“Maruja Mallo creó el modelo de un mundo visto a través de los ojos de las mujeres”, dijo Patricia Molins, curadora del Museo Reina Sofía, a Infobae Cultura, durante un encuentro organizado en la Fundación Ortega y Gasset, donde analizó la figura y el legado de la gran pintora española.
“Siempre, cuando se habla de esa época, aparecen Dalí, Buñuel, Lorca y otros, pero ella queda afuera, como si nunca hubiera participado realmente”, dijo sobre la invisibilización de Mallo dentro del relato artístico español. Esta exclusión, señaló, estuvo atravesada por el fuerte predominio masculino de las tertulias culturales y las redes artísticas: “Las mujeres no participaban mucho en tertulias. Hay un cuadro muy famoso de José Solana, La tertulia del Café Pombo, y son todos hombres. En ese mundo nunca se va a hablar mucho de ella”.
Mulins destacó que, a pesar de ese contexto, Mallo sí estuvo presente en los principales debates culturales y sociales de su tiempo, vinculándose tanto con artistas españoles como latinoamericanos. “Ella iba a una tertulia en la Cibeles a la que asistían muchos latinoamericanos, como José Antonio Primo de Rivera, y se la veía allí una vez por semana o los sábados por la tarde”, subrayando que la exclusión no respondía a una falta de relevancia, sino a una estructura profundamente patriarcal.
“En Madrid, desde luego, en 1936, cuando estalló la Guerra Civil, Maruja Mallo era la artista más importante”, afirmó, y puntualizó que la construcción del relato siempre relegó a las mujeres a una posición secundaria o como simples acompañantes de los grandes nombres masculinos: “Siempre terminan siendo vistas como ‘la hija de’, ‘la pareja de’, y eso no es verdad”.
Molins remarcó el valor fundamental y la absoluta singularidad de la obra de Maruja Mallo dentro del arte español y europeo del siglo XX: “Ella estuvo en todos los acontecimientos ligados al surrealismo, que era el movimiento más contemporáneo en ese momento en Europa, y estuvo allí en primera fila”.
La especialista subrayó que Mallo creó un imaginario propio, profundamente vinculado a una cosmovisión femenina diferente de cualquier modelo previo: “Lo importante es que construyó en su pintura el modelo de la mujer moderna y reflejó la cosmovisión de una mujer moderna. A la vez, pasó a representar ese modelo”. Además, destacó el rol que tuvo la entrada de las mujeres en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, que permitió que dejaran de ser vistas como simples aficionadas para convertirse en artistas profesionales capaces de transformar el campo visual.
Otra de las características diferenciales de Mallo fue su capacidad para experimentar y trascender los estilos de moda de su época, como el surrealismo o las corrientes formalistas. “Nunca imitó a nadie: sus respuestas siempre fueron sumamente singulares y por eso es una artista tan importante”, afirmó Mulins. Además, evaluó el efecto de la prensa y la fotografía moderna en la construcción del rol de las artistas: “Salía en decenas y decenas de entrevistas; eso la convirtió en un modelo de mujer moderna a los ojos del público”.
“En el caso de Maruja Mallo, ni siquiera era demasiado el modelo de esa mujer, porque ella iba más allá; creó el modelo de un mundo visto a través de los ojos de las mujeres, algo que no había sido reflejado nunca colectivamente hasta los años 20 y 30”, sostuvo Molins, quien fue curadora de la muestra Maruja Mallo: Máscara y compás, en el español Centro Botín, marcando la cooperación entre la vitalidad artística y los procesos sociales, como la incorporación masiva de las mujeres al trabajo.
La especialista profundizó en el impacto del exilio en la vida y la carrera de Maruja Mallo, así como en la deuda histórica de las instituciones culturales españolas con la artista. Molins explicó que Mallo fue una de las figuras más denostadas durante el franquismo: “Ella y Lorca fueron las figuras más despreciadas por Giménez Caballero, el hombre que aspiraba a ser el líder cultural de los fascistas en España. Para ellos, Mallo representaba un modelo de degeneración estética y política, simplemente por su libertad personal”.
El exilio se volvió inevitable tras la Guerra Civil, cuando Mallo se refugió en Argentina gracias a gestiones de figuras como Victoria Ocampo y Gabriela Mistral. “Estuvo 25 años sin volver a España. En los años 80, nadie hablaba del exilio, porque el contacto se había perdido por completo. Solo algunas figuras, como Rafael Alberti, eran recordadas, pero la mayor parte de los exiliados vivían una vida escindida, pensándose siempre desde el lugar que habían dejado atrás”, relató.
La invisibilización institucional de Mallo se tradujo también en la ausencia de exposiciones y reconocimientos oficiales. “Es chocante que después de los 80 o 90, no se le haya hecho una exposición en el Reina Sofía. Ella tuvo mucha suerte en muchas cosas, y en otras muy mala”, comentó. Sin embargo, destacó que el cambio reciente en las instituciones está ligado al avance del feminismo y a una revisión del canon artístico: “La empatía y la revisión feminista en los museos ayudaron a abrir este proceso de reconocimiento tardío”.
Tras recorrer algunos aspectos del legado y la vida de Mallo, la historiadora del arte reflexionó sobre el rol de los museos y los artistas, el revisionismo y el mercado, entre otros temas:
— ¿Cuál es la función actual de los museos en la recuperación y articulación de artistas que han sido omitidos de la historia oficial?
— Ahora vivimos un momento en que hay que reformular la Historia del arte y la historia en general. No creemos ya en el arte aislado, puro, desinteresado, sino que intentamos hacer que el arte sea una experiencia de élite, pero accesible para todos los públicos. Para eso hay que abrir el espectro de intereses y contextualizar, ya no importa solo la técnica, sino las ideas y el contexto biográfico.
— ¿Qué tipo de cambios se han incorporado en los museos para facilitar esta revisión?
— Ahora hay mucha más información y mucha más documentación. Han entrado una serie de objetos que antes no entraban en los museos. Antes, la historia del arte se contaba por épocas, estilos y artistas. Hoy nadie pensaría en hacer eso, y eso es lo que permite recuperar a muchas figuras que no entraban en esa categorización y obliga a revisar los presupuestos tradicionales.
— ¿Qué desafíos implica incluir nuevas voces y perspectivas en las narraciones museísticas?
— Tenemos que encontrar nuevas formas de narrar, nuevas maneras de contar la historia y de abordarla. Hay que empezar a hacernos preguntas diferentes, porque si no, nunca podremos meter a esas personas. La cuestión es buscar por qué tienen interés esas figuras y seguir el camino que ellas siguieron.
— ¿Consideras que la inclusión de prácticas o artistas de contextos periféricos en los grandes circuitos artísticos puede volverse una forma de extractivismo?
— Muchos museos progresistas participan de eso, es como la gentrificación. Los museos empiezan a exponer cosas que antes no tenían mercado y eso inmediatamente se vuelve objeto de mercado. Hay que tener mucho cuidado con este tipo de operaciones.
— ¿Qué tipo de peligros ves en las operaciones de mercado y en la programación de los museos actuales?
— Los museos tienen la responsabilidad de programar con cierto orden para que eso se entienda. No puedes poner una cosa un día y al siguiente otra que no tiene nada que ver; hay que construir una narración coherente.
—¿Qué rol juega el mercado en la transformación de la recepción de estos artistas y obras?
— Antes, se distinguía entre arte comercial y arte. Hoy los museos son prácticamente el principal motor de mercado. Cambia la dirección de un museo o la moda, y las galerías cambian toda su programación.
— ¿Crees que las condiciones actuales favorecen la mercantilización de propuestas que antes eran marginales?
— Es un peligro que hay que tener muy presente. Hay operaciones bien intencionadas que terminan convirtiéndose en barbaridades. En otras ocasiones, la razón para recuperar ciertas figuras es que es más barato para los museos comprar obras de mujeres o de artistas poco reconocidos.
— ¿Qué puede aportar el arte en un contexto de crisis política y social, como el avance de discursos de ultraderecha?
— Prefiero pensar que el efecto del arte es más a largo plazo: cambiar sensibilidades, formas de percibir, pensamientos. No creo que pueda tener un efecto inmediato, salvo en el activismo, que es solo una faceta concreta del arte.
— Volviendo a Maruja, ¿cómo se vinculó con el contexto político y social de su época?
— Cuando estalla la Guerra Civil, uno de los grandes debates es la relación entre arte y propaganda. Maruja Mallo comienza a pintar la serie La religión del trabajo, donde representa la humanidad a través de mujeres enlazadas con espigas. No habla de la guerra, no satiriza al enemigo, sino que piensa en el futuro, hace un homenaje al trabajo como símbolo de lo que vendrá.
— En ese sentido y extendiéndolo a la actualidad, ¿creés que hoy los artistas se comprometen con lo social y lo político?
— Veo mucho artista mirando a su propio espejo, a su subjetividad, y eso me preocupa. Para mí, lo social es lo que construye, y noto que falta involucramiento más allá de la mera expresión personal o el activismo de superficie.
— ¿Cuál debería ser la apuesta fundamental del arte y la cultura en tiempos difíciles?
— La cultura es fundamental: crea identidad, permite pensar con complejidad. Es dramático cuando los medios y la política la relegan. Solo a través de la cultura podemos sentirnos parte de algo común y abrirnos a otras experiencias, y eso es esencial frente a discursos simplificadores y excluyentes.
En su paso por Buenos Aires, Molins también formó parte de Desplazamientos, ciclo organizado por el Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA) por el que ya transitaron Gilberto González y Rosina Gómez-Baeza, realizado en colaboración con diversas instituciones culturales como la Fundación Williams, Oficina de Proyectos, Museo Moderno, Central Affair y La Escuelita.