Mientras el decimocuarto Dalái Lama celebra su 90º cumpleaños con miles de budistas tibetanos, ya existe tensión sobre cómo se seleccionará al próximo líder espiritual. De forma controvertida, el Gobierno chino ha sugerido que quiere tener más poder sobre quién es elegido.
Tradicionalmente, los líderes y ayudantes tibetanos buscan a un niño pequeño que sea considerado la reencarnación elegida del Dalai Lama. Es posible que, después de hacerlo, esta vez Pekín intente nombrar a una figura rival.
Sin embargo, el actual Dalai Lama, que vive exiliado en la India, insiste en que el proceso de sucesión estará dirigido por el Gaden Phodrang Trust, con sede en Suiza, que gestiona sus asuntos. Afirmó que nadie más tenía autoridad “para interferir en este asunto” y esa declaración se considera una señal clara para China.
A lo largo del siglo XX, los tibetanos lucharon por crear un Estado independiente, ya que su patria era disputada por Rusia, el Reino Unido y China. En 1951, los líderes tibetanos firmaron un tratado con China que permitía la presencia militar china en su territorio.
China estableció la Región Autónoma del Tíbet en 1965, lo que significa que, en teoría, el Tíbet es una región autónoma dentro de China, pero en la práctica está estrictamente controlada. El Tíbet tiene un gobierno en el exilio, con sede en la India, que sigue queriendo que el Tíbet se convierta en un estado independiente.
Esto es una fuente constante de tensión entre los dos países. La India también reclama parte del Tíbet como territorio propio.
Pekín considera que tener más poder sobre la selección del Dalai Lama es una oportunidad para imponer más autoridad sobre el Tíbet. La posición estratégica del Tíbet y sus recursos son extremadamente valiosos para China y desempeñan un papel importante en los planes más amplios de Pekín para dominar la región y en su objetivo de hacer frente a la India, su poderoso rival en el sur de Asia.
El Tíbet proporciona a China una frontera naturalmente defensiva con el resto del sur de Asia, ya que su terreno montañoso sirve de amortiguador frente a la India. La breve guerra chino-india de 1962, cuando ambos países lucharon por el control de la región, sigue teniendo implicaciones para la India y China en la actualidad, donde continúan disputándose los territorios fronterizos.
Al igual que muchas naciones poderosas, China siempre se ha preocupado por las amenazas o las bases de poder rivales en su vecindad. Esto es similar a cómo Estados Unidos ha utilizado la Doctrina Monroe para asegurar su dominio sobre América Latina, y cómo Rusia busca mantener su influencia sobre los antiguos estados soviéticos.
Pekín considera que las críticas occidentales a su control sobre el Tíbet son una injerencia en su esfera de influencia.
Otra fuente de controversia es que Pekín considera tradicionalmente que las fronteras como la línea McMahon, que define la frontera entre China y la India, carecen de legitimidad, ya que se trazó cuando China se encontraba en su momento más débil, en el siglo XIX. Conocido en China como el “siglo de la humillación”, este periodo se caracterizó por una serie de tratados desiguales, que supusieron la pérdida de territorio a favor de las potencias europeas más fuertes.
Esto sigue siendo una fuente de tensiones políticas en las regiones fronterizas de China, incluido el Tíbet. Se trata de una parte controvertida de la memoria histórica de China y sigue influyendo en su relación actual con Occidente.
Demanda de recursos naturales
La importancia del Tíbet para Pekín también proviene de sus vastos recursos hídricos. El acceso a más agua se considera cada vez más importante para el impulso general de China hacia la autosuficiencia, que se ha convertido en algo imperativo ante el cambio climático. Esto también proporciona a China una importante herramienta geopolítica.
Por ejemplo, el río Mekong nace en el Tíbet y atraviesa China, bordeando las fronteras de Myanmar y Laos, y continúa hacia Tailandia y Camboya. Es el tercer río más largo de Asia y es crucial para muchas de las economías del sudeste asiático. Se estima que sustenta a 60 millones de personas.
Los intentos de China de controlar los suministros de agua, en particular mediante la construcción de enormes presas en el Tíbet, han aumentado las tensiones regionales. Alrededor del 50% del caudal del Mekong se cortó durante parte de 2021, tras la construcción de una megapresa china. Esto provocó un gran resentimiento por parte de otros países que dependían del agua.
Las medidas adoptadas por otras naciones para controlar el acceso a los suministros de agua regionales en los últimos años muestran cómo el agua se está convirtiendo en una herramienta de negociación. La India intentó cortar el suministro de agua a Pakistán en 2025 como parte del conflicto entre ambos países. El control del Tíbet permite a China aplicar una estrategia similar, lo que le da a Pekín influencia en sus relaciones con Nueva Delhi y otros gobiernos.
Otro recurso natural también es una parte vital de la planificación de China. Los importantes yacimientos de litio del Tíbet son cruciales para las cadenas de suministro chinas, en particular para su uso en la industria de los vehículos eléctricos. Pekín está intentando reducir su dependencia de las empresas y los suministros occidentales, ante las actuales tensiones comerciales entre Estados Unidos y China, y los aranceles de Donald Trump sobre los productos chinos.
El valor del Tíbet para China es un reflejo de los cambios más amplios que se están produciendo en un mundo en el que el agua desempeña un papel cada vez más importante en la geopolítica. Dados sus valiosos recursos naturales, es poco probable que China renuncie a su deseo de controlar el Tíbet.
Artículo publicado originalmente en The Conversation