El análisis de un tesoro de oro descubierto de manera fortuita en Jutlandia, Dinamarca, cambió la perspectiva sobre la sociedad vikinga al revelar la riqueza de su diversidad y su intensa actividad de intercambio cultural. Esta imagen, mucho más rica y compleja, contrasta con los estereotipos arraigados sobre los Vikingos y su época.
El hallazgo, conocido como los broches Hornelund, consiste en dos piezas de orfebrería del siglo XI que destacan por su manufactura y la fusión de símbolos nórdicos y cristianos. Este tesoro salió a la luz en 1892, cuando un sirviente de una granja encontró accidentalmente los broches y un brazalete de oro mientras trabajaba la tierra cerca de Varde.
El propietario de la finca entregó el tesoro al Museo Nacional de Dinamarca, recibiendo 295 coronas danesas, suma que equivaldría hoy a unos USD 4.000. El lugar del hallazgo nunca fue excavado de forma arqueológica formal, por lo que se desconoce si los objetos formaron parte de un entierro o eran un depósito realizado en tiempos de incertidumbre.
Orfebrería vikinga y singularidad de los broches Hornelund
Cada broche Hornelund mide cerca de 8,5 centímetros de diámetro y pesa entre 60 y 75 gramos. Uno de ellos exhibe cabezas de animales orientadas hacia adelante, un motivo típico del arte local, mientras que el otro integra motivos de hojas y vides ligados al cristianismo primitivo. La presencia conjunta de estos estilos resultó inusual en la orfebrería vikinga, que vivió su auge entre 793 y 1066.
Durante esa época, Jutlandia se erigió como un centro relevante de producción de joyas, abasteciendo a élites locales y, posiblemente, a mercados externos. Broches similares aparecieron en Suecia y en zonas eslavas, lo que apuntó a importantes intercambios culturales, especialmente con Estonia, donde los patrones en espiral predominaban a finales del siglo X.
Sin embargo, los broches Hornelund permanecen como piezas únicas dentro del registro arqueológico danés. Según el arqueólogo Władyslaw Duczko, estas piezas sobresalieron por su manufactura y por reflejar una sociedad que vivía una transformación profunda.
Hoy, los broches se encuentran en el Museo Nacional de Dinamarca y atraen la atención de especialistas y visitantes, fascinados por la sofisticación artística de los vikingos y los múltiples matices de su cultura.
Más allá del mito: la compleja sociedad vikinga
Estos hallazgos impulsaron una revisión de los mitos sobre los vikingos. La imagen de un pueblo homogéneo y brutal surgió de leyendas y representaciones artísticas, aunque la realidad histórica apuntó hacia una estructura fragmentada y diversa. En verdad, los vikingos se organizaban en pequeños grupos gobernados por jefes electos y el término “vikingo” designaba a quienes participaban en expediciones de saqueo o comercio, actividad que formaba parte de la juventud masculina, pero que no constituía un modo de vida permanente, explicó Brian McMahon.
La violencia tampoco era un rasgo exclusivo de los vikingos. Joanne Shortt Butler, de la Universidad de Cambridge, señaló que la brutalidad era común en toda Europa y que los vikingos no sobresalían particularmente en esta práctica. Personajes contemporáneos, como Carlomagno, ordenaron matanzas masivas, incluyendo la decapitación de 4.500 sajones en Verden.
Algunas prácticas atribuidas a los vikingos, como beber de los cráneos de sus enemigos, resultaron de errores de traducción. En el siglo XVII, Ole Worm malinterpretó un poema nórdico que hacía referencia a beber de cuernos, no de cráneos. Otros relatos, como el sanguinario ritual de la “águila de sangre”, derivaron de interpretaciones literales de poemas o de propaganda cristiana posterior. La investigación demostró que dicha práctica solo podía haberse realizado sobre cuerpos sin vida y no existe evidencia arqueológica que la respalde.
El icónico casco con cuernos, omnipresente en la cultura popular, no tiene fundamento histórico. El único casco vikingo auténtico encontrado en Gjermundbu, Noruega, muestra un diseño simple y carece de cuernos. Las representaciones de cascos decorados surgieron en el siglo XIX, motivadas por la ópera y la pintura, e inspiradas en cascos ceremoniales previkingos.
La apariencia física de los vikingos también distaba del estereotipo. Lise Lock Harvig, de la Universidad de Copenhague, demostró mediante análisis genéticos una amplia diversidad de rasgos y orígenes étnicos.
El arquetipo del vikingo alto, rubio y de ojos azules refleja más los imaginarios nacionalistas de los siglos XIX y XX que una realidad histórica. La supuesta falta de higiene resultó igualmente desmentida gracias a la presencia de peines, pinzas y navajas de afeitar hallados en tumbas, así como el uso de jabones que incluso decoloraban el cabello.
Los estudios arqueológicos y genéticos continuaron aportando datos sobre la vida cotidiana y la diversidad de los vikingos, desafiando los relatos simplificados y los estereotipos que aún persisten. Los broches Hornelund, con su mezcla de influencias y refinamiento, son una ventana única hacia la auténtica complejidad de la sociedad vikinga.