La imagen de Konrad Morgen recorriendo los pasillos de Auschwitz para investigar casos de corrupción y asesinatos ilegales, mientras a su alrededor se perpetraba el mayor crimen de la historia, resulta tan desconcertante como reveladora. Este juez y policía de las SS, lejos de encarnar el arquetipo del implacable detective de ficción, se movía en el corazón del régimen nazi con la apariencia anodina de un burócrata, pero con una determinación que lo llevó a desafiar a sus propios camaradas en un entorno donde la justicia parecía una quimera.
A lo largo de su carrera, Morgen abrió 800 investigaciones dentro de las propias SS, un hecho que desafía la lógica de un Estado criminal como el Tercer Reich. Su lista de acusados incluía a figuras de alto rango, entre ellos comandantes de campos de concentración y oficiales de la élite nazi. Personalmente arrestó a cinco de estos altos cargos, dos de los cuales fueron ejecutados.
Entre los nombres más notorios figuran Oskar Dirlewanger, líder de la brigada más brutal de las SS; Karl-Otto Koch, comandante de Buchenwald, junto a su esposa Ilse Koch, famosa por su crueldad; el coronel Hermann Fegelein, futuro cuñado de Hitler; y Amon Göth, comandante del campo de Kraków-Plaszów, cuya figura fue llevada al cine por Ralph Fiennes en La lista de Schindler.
Incluso se atrevió a investigar a Adolf Eichmann, arquitecto de la Solución Final, y a enfrentarse al comandante de Auschwitz, Rudolph Höss, quien no comprendía la lógica de una pesquisa policial en medio del genocidio.
La reciente biografía Hitler’s Crime Fighter, escrita por el historiador británico David Lee, examina la trayectoria de Morgen y ofrece una visión matizada de su figura. El libro, elogiado por especialistas como la historiadora Helen Fry, sostiene que, pese a las controversias que rodean su carrera, el juez actuó movido por una genuina indignación moral ante el Holocausto y buscó, dentro de sus limitadas posibilidades, obstaculizar la maquinaria de exterminio nazi.
Lee subraya que Morgen aprovechó las grietas legales que subsistían en la Alemania de Hitler, donde coexistían la legislación tradicional y las normas impuestas por el régimen. Aunque no podía procesar a miembros de las SS por genocidio, sí lo hacía por corrupción o asesinatos cometidos fuera de las órdenes oficiales, lo que generaba situaciones absurdas: oficiales sorprendidos por ser investigados por un homicidio “no autorizado” mientras participaban en matanzas masivas, como en el campo de Majdanek, donde fueron asesinadas 360.000 personas.
La lógica de Heinrich Himmler, jefe supremo de las SS, exigía que sus hombres actuaran “decentemente”, incluso en el crimen, y que los beneficios de sus acciones revirtieran íntegramente en el Estado y la organización.
Morgen operaba bajo órdenes directas de Himmler, quien le permitía perseguir a quienes violaban el código de honor de las SS, aunque no dudó en frenar sus investigaciones cuando estas amenazaban intereses estratégicos, como ocurrió en el caso de Eichmann y unos diamantes robados.
La labor de Morgen se veía obstaculizada por la desaparición frecuente de testigos y por la intervención de sus superiores, que en ocasiones lo apartaron de sus funciones. En 1942, fue degradado y enviado al frente oriental como soldado raso en una unidad de combate de las Waffen SS, una maniobra para deshacerse de su incómoda presencia. Contra todo pronóstico, regresó en 1943 tras sobrevivir a una de las divisiones con mayor número de bajas y fue reincorporado para investigar la corrupción en Buchenwald, recibiendo incluso la Insignia de Asalto de Infantería.
El libro de Lee detalla casos emblemáticos, como el del médico Waldemar Hoven en Buchenwald, y revela los complejos vericuetos de la justicia nazi. Morgen compartió jefes con el detective ficticio Bernie Gunther, creado por Philip Kerr, como Arthur Nebe, quien simultaneaba su cargo de jefe de la policía criminal con el de comandante de un grupo de exterminio responsable de 45.000 muertes. Tras la guerra, Morgen fue sometido a un proceso de desnazificación en 1948 y continuó vinculado al ámbito judicial, participando como testigo en los juicios de Nuremberg y en otros procesos contra criminales nazis.
Su experiencia le permitió presenciar de primera mano las atrocidades del régimen, como el recorrido por las instalaciones de exterminio de Birkenau y la masacre de judíos durante la operación Aktion Erntefest en Lublin en 1943, mientras investigaba a Christian Wirth, jefe de los campos de la muerte en Polonia.
En el plano personal, la vida de Morgen estuvo marcada por su relación con María Wachter, a quien las SS le prohibieron desposar por su oposición al régimen, aunque finalmente contrajeron matrimonio tras la contienda. Según David Lee, Morgen se definía como un “fanático de la justicia” y, aunque carecía del carisma y la vida sentimental del detective de Kerr, poseía un fuerte sentido del honor y los valores tradicionales alemanes. Tanto el policía real como el ficticio pusieron sus habilidades al servicio de un sistema despiadado, desafiando sus propias reglas y enfrentándose a riesgos considerables.