Explorar la vida privada de la reina Victoria equivale a adentrarse en un tejido de secretos, pasiones ocultas y rumores que perduran más allá de los siglos. ¿Hasta qué punto la monarquía británica protegió sus intimidades frente a un pueblo siempre curioso?
Un repaso por nuevas investigaciones y archivos recién abiertos revela pistas sobre un romance prohibido, cartas destruidas y especulaciones sobre un posible heredero ilegítimo. Los misterios que rodean a la corte victoriana cautivan hoy como lo hicieron entonces, demostrando que la fascinación por los secretos de palacio permanece intacta.
Victoria y Brown: un vínculo inquietante
El reciente acceso a archivos familiares y nuevas interpretaciones históricas encendieron la curiosidad sobre la vida privada de la reina Victoria. Tradicionalmente asociada a la severidad y el luto perpetuo, la monarca británica recobró protagonismo en el debate tras la aparición de evidencia inédita.
La historiadora Fern Riddell, en su libro Victoria’s Secret: La Pasión Privada de una Reina, sostuvo que Victoria mantuvo una relación romántica —e incluso un matrimonio secreto— con su sirviente escocés John Brown. Estas revelaciones reabrieron la discusión sobre la verdadera naturaleza del vínculo y su impacto en la imagen pública de la reina.
Nacimiento y ascenso de los rumores
La investigación de Riddell, respaldada por documentos inéditos y testimonios familiares, presentó una revisión de las costumbres sociales victorianas. Según la autora, la historia de Victoria y Brown combinó elementos de tragedia, pasión y secretismo, desafiando la visión tradicional de una monarca reservada y distante.
Al analizar la relación desde la perspectiva de la comunidad escocesa de Brown, la investigadora propuso nuevas interpretaciones, incluida la posibilidad de un matrimonio irregular, lejos de los rígidos cánones ingleses.
Los rumores sobre la cercanía entre Victoria y Brown surgieron tras la muerte del príncipe Alberto en 1861. Victoria, sumida en el duelo, se refugió en Balmoral, su finca escocesa. Allí, Brown, primero nombrado ghillie y más tarde ascendido a Sirviente de las Tierras Altas de la Reina, se convirtió en una presencia constante.
Su influencia en la vida cotidiana de la monarca generó habladurías entre cortesanos y prensa, especialmente cuando publicaciones satíricas y periódicos extranjeros —como la Gaceta Suiza de Lausana— insinuaron un posible embarazo, a raíz de sus ausencias de actos públicos.
Victoria no disolvió esos rumores. Encargó una pintura a Edwin Landseer en la que aparece a caballo, guiada por Brown, con documentos oficiales a su alrededor. La obra, expuesta en la Real Academia en 1866, fue interpretada como una muestra imprudente de cercanía.
El apodo de “la Sra. Brown” se popularizó y la posibilidad de un hijo fruto de la relación cobró fuerza entre quienes especulaban sobre su intimidad.
Encubrimiento y olvido oficial
La muerte repentina de Brown en 1883 marcó un punto de inflexión. Victoria, profundamente afectada, procuró preservar la memoria de su sirviente, mientras asesores y familiares emprendieron un encubrimiento sistemático.
Destruyeron borradores de memorias y editaron cuidadosamente diarios y cartas para eliminar referencias comprometedoras. Su hijo, el futuro Eduardo VII, transformó los aposentos de Brown y retiró retratos y bustos encargados por Victoria. Esas acciones consolidaron la imagen oficial de una reina austera y relegaron a Brown al olvido.
A pesar de esos esfuerzos, el interés por la relación persistió durante el siglo XX. La apertura de archivos permitió a historiadores acceder a testimonios, como los del político Lord Derby, quien describió la atención constante de Brown hacia la reina y cómo las princesas lo llamaban “el amante de mamá”.
El libro Empress Brown de Tom Cullen, publicado en 1969, incluyó una carta de Victoria al hermano de Brown en la que expresaba su devoción mutua. Sin embargo, durante décadas el acceso a los archivos familiares de Brown permaneció limitado.
Nuevas miradas: sexualidad y maternidad bajo el microscopio
La historiografía reciente revisó la figura de Victoria, explorando aspectos personales antes ignorados. Autoras como Yvonne M. Ward, Lucy Worsley y Julia Baird analizaron su sexualidad, salud mental y maternidad.
Baird concluyó que Victoria se había enamorado de Brown, mientras que Worsley mostró escepticismo ante la existencia de una relación sexual, atribuyendo el escándalo a prejuicios sobre la viudez y la sexualidad femenina en la madurez. La familia real británica sostuvo un fuerte control sobre el acceso y publicación de documentos íntimos de Victoria.
Fern Riddell aportó al debate la confirmación de la carta de Victoria al hermano de Brown y acceso parcial al archivo familiar en Aberdeen. Entre los objetos destacados figuró un molde de la mano de Brown encargado por la reina tras su muerte y una tarjeta de Año Nuevo firmada con la cifra real de Victoria, “VRI”, dirigida a Brown como su mejor amigo.
Riddell citó además el testimonio de un capellán real que, en su lecho de muerte, confesó haber casado a la pareja. Victoria exigía a sus hijos tratar a Brown como a un igual, desafiando las normas rígidas de la corte.
La autora sostuvo que, dadas las costumbres matrimoniales escocesas del siglo XIX, menos formales que las inglesas, un matrimonio irregular entre Victoria y Brown resultaba posible. En Escocia, las parejas podían considerarse casadas tras intercambiar votos, sin necesidad de ceremonia religiosa ni registro oficial.
El enigma del posible hijo secreto
Uno de los aspectos más debatidos fue la hipótesis de un posible hijo secreto. Angela Webb-Milinkovich, descendiente del hermano de Brown, relató que su familia siempre habló de una “línea ilegítima”. Hugh Brown y su esposa emigraron a Nueva Zelanda en la década de 1860, registraron el nacimiento de una hija y después regresaron al Reino Unido con un viaje financiado por Victoria.
Aunque las historias familiares sobre linajes suelen carecer de pruebas sólidas y la reina contaba con poco más de 40 años por entonces, Riddell argumentó que su edad y salud no descartaban un embarazo. Victoria, aislada y cubierta con vestimentas holgadas, habría mantenido su intimidad protegida por asistentes personales. Además, expresó en varias ocasiones el deseo de tener otro hijo tras la muerte de Alberto, pese a las advertencias de los médicos respecto a la depresión posparto.
La falta de pruebas concluyentes y los obstáculos técnicos para realizar análisis de ADN impiden confirmar la existencia de un descendiente. Riddell señaló que su investigación no fue planteada para ofrecer certezas absolutas, sino para presentar indicios y dejar espacio a la interpretación. Lo que sí parece claro es que la familia Brown estaba al tanto de la relación especial entre John y la reina.