Para empezar, Fito Páez llega tarde a la presentación de su propio libro, su primer libro de poesía, El hombre del torso desnudo. No importa: es Fito, es el hombre que compuso El amor después del amor, vamos a esperar. Es Fito y por eso acá, en la librería naesqui, en Villa Ortúzar, hay cronistas de todos los diarios, está Alejandro Dolina, está el escritor Martín Kohan, están los periodistas María O’Donnell, Reynaldo Sietecase y Cristian Alarcón (que también son escritores), está la psicoanalista Alexandra Kohan, y está Adriana Fernández, directora en Argentina de la editorial Planeta, que edita este libro.
¿Los poemas? Bueno, Fito Páez es -esto es una opinión- un muy buen letrista. Y es un lector. A veces algunos de los versos de El hombre del torso desnudo recuerdan -como pasa habitualmente en la literatura- a los de otros autores. Como en Tajo Fontana, un poema que alude al pintor Lucio Fontana, que hacía cuadros tajeando la tela, pero que saluda, en su forma al poeta Oliverio Girondo. “Las chicas de Flores, se pasean tomadas de los brazos, para transmitirse sus estremecimientos”, decía Girondo en 1920. “Las nenas de Rosario andan por ahí/ abriendo sus piernas/ de 12 a 14″, escribe Fito Páez. Y asi.
Hay poemas que parecen canciones de Fito -como Música en libertad, dedicado al poeta Juan L. Ortiz o Pickpocket, para el escritor César González- y poemas con mirada política con versos como “No me gusta la barbarie política dislocada” y “¿Qué significa el progresismo evangelizador argentino/ Asustado, queriendo reparar lo irreparable/ A último momento, con tandas publicitarias?“. Hay poemas de amor con ese lirismo sello Páez. Hay una búsqueda de la oscuridad del alma.
Fito llega más de una hora tarde porque es un rockero, un rockero que sabe que vamos a esperarlo. Pero cuando llega, llega fresco y alegre y va besando a la gente que fue a verlo -es un acto pequeñísimo, para la prensa y un puñado de invitados-, y esa gente lo besa y esta presentación va a empezar con una inyección de cariño que le viene muy bien.
La apertura está a cargo del periodista y editor Martín Rodríguez, que trabajó con Páez en el libro. ¿Qué vínculo tiene Fito Páez con la poesía?, se pregunta. Y, para responder, hace memoria: “El tipo, a los veinte años había escrito una canción, para el primer disco, que dice: “Se fueron una a una las estrellas/ El mar mordía rastros de su arena/ Herida luz que me partió aquel cielo/ Y hoy vuelves a amanecer viejo mundo. /Japón estalla en ruidos y artefactos/ La noche da su sexo a Buenos Aires/ Y yo a la vista de algún escenario/ Y hoy vuelves a amanecer viejo mundo”. Ahí están las pruebas, señor juez. “O cuando uno escucha Luna de los pobres siempre abierta, yo escucho a César Vallejo ahí.”
Entonces cede el micrófono y lo primero que nos va a decir Fito Páez es “No preparé nada”. ¿Entonces? Entonces arranca y habla de una “pulsión por la expresión” que aparece desde chicos. Y esa pulsión, dice sigue aquí.
Y, cómo no, compara la escritura con la música, porque “la música llega al territorio del sinsentido”. Y en el poema no siempre se encuentra eso.
De paso, da una pequeña mirada sobre un mito musical, vale la pena ponerlo entero: “Si bien hay muchísimas escrituras y discusiones sobre que la música tiene sentidos ocultos, que el mayor es feliz, que el menor es triste, que el dominante hace la tensión, que la cuarta no tiene sexo… Ok, son todas boludeces. Las combinaciones son infinitas”.
Bueno, a buscar la expresión en la escritura, entonces. “Hay una libertad, eh, que uno va descubriendo con el paso del tiempo”, dice. “Y el libro, este pequeño libro, me metió en un mundo tan desconocido para mí…”
Una frase de Martín Rodríguez, cuenta Fito, le resonó: “El poema es misterio”. Pero, sin embargo: “Hay que desmitificar un poco la figura de lo poético: lo poético también es una madre dándole una teta a la hija o hijo. Ahí hay poesía, en ese hecho bello. O cualquier cosa afuera del territorio de la literatura, digo, ¿no? Un amanecer».
Entonces, vamos a hacer música, dice el músico. Con estas palabras vamos a hacer música. Reparte entre el público varias hojas -dice que son 32- con fragmentos de poemas. Y va a dirigir una lectura coral, o bueno, una lectura a muchas voces, todas juntas. Tarda un rato, organiza, protesta, levanta los brazos como para dirigir una orquesta y va: treinta y pico de personas leyendo juntas, cada una otra cosa. Para esta cronista prosaica, una masa de ruido en la que nadie puede hacer otra cosa que intentar escucharse a sí mismo, al menos. Digamos todo: Fito tiene muchísimas canciones mejores. Pero al final, cuando todos se van cayendo, queda una masculina -Reynaldo Sietecase- que se apaga de a poco y una femenina que sigue y sigue sigue hasta la emoción: es Romina Ricci, una expareja del músico que, como alguna vez escribió la periodista es uno de los hombres que mejor sabe separarse.
Hay aplausos y alegría. También cuando Fito toma el libro y lee el poema Familia guacha, dedicado -sabe separarse- a Fabiana Cantilo. En tono gauchesco lo lee: “La Fabiana, buena chica/ Le gustaban los muchachos de la barra de Palermo/ Los enredos, los infiernos/ Las discusiones feroces/ La querían los chanchitos, los embrujos y los dioses”.
Al final, abrazos, vino, gente esperando afuera. Fito Páez en acción.