Paul Ferreyra, también conocido como Pablito, tiene 52 años. Construyó una sólida trayectoria como productor de eventos y mánager de artistas, el primero de muchas de las figuras que ahora conocemos como influencers. Su vida cambió por completo cuando se sometió a una cirugía de emergencia por un fuerte dolor de panza y resultó ser un cáncer de colon. En diálogo con Infobae recuerda anécdotas de su carrera, muchas con Diego Maradona, otras con Karina Milei y también abre su corazón sobre el diagnóstico.
Cada 18 de mayo celebra su cumpleaños, pero también el día en que volvió a nacer, cuando entró al quirófano casi rendido por las dolencias de una supuesta apendicitis que derivó en un cuadro de salud muy delicado donde estuvo al borde de la muerte.
“Fue hace dos años, yo venía trabajando a full, con series de televisión, de cine, y ya estaba trabajando en TikTok también, con muchísimos tiktokers, ya desde el 2016, porque confié en esa red social y le vi mucho potencial”, relata sobre cómo era su vida justo antes de quedar internado de un día para el otro en terapia intensiva.
Como padre de cinco hijos, toda la familia quedó en jaque cuando los resultados de la biopsia dieron mal. Él mismo mostró cómo fue su lucha, sus sesiones de quimioterapia, las idas y vueltas de los tratamientos, y desentrañó sus propios miedos para darle voz a otros pacientes, todo ante los ojos de sus más de 850.000 seguidores de TikTok.
—¿En qué momento empezaste a trabajar en el medio, a trabajar con artistas?
—Conozco artistas de toda la vida. Luigi Melieni, que es Gino Renni, es mi tío. Con Cris Morena y Gustavo Yankelevich tengo relación de toda la vida. A Romina Yan la conocí desde que nació, porque mi tío era su padrino.
—Creciste entre teatros y televisión.
—Sí, siempre.
—¿A qué programas ibas?
—A Mesa de noticias, y también a algunas grabaciones de películas. Iba a ver a Gerardo Sofovich con José María Listorti, que era compañero de colegio de toda la vida, primaria y secundaria, igual que Karina Milei.
—¿Karina Milei era compañera tuya también?
—Claro, Karina era mi compañera de banco en el Colegio Cardenal Copello.
—¿En esa infancia vos ya sabías que te querías dedicar a algo de esto?
—No, en absoluto.
—¿Y cómo nace el primer acercamiento profesional?
—Fue muy loco. En el 2004 yo trabajaba en la gerencia comercial de una empresa de seguridad que vendía alarmas. Un día nos llama uno de nuestros clientes y nos dice que necesitaban reforzar la seguridad porque traían a Maradona de la Clínica del Parque donde él estuvo internado. Yo a Diego lo conocía porque era de Devoto, y yo salía con una chica que vivía a la vuelta de la casa de él.
—¿Habías tenido trato ya con Diego Maradona?
—Solo de saludo de vecinos, porque pasaba todos los días por la puerta, pero de “hola” y nada más. Nunca fui fan del futbol en absoluto, y nunca lo vi jugar más que en algún partido de Argentina. Y nos llamaron para ese operativo de seguridad en la Clínica del Parque. Diego llegó muy mal, pero a los diez días empezó a mejorar, y el médico le dijo que tenía que empezar a salir. Él estaba muy enojado, y le dijeron que sí o sí una vez por día tenía que salir a dar una vuelta en auto, a hacer algo recreativo acompañado de los médicos y volver. Preguntó si podía elegir con quién ir y dijo: “Con ese muchacho que está ahí”. Y me señaló a mí. Como yo era del área de seguridad el juez me iba a dar la aprobación. Entré y charlamos, me dijo que se acordaba de mí, de Devoto. Y ahí empezó una relación y estuve un año trabajando con él. Diego fue quien me metió en el medio prácticamente. Desde el 2004 hasta La noche del Diez.
—¿Cómo fue ese vínculo de un año entero en la vida de Maradona?
—Aprendí tantas cosas de él como persona, porque nunca fui su fan. Tomábamos mate, nos bañábamos en el mar de Cuba desnudos los dos, para divertirnos. Llegué a ir a Cuba con él para festejar su cumpleaños. Y llorar, hablar, saber mucho de su vida, de momentos donde la pasó mal, que muchas de sus tristezas fueron por no poder dedicarle más tiempo a sus hijas y a su familia. Él estaba eternamente enamorado de Claudia en ese momento.
—¿Fue un hombre generoso con vos?
—Muy buena persona. Me acuerdo que antes que él se vaya a Cuba yo le iba cobrando todas las notas que hacía, y le dije: “Tengo tu plata”. Él ya ni se acordaba. Le llevé el dinero, y me dijo: “No toma, esta parte es tuya porque vos me ayudaste un montón, y lo conté y no falta ni un centavo”. Era mucha plata, toda desprolija porque cobraba 10 acá, 60 acá, 30 allá. Me dijo: “Vos te vas a llevar todo esto porque a mí siempre me cagaron y vos sos de los pocos que no”. Y con eso me compré un auto.
—Qué anécdota y qué recuerdos con Diego.
—Es muy doloroso a veces recordarlo. Porque de Diego también aprendí que era muy difícil ser Maradona, porque mucha gente le decía que hacía todo bien, todo el mundo lo idolatraba, pero él por dentro sabía que estaba pifiando en un montón de cosas, y que a veces te empujan a hacer las cosas mal. Él cuando mejor estuvo se apoyó mucho en sus nenas y en Claudia, pero lamentablemente había todo un entorno que no quería que Diego mejorara. Que quería todo de él, y lo llevaba para otro lado, a cambio de que no tenga tiempo para sus hijas.
—¿Tuviste vínculo con las hijas de Maradona?
—Muchísimo. A Dalma hasta hace poco le seguí mandando castings. Con las dos fui muy compinche. Con Dalma seguimos hablando hasta el día de hoy.
—¿Maradona te llevó a La noche del Diez con él?
—Sí, a darle una mano. Claudia era su productora, y yo iba a todos los programas a ayudar.
—Eras una especie de asistente.
—Sí, manejaba muchas veces el auto para llevarlo o sacarlo de ahí. Íbamos a comer a un lugar a las 12 de la noche en Cañitas, a la una de la mañana un día de semana, con todo cerrado todo, y en media hora había mil personas en la puerta.
—Ese momento de Maradona y ese programa fue maravilloso.
—Hermoso. más él no quería ningún guion, quería que salga lo que salga.
—¿Y cómo se termina tú vínculo con Maradona?
—No se termina en realidad, sino que vuelven a alejarlo toda esta gente que se le pega después a él. Yo voy a Cuba con Dalma, Gianinna y Marcelo D´Alessandro, el hermano de D´Alessandro, que era el novio de Gianina. Viajamos, pasamos su cumpleaños con él, con la Tota y con Chitoro, el papá. A los cuatro días nos volvemos para acá, seguimos hablando por teléfono hasta que en uno de los cambios de números él vuelve a Buenos Aires y lo empieza a manejar otra persona de su entorno. Desde ahí ni Dalma, ni Gianina ni yo ni nadie hablaba con él. Eso fue lo que pasó toda la vida con él.
—Lo que siempre denunciaron las chicas, que no las dejaban acercarse.
—Exacto. Fue así.
—¿Qué te pasa con el juicio y todo lo que vimos?
—Me genera impotencia. Es una persona que hoy tendría que estar viva, sin ninguna duda, porque a Diego lo mataron. No hablo de un asesinato, sino de que lo mataron con cosas como el descuido. A muchos les convenía tener a Diego en ese estado lamentablemente, porque Diego cuando estaba en ese estado él te regalaba un Rolex y ni le importaba. Y así firmaba cosas, como le ha firmado un montón de cosas a gente. Siempre me lamento de por qué no tuvo más huevos para seguir estando con sus hijas y con su mujer, más allá de estar separado, porque eran las únicas que lo querían como persona, junto a su madre y su padre, sus hermanos, y nadie más.
—Después de ese año con Maradona, ¿cómo siguió tu carrera?
—En el 2010 hice una campaña solidaria, Un milagro para Agustín, una recaudación millonaria para un chico que tenía adrenoleucodistrofia y le quedaban 60 días de vida sino hacía un tratamiento de células madre en el exterior que salía 1 millón de dólares. Junto a Facundo Arana nos pusimos la campaña al hombro.
—¿Por qué te impactó a vos esa campaña?
—Siempre hice cosas solidarias de muchos chicos con cáncer, sin saber que la vida me iba a llevar para ese lado a mí mismo más adelante. Me habían escrito los papás por Twitter en ese momento. Encaré la campaña con Facundo Arana, Matías Ale y Nicolás Vázquez. Después se sumó Marcelo Tinelli. En 45 días no solo juntamos 1 millón de dólares, sino que descubrieron que los dos hermanos varones de Agustín tenían la misma enfermedad. Hablamos con el hospital de Estados Unidos y logramos que por dos millones de dólares trataran a los tres hermanos. Y los nenes están vivos hoy. La madre me sigue llamando de Córdoba para cada cumpleaños para agradecernos. A mí se me traba la garganta porque ahí entendí el poder que tiene nuestro trabajo, nuestra exposición en los medios. Después arranqué con la faceta más comercial, a organizar shows, presencias en boliches, y después me metí más en las redes, y empecé a representar a chicos que descubría en las redes sociales.
—Algunos de los influencers y los youtubers que hoy son famosos los encontraste en redes.
—Sí, a los chicos de MYA, Máximo Espíndola y Agustín Bernasconi, los conozco desde los 14 años. Los llevé a su primer recital juntos en San Luis, que era Aliados, el musical. Después con Dustin Luke, un norteamericano que hablaba español que venía con un amigo barbudo. Llegaron a estar en Telenoche en un segmento propio, “Dos yanquis sueltos en Argentina”.
—¿En algún momento soltaste toda la otra parte de seguridad?
—Ahí ya había soltado todo, ya me dedicaba 100% a representar artistas de redes sociales, Twitter, Instagram y después fue derivando a TikTok.
—¿Ganaste mucha plata?
—Sí.
—Me gusta que te banques decirlo, la gente en general no se banca decir que le fue bien.
—Tengo cinco hijos varones. Vivo en una casa con pileta, todo, y me lo banqué laburando mucho. Trabajaba mucho. Tenía 80 aéreos por año y era platino de todas las aerolíneas.
—Pasabas mucho tiempo arriba de un avión.
—Sí, mucho. Ida y vuelta en un día a Salta.
—¿Profesionalmente qué fue lo que más te gustó de todo lo que hiciste?
—Trabajar en el exterior me gustó mucho. En Roma para la producción Dalia de las hadas, que fui con Ian Lucas porque Franco Masini estaba con otro proyecto. A Franco yo lo llevé a conocer a Cris Morena.
—¿Seguís con vínculo con Cris?
—Sí, con Cris un montón.
—¿Con Gustavo?
—Con Gustavo un poco menos. Pero el marido de Romina, Darío Giordano, era compañero mío de colegio.
—¿También era compañero de colegio?
—Sí, hacíamos una obra de teatro con José María y con él que se llamaba Le comediens que imitábamos a los Les Luthiers que éramos fanáticos.
—Me mencionaste a Karina Milei también. ¿Tenés hoy su WhatsApp?
—Sí.
—¿Te hablás con Karina Milei?
—Sí. Le ofrecí ayuda en las redes, todo.
—Contame eso.
—Con Karina éramos íntimos amigos de la secundaria, porque en la primaria eran solo de hombres, y en la secundaria se incorporaba mujeres. Karina entró en primer año y hasta quinto año fuimos juntos. Muy amigos, muy compinches. Nos sentábamos juntos. A Javier también lo conozco, desde que empezó.
—¿Era estudiosa Karina?
—Súper, y me ayudaba muchísimo, porque yo era muy vago.
—Buena compañera.
—Sí, muy.
—¿Y la llamaste cuando la viste en la campaña con Mieli?
—Sí, y para felicitarlos cuando ganaron. Todavía tenemos un grupo del Copello en el que hablamos todos, y ella habla también. Muy linda relación. Con Javier un poco menos ahora porque está hasta las manos [risas].
—Está un toque ocupado.
—Sin dudas. Pero me emociona porque sé que son pibes que la remaron, que no son hijos de políticos ni nietos de políticos, y querían hacer esto. Y yo quiero confiar, por mi familia, por mis hijos, en que esto va a mejorar.
—¿Te gusta lo que están haciendo?
—Sí, siento que tienen muy buenas ideas, pero que este país es muy difícil. Y la política a mí mucho no me gusta porque no es transparente.
—Ella cuando se enteró de tu enfermedad, ¿te escribió también?
—Sí.
—¿Es una mujer que está si la necesitás?
—Sin dudas.
—Es terrible lo que pasa con la medicación oncológica.
—Me duele mucho porque yo tengo una prepaga que puedo pagar, pero mucha gente no puede.
—Y lo que sale.
—Ni hablar. Yo tengo inmunoterapia, un remedio que necesito para que mis células no se dañen y no perder todo el pelo. Es una medicación muy buena, última generación, pero sale 8.000 dólares. Y me la tengo que aplicar cada 15 días. Una persona que no tiene prepaga no puede, yo por ejemplo tendría que vender todo lo que tengo, y no sé cuánto tiempo viviría.
—Y la incertidumbre de si va a llegar ese medicamento del que depende tu vida.
—Yo lloraba porque no llegaban y me decían: “Bancame una semana”. Y yo no sabía si tenía esa semana, si iba a estar vivo la semana siguiente. Me he peleado mal por teléfono. Hoy estoy mucho mejor, porque yo me siento bien y voy a la psicóloga. Las redes también me sirven para desahogarme, contar todos mis miedos y sacárselos a los demás.
—¿Cómo llegó el diagnóstico?
—Yo tenía dolores de panza, los médicos me dijeron que tenía SIBO, hígado graso, que hiciera ejercicio, y así durante un par de meses hasta que no aguanté más. Tenía vómitos, fiebre, todo. Me dieron un antibiótico y me mandaron a mi casa. No mejoré. Fui al Hospital Austral y pedí que me hicieran una tomografía. Me la hicieron, y me dijeron que tenía apendicitis, que me iban a hacer una laparoscopía, que en 40 minutos terminaban, y en tres horas estaba en mi casa.
—Y entraste al quirófano.
—Sí, me operan de urgencia. Yo estaba con mi hijo de 17 años. Le dije que vaya a buscar a sus hermanos, que salían a las cuatro del cole, que le avisara a su mamá que me iban a operar. Llegué a hablar con mi mujer, y me acosté en la camilla. Ahí la vida cambió. Me desperté escuchando ruidos, voces, sin poderme mover y no sabía qué había pasado. No entendía nada, tenía un tubo en la boca que respiraba por mí. Escuchaba a los médicos que decían: “Pobre pibe, vino por una apendicitis y ahora tiene todo esto”. En un momento siento que mi papá, que había fallecido hacía 2 años en pandemia, me pone la mano en el hombro y me dice: “Pablito, quedate tranquilo que todo va a estar bien”. Yo no sabía si estaba muerto o estaba vivo. Y ahí los médicos vienen corriendo, me sacan el caño de la boca y ahí me despierto. Había pasado una cirugía mayor de ocho horas, descompensado, muy mal, y estaba en terapia. Todo agujereado, con dos bolsas de colostomía en la panza. Viene el cirujano y me cuenta: “Cuando abrimos, encontramos un plastrón, un tumor de 20 centímetros, y te lo tuvimos que sacar; el problema es que está agarrado al intestino y cuando lo sacamos el intestino se agujereó”. Todo lo que vive en el intestino fuera es totalmente dañino porque se te infectan todos los órganos. “Te salvamos, limpiamos todo lo que pudimos, pero ahora es minuto a minuto”.
—¿Esto fue en el inmediato post operatorio, cuando vos empezaste a salir de la anestesia?
—Había cumplido los 50 hacía un día, así que fue mi festejo de cumpleaños. La dejaron entrar a mi mujer y escucho le dijeron: “Hoy te queda rezar y mañana hablamos”. Entré a las tres de la tarde y eran las dos de la mañana. Mi mujer me dio la mano y por cinco días no me soltó. Y zafé. A los siete días pasé de terapia a una sala. Pero el día que me van a dar de alta se abrió el intestino de vuelta y me tuvieron que operar de nuevo. Yo lloraba. Me operan cuatro horas. Sale todo bien, y a los dos días se necrosa porque estaba muy estirado y me operan de vuelta.
—¿La tercera operación en cuánto tiempo?
—En diez días. Todo abierto, todo lastimado, ya no me podían coser porque la piel ya no aguantaba más. Me dejaron una esponja y la piel abierta, y yo veía adentro de mi cuerpo hasta los intestinos.
—Vos seguías en terapia, y hasta ahí nadie había mencionado la palabra cáncer.
—No, solo biopsia, y decían que la morfología indicaba que era algo bueno que creció demasiado. No sé sino me querían asustar, eso no lo puedo saber. Me empiezo a recuperar después de 35 días internado en el Hospital Austral.
—Y además la incertidumbre que cada vez que estabas por había que otra vez por algo te tenías que quedar.
—Ese era mi miedo más grande. El director es el hermano de Mariano Iúdica, y el vicedirector es el papá de una compañera de mi hijo, y yo no lo sabía. Pero él nos ayudó un montón para que la prepaga me reconociera el hospital como sede de internación. Yo me interno el 17 de mayo de 2023 y el 19 de junio, que era el Día del Padre, tuve el alta pero con la obligación de tener una enfermera en mi casa. Y me dicen: “El único problema es que dio mal la biopsia”. Ahí se me cayó el mundo. Nos miramos con mi mujer sin poder creerlo. «Sí, es cáncer de colon, pero lo bueno es que se sacó todo en la cirugía; y tenés que ir a quimio por las dudas». Me voy a mi casa con el tratamiento, cita con oncólogo, y a los quince días empecé la quimio.
—De repente escuchabas palabras como cáncer, oncólogo y quimioterapia.
—Lo primero que le dije a los médico fue “¿Cuánto me queda?“. Me dijeron: ”Eso ya no es así, hoy tenemos todo para que vos puedas vivir con esta enfermedad, siempre y cuando no se descontrole». El problema del cáncer es que hace lo que quiere. No es matemática. Mañana se me ocurre mutar y este tratamiento no me sirve de nada.
—Y el tratamiento es tan cruento que hay cuerpos que no se lo pueden bancar.
—Hay gente que empezó el tratamiento conmigo y lo dejaron, porque les hace peor el tratamiento que la enfermedad. Yo tenía terror. Lloraba 24 horas por día. Veía a mi señora y lloraba. Veía a mis hijos y lloraba.
—¿Hablaste con tus hijos?
—Cuando llegué a casa recién, porque no me animaba a hablarlo desde el hospital.
—¿Qué les dijiste?
—Les dije que el diagnóstico era malo. “Tengo cáncer, pero no me voy a ir, me voy a quedar”. Se pusieron a llorar los más grandes, y los más chicos no entendían nada. Mis hijos tienen desde 23 hasta 10 años, que en ese momento tenía 8. Me ayudaron un montón porque yo no podía ni caminar. Me ayudaban a acostarme en la cama, bajar a cenar o lo que sea. Para mí quimio era otra palabra innombrable. Mi psicóloga me ayudó mucho a entender que estoy viviendo ahora y no estar esperando a vivir. Hoy estoy viviendo al igual que todos, solo que tengo una enfermedad. Quizá ya tenía la enfermedad hacía tres años y no lo sabía. Yo no quería verme como un enfermo de cáncer.
—El estereotipo de la enfermedad.
—No quería eso yo, porque me daba miedo. Empecé a comer más porque no quería adelgazar, y engordé. Muchos no pueden comer por las náuseas, y otros sí.
—El que puede comer se pone más saludable que nunca, empieza a hacer actividad física.
—Exactamente. Dejé de fumar y empecé a hacer actividad física. Comía bien, sano, pero mucha cantidad para tener todos los nutrientes.
—¿Seguías con bolsa de colostomía?
—Sigo, pero en agosto si Dios quiere me la podrían sacar.
—Y empezaste a contar lo que estabas viviendo en las redes sociales.
—Desaparecí de las redes durante meses por el miedo, porque no podía habar, no podía contar. Estaba muy débil, en una habitación donde solo cinco personas entraban con barbijo. Me agarré todos los virus intrahospitalarios, hasta que la psicóloga me dijo: “Tenés que ayudar con tus redes a que la gente no tenga estos mismos miedos que vos”. Y ahí empecé a contar todas las quimios que hacía, para que la gente vea que había momentos donde estaba bien, otros un poquito peor, y contar todo, para que la gente entienda que es parte de la vida.
—¿Cuántas quimios te tuviste que hacer?
—Voy por la 34. Las primeras doce fueron cada quince días, preventivo por si después de la cirugía había quedado algo. Me hicieron otra tomografía y tengo tres nódulos de un centímetro alojados en tres puntos en donde tocaba el tumor original, que tienen actividad oncológica.
—¿Qué te pasa a vos cuando aparecen esos tres nódulos después de doce aplicaciones de quimio?
—Estaba muy mal, pero investigué y entendí que esos mismos nódulos estaban en la tomografía después de la cirugía, o sea que no es nuevo.
—¿Y qué dijo el oncólogo de eso?
—Me dijo que hay pocos casos, que es un caso raro. Pero mientras haya actividad oncológica me tiene que seguir haciendo la quimio.
—¿Y la cirugía que tienen que hacer es la que te va a evitar la colostomía?
—Sí, son tres cirugías que me tienen que hacer porque mi abdomen está muy lastimado, y es la única forma de que intenten ver si esos nódulos son cáncer o son cicatrices del original. En mayo se cumplieron dos años y ya tengo treinta quimios encima.
—Y muchas consecuencias psicológicas también, ¿no?
—El cáncer lastima más lo psicológico que en el cuerpo para mí. Hoy es el protagonista de nuestra vida, de los siete. De la familia en general, porque ya no puedo hacer todo. Ya no puedo ir a shows donde hay 1.500 personas por la inmunodepresión, porque me puedo descompensar.
—¿Se vive con miedo?
—Sí, cualquier cosa que yo siento nueva me alerta.
—¿Tomaste medidas preventivas pensando en tus hijos?
—Muchas. Hoy en vez de gastar ahorros, porque al principio tenés una bronca que no te importa gastarte todo, elegí reinventarme. Cambié mi rubro y empecé a hacer lo que quería hacer cuando me jubilara con mi mujer, que es cocinar. Quería tener un negocio de comida para poca gente, para amigos, con reserva, y lo hago desde mi casa. Tengo toda la infraestructura en mi casa en Pilar, vendiendo La comida de Paul. Hoy estoy ganando plata. Dejé de desahorrar, y me mantiene la cabeza ocupada. Y tengo lo más lindo que siempre tuve, que es proyectar.
—¿Lográs estar mirando un partido con tus hijos y enfocar la cabeza ahí a pesar de lo que estás viviendo?
—100%. Hoy sí, porque hoy yo estoy vivo, estoy viviendo. Esta es la vida, y aprendí que puede haber un día que ya no esté más. Todos lo sabemos, y cuando se nos presenta más cerquita lo entendemos mejor que nunca. Y estoy dejando de vivir con miedo.
—Qué bueno.
—Tengo miedo hoy de la cirugía que se viene porque sé que es una cirugía muy complicada, y es la última posibilidad. Entonces hay que rogar a Dios que eso funcione bien. Tengo 17 agujeros que me destruyeron la pared abdominal, y a lo largo del día mis órganos tienden a salirse para afuera. La reconstrucción es para que yo pueda hacer gimnasia o caminar sin me empiece a doler por todos lados.
—¿Qué aprendiste con la enfermedad?
—Aprendí a disfrutar, a vivir, a valorar mucho las pequeñas cosas. Un llamado. Tengo mucha gente con la que yo trabajaba todos los días que hoy por más que no tenga nada que ofrecerles todos los días me llaman para ver cómo estoy. También hay gente que se alejó totalmente, porque dejé de servirles o algunos me pusieron de excusa de que no me querían ver sufrir.
—Dicen que transitar una enfermedad tan tremenda conlleva aprendizaje sí o sí.
—Sin duda. Nunca le voy a agradecer al cáncer haber aparecido, pero sí me está enseñando muchas cosas.
—¿Cuándo es la operación?
—A mediados de agosto. Pensar que ayudé a tantos chiquitos con cáncer, y hoy me pasa a mí…
—¿Era un miedo que siempre tuviste?
—Creo que sí, aunque nunca lo supe conscientemente. A los 23 años tuve una hemorragia intestinal muy grande y estuve en terapia casi 40 días. Casi me muero. Llegué al hospital con cuatro de presión. Mi psicóloga descubrió que yo toda mi vida pensé inconscientemente que tenía un cáncer.
—¿Y qué había sido eso?
—Nunca se supo. Como con cualquier herida que cuando se te cierra antes que la investiguen, nunca se supo.
—Y vos siempre tuviste la fantasía dando vueltas.
—Totalmente, y tuve un par de parientes que habían fallecido de cáncer.
—Como te sentís contando todo esto en redes y con tanta gente que te escribe.
—Soy muy honesto, totalmente transparente. Y siempre digo que tengo momentos muy tristes, pero que la actitud le gana al cáncer. Y una de las cosas que estoy hablando con Karina Milei es que quiero colaborar con un proyecto de ley para que haya lugares para que los ostomizados puedan descargar su bolsa en cualquier lado, en un baño público, así como hay de discapacitados, porque hay muchas incomodidades y los ostomizados componemos el 2% de la población. 2%. No es una pavada.
—¿Sos creyente?
—Sí.
—¿Volviste a hablar con tu viejo desde que se te apareció en la cirugía?
—Apareció un par de veces más, y le hablo mucho. Él me dice siempre que va a salir todo bien y está convencido. Yo quiero conocer a mis nietos, y ese es mi lema. Es lo que me mantiene fuerte y voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para lograrlo. Quiero que la gente deje de tener miedo y sepa que se puede vivir con esto.
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