

Varsavsky sostuvo que al distanciarse del progresismo se liberó de la “angustia climática”. Planteó que “el planeta siempre ha cambiado” y propuso como alternativa: “La respuesta no es sacrificar nuestra prosperidad”.

Un tercer motivo estuvo relacionado con la cuestión identitaria. Relató: “Ser progresista significaba mirar la bandera con sospecha, despreciar mi judaísmo, desconfiar de la policía, ridiculizar a las fuerzas armadas”. Explicó que esa visión generó una “paradoja absurda”: símbolos e instituciones nacionales aparecían como amenazas. Andreó este tópico a su propia biografía: como argentino viviendo en España, sintió que el ambiente le pedía negar las raíces europeas del país de origen. “El progresismo me pedía que negara la evidencia: que Argentina es hija de España y de Europa”. A través de descripciones de la arquitectura y el tejido social porteño, subrayó: “Caminar por la Recoleta es caminar por una Europa en miniatura trasplantada al Río de la Plata”.

La trayectoria de Varsavsky está marcada por el exilio temprano. A los 17 años emigró de la Argentina, poco tiempo después de la explosión de una bomba cerca de su casa y del secuestro y asesinato de su primo David Horacio Varsavsky por la dictadura. Explicó que su familia tuvo que salir del país “urgente a Nueva York”, y relató amenazas y robos sufridos en visitas posteriores a Buenos Aires, así como donaciones personales que terminaron desviadas por autoridades locales. En sus palabras: “Afuera de la Argentina no he tenido un problema de gravedad en mi vida comparable a lo que viví”. Relató que por muchos años intentó ayudar al país, pero finalmente decidió cortar sus visitas: “Antes iba y trataba de hacer todo lo que podía por mi país. Pero hace un par de años decidí que le dejaba la batalla a otros porque para mí, el contraste de lo feliz que es mi vida afuera con la seguidilla de cosas tristes que me ocurrieron en Argentina era y es muy grande. Así que ya no voy a Buenos Aires”.

Varsavsky aseguró estar desencantado con el progresismo (@martinvars)

En la publicación de X, Varsavsky también abordó su labor al frente de desarrollos biotecnológicos en fertilidad. Describió su rol como cofundador de Prelude Fertility, el nacimiento de más de 300.000 bebés gracias a la red de clínicas en los Estados Unidos, y su participación en Overture Life y Gameto, enfocadas en innovación y robótica médica. A partir de esta experiencia, advirtió sobre lo que denominó una “crisis de fertilidad”: “España tiene una de las tasas más bajas de natalidad del mundo: apenas 1,2 hijos por mujer. Italia y Portugal no están mejor. Alemania y Europa del Este también caen en picado. En Estados Unidos, la tasa de reemplazo —2,1 hijos por mujer— hace tiempo que no se alcanza: hoy está en torno a 1,6”. Añadió: “Es la primera vez en la historia de Occidente que, sin guerras ni pestes, una civilización empieza a reducir su población de forma voluntaria”, e interpretó los datos como muestra de una “culpa auto-suicida” que definiría el clima de época.

El discurso de Varsavsky hizo foco en esa relación entre cultura y natalidad, sostenida, según sus palabras, por una “infertilidad cultural”. Advierte: “El progresismo ha convencido a generaciones enteras de los herederos de occidente que tener hijos es sospechoso, irresponsable o incluso inmoral. Se les repite que el mundo está sobrepoblado, que los hijos destruyen el planeta, que la maternidad es opresión”. Aseguró que “una cultura que debería animar a proyectar vida futura les dice, en cambio, que no vale la pena traer hijos al mundo”.

Varsavsky remarcó que, en 2024, “solo Nigeria tuvo más bebes que Estados Unidos y la Unión Europea sumados”, y vinculó ese número al desánimo de Occidente: “Donde hay orgullo, hay hijos; donde hay culpa, hay vacío”. Comparó su experiencia como empresario biotecnológico con la crisis demográfica: “Las ideas progresistas están minando la capacidad misma de Occidente de seguir existiendo. Antes tener 7 hijos me da a culpa. Ahora lo considero mi contribución más importante a una sociedad en auto destrucción”.

El empresario expuso cifras y referencias a estudios internacionales para describir diferencias en el bienestar psicológico y los hábitos familiares entre simpatizantes de derecha e izquierda. Resaltó que en Estados Unidos “el 45 % de los conservadores se declaran ‘muy felices’, frente al 30 % de los progresistas”. También indicó que “más de la mitad” de quienes se perciben como poseedores de “excelente salud mental” se identifican con la derecha, con un porcentaje sensiblemente menor entre quienes se identifican con la izquierda. Citó el European Social Survey para apuntar que “los votantes de derecha expresan más orgullo nacional y cultural, y ese orgullo se traduce en mayor bienestar psicológico”.

En el caso argentino, contrastó lo que definió como entusiasmo y fe en el futuro entre los votantes de Javier Milei y un “clima de agravios, de injusticias, de culpas” en los simpatizantes de Cristina Kirchner. Como empresario y fundador de compañías en el exterior, afirmó: “La vida se construye mirando hacia adelante, no flagelándose por el pasado. El progresismo me dio culpas: la culpa de ser blanco, la culpa de emitir CO₂, la culpa de amar mis símbolos, la culpa de querer tener hijos. La derecha me devolvió orgullo: orgullo de mi civilización, orgullo de mi historia, orgullo de mi capacidad para mejorar lo que tengo cerca”.

A lo largo de su exposición, Varsavsky definió su transformación ideológica como una liberación. Escribió: “Hoy puedo decirlo con claridad: salir del progresismo no fue solo un cambio ideológico, fue una liberación emocional y espiritual. Fue sacarme de encima una carga de culpas para poder avanzar con esperanza”.