El ascenso de Thutmose III marcó el inicio de una transformación pocas veces vista en la historia antigua. Con solo 25 años, este joven faraón asumió el mando de Egipto en un momento de crisis y tensiones políticas. Tras la muerte de la reina Hatshepsut, estallaron rebeliones en el Levante y el futuro del país quedó en entredicho. Por primera vez, el poder de Egipto dependía de las decisiones y el coraje de un gobernante casi sin experiencia militar. La clave estaría en una batalla decisiva en Megiddo, donde Thutmose, con determinación y audacia, sentó las bases para convertir a Egipto en la superpotencia de la región.
La muerte de Hatshepsut abrió paso a una ola de rebeliones en el Levante. Según detalló National Geographic, Thutmose III, con poco tiempo en el trono, debía probar su habilidad como líder militar frente a una coalición poderosa. El joven faraón reunió a su ejército en Tjaru, una fortaleza fronteriza en el delta oriental, y salió al encuentro del enemigo. Aunque no existen datos precisos del número de soldados que participaron, la mayoría de los especialistas estima que el ejército egipcio sumaba miles de hombres, incluyendo probablemente a soldados acuartelados tanto en Egipto como en territorios asiáticos.
Según los registros grabados en Karnak, el ejército recorrió la Ruta de Horus, una travesía de unos 200 kilómetros desde Egipto hasta Gaza, en tan solo diez días. Los soldados marcharon un promedio de 20 kilómetros diarios para alcanzar la región de Yehem, a unos 40 kilómetros de Megiddo. Allí, Thutmose y sus generales analizaron las opciones para acercarse a la ciudad: una ruta norte, una ruta sur o el peligroso paso de Aruna, una garganta estrecha y propicia para emboscadas. La mayoría de los mandos aconsejó evitar ese paso, pero el faraón decidió lo contrario. Juró ante el dios Amón-Ra que lideraría su ejército por la senda más riesgosa, convencido de que así demostraría valor y tomaría por sorpresa a sus enemigos.
De acuerdo a las inscripciones en el Templo de Amun-Re, la táctica de Thutmose fue tan audaz como inesperada. Sus enemigos, seguros de que nadie se atrevería a cruzar el paso, solo desplegaron tropas en las otras dos rutas. El ejército egipcio consiguió atravesar el desfiladero de Aruna en apenas un día y situó a sus fuerzas al frente del valle de Qina, tomando por sorpresa a los defensores de Megiddo, indicó National Geographic.
La batalla final se desencadenó al amanecer del día siguiente. El ejército egipcio se organizó en tres unidades y avanzó en formación de media luna hacia el campamento enemigo al sur de la ciudad. El caos se apoderó de los defensores: muchos arrojaron armas, caballos y carros decorados en oro y plata, huyendo hacia Megiddo y escalando sus murallas con la ayuda de quienes protegían la ciudad. Los textos egipcios conservan con cierta amargura la observación de que, si las tropas egipcias no se hubieran dedicado a saquear el campamento, podrían haber tomado la plaza de inmediato.
El asalto directo a Megiddo resultó imposible. Los egipcios optaron por rodearla y construir fortificaciones con madera de la zona. El asedio, según las crónicas, duró siete meses. Durante ese periodo, cortaron el suministro de alimentos y agua, y limitaron al máximo cualquier intento de huida o refuerzos para los sitiados. Finalmente, la ciudad se rindió y el faraón capturó a numerosos gobernantes, aunque el príncipe de Kadesh, líder de la coalición, logró escapar.
Según los registros oficiales, las pérdidas enemigas resultaron modestas: 83 muertos y 340 prisioneros relevantes, aunque probablemente solo se contaron figuras de alto valor político o militar. El botín, en cambio, fue considerable. El ejército egipcio capturó 2.041 caballos, 924 carros de guerra —algunos ornamentados con metales preciosos—, 200 armaduras, y más de 500 arcos compuestos, una tecnología avanzada y codiciada en la época, junto con reservas de ganado y provisiones para sostener futuras campañas.
La conquista de Megiddo consolidó el control egipcio en amplias zonas de lo que hoy es Israel y los territorios palestinos. Según los análisis de National Geographic, este triunfo, además de reforzar la autoridad de Thutmose III, permitió a Egipto contar con nuevos puntos de partida para avanzar hacia Mesopotamia. Embajadas extranjeras enviaron lujosos regalos a Tebas con la esperanza de ganarse la benevolencia del faraón victorioso.
Thutmose III confió la administración de las tierras sometidas a oficiales como el general Djehuty, quien, según la tradición egipcia, protagonizó después la famosa toma de Joppa —actual Jaffa— al introducir soldados en la ciudad ocultos dentro de cestos. Esta historia, que conferiría fama mítica al general, anticipó el famoso episodio del caballo de Troya y, según algunos, alimentó leyendas posteriores como la de “Ali Babá y los cuarenta ladrones”.
Según las crónicas conservadas en el templo de Karnak, el gobierno de Thutmose III no solo se consolidó en territorio cananeo. En los casi veinte años que siguieron a la victoria de Megiddo, Egipto lanzó otras campañas en Siria, capturó puertos estratégicos y ciudades como Ullaza y Simyra, y llegó a combatir en los dominios del imperio Mitani. Esta política expansionista garantizó rutas de comunicación y abastecimiento, así como la consolidación de la influencia egipcia en Asia occidental.
Aunque las inscripciones de Karnak enfatizan el carácter heroico y casi mítico de Thutmose III, muchos historiadores consideran que la batalla de Megiddo representa una de las primeras confrontaciones bélicas bien documentadas de la historia. La victoria del joven faraón supuso el punto de partida del auge egipcio como superpotencia regional, inaugurando una nueva etapa de dominio político, militar y económico en el antiguo Oriente Próximo.
El recuerdo de la batalla de Megiddo sobrevivió no solo en crónicas y arte egipcio, sino también como fuente de relatos y leyendas. Más allá de la hazaña militar, el acontecimiento transformó el mapa geopolítico de la región y dio inicio a una era de esplendor para Egipto bajo el gobierno de uno de sus líderes más recordados.