Cuando la realidad se filtra, se somatiza y sale por las rendijas del subconsciente, las expresiones artísticas pueden dispararse hacia territorios que, en apariencia ilusiorios, resguardan eventos e intereses personales.
Renata Juncadella con Lo que corta es un atajo, en galerías Cott, y Miguel Ángel Lorenzio, con Recinto en galeria Julia Baitalá, ingresan de diferentes maneras a ese amplio campo en el que lo surreal, lo onírico, por momentos pesadillesco, en otros sublime, se presenta caóticamente armonioso para generar miradas sobre sus propias proyecciones.
En el caso de Juncadella (Buenos Aires, Argentina, 1999), apenas se ingresa al espacio, una escultura desafía la lógica de los materiales y la percepción del espacio: un árbol de resina, con estructura de hierro y masilla, su primera obra de este tipo que fue pensada para el exterior, se erige como un enigma entre lo natural y lo artificial.
“El árbol es el contenido y a la vez es el contenedor de este terrario”, explica la artista, aludiendo a la convivencia de capas y a la tensión entre naturaleza y arquitectura que atraviesa Geometrías vitales, en la que incorpora musgo real de una reserva en el Tigre con la intención de que la vida vegetal la complete y transforme. Así, la fractura —un tema central de la muestra— se materializa no solo en la pintura, sino también en la tridimensionalidad, exponiendo lo que permanece oculto bajo la superficie.
En diálogo con Infobae Cultura, la artista revela cómo la experiencia personal de una lesión física —la pérdida de un dedo tras un accidente con un caballo— se convierte en el punto de partida conceptual y emocional de la muestra. “Para mí, los cuerpos en mis pinturas son siempre cuerpos mutilados. Son cuerpos que les falta algo o que están como sangrando. Hay una ambigüedad entre el placer y el dolor que es como un territorio fértil para la creación”, cuenta.
En su obra lo onírico se vuelve pesadillesco y cohabitan referencias a surrealistas como Remedios Varo, Leonora Carrington y, también desde el costado simbólico de la expresión del dolor físico como motor, a Frida Kahlo.
La fractura se despliega en la muestra curada por Sasha Minovich, en espacio de Cott en San Telmo, ya que para ingresar a ver las pinturas se debe atravesar una pared a medio derrumbar, en un gesto que sirve para separar el adentro de laos óleos del afuera de la escultura.
También, esa fractura, se observa en las pinturas, lógicamente, tanto en la representación de cuerpos como en la construcción de lo pictórico. Por ejemplo, para su Afinidad de fuerzas, la pieza más grande de la expo, compone la escena general a través de varias individuales, generando así planos que rotos se entrelazan en uno.
Allí reúne múltiples dibujos y escenas que dialogan entre sí, explorando polaridades como el encierro y la libertad, la naturaleza bucólica y la infernal, el deseo y el rechazo. “Una cama que es un lugar donde se puede dar un encuentro amoroso, pero que en realidad tiene un agujero que te lleva a un submundo”, ejemplifica, subrayando esa convivencia de opuestos.
El imaginario de Juncadella, poblado por figuras híbridas —mitad humanas, mitad animales—, también remite a la pintura medieval, la flamenca y a referentes como El Bosco, así como a la iconografía alquímica y mitológica. A partir estas influencias, de estos gustos personales, la artista construye un lenguaje visual que universaliza experiencias profundamente personales, pero que a su vez le permiten trascender. En lo técnico, además, en Lo que corta es un atajo se revela una expansión de su práctica hacia lienzos de mayor tamaño, lo que también le permitió una pincelada más gestual y matérica.
En el centro de la sala el tríptico -Centaura, Las palabras mudas y Lo que corta es un atajo– presenta el accidente con el caballo en una secuencia poética que presenta la mutilación, al entendimiento y el autosacrificio.
En Las ruinas románticas una mujer aparece atrapada en un piso de concreto, con los ojos vendados, y sobre unas escaleras descienden unos ojos que invitan a activar una mirada interior, a sentir más allá de lo visible. El escenario, cuenta la artista, está inspirado en el Jardín escultórico de Edward James, un espacio surrealista de México.
El carácter experimental de la muestra se manifiesta también en los soportes y técnicas. Un dibujo de línea sobre papel de algodón, de cinco metros de largo, Leonora, se despliega como un papiro infinito, poblado de caballos, volcanes y otros elementos que dialogan con las pinturas, pero, al mismo tiempo, mantiene una autonomía, sobre el que Juncadella destacó “la libertad que le otorga este formato para probar nuevas combinaciones de color y trazo”.
En Lo que corta es un atajo, la cosmovisión pictórica de Juncadella surge a partir de la creación de universos fracturados, donde el accidente, la contradicción y la convivencia de opuestos, que se presentan en un riquísimo lenguaje visual y material.
Ya en el barrio de Villa Crespo, lo onírico aparece no solo a través de obras, sino también de una experiencia que reúne al sonido con la materia y la memoria, para desafiar la percepción tradicional del tiempo y el espacio.
En Recinto, Miguel Angel Lorenzio (Buenos Aires, 1978), en la galería Julia Baitalá, un lienzo de cinco metros resuena comiéndose el espacio: una caverna, como metáfora de la garganta, de un útero, que todo lo engulle, del que todo nace: los sonidos de una existencia que trascienden el momento.
Lorenzio sostiene que el tiempo es una construcción subjetiva, una “sensibilidad interior” en palabras de Kant, y no una realidad objetiva y que el sonido ocupa un lugar intermedio, un “in between” que recuerda a la filosofía del río de Heráclito, donde la realidad no se define por límites fijos, sino por flujos y transiciones.
“El sonido es materia, es una cosa”, dice sobre esta visión que lo llevó a experimentar con diferentes materiales para investigar cómo cada uno puede encarnar y transformar.
Y es que en Recinto, dos objetos escultóricos – ¿Y si el sonido fuera algo que también se habita? y Monstruo– ingresan a lo utilitario, como cajas de reproducción musical, como también en lo artístico, tanto a través de su composición geométrica como de las intervenciones pictóricas.
“Me gusta pensar que estos artefactos y otros que yo hago son ese sonido o las formas que puede tomar el sonido según la materialidad en la que esté, no solamente en este caso madera, sino puede ser telgopor o zinc”, explica el artista.
A partir de estas obras, a las que Lorenzio se conecta, se despliegan en la sala ecos primitivos, una sucesión de ruidos y vibraciones, en los que la ausencia de melodía refuerza la sensación de estar dentro de una gruta. En una de las intervenciones, una bailarina interpretó la historia de una pintura, fusionando el movimiento corporal con los sonidos ambientales, mientras un baterista tocaba platillos suspendidos, generando secuencias sin estructura melódica definida.
La voz humana ocupa un lugar especial en su investigación. Lorenzio se interesa por la diversidad de voces que surgen de la conformación física de cada persona, por la manera en que la “caja de resonancia” del cuerpo humano modula el sonido y, en consecuencia, el significado. “Este sonido que suena, aparte de sonar, significa, significa cosas, sentidos del mundo”, afirma, subrayando la dimensión semántica y existencial del fenómeno sonoro.
Así, el sonido deja huellas en la materia, grabando historias en los objetos y espacios. Lorenzio, que también es músico, posee un extenso recorrido en esta relación, como por ejemplo cuando realizó una obra basada en una vasija de 5.000 años, a partir de la cual intentó recuperar las voces de los alfareros egipcios que la crearon. Allí, utilizó un dispositivo similar a un fonógrafo para hacer audible el eco de aquellas voces ancestrales, partiendo de la hipótesis de que “el sonido puede quedar inscrito en la materia, como ocurre en los sistemas de grabación”.
La muestra presenta, detrás del gran telón cavernoso, una serie de pinturas en pequeño formato, en las que el artista recrea situaciones personales, relacionadas con la historia familiar durante la última dictadura, en la que se observa también la cuestión de la fractura, pero a través de las acciones ajenas.
Entre los temas recurrentes en sus dibujos aparecen figuras esquizofrénicas, sueños y referencias a la locura, así como retratos familiares y escenas de la subversión, en las que el artista refuerza la idea de lo sensorial como una experiencia que habita en algún lugar de la memoria y que puede materializarse.
Tanto en La Dama de la Luz y La madre maligna una figura femenina surge en contextos de ensoñaciones, mientras el cuerpo de otra sobrevuela en Esto no es una revolución sobre un altar a un arma de fuego rodeada por velas en un pueblo del interior del país.
En Yo luché contra la oligarquía y El paso a la clandestinidad, en cambio, aparece la figura paterna: uno en una galería donde las vitrinas resguardan a personalidades de la política, mientras sostiene en una mano la cabeza de Julio A. Roca y, en la segunda, un joven vestido con una túnica blanca sostiene un fusil automático en un paisaje natural y a la vez irreal.
Sin dudas, la apoteosis de estos dos mundos colisionan en La Caza, donde en una mesa un ser híbrido -un fauno, quizá- yace atravesado por una flecha, mientras que a su alrededor, es observado por dos seres: una mujer de cabellera rubia, como en las anteriores, con ropa BDSM y humo saliendo de su espalda, y otro ser, sin rasgos reconocibles y antropomórfica.
Recinto no es per se una exposición centrada en lo pictórico, ya que el eje está puesto en la experimentación del artista con los sonidos y su poder para construir imágenes, aunque las obras de corte surrealista, donde el trauma se presenta como ilusión, cuerpo y paisaje, complementan el acercamiento a un artista que investiga más allá del lienzo.
*Lo que corta es un atajo, de Renata Juncadella, en galería Cott, Perú 973 San Telmo. Entrada gratuita de martes a sábados de 14 a 19 hs. Hasta el 2 de agosto.
*Recinto, de Miguel Ángel Lorenzio, en Galería Julia Baitalá, Antezana 150, Villa Crespo, CABA. Entrada gratuita de martes a Viernes 15 a 19 hs. Sábados con cita. Hasta el 18 de agosto
Fotos: Gentileza Galería Cott y Julia Baitalá