Patricio Giménez habló de su profunda transformación espiritual al lado de la naturaleza (@iri.sanc)

En medio del campo, rodeado de silencio y naturaleza, Patricio Giménez Aubert empezó a encontrar respuestas que llevaba décadas buscando. Durante la pandemia vivió en Laguna Garzón, Uruguay, con su perra Rumba. Hacia allí partió apenas comenzó la cuarentena obligatoria junto a su hermana, la gran diva argentina, Susana Giménez. En ese momento comenzó una etapa de introspección y autoconocimiento. Así se gestó el libro que acaba de publicar: “Antes de ser feliz”, donde firma como Augusto, su primer nombre de pila, y cuyo significado lleva oculto una explicación más profunda.

En esta obra, Patricio no se oculta detrás del personaje mediático ni del cantante que vivió en Miami cuando lo convocó el productor de Julio Iglesias. Tampoco está el actor que pasó por Televisa y vivió varios años en México. Aparece otro hombre. Uno que recuerda con precisión los días oscuros de su infancia. El que se preguntó con angustia “si Dios era bueno” cuando vio morir a su padre a sus 11 años y enfermar a su madre quien, con apenas 40, quedó viuda. Su hermana menor tenía diez. Su hermano, tres. Y como si el destino hubiese decidido ensañarse, poco después el cáncer que tuvo que enfrentar su mamá también tocó la puerta. Entonces ahora se presenta como el hombre que empezó a buscar en religiones orientales, en culturas antiguas, en otros modos de pensar.

Patricio GIménez encontró en su perra Rumba a una compañera inseparable.

La escritura le permitió volver a esa voz interior. Lo llevó a cambiar de nombre, a firmar como Augusto. “Es una parte de mí que casi nadie conoce. Augusto era el nombre de mi papá. Y también es un lugar más profundo, más silencioso”, dice. Ese cambio no es solo una denominación. Es esencial. Lo que busca no es mostrarse diferente, sino serlo.

Ahora organiza un proyecto de viajes espirituales para 2026 que incluye India, Egipto, Machu Picchu, el Camino de Santiago. No quiere hacer turismo. Quiere compartir experiencias de transformación. También habla del amor, pero no del romántico. Habla de una presencia que acompaña sin tapar, “alguien a quien está conociendo en esta etapa de su vida”. Y de Rumba, su perra, que fue maestra de silencio.

Patricio Giménez Aubert con su papá Augusto, cuando era un niño (Gentileza Patricio GIménez)

Patricio se muestra sereno. Habla sin urgencia. No necesita convencer. Está en otra etapa.

Te presentás como Augusto en el libro, aunque la mayoría te conoce como Patricio. ¿Por qué elegiste ese nombre?

—Porque este libro habla desde el centro. Desde un lugar muy verdadero. Y Augusto es mi primer nombre, el que casi no uso. Pero también era el nombre de mi padre. Y hay algo de eso que se conecta con el contenido. Sentí que era el momento de volver a ese nombre. Augusto tiene una resonancia más espiritual. Más profunda. En el libro reflexiono mucho sobre cómo los nombres también trazan senderos, y Augusto, para mí, tiene una resonancia espiritual. Es más silencioso, más profundo. Es una parte de mí que pocas personas conocen. Justamente como el contenido del libro.

Entre la naturaleza y la calma, Patricio Giménez encontró el camino hacia la espiritualidad que tanto anheló (@iri.sanc)

—¿Cómo surgió “Antes de ser feliz”?

—De una búsqueda. Una que empezó con dolor. La muerte de mi padre cuando yo tenía 11 y después la enfermedad de mi madre me empujaron a hacerme preguntas incómodas. ¿Por qué existe el sufrimiento? ¿Qué es el bien? ¿Qué es el mal? No encontraba respuestas en mi cultura ni en la religión. Entonces empecé a mirar otras filosofías, otras formas de ver la vida. Oriente me dio herramientas. Y sin darme cuenta fui armando un mapa personal.

—¿Cómo definirías tu visión espiritual actual?

—Soy panteísta. Creo que todo es Dios. No hay separación. Todo lo que existe forma parte de eso. Dios no es una figura que juzga. No hay castigo. Todo es presencia. El bien y el mal no son verdades absolutas. Son interpretaciones. Dios es más grande que eso.

—¿Cambió tu relación con la muerte?

—Muchísimo. Antes me daba miedo. Me parecía una amenaza. Ahora la veo como una maestra. La muerte pone todo en perspectiva. Nos pasamos la vida acumulando como si fuéramos eternos. Pero cuando uno acepta que no lo es, entiende qué cosas valen la pena. No se trata de tener más, sino de vivir mejor.

Patricio Giménez plasmó en su libro

– ¿A qué atribuís este cambio en tu vida? Porque ya venís trabajando hace un tiempo en tu parte interior

– En realidad, ahora me va cayendo la ficha. Mi parte espiritual la tuve desde muy chico. Yo me iba a ir en una camioneta por África y a la India cuando era estudiante. Pero mi mamá estaba desesperada. Estaba a punto de sacarme el pasaje y me llamó el productor de Julio Iglesias para hacer un disco y me quedé viviendo allá en Miami. Entonces postergué el proyecto de África y me dediqué a mi parte artística, que también la tengo. Y también era mi sueño. La vida me llevó por un camino más artístico y era lo más inmediato para vivir, para generar.

—En medio de todo ese proceso apareció este nuevo proyecto de viajes. ¿Qué buscás con eso?

—Después de tanto trabajo interior sentí la necesidad de abrir el camino hacia afuera. Estoy armando con expertos un calendario de destinos del alma para 2026. Incluye lugares que me hablaron siempre: India, Egipto, Machu Picchu, el Camino de Santiago. No es para hacer turismo. Es para vivir experiencias reales, transformadoras. Quiero compartir eso con otras personas que estén buscando lo mismo.

—También se habla de un nuevo vínculo amoroso. ¿Qué lugar tiene hoy el amor en tu vida?

—Aprendí algo importante: no quiero a alguien que me complete. Quiero a alguien que camine al lado. Hoy estoy conociendo a alguien así. No llena un vacío. No interrumpe mi silencio. Lo acompaña. Es una presencia muy amorosa. Y eso es valioso.

—Estar conociendo a alguien también ayuda a encontrar paz?

—Es justamente al revés (risas). Esto es como mi prueba porque puedo controlar un poco más lo que pasa en mi interior. Con todas las cosas que ya fui trabajando en mí, en mi soledad, en el trabajo. Entonces esto es como un desafío para mí.

—Le dedicás el libro a tu perra, Rumba. ¿Qué significa ella para vos?

—Es mi maestra. Me enseñó a habitar el presente. A estar en el aquí y ahora. Es un ejemplo de amor incondicional. De lealtad. Ella me acompañó en los momentos más importantes de esta transformación. Es parte de este camino.