Entre estrenos cinematográficos, avant premieres y viajes alrededor del mundo, Natalia Oreiro celebra el reciente lanzamiento de La mujer de la fila, un film que aborda las dificultades que atraviesan las familias de personas detenidas en Argentina. En ese marco de festejo, por las buenas críticas que recibe la película, la actriz disfruta de un gran presente laboral. Sin embargo, para llegar a este punto, la artista debió enfrentar diferentes obstáculos a lo largo de su carrera. Fue así como, en las últimas horas, la figura del espectáculo recordó el día en el que un médico le recomendó cambiar de carrera.
“Una vez me dijo un médico, que era japonés y no sabía quién era yo, me dijo que yo estaba muy triste. Era un médico, un iriólogo…”, comenzó diciendo Oreiro en una charla con El País. Acto seguido, la artista continuó relatando la charla con el especialista encargado de analizar el iris de su ojo: “Yo he tenido altos y bajos como todas la personas, Pero en ese momento, no era un año particularmente triste, o un momento de tristeza en mi vida. Y yo le decía: “No, yo estoy bien”. E insistía con eso, hasta que en un momento le dije: “¡Ah, no! Yo soy actriz y mi personaje, yo estaba haciendo una serie, está llorando mucho todos los días porque tiene una circunstancia”. Me dice: “Cambie de profesión””.
Fue entonces cuando Oreiro mostró la cara de sorpresa que puso en ese momento, y luego comentó la explicación que le había dado el médico: “Porque me dice: “Porque usted le manda una información al cerebro o a su cuerpo de que está llorando y está sufriendo y su cuerpo no puede decir: “Ah, porque usted es actriz”. No lo puede disociar”. Pero, ¿sabés que es interesante? Porque después escuchás a gente que te dice: “Cuidado con lo que mirás”, viste. Si ves películas de terror o mucho noticiero violento, donde todo es violencia, te genera esa sensación. Hay que tener cuidado con lo que uno ve».
La película La mujer de la fila, dirigida por Benjamín Ávila y protagonizada por Natalia Oreiro, aborda las dificultades que atraviesan las familias de personas detenidas en Argentina. El film, basado en hechos reales y ambientado en la cárcel de Ezeiza, sigue a una madre que se convierte en activista tras el arresto inesperado de su hijo, en un contexto dominado por la burocracia y la injusticia.
La protagonista, Andrea Casamento, enfrenta una transformación forzada cuando su hijo, Gustavo, resulta apresado. La película expone el impacto del sistema penitenciario argentino sobre los allegados de los internos, focalizándose en experiencias de humillación y desgaste emocional durante el proceso de visitas y trámites. La recreación de las condiciones carcelarias estuvo respaldada por rodajes en la propia prisión de Ezeiza, lo cual buscó dotar de realismo a la narrativa.
El guion de la obra incorpora relatos genuinos de mujeres que transitan la experiencia de acompañar a familiares privados de libertad. Esta perspectiva permitió recrear la angustia ante las revisiones y los obstáculos cotidianos que enfrentan quienes se ven forzados a integrarse al universo carcelario. Durante el desarrollo de la historia, la relación entre Andrea y otras mujeres en la fila adquiere especial relevancia, reflejando la construcción de una red de apoyo surgida de la adversidad compartida.
Andrea, la mujer cuya historia inspira La mujer de la fila, conoció la cárcel de Ezeiza en 2004, cuando siguió desesperadamente hasta allí a la camioneta que trasladaba a Juan, su hijo mayor: lo llevaban preso por error, acusado de un robo que no había cometido. ¿El presunto botín?: cuatro empanadas.
Juan, que ahora tiene 39 años, es peluquero y tiene un emprendimiento gastronómico, había salido a comer y tomar algo con su novia a un bar de Plaza Serrano. “Terminaron de comer, pagaron y salieron, y enseguida salió el dueño a los gritos, diciendo que alguien le había robado y que lo habían golpeado. Y un policía que estaba ahí agarró enseguida a mi hijo y a su novia, y los dio inmediatamente por culpables. El verdadero responsable se había ido en otra dirección”, contó Andrea en diálogo con Infobae.
“Juan estuvo preso seis meses hasta que fue liberado porque se demostró su inocencia. Tuvimos suerte: esos procesos pueden demorar dos años o más. Creo que fue porque tuvimos un buen abogado, porque vivimos de este lado de la General Paz, porque somos de clase media y porque no damos con el estereotipo. Todo eso diría que nos ayudó. No debería, pero así funciona”, describe Andrea, que además de Juan y de Joaquín, tiene dos hijos más: Agustín y Belén.