El impacto de Bring It On (A por todas en España y Triunfos robados en Hispanoamérica) en la cultura popular estadounidense se percibe con nitidez en la forma en que generaciones de cheerleaders (término que se usa para referirse quienes hacen animación o “porrismo”) han hecho suyas las frases y rutinas de la película, incluso un cuarto de siglo después de su estreno. Hailey D’Lynn Smith, considerada una de las mejores animadoras del mundo con tres títulos mundiales junto al equipo nacional de Estados Unidos y campeonatos consecutivos de acrobacias, lo resume así: “Todo el mundo cita la película, todo el tiempo” en sus equipos. Esta apropiación colectiva revela la vigencia de una obra que, más allá de su apariencia ligera, redefinió la percepción del cheerleading y de quienes lo practican.
En el año 2000, Bring It On irrumpió en las salas de cine con la historia de Torrance Shipman, capitana de los Toros, interpretada por Kirsten Dunst. Aunque la trama inicial parece centrarse en la competencia por el campeonato nacional, la película dirigida por Peyton Reed y escrita por Jessica Bendinger aborda cuestiones mucho más profundas. El guion expone cómo el equipo de una escuela secundaria blanca y acomodada de San Diego descubre que sus anteriores capitanas habían plagiado las rutinas de las Clovers, un grupo de animadoras de una escuela de East Compton. La capitana de las Clovers, Isis (Gabrielle Union), lo expresa con contundencia: “Cada vez que conseguimos algo, ahí vienen ustedes a robarlo, poniéndole cabello rubio y llamándolo diferente. Hemos tenido el mejor equipo durante años, pero nadie ha podido ver lo que podemos hacer”.
La reacción de Torrance ante esta revelación marca el eje ético de la película. Decide que su equipo debe crear una rutina original y, en un intento de reparar el daño, busca que la empresa de su padre patrocine a las Clovers, quienes nunca habían contado con los recursos para competir a nivel nacional. Las Clovers rechazan lo que denominan “dinero de culpa” y logran llegar a la final por sus propios medios. En la competencia, ambas escuadras se enfrentan, pero el desenlace desafía las expectativas: los verdaderos desvalidos, las Clovers, se alzan con la victoria. El guion evita así la solución fácil de premiar a los Toros, presentados como los supuestos “underdogs”, y reconoce el mérito de quienes históricamente habían sido invisibilizados. El medio The Washington Post señala que, en la actualidad, un desenlace así sería calificado de “woke” por ciertos sectores mediáticos.
El legado de Bring It On reside también en su capacidad para dignificar el cheerleading como disciplina atlética. Hasta entonces, el cine y la televisión solían reducir a las animadoras a meros adornos en los partidos de fútbol americano. La película, en cambio, las presenta como deportistas completas. En una escena, Torrance explica a Missy Pantone (Eliza Dushku), la nueva integrante del equipo: “¿Alguna vez has ido a una competencia de animadoras? No, no a un partido, esos son como prácticas para nosotras. Hablo de un torneo. Cámaras de ESPN por todas partes. Cientos de personas animando”. Describe a las animadoras como gimnastas, “excepto que sin barras, sin viga, sin salto”. En el año 2000, esta visión resultaba novedosa.
El paso del tiempo ha transformado el cheerleading. Las acrobacias que en la película parecían espectaculares hoy resultan modestas frente a las rutinas actuales, que incorporan maniobras de riesgo y destrezas propias de la gimnasia olímpica. El deporte ha evolucionado hacia una mayor exigencia física, con menos énfasis en los cánticos y bailes tradicionales y más en la acrobacia de alto nivel.
La influencia de Bring It On se extiende más allá de la pantalla. Las animadoras que acudieron al cine en 2000 ahora tienen hijas e hijos en equipos de cheerleading, y quienes nacieron después del estreno, como Smith, consideran la película un clásico. Smith destaca que la cinta “predijo algunas de las rivalidades más intensas que se han visto en el cheerleading real”, como las documentadas en la segunda temporada de Cheer, la serie de Netflix sobre equipos universitarios de Texas.
Ninguna de las seis secuelas de Bring It On, lanzadas directamente a video o televisión entre 2004 y 2022, logró igualar el impacto del original. Tampoco lo consiguió el musical derivado de 2012, a pesar de sus dos nominaciones a los premios Tony y la participación de Lin-Manuel Miranda. Otras producciones centradas en el cheerleading han quedado lejos en términos artísticos, deportivos y éticos. La serie documental Cheer se vio envuelta en escándalos tras la condena de uno de sus protagonistas por delitos de pornografía infantil, mientras que America’s Sweethearts, también en Netflix, retrata al equipo de animadoras de los Dallas Cowboys, que en realidad funciona más como un grupo de baile, sin acrobacias.
El guion de Bring It On no está exento de críticas. Los estudiosos del cine han señalado la presencia de homofobia casual, un rasgo común en las películas adolescentes de la época Y2K. A pesar de estas limitaciones, la película ha dejado frases memorables, como “Esto no es una democracia, es una cheerocracia”, y cánticos que siguen presentes en la memoria colectiva: “Brrrr / hace frío aquí / debe haber Toros en la atmósfera”.
A 25 años de su estreno, Bring It On se mantiene como la obra de referencia sobre el cheerleading en la cultura estadounidense. El crítico Roger Ebert la definió como “El Ciudadano Kane de las películas de animadoras”. La película sigue funcionando como una introducción a debates sobre raza y privilegio, envueltos en faldas plisadas y pompones.
Fuente: The Washington Post