Bajo el resplandor multicolor de la carpa, donde el aroma a pochoclo se mezcla con la emoción de chicos y grandes, Bicho Gómez vuelve a sentir el pulso de su infancia recorriéndole la piel. Hijo del circo y heredero de una tradición que lo vio crecer entre acrobacias, malabares y el arte del clown, el querido actor y comediante se prepara para un encuentro muy especial: este Día del Niño, se vuelve a subir al escenario con Cirque XXI, el espectáculo familiar que lleva más de dos décadas recorriendo el país y regalando sonrisas. Cada función es un homenaje a esos años de aprendizaje y juego bajo la carpa, y así lo cuenta el propio Bicho, en una entrevista exclusiva para Teleshow.
Marcos Rafael Gómez, tal su nombre real, brilla tanto en el mundo circense como sobre las tablas del teatro, en la televisión y hasta en la pantalla grande. Desde su llegada a la popularidad con personajes inolvidables en ShowMatch, hasta sus unipersonales como Sin carpa y sus incursiones en cine y series, el Bicho nunca perdió esa capacidad de sorprender ni la esencia humilde del niño que un día soñó con hacer reír. Su historia comenzó entre giras y trajes llenos de lentejuelas, pero se multiplicó gracias al trabajo junto a figuras como Jorge Guinzburg quien lo incentivó a subirse cada vez más alto, y a un talento versátil que supo abrirle todas las puertas.
En la actualidad, celebra sus raíces sin dejar de mirar hacia adelante. Sigue apostando al teatro, a la televisión y a nuevos proyectos, pero para él regresar al circo es siempre volver a casa, al lugar donde el aplauso es sincero y la felicidad, inmediata. Este Día del Niño promete ser diferente en el estadio del Parque Dominico en el partido de Avellaneda, con una función que reunirá familias enteras y que renovará el pacto entre el artista y su público. Para Bicho, cada risa, cada truco y cada mirada de asombro son un recordatorio de que el arte, como el circo, como la propia infancia, nunca se termina.
—¿Qué representa para vos el circo y cómo vivís la experiencia de llevar adelante este show desde hace más de dos décadas?
—Es un poco reencontrarme con mis raíces, reencontrarme con mi familia, y volver a disfrutar de eso que yo hacía hace mucho tiempo cuando era más chico. También poder llevar a mis hijos, que no me han conocido en ese mundo, a descubrir ese lugar donde yo me crié de chiquitito y a conocer mi familia circense. Es todo como muy mágico. Es un lugar donde elijo volver. Yo sé que cuando vienen las vacaciones de invierno tengo ese lugar ahí para jugar, para disfrutar, para pasarla bien. Me entusiasman todas esas cosas.
—¿Qué es lo que más te gusta de esta propuesta que venís haciendo hace tanto tiempo?
—Poder hacer esas cosas que hacía yo cuando era más chico, las cosas que heredé de mi familia, hacer un poco de acrobacia, un poco de malabares. Quizás en las comedias de teatro que hago tengo un texto y nada más. Y acá puedo mostrar un poco de todas esas cosas que aprendí siendo chico y que, de cierto modo, también me han llevado a destacarme en esta carrera, que es de actuar, hacer un poco de acrobacia y un poco de payaso. Todas esas cosas se las debo al circo y siempre es hermoso poder soltarlo de vuelta.
—¿En algún momento pensaste en sumar a tus hijos al circo o enseñarles alguno de tus talentos?
—Vos sabés que no, porque al estar en un lugar estable, ellos ya hacen su carrera. Rocío, la más grande, es actriz y se dedica a la actuación. Luego, Homero estudia y está buscando otra carrera. Pero siempre, cuando eran chiquititos me han acompañado al circo y yo los he hecho participar de alguna manera. La más pequeña, Renata, ahora tiene seis años y su mamá es coreógrafa, entonces ella se la pasa bailando, y cuando viene al circo entra a bailar en las partes coreográficas siendo tan chiquitita. Y eso me encanta ver: un niño que nunca estuvo en un circo, que siga disfrutándolo, me vea a mí y un poco lo disfrute y juegue a eso. De eso se trata también el ser niño, volver a jugar, y el ser grande también es volver a hacerlo. Yo vuelvo a jugar cada vez que voy al circo o me subo al escenario y hago un personaje, es como jugar de vuelta, de pasarla bien.
—Este domingo vas a tener una función especial por el Día del Niño. ¿Cómo nació la propuesta y qué significa para vos hacerlo en una fecha tan importante para los chicos?
—Es muy grato, porque siempre digo que el espectáculo del circo no lo elige el niño; el que elige ir al circo es el papá, porque el circo tiene esa cosa de nostalgia que lleva a unir a la familia. El papá lo lleva al nene porque él se acuerda cuando iba con su papá, y a su vez los abuelos llevan a los nietos porque recuerdan cuando ellos iban con su papá y después llevaban a sus hijos. Esa cosa tan mágica que tiene el circo, que es un espectáculo superfamiliar y nostálgico. Por ejemplo, el otro día en vacaciones de invierno, yo cada vez que termino una función me quedo con la gente sacándome fotos, una manera de agradecer que nos vengan a visitar al circo. Subió una pareja de unos setenta años que vinieron solos a ver la función y me dijeron: ‘Mirá, teníamos ganas de venir, pero como tenemos hijos grandes y no tenemos nietos, vinimos nosotros’. Eso es mágico, dos personas de setenta años que vengan a vivir un momento de ser niño de vuelta, porque de eso se trata.
—¿Te resulta satisfactorio ver la reacción y la felicidad del público después de cada función en el circo?
—Sí. Yo siempre digo que este trabajo que tengo, que tenemos los actores y los comediantes, es un poco egoísta. Yo hago reír a la gente para que la gente se sienta bien, pero cuando ellos se ríen, el que se siente bien soy yo. Es un ida y vuelta. Hago la función y la gente se ríe, se divierte, y yo después me quedo a sacarme fotos con la gente porque me gusta agradecerlo. Y son los niños… porque ellos sí me vieron haciendo alguna otra cosa y me agradecen. Siempre es hermoso recibir ese cariño de la gente. Y hacer funciones en el Día del Niño, en especial, siempre es muy satisfactorio.
—¿Cómo equilibrás el humor con otros proyectos?
—El humor lo voy adaptando siempre al proyecto. Por suerte, he tenido la suerte de hacer de todo: comedias musicales, teatro de revista, comedias en calle Corrientes, circo… Voy adaptando el humor al lugar que se va necesitando. En el circo hago un humor muy blanco, muy clownezco, que apunta también a los grandes, porque me gusta eso. Sucede que el payaso, cuando va a hacer reír al grande, el chico se va a reír por complicidad con el papá. Es lindo ver reír a tu papá, eso es felicidad pura. El humor siempre se adapta. Hoy hay un humor muy blanco, muy familiar, muy de los circenses, pero cuando tengo que hacer otro tipo de humor más fuerte, lo hago. O cuando tengo que hacer comedia, meto el humor de puertas, también lo disfruto. Siempre busco la manera de agregar los chistes que a mí me gustan.
—¿Sentís que el público, tanto chicos como grandes, se ríe con el mismo humor que antes, o cambió con el tiempo?
—Hay una mezcla en ese sentido. Hay un humor nuevo, de los chicos más jóvenes que hacen cosas en plataformas y redes sociales. Y también hay una cosa de volver a hacer viejos chistes. Al tener hijos chicos, me informo mucho de lo que ellos se ríen, y veo que también se vuelven a reír de bromas callejeras como las que se hacían en Showmatch. Me parece que hay un humor muy universal y después otro tipo que cada uno va eligiendo también. Hay como una mezcla de todo eso.
—Uno de tus personajes más icónicos es el Payaso Mala Onda. ¿Lo llevas al circo, o preferís dejarlo en el recuerdo?
—Hay personajes que la gente siempre me recuerda, como el Payaso Mala Onda, o el Mariachi Loco, que yo trato de ir dejándolos. No los abandono, pero los dejo de hacer, porque nacieron en un lugar, con un anfitrión especial. Al dejarlos, me obligo a hacer otras cosas y exponerme en otros lados. Cuando terminó lo del Payaso, que estaba en un programa (se refiere a Mañanas Informales, con Jorge Guinzburg), preferí que quedara ahí, en el recuerdo. Eso me obliga también a reinventarme, no quiero ser el tipo que sigue haciendo el mismo personaje.
—¿Te reinventás también en las obras del circo?
—Todo el tiempo, porque el público no es el mismo. El público que me venía a ver hace veinte años ya no piensa igual. Y también tengo que convencer a los más chicos de que se rían, de hacer cosas para ellos también. En el circo me gusta mucho jugar a que la familia se ría. Hay un momento en el que juego a que todos canten canciones que sabemos todos, por ejemplo las de Carlitos Balá. Todos las saben, y cuando los hago cantar, se arma una comunidad muy grande y alegre. Eso ayuda mucho a que la gente se divierta y la pase bien.
—¿Qué diferencia sentís entre hacer humor ante un público y en televisión?
—Hay una diferencia enorme. El chiste en el escenario tiene una respuesta inmediata: el público está adelante tuyo y sabés si ese chiste funciona o no. En la televisión no tenés ese parámetro, hacés el chiste y recién ves la repercusión al otro día.
—¿Entonces preferís siempre lo presencial?
—Siempre. Mi lugar en el mundo es en el escenario con el público. Sean diez, cien, mil personas, prefiero estar arriba del escenario. Es lo que más me gusta hacer. El objetivo es ese: hacer teatro.
—Después de cada función, ¿qué es lo que más disfrutás ver que se lleva la gente?
—Lo que más me gusta es que la gente se divierta, que venga durante dos horas y se olvide de que el mundo existe, que pueda relajarse. Vos entrás al teatro o circo con tu quilombo hasta la puerta, pero una vez adentro, te vas a divertir y reír muchísimo. Durante esas dos horas te vamos a hacer sentir un niño de vuelta, vas a disfrutar con quien estés, siendo cómplice de lo que pasa. Y después habrá que volver al mundo real, como todos. Es un convenio entre los de arriba y los de abajo: por dos horas, ese es nuestro mundo. De eso se trata.
—También estás ensayando para una inminente obra teatral. ¿Podés adelantarnos algo?
—Va a ser una comedia para llevar a Carlos Paz. No puedo decir más porque me cortan. Es un secreto a voces, pero apenas se enteren, se van a caer de oje… con todo lo que trae. Es un proyecto hermoso que me han convocado y me parece que va a ser el proyecto del año. La gente se va a sorprender mucho.
—¿Hay planes para volver a la televisión o el foco está completamente en el teatro y el circo?
—La televisión está pasando, me parece, por un proceso de reencontrarse. Todo tiene que ser inmediato, todo tiene que medir rating, y si no, te vas a tu casa. Por suerte, yo tengo el teatro y el circo, mi isla. Si hay un buen proyecto en la tele y es factible, me gusta y la paso bien. Pero si no, esa cosa de andar corriendo atrás de la zanahoria no me interesa. Disfruto el teatro, vivo del esto. Mi lugar en el mundo es el teatro y el circo, y cuido muchísimo ese espacio.
Y así, bajo el techo de lona y entre luces titilantes, demuestra que el circo no es solo un recuerdo, sino un latido constante que une generaciones. Mientras los niños sueñan y los adultos se conmueven, él vuelve a regalar ese instante de asombro que solo se vive en familia. Con cada función, especialmente la del Día del Niño, renueva la promesa de que la magia está al alcance de quienes saben mirar con el corazón abierto. Porque, para el Bicho, pisar la arena del circo es volver a ser ese niño que, entre risas y aplausos, aprendió que la felicidad verdadera nunca se olvida.