El resurgimiento de los tatuajes hajichi devuelve a Okinawa un símbolo de identidad y resistencia, reflejando el redescubrimiento de sus tradiciones ancestrales y su valor en la sociedad actual (@hajichi_project)

En Okinawa, una tradición que permaneció fuera de la mirada pública durante más de cien años vive un resurgimiento impulsado por una nueva generación. Los tatuajes tradicionales conocidos como hajichi, prohibidos tras la anexión japonesa de 1879, regresan como símbolo de identidad y resistencia, alentados tanto por jóvenes como por miembros de mayor edad de la comunidad.

Este proceso, documentado por National Geographic, refleja un profundo deseo de reconexión con las raíces ancestrales y de desafío frente a los vestigios de la represión que marcó a la sociedad ryukyuana.

La reaparición de los hajichi se aprecia en pequeños espacios de la ciudad de Naha, donde artistas como Moeko Heshiki, una de las pocas hajichaas activas, preparan minuciosamente sus herramientas para devolver a la piel de mujeres okinawenses los símbolos que definieron durante generaciones su sentido de pertenencia y espiritualidad.

Heshiki advierte que al retomar esta práctica se accede a un legado de costumbres que debieron ocultarse durante décadas. Ahora, los tatuajes que adornaron las manos de sus antepasadas marcan a nuevas generaciones, en un acto de reivindicación y orgullo.

Jóvenes okinawenses eligen los tatuajes hajichi para reconectar con su herencia y desafiar prejuicios sociales (@hajichi_project)

Historia y significado espiritual del hajichi

La historia de los hajichi se remonta al antiguo Reino de Ryukyu, donde las mujeres tenían roles de liderazgo espiritual y social. De acuerdo con las investigadoras Adriane Tengan-Stoia y Lex McClellan‑Ufugusuku, en la sociedad ryukyuana las mujeres eran consideradas intermediarias con el mundo espiritual, y la figura de la chifijing ganashi me, o suma sacerdotisa, tenía una relevancia similar a la del rey.

Los tatuajes, aplicados con la técnica stick-and-poke, cubrían manos, muñecas y dedos, y acompañaban a las mujeres desde su niñez. A partir de los seis años, las niñas recibían los primeros círculos llamados tontonmi entre los nudillos; con cada hito relevante —matrimonio, dominio de técnicas de tejido, llegada a la vejez— los diseños se ampliaban, reflejando su trayectoria personal y estatus.

El significado de los hajichi trascendía la estética. Aunque la experiencia podía ser dolorosa e incluso impuesta en ciertas ocasiones, estos tatuajes eran percibidos como símbolos de belleza y de protección espiritual. McClellan‑Ufugusuku señala que el ichichibushi, una estrella de cinco puntas tatuada en la muñeca, funcionaba como un “pasaporte al más allá”, permitiendo a los ancestros reconocer y proteger a sus descendientes.

Las agujas de bambú, herramientas tradicionales del hajichi, servían para grabar en la piel diseños sagrados que protegían y acompañaban la vida espiritual de las mujeres okinawenses (Penn Museum)

Prohibición, resistencia y revitalización cultural

La anexión de Ryukyu por el gobierno Meiji en 1879 marcó un antes y un después. La administración japonesa desmanteló la soberanía local, confiscó tierras comunales, proscribió las lenguas indígenas y alteró los sistemas sociales en los que las mujeres tenían poder. Como parte de la política de asimilación, el régimen persiguió expresiones culturales como el hajichi, que fue oficialmente prohibido.

Según McClellan‑Ufugusuku, el propósito era imponer el modelo heteropatriarcal japonés y erradicar las prácticas que representaban la autonomía y espiritualidad femenina.

La prohibición tuvo un efecto inmediato. A principios del siglo XX, las niñas dejaron de recibir los tontonmi y la práctica de los hajichi se redujo al mínimo. La devastación causada por la Segunda Guerra Mundial, especialmente la Batalla de Okinawa, profundizó el daño: cerca de un tercio de la población pereció, y con ellos se perdieron numerosas portadoras de la tradición.

Sin embargo, la costumbre sobrevivió en la sombra. McClellan‑Ufugusuku relata que algunas mujeres, pese al riesgo, mantuvieron viva la práctica en secreto, evidenciando una clara voluntad de preservación cultural y resistencia.

Tengan-Stoia destaca que las lenguas y costumbres indígenas de Okinawa no desaparecieron, sino que “entraron en letargo” para sobrevivir. Incluso bajo prohibición, el hajichi no se perdió por completo, permaneció en la clandestinidad y se transmitió discretamente entre generaciones.

La devastación de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo de la Batalla de Okinawa, puso en riesgo la continuidad de muchas expresiones culturales, incluidos los hajichi (Dominio público)

El siglo XXI, especialmente la década de 2020, marca un giro en la revitalización de los hajichi. Las redes sociales posibilitaron que portadoras de estos tatuajes compartan sus diseños y establezcan contacto con otros shimanchu —término en uchinaguchi para “gente de la isla”—, tanto en Okinawa como en la diáspora, que incluye comunidades en São Paulo, Brasil. Eventos organizados por jóvenes, como describe la hajichaa Mariko Middleton, reunieron a la mayor cantidad de personas con hajichi en más de cien años, según National Geographic.

Sin embargo, la revitalización trasciende lo digital. Las personas mayores cumplen un rol esencial en la recuperación de la tradición, especialmente a través del yuntaku, o narración oral. Hiromi Toma, artista radicada en São Paulo, destaca la importancia de escuchar a quienes aún conservan recuerdos vivos de los hajichi.

Toma remarca que la participación de los mayores, ya sea al compartir historias o fotografías, es clave para tender puentes entre quienes aprendieron a sentir vergüenza por estos tatuajes y quienes los abrazan como emblema identitario.

El relato oral de las mayores mantiene vivos los recuerdos y saberes sobre los significados ocultos de los tatuajes femeninos (Imagen Ilustrativa Infobae)

Estigma social y adaptación contemporánea

Aunque las restricciones impuestas durante la era Meiji ya no están vigentes, su huella perdura. El estigma hacia los tatuajes en Japón, históricamente asociados a la criminalidad y a las mafias yakuza, entorpece la visibilidad de los hajichi.

Moeko Heshiki explica a National Geographic que profesiones como la docencia resultan inaccesibles para quienes llevan tatuajes visibles, y que muchos de sus clientes prefieren ubicarlos en partes ocultas del cuerpo para evitar discriminación. Esta adaptación muestra el efecto prolongado de la colonización y la represión cultural en la cotidianidad okinawense.

Ante estos desafíos, la persistencia del hajichi más de un siglo después de su prohibición constituye una señal alentadora para el futuro de la tradición. La capacidad de los tatuajes y de la comunidad de adaptarse frente a la adversidad permitió que el significado profundo de los hajichi —como vínculo entre generaciones y signo de resistencia— se mantenga vigente. De este modo, la práctica sigue evolucionando y reafirma su lugar en la memoria colectiva de Okinawa.