Acepta el diálogo. Se acomoda en la silla, respira, y aguarda la primera pregunta. Comprende que no va a ser fácil. Pero si nada en su vida lo ha sido, ¿por qué ahora sí resultaría sencillo? “Sé que es un lugar donde la gente me va a conocer y va a saber quién es el Emma”, dice sobre esta entrevista con Infobae.
Dejará al descubierto las sombras: las suyas, las propias, pero también las ajenas, las cercanas. Hablará entonces de delincuencia, de marginalidad, de violencia. De un pasado que no desconoce, en todo sentido: sabe muy bien todo lo que sucedió, y además -o sobre todo- no lo niega.
Mucho antes de ser Ponte Perro, este músico de 27 años, referente del género cumbia y RKT, que fue furor en las redes por canciones como Gafita y Chomba, que cantó en el Lollapalooza, que llegó a la plataforma alemana Colors Studio (es nada menos que el tercer argentino en hacerlo, después de Nathy Peluso y Trueno), fue Mario Emmanuel De Los Santos, un chico del oeste del Gran Buenos Aires más humilde.
Que es fruto de un amor que surgió en una cárcel. Que proviene de una familia vinculada al delito. Que perdió muy pronto a su padre en una salidera bancaria. Que tuvo a su madre presa. Que de joven -él también- llegó a robar. Y que un día torció el destino de cualquier legado. Y que hoy, desde este hombre que supo reconstruir desde su propia paternidad y de la música, se abraza a ese niño que hoy, podría estar protagonizando otra historia.
Porque Ponte Perro está ahí, iluminado por las luces del éxito y la popularidad. Ahora, es momento de descubrir al Emma.
—¿Cómo era tu familia cuando vos eras chiquitito?
—Mi mamá. Mi papá, Horacio; alias Rabito. Y un hermano 17 años más grande, de distinto padre. Mis papás se conocieron por intermedio de mi tía, en una unidad penitenciaria.
—Tu papá estaba preso.
—Mi papá estaba detenido y mi tía tenía una pareja ahí. Un día mi mamá la acompañó y ahí lo conoció a mi papá.
—¿Cómo es un romance entre una persona detenida y alguien que está afuera?
—Por lo que mi mamá me contó, vivió una experiencia hermosa, acompañándolo desde el fondo de la nada, porque (mi papá) estaba en un lugar que prácticamente era el infierno, que lo llaman. Y por lo que escuché de mi mamá, fue un amor de locos, único.
—¿Por qué estaba preso tu papá?
—Por delinquir.
—¿Alguien había salido lastimado de esa situación?
—Gracias a Dios, no, por lo que yo tenía entendido. Muchas cosas no me contaron porque yo era chico, ¿viste? A largo plazo fui entendiendo un montón de cosas de la historia de vida de mi papá.
—¿Tu viejo estaba metido en robos, en temas de droga?
—Andaba en temas de drogas, sí. Dedicó su vida a robar. Siempre estuvo metido en la delincuencia, en salideras bancarias y ese estilo de robos. Pero nunca alguien lastimado.
—No deja de ser un delito…
—Obvio. Pero nadie salió lastimado.
—¿Y vos estás acá por una visita?
—Sí, por una visita (risas).
—¿Con qué frecuencia eran las visitas de tu mamá en la cárcel?
—En esa época, una vez por semana.
—¿Tu mamá pasó todo el embarazo sola?
—Sí, sola.
—¿Y cómo se bancó todo el embarazo con tu papá detenido?
—Y… le costó un montón. Lo que uno hace por amor ¿no? Ella tenía que buscársela sola para poder comer, y también para atenderlo a él en la visita y eso, más cuando ya era la pareja. Le resultó duro hasta el día que mi papá tuvo la libertad. Estuvo seis años preso.
—Y a la vez, tu mamá tenía que educar también a un hijo adolescente, para que no se metiera en ninguna.
—También. Gracias a Dios hoy mi hermano es un hombre re responsable, trabajador. Y eso es un orgullo para mí porque vengo de una familia con una situación de vida muy complicada porque bueno, creo que fueron criados a eso, y no buscaron otra alternativa de salir adelante. Como por ahí la busqué yo, y realmente mi hermano también la tuvo.
—Es muy importante lo que estás diciendo. Hay un cambio enorme que pudieron hacer tu hermano y vos, que va a repercutir en sus hijos también: vos sos papá.
—Sí.
—Pudiste cortar con una historia familiar.
—Y… el camino fue duro, pero pudimos dar vuelta la página del libro. Estoy en un momento muy especial en mi vida y me costó un montón.
—Cuando vos nacés, ¿en qué barrio vivían?
—En un barrio humilde: Santa Isabel, en Mariano Acosta. Pero me crie en Ituzaingó, otro barrio humilde, donde la gente lucha por salir adelante todos los días.
—¿Faltaba en tu casa?
—En las primeras épocas sí. Faltaba para la comida, faltaba para tener lujos de zapatillas.
—¿La familia de tu papá también venía de una historia vinculada al delito?
—No. Mi papá era el único de la familia.
—¿Y tu mamá?
—Sí. Del lado familiar de mamá, sí: tíos, abuelo, y así…
—¿Por eso no la asustaba tener un novio detenido?
—Claro, claro. Hoy, que soy grande, no juzgo ni tampoco les echo la culpa porque cada uno tiene su crianza y va tratando de salir adelante. He escuchado historias de mi mamá: tenía que chupar un caramelo para darle de comer al más chiquito, cuando salían en un carro. O sea, su almuerzo era un caramelo. Son historias fuertes.
—¿Tu mamá nunca estuvo detenida?
—Estuvo detenida cuando yo era un poco más grande.
—¿Sabés por qué?
—También: por robo. Hace cuatro meses mi mamá se fue… Falleció.
—¿Y cómo estás?
—Y… tratando de salir adelante. Es complicado. Me quedó a cargo mi hermano de 15, porque no tiene papá, y mi primito de 12 años, el hijo de mi tía Patricia, que falleció de cáncer el año pasado. Tengo dos hijos, y otros dos del corazón.
—Te hacés cargo de los dos, en una adolescencia que debe ser complicada.
—Estamos en aguas turbias. Y los dos están viendo que un pibe de 27 años, hermano, primo, se está haciendo cargo de los dos. También son caminos nuevos para mí: esto no lo esperaba. Y no te digo que es imposible, pero es difícil: estamos luchando todos los días, los tres juntos.
—Pero saliste adelante de un entorno muy difícil y le estás dando un ejemplo distinto del que conocían.
—Y… me tocó ver y pasar todo: los dolores, los sufrimientos. Ver a tu familia alejada. De repente no tener a tu papá, porque lo mataron, y de repente tu mamá queda detenida y estás solo. E ir a la casa de alguien y que te cuiden, y ver que es gente desconocida…
—Tu nacimiento fue muy particular porque tu papá estaba detenido, pero pudo verlo. ¿Cómo es eso?
—¡Fue una locura! Nací en un canal de televisión, en un programa (Por quererte tanto) conducido por Patricia Miccio y Leonardo Greco, que lo miraban millones de personas. Todos vieron al Ponte Perro nacer (risas).
—¿Pero cómo es que deciden televisar un nacimiento?
—Mi mamá hacía cosas impresionantes (risas). Es una locura lo que hizo mi mamá. Y mi papá lo pudo ver. En el programa, primero Leonardo Greco entra a la Unidad de Mercedes y lo llaman a mi papá. Entran en un cuarto, está un televisor y las cámaras, así, todo, y le dicen a mi papá: “Tenemos algo especial para mostrarte. Mirá”. ¡Tac! Y le muestran a mi mamá en la cama del hospital, hablando, cuando yo estaba a punto de nacer. Y de un momento a otro pasan a otra imagen, en la que se me ve a mí saliendo de la panza de mi mamá, por intermedio de una cesárea. Una locura. Y cuando en el programa le están mostrando el video a mi papá, abren la puerta y entra mi mamá conmigo en brazos, de tres días. Fue algo hermoso.
—¿Cuando tu papá sale, cuánto tiempo pudieron estar con tu mamá?
—Hasta mis cuatro años. Y en el 2006 lo matan en un hecho. Resulta que al que le roba, en una salidera bancaria, era un gendarme. Cuando mi papá se sube a la moto y se va, el gendarme le dispara por la espalda.
—¿Y a vos, qué te pasa con eso?
—Durante mi infancia y adolescencia, tuve un dolor muy grande hacia la Gendarmería. Hoy tengo otro pensamiento porque soy papá y soy un hombre trabajador, pero lo digo con toda sinceridad: crecí muy resentido con eso. Pero bueno, no es culpa de la familia, sino que fue algo que ya era de un núcleo familiar que estaba podrido, estaba negro. Entonces, era estar criado a eso: siempre en contra del otro bando.
—¿En algún momento te enojaste con tu papá?
—Fueron emociones altas y bajas: enojos, tristeza, felicidad. Pero en un momento, cuando fui papá, me enojé porque dije: “¿Qué te costaba mirar hacia atrás y ver que tenías a tu hijito, que te estaba esperando?”. ¡Yo qué sé! Salí a vender medias a la calle. Mientras estemos todos juntos… Eso fue mi enojo. Pero después, cuando mi hijo fui creciendo, hemos pasado hambre y un montón de cosas, y a veces, cuando uno está mal aprendido, le pasan miles de pensamientos por la cabeza, ¿no? Y entonces dije: “Bueno, capaz que mi papá era un muchacho que estaba solo y no tenía con quién despegar como para querer cambiar su vida por su hijo o tener una vida sana”. No lo juzgo.
—¿Y al gendarme, lo perdonaste?
—No sé… No sé si decirte que lo perdoné.
—¿Lo entendiste?
—No. Te voy a sincero: no lo entendí. Le disparó por la espalda. Y mi papá le había robado sin un arma.
—Tu papá le estaba robando, hay que entender porque una cosa es la legítima defensa…
—Sí, ese es un tema muy especial, un trazo muy fino. Pero yo cambié un montón de cosas porque no quería que se repita la misma historia con mi hijo.
—¿El gendarme fue juzgado?
—No, no pasó nada.
—Vos tenías seis años. ¿Qué entendiste en ese momento?
—A los dos meses me dijeron que mi papá había muerto. Y fue lo peor que hicieron. Me llevaron a un cementerio y me dijeron: “Bueno, tu papá está acá”. Y no lo creí. Hasta mis 17 años pensé que mi papá estaba vivo.
—¿Por qué? ¿Qué pensabas que pasaba?
—Como en mi familia todo siempre eran mentiras, porque no contaban la verdad de lo que hacían y un montón de cosas que pasaron, decía: “Mi papá volvió a estar preso o se fugó del país”. Tenía ese pensamiento porque en ese momento, yo no lo vi. Me re acuerdo: un día mi papá está de traje, me dice “Me voy a trabajar, hijo”, me da un beso, yo lo veo con los compañeros. Y de repente no apareció nunca más. Y era un re papá, presente todos los días.
—¿Y por qué a los 17 años sí aceptaste que estaba muerto?
—Por la terapia. La terapeuta me dijo: “Tu papá está muerto y nunca más va a volver”. Yo me levanté con todo el enojo y dije: “Sí, está muerto”. Y me fui.
—¿Nunca más volviste?
—No, no volví. Pero esa terapeuta me hizo bien. Fue una manera muy loca, pero me hizo bien.
—¿Qué pasó con tu mamá en los años siguientes, después de la muerte de tu papá?
—Mi vieja se puso en pareja con el papá de mi hermano de 15. Una persona muy muy hija de puta. Fue un calvario en la vida de mi mamá, y en la mía.
—¿Era violento?
—Sí. Le pegaba. Tuve la ilusión de que podría ser mi papá, la persona que podría cubrir esa parte que me faltaba de mi viejo, y el chabón terminó siendo el mismo diablo. Después de 10 años mi mamá se separó. Pero siguió molestando. Después se puso más picante porque yo crecí y ahí ya era luchar conmigo, no luchar con mi mamá.
—¿Qué quiere decir más picante?
—Íbamos al choque porque yo no iba a dejar que le falte el respeto a mi mamá. Cuando se dio cuenta de que yo crecí, empezó a aflojar. Yo, por mi familia mato y muero, y cuando a los 12 años ya era grande para defender a mi mamá, empezamos a hablar de otra manera. Y empezó a haber golpes entre los dos.
—¿Tu mamá nunca lo pudo denunciar?
—Sí, miles de veces. Y no hacían nada. Por eso empecé a responder yo.
—¿Y tu mamá, mientras tanto, estaba robando?
—Mi mamá, a mis ocho años de edad, empieza a chocarse con la enfermedad: cáncer en el paladar, uno en un millón. Estuvo jodido ese cáncer, con mucha quimio. La pasó bastante heavy. Y después, en 2010, otra enfermedad. Y en el 2012, en el 2015. Y así, sucesivamente.
—¿Y cuándo queda detenida?
—En el 2006, entre medio del cáncer. Queda detenida por robo y sale a los dos, tres meses.
—¿En qué momento aparece la música?
—La música siempre estuvo al lado mío. Mi hermano era cantante en un grupo de cumbia. Cuando tenía 13 años me juntaba con amigos a cantar, con un teclado. Y en el 2021, en pandemia, ahí me meto de lleno.
—¿Hasta ese momento, cómo te la rebuscabas? ¿De dónde salía la plata para mantener dos hijos?
—Cortando el pelo.
—¿Con la historia de tu familia, en algún momento se te cruzó por la cabeza meterte también en esa?
—Tuve errores de menor. Sí, muchos.
—¿Te agarraron?
—Sí.
—¿Y qué pasó?
—(Era) menor.
—¿Entrabas y salías automáticamente, o estabas un tiempo?
—Entrada y salida.
—¿En institutos?
—No. Solamente en comisaría. Cuando me choqué con la realidad, me choqué con la felicidad: mi hijo Valentino.
—¿La paternidad te cambió la cabeza?
—100%.
—¿Hasta ese momento, el camino podría haber sido otro?
—Sí. Peor. Siempre dije que quería tapar la huella que dejó un león, y estaba yendo por un camino equivocado.
—¿Solo robo, o te estabas metiendo en otras también?
—No. Solamente robo.
—¿Armado?
—No. Pero la paternidad me sentó cabeza. Cuando cometí el error, dije: “¿Qué vamos a hacer? ¿Que se repita la historia de Rabito? ¿Que mi hijo crezca resentido?“. Hay poco camino: la cárcel o la muerte. Entonces aprendí que, a pesar de todos los enojos, Rabito me dejó un mensaje. Porque arriesgó su vida para darme lo mejor y con su fallecimiento, dejó una lección de vida: el que mal anda, mal acaba.
—Entiendo que eso lo decís desde un amor enorme, porque hablás de tu papá y te emocionás. ¿Pero entendés que si hoy estás en las malas, tenés otras posibilidades?
—El último lanzamiento, mi canción Rabito, habla de una historia de amor y de dolor, y demuestra que a pesar de la vida que yo tuve, salí adelante. Y hablo con un montón de pibes y les muestro: “Mirá dónde estamos, un Lollapalooza, una entrevista como esta”. Es cuestión de fe. Ley de atracción. Luchar todos los días. Salir adelante. Mucho laburo. Hoy arroz blanco, y mañana asado. No hay que preocuparse por la plata, no hay que tener esa locura. Obvio que todo es plata, si vamos a ponernos a pensar. Pero siempre digo que a mí se me prendió fuego la casa, en el 2021.
—¿Me contás eso?
—Casi más se muere mi hija de dos años, Ámbar. Fue una noche de terror. Era una casa humilde porque era lo que me daba el bolsillo, y se incendió el enchufe de la pieza de ellos. Yo estaba durmiendo y los gritos de la nena y de mi señora me despertaron: “¡Emi, se prende fuego la pieza de los nenes!”. Se cortó la luz y el hollín tapaba toda la casa. Pensé que me había quedado ciego de la desesperación. Corrí a la pieza de los nenes tanteando las paredes. Siento dos cuerpitos, los levanto y los saco como puedo. Gracias a Dios pudimos salir. La casa se prendió toda fuego, perdimos todo lo material. En un momento la veo a mi nena tapada de hollín, mal. Se desvanecía. La trasladan al hospital y la llevan a terapia intensiva. El doctor me dice: “La nena respira gracias a unas máquinas. Si tienen fe en algo, por favor, pidamos la fe afuera y que todo evolucione”. Se me cayó el mundo. Fue lo peor que me pasó en la vida. Fueron cinco noches de crisis, ella en coma, sin saber si se levantaba o no. Hasta que un día se levantó y dijo: “Quiero yogurt”. Me volvió el alma al cuerpo. Y de a poquito nos fuimos recuperando. Hoy soy llorón mal: voy a un acto de jardín, la veo y lloro.
—¿Qué promesas hiciste en esos días que tu hija estuvo en coma?
—Tratar de ser la mejor persona y salir adelante por mis hijos, por Ambar, que me cura el alma, y por Valen, que es lo más, es igual que yo.
—¿Con tus hijos vinieron esos abrazos que en algunos momentos faltaron, porque tus viejos no estaban?
—Ellos son todo. Quiero la familia grande, ¿viste? La mesa gigante, con todos juntos. Siempre sueño con eso. Y perdón por las lágrimas, pasa que vengo… Vengo de varios golpes. Y bueno, cuesta. Mis papás me siguen a todos lados. Ellos son mis santos, mi guía. Cuando estoy mal, me voy al cementerio, porque pude lograr meterlos a los dos en un cementerio privado: están juntitos. Entonces voy, charlo un ratito, y me ayuda. Es mi camino. Sea como sea, que me marquen. Si me estoy desviando, que me corran. Si voy derecho, que me empujen como a un camión
—Después de la paternidad, ¿la música terminó de salvarte?
—Sí. Yo venía de un camino difícil, saliendo adelante, con hijos, pero la música terminó de salvarme. Porque al pionero, al que está manejando el barco, la música lo acarició, lo abrazó y le dijo: “Dale, ahora vamos para el frente. Se olvida todo. Borrón y cuenta nueva”. Y acá estamos.