“Llora, mi pueblo llora
Por tanta sangre que se derrama en represión
El madroño no logra reverdecer
Si el colono tala y quema por doquier
Y en la ciudad, niños sueñan con el regresar de padres y hermanos que desde una celda
Exigen justicia y libertad”
Esas estrofas pertenecen a la canción “Grito Atabal”, de la cantautora nicaragüense Olguita Acuña, quien desde su exilio en Costa Rica utiliza el arte como “herramienta de transformación social” para que el mundo conozca el calvario que viene atravesando su pueblo desde hace años bajo la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
“No vengo simplemente como Olguita Acuña, la cantautora, sino como voz de quienes no tienen espacio”, afirmó la activista en diálogo con Infobae, tras su arribo a Buenos Aires para recibir el Premio Graciela Fernández Meijide que el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL) otorgó este año a la presa política nicaragüense Nancy Elizabeth Henríquez James.
En su paso por Argentina, la artista enfatizó que la memoria histórica y la visibilización de las luchas por los derechos humanos son la razón central de su militancia y de su obra. Su caso simboliza, como el de tantos miles de nicaragüenses, el compromiso de quienes han debido abandonar su tierra por persecución política, pero encuentran nuevos escenarios para denunciar y construir “memoria”. Es que su vida en Managua no estaba ligada a la música: “Yo no era cantante, me tropecé con la música (…) Yo era especialista en capacitación, era entrenadora en un call center”.
Sin embargo, el 2018 también marcó un antes y un después en su vida, y en la de su país. Las históricas protestas sociales fueron respondidas con una brutal represión por parte del régimen de Ortega, que dejó más de 300 muertos y cientos de detenidos. Desde entonces, la dictadura sandinista mantuvo hasta el día de hoy una maquinaria de represión y persecución, que también incluye a miles de exiliados y desterrados.
El de Olguita es uno de los tantos casos de nicaragüenses que, además de haber participado de las protestas, oficiaban como “punto de contacto” para aquellos que resistían en los centros de acopio. Su tarea consistía en coordinar la entrega de insumos médicos a los jóvenes atrincherados. Para ello, recurría a compañeros de la universidad que eran médicos y tejía una red de apoyo. Esta actividad no pasó desapercibida para las autoridades del régimen ni para su propio entorno familiar. Un tío, miembro del Gobierno sandinista, le advirtió en privado sobre las consecuencias de sus acciones: “Me escribió aparte para recordarme que lo que yo estaba haciendo era como una traición al partido y una traición a la nación”.
Desde entonces comenzó una campaña de persecución en su contra. La policía comenzó a vigilar su domicilio y, en una madrugada, incendiaron la fachada de su casa. “Le prendieron fuego a la parte del frente de mi casa, como a la una de la mañana”. Tras denunciar los hechos ante la policía y la Organización de Derechos Humanos, no obtuvo respuesta. El acoso se volvió más personal: su número de teléfono circulaba y la policía preguntaba por ella en el vecindario. Para evitar ser localizada, pasaba menos tiempo en casa y buscaba rutas alternativas.
“Mi mamá fue la que me dijo que prefería tenerme lejos a tenerme muerta”. Con esta frase, la cantautora nicaragüense recordó aquel 17 de abril de ese año en el que el nivel de persecución política la obligó a abandonar su país. La casa que estaba pagando tuvo que venderse a un precio muy bajo, ya que “los precios de las propiedades bajaron estrepitosamente”. Así, Acuña se quedó prácticamente sin nada y tuvo que empezar de cero en San José de Costa Rica.
Supervivencia, reinvención y música en Costa Rica
La llegada al país vecino no significó para ella un alivio inmediato, sino el inicio de una etapa marcada por la supervivencia y la reinvención personal y profesional. “Yo como que no dimensioné lo caro que es Costa Rica, es decir, aunque llegues con ahorros, es mucho la cantidad de plata y yo no estaba esperando quedarme más de tres meses”, admitió la artista, quien se apoyó inicialmente en redes de amistades nicaragüenses para encontrar alojamiento y medios de subsistencia.
Pese a sus reticencias iniciales, debió aceptar su condición de refugiada y adaptarse a un nuevo entorno laboral y social. “Fueron mis amigas las que me dijeron que tenía que solicitar el refugio porque yo no quería solicitarlo. Yo estaba renuente a la idea de tener que quedarme en Costa Rica”, confesó.
Las adversidades económicas la llevaron a buscar diferentes trabajos y a enfrentar abusos frecuentes: “Me estafaron. Gente que me llamaba para hacerles traducciones y después me bloqueaban y no me pagaban. Y así como yo, le pasó a un montón de personas”. Relató haber pedido dinero en la calle y haber tenido que “hacer de todo para poder sobrevivir”, hasta que el arte se transformó en su refugio principal: “Me rescaté en la música”.
Fue durante sus presentaciones en restaurantes y bares de San José, en especial en Rayuela sobre la Avenida Segunda, donde Acuña encontró una nueva forma de resistencia y denuncia: “En el show que yo estaba haciendo en las noches decidí que iba a empezar a hablar un poquito de Nicaragua. Entonces, cantaba una canción y hablaba acerca de las personas que estaban presas políticas”. Esas noches musicales se convirtieron en plantones y espacios de protesta colectiva, logrando reunir a la comunidad exiliada y convirtiendo los conciertos en un punto de encuentro y contención. “El lugar luego se convirtió en una casa para el resto de los nicaragüenses”, comentó.
Militancia artística, activismo y visibilización de la crisis
Ya convertida en referente de la diáspora nicaragüense, Olguita Acuña hizo del arte una herramienta de militancia y activismo para denunciar la represión y la crisis de derechos humanos de su país. Desde su llegada a Costa Rica, poco a poco su voz se transformó en canal de denuncia. “Lo que hago son canciones, pero yo no hago música por la estética, sino que utilizo la música como un medio para democratizar la información, porque no es lo mismo agarrar un discurso político de diez minutos, agarrar una canción de tres minutos donde te hablo de cuáles son los pueblos que están siendo oprimidos, qué es lo que está sucediendo”, explicó.
Su activismo incluso trascendió el escenario y se extendió al trabajo junto con organizaciones internacionales como HIAS y ACNUR, participando en campañas de visibilización e inclusión dirigidas tanto a empresas como a comunidades migrantes.
La hostilidad y desinformación enfrentada por la comunidad nicaragüense en Costa Rica reforzó su compromiso: “En el 2018 hubo una marcha de costarricenses en contra de los nicaragüenses que estábamos llegando”. La discriminación coexistía con la empatía de quienes abrían la puerta a los exiliados, lo que Acuña destacó de forma contundente: “Estoy muy agradecida con la gente que tuvo la empatía con nosotros”.
Sin embargo, la inseguridad y el temor aún no cesa en el seno de la diáspora nicaragüense en San José. “Yo no creo que haya nicaragüenses que puedan decir que vivan completamente tranquilos”, aseguró Acuña, quien al mismo tiempo reconoció el riesgo al que se expone con su activismo y sus denuncias a través del canto: “Entiendo las consecuencias, por eso nosotros también recibimos capacitaciones sobre ciberseguridad”.
Además, la proximidad geográfica convierte a los exiliados en Costa Rica en objetivos especialmente vulnerables. Frente a esta amenaza, la respuesta ha sido la organización y el apoyo mutuo: “La única forma de poder continuar hacia adelante es organizándonos”. La activista detalló la red de apoyo que se ha tejido en los últimos años: “Ahora las nuevas personas que están llegando inmediatamente sabemos con quién comunicarse, qué organizaciones están dando hospedaje por los primeros tres meses, cómo pueden tener acceso a comida, a la información, a las organizaciones de derechos humanos, cómo ir también documentando los casos de persecución…”.
El colectivo Nicaragua Nunca Más, radicado en Costa Rica, ha desempeñado un papel central en la documentación de denuncias: “El trabajo que han venido haciendo ellos para poder recolectar la cantidad de denuncias ha sido impresionante”.
Pero este clima de miedo, silencio y organización que describió la activista y canautora nicaragüense aumentó considerablemente en los últimos meses tras el asesinato del ex militar sandinista Roberto Samcam el pasado mes de junio. “El planeamiento que se necesitó, las tácticas que se ocuparon para el asesinato de Samcam, eran tácticas militares”, afirmó, al tiempo que consideró que tal operación requirió una red capaz de “buscar sicarios dentro del país que no fuesen nicaragüenses y que pudieran entrar y salir rápido”. Según su testimonio, quienes participaron y pudieron ser localizados “se regresaron a Nicaragua y ahí andan sueltos, tranquilísimos”.
El silencio de las autoridades costarricenses ante estos hechos ha generado inquietud entre la comunidad exiliada. “Lo que nos ha incomodado más es el silencio de parte del poder ejecutivo. Al día de hoy Rodrigo Chávez no se ha pronunciado acerca de eso (…) Él habla todos los días en en cadena abierta y nunca lo mencionó. Lo que no se nombra no existe”.
Acuña recordó, además, que el propio Samcam en los últimos años venía denunciando la presencia de células del régimen de Ortega en territorio costarricense, e instruyó a los migrantes en San José en diferentes tácticas para cuidarse: “Recibimos entrenamientos de cómo transitar en la calle, cómo mirar para los lados, cómo llevar el celular… Hay medidas de seguridad físicas y digitales que se están promoviendo entre las personas que hacemos activismo político tanto en Costa Rica como en otras partes del mundo”.
Pese a este clima de miedo y persecución, la artista afirmó: “Quieren que tengamos miedo, porque el miedo va a dejarles la comodidad del silencio y yo no estoy dispuesta a quedarme callada”.
Análisis del régimen de Ortega-Murillo y el futuro de Nicaragua
La mirada de Olguita Acuña sobre la situación actual y el futuro de Nicaragua está marcada por la desilusión y la inquietud, pero también por la convicción de que la memoria y la organización pueden abrir caminos de transformación. “Me parece descorazonante la situación de Nicaragua. Gente del partido, gente que milita con las cuatro letras y que fueron amigos… ahora me escriben con todo el protocolo”, expresó al referirse al clima de desconfianza y vigilancia política.
Contó, por su parte, que el miedo atraviesa tanto a opositores como a partidarios del oficialismo: “El verdadero miedo es de la misma gente del partido. Es un sistema de vigilancia entre ellos mismos, se están comiendo entre ellos y yo siento que eso les va a llegar a implosionar eventualmente”.
No obstante, la artista aclaró que el problema no se agota en las figuras de Ortega y Murillo, sino en la estructura de poder “confabulada y premiada por la manera en la que están actuando y que no van a querer soltar las riquezas que han venido acumulando”.
“Yo no quiero volver a escuchar de derramamiento de sangre en Nicaragua. Apostamos a una salida democrática, si es que llegamos ahí. Pero la única manera de poder llegar es continuar visibilizándolo, ponerlo en la agenda internacional, que se sancione a la gente y que la gente tenga acceso a la información”, afirmó. Para Acuña, la falta de memoria y de educación histórica condena a la sociedad nicaragüense a repetir errores del pasado: “Nicaragua adolece la falta de memoria”.
Consultada sobre el legado histórico de Ortega, fue contundente: “Yo sí creo que Ortega debería ser considerado en el resto de la historia como un paria de la política. Espero que lo vean como el malo de la historia, pero no solamente él, sino también las personas que han ido confabulando eso”.