“Por encima de todo, espero que este libro pueda revelar lo que nos une hoy con las personas de hace mucho tiempo, y ayudarnos a entender que eran simplemente personas, no diferentes a nosotros.” Con esta frase, Sam Kean resume la aspiración central de Dinner With King Tut: How Rogue Archaeologists Are Re-creating the Sights, Sounds, Smells, and Tastes of Lost Civilization (Cena con el rey Tut: cómo unos arqueólogos rebeldes están recreando las imágenes, los sonidos, los olores y los sabores de civilizaciones perdidas).una obra que explora la conexión entre el presente y el pasado a través de la recreación experimental de la vida antigua.
La empatía que Kean muestra tanto hacia los personajes históricos como hacia los investigadores contemporáneos atraviesa cada página, y define el tono de su aproximación a la divulgación científica.
Kean se sumerge en el mundo de la arqueología experimental, acompañando a especialistas y entusiastas que buscan revivir los aspectos cotidianos de civilizaciones desaparecidas. El autor no se limita a observar: participa activamente en la fabricación de herramientas de piedra, el curtido de cuero, la momificación de un pez y la conversión de grasa de foca en aceite, entre otras actividades.
Su implicación alcanza un punto personal cuando, pese a declararse “no un tipo de tatuajes”, decide someterse a la aguja de un tatuador del sur de California experto en técnicas ancestrales.
Elige una pequeña estrella en el muslo y justifica su decisión: “Dado lo universal que era el tatuaje en la prehistoria, me di cuenta de que siempre tendría una laguna en mi comprensión de la vida a menos que me armara de valor y me hiciera un tatuaje manual yo mismo”, en referencia al método que algunos expertos atribuyen a la momia de Ötzi, de 5.300 años de antigüedad hallada en los Alpes.
El enfoque de Kean se aleja de la arqueología tradicional, que describe como una experiencia de “la más absoluta tediosidad que podía imaginar”, tras observar a profesionales tamizando tierra en excavaciones. En cambio, se siente atraído por la arqueología experimental, también llamada vivencial, cuyos practicantes intentan reproducir con precisión elementos de la vida antigua.
Cada capítulo del libro se sitúa en un periodo y lugar distintos, desde la sabana africana de hace 75.000 años hasta el México del siglo XVI, pasando por el Egipto faraónico, la Roma imperial, la Europa vikinga y la China medieval. En cada etapa, Kean presenta un panorama de la época y a los experimentadores que conoce, algunos de los cuales, según su propia descripción, son “entusiastas excéntricos” más que arqueólogos formales.
La pasión de estos personajes resulta contagiosa. Tras destacar la importancia del pan y la cerveza en la dieta egipcia, visita a Seamus Blackley, arquitecto de videojuegos y cocreador de la Xbox, quien en su tiempo libre se dedica a la “gastro-egiptología”. Blackley, obsesionado con hornear pan egipcio auténtico, viaja hasta el origen para recolectar muestras de levadura de cerámica antigua. El resultado, según Kean, es rotundo: “Es difícil exagerar lo delicioso que es este pan”.
No todas las experiencias del autor son tan inocuas. Para comprender los tratamientos prehistóricos de lesiones craneales, realiza una trepanación en la cabeza amputada de un ciervo, cortando el cráneo con una sierra de sílex. Califica la vivencia como “profunda” y “humillante”. En Ciudad de México, prueba saltamontes y otros insectos consumidos por los antiguos mesoamericanos, y exclama: “Los insectos son una revelación”.
El libro también recoge ejemplos entrañables, como la clase de tecnología romana impartida en una escuela secundaria de Baton Rouge, Luisiana, donde la profesora Nathalie Roy guía a sus alumnos en la confección de tela, la construcción de relojes de sol y la edificación de una calzada romana en el patio escolar, utilizando herramientas y materiales fieles a la época.
Reconocido por su destreza narrativa en títulos previos como The Disappearing Spoon (2010) y The Icepick Surgeon (2021), Kean va más allá en esta obra al entrelazar relatos ficticios inspirados directamente en su investigación.
En el capítulo dedicado a un asentamiento neolítico en Turquía, narra el hallazgo de “una mujer adulta abrazando un cráneo rojo contra su pecho” y, en la ficción, otorga al esqueleto el nombre de Darga y una historia personal. Estas secciones no idealizan el pasado: la mayoría de los relatos giran en torno a la lucha por la supervivencia y muchos personajes mueren de forma dramática, lo que confiere a los episodios un tono didáctico que recuerda a la novela histórica juvenil.
En el capítulo sobre los thule del noroeste de Alaska, hacia el año 1000, la protagonista Amaruq se queja de su prima Meriwa: “Meriwa maltrata a las focas. Antes de descuartizar una foca, los thule siempre vierten agua por su garganta como oración de agradecimiento y perdón. Pero la perezosa Meriwa omite este paso”.
A pesar de la fuerza de estos relatos, los entusiastas actuales que Kean retrata resultan aún más fascinantes. La idea de que existe alguien obsesionado con cada aspecto de la vida antigua —desde peinados romanos hasta la reconstrucción de armas ancestrales— aporta vitalidad al libro.
Kean se convierte en un guía atractivo por estos submundos excéntricos y defiende con convicción la arqueología experimental, disciplina que, según señala, a menudo enfrenta escepticismo en los círculos académicos. Algunos de los personajes que encuentra trabajan en instituciones científicas, pero otros son ajenos a la academia. Kean sostiene que esta rama está “dando vida al pasado de formas que ninguna teorización de sillón puede lograr”.