El primer vicepresidente iraní, Mohammad Reza Aref, advirtió este lunes que la frágil calma tras los choques de junio con Israel podría romperse sin previo aviso. “Debemos estar dispuestos en todo momento a la confrontación. Hoy no estamos ni siquiera en una situación de cese el fuego, lo que hay es un cese de hostilidades”, declaró, según informaron medios iraníes.
El conflicto estalló el 13 de junio, cuando Israel lanzó una ofensiva sorpresa contra territorio iraní. Los bombardeos se dirigieron principalmente contra instalaciones militares y nucleares, así como contra figuras clave del programa nuclear de Teherán. Entre las víctimas hubo científicos vinculados al desarrollo atómico y altos mandos militares.
La respuesta iraní no tardó en llegar contra Israel: misiles y drones fueron disparados hacia su territorio. El 22 de junio, Estados Unidos bombardeó instalaciones nucleares en Irán, y un día después Teherán amplió la escalada atacando la principal base estadounidense en Qatar, un enclave estratégico para Washington en Medio Oriente. Ese movimiento, que profundizó de inmediato la tensión, fue considerado por el Pentágono como una “provocación inaceptable”.
Pero el respiro fue precario. Desde entonces, responsables y comandantes militares iraníes han reiterado que el país está listo para un nuevo enfrentamiento. Sin embargo, el costo humano de la guerra fue devastador en Irán, donde las autoridades informaron más de mil muertos. En Israel, en contraste, se registraron 28 fallecidos.
La ofensiva israelí se enmarca en un largo pulso con Teherán, que acusa a Irán de intentar obtener el arma nuclear. Aunque Irán lo niega, informes de la Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) han documentado reiteradamente limitaciones de acceso a inspectores y actividades de enriquecimiento de uranio que superan lo permitido por el acuerdo nuclear de 2015.
Ese pacto —conocido como JCPOA— se encuentra prácticamente muerto desde 2018, cuando el presidente Donald Trump retiró a Estados Unidos y reinstauró sanciones. Desde entonces, Irán ha acelerado su programa atómico, enriqueciendo uranio a niveles que rozan el umbral militar. En los últimos meses, el OIEA advirtió que Teherán dispone ya de suficiente material como para fabricar varias bombas si decidiera dar ese paso.
El ataque israelí de junio buscó precisamente debilitar esas capacidades. Según analistas del Institute for National Security Studies en Tel Aviv, la estrategia de Israel apunta a mantener un estado de disuasión permanente, con operaciones preventivas destinadas a frenar la nuclearización iraní.
Para Teherán, sin embargo, el episodio alimenta su narrativa de resistencia. El régimen insiste en que su programa es exclusivamente pacífico y acusa a Israel y Estados Unidos de utilizar la amenaza nuclear como pretexto para desestabilizar la región. “No buscamos la guerra, pero no permitiremos que nos arrebaten el derecho a la defensa”, repitió Aref en su comparecencia.
El trasfondo político es aún más complejo. La guerra de Ucrania ha estrechado la cooperación militar entre Irán y Rusia, con la provisión de drones iraníes a Moscú, lo que aumenta la desconfianza occidental hacia Teherán. Israel, a su vez, refuerza su papel de aliado clave de Washington en Medio Oriente, especialmente ante la desconfianza hacia Arabia Saudita y el deterioro del vínculo con Turquía.
Estados Unidos mantiene una posición ambivalente: busca evitar una conflagración regional, pero al mismo tiempo no está dispuesto a tolerar un Irán nuclearizado ni ataques contra sus bases.
Organizaciones internacionales y grupos de derechos humanos han alertado sobre el impacto humanitario de la escalada. Amnistía Internacional instó a las autoridades iraníes e israelíes a respetar el derecho internacional humanitario y advirtió que los civiles enfrentan un riesgo creciente en medio de los ataques cruzados.
A pesar del riesgo, las señales de diálogo son escasas. Ni Irán ni Israel han dado muestras de disposición a entablar conversaciones directas. La Unión Europea, que fue mediadora en el acuerdo nuclear original, se enfrenta a su propia crisis de credibilidad tras los repetidos fracasos para reactivar el pacto.
En este escenario, la advertencia de Aref funciona tanto como amenaza como recordatorio: la región sigue al borde de un abismo. El frágil “cese de hostilidades” del 24 de junio se sostiene más en el cansancio momentáneo que en una voluntad política real de detener la violencia.