El productor argentino, hace unos días, de gala para otra noche de gloria. Ya había ganado su primer Tony con

De cómo un pibe de clase media de Ramos Mejía (papá bandoneonista, ¡debutó a los 12 años con D’Arienzo!; mamá costurera) renuncia a Derecho, le empieza a ir muy bien como productor en la TV argentina pero se la juega y abre su propia productora, crea un programa Luxury Lifestyle que lo lleva a viajar por el mundo, se relaciona con gente de Broadway y, 20 años después -hace unos días- estaba celebrando dos premios Tony y, en el éxtasis del festejo, sintió que le daba un flor de pisotón a un zapato charolado muuuuuuuy famoso en Hollywood… De ese viaje soñado trata esta historia.

El pibe de Ramos es Diego Kolankowsky.

El premio Tony -para dimensionar en su justa medida el logro- es al teatro lo que un Oscar al cine. Hoy, en la oficina neoyorquina de su productora, DK Group International, luce dos flamantes estatuillas, una por Maybe Happy Ending (Mejor Comedia Musical), otra por el clásico Sunset Blvd (Mejor Reestreno de Musical) y ya son tres, porque en 2018 había ganado su primer Tony Award por Once on this Island.

“El algoritmo lo que hizo fue sacarnos la aventura de descubrir un continente. Nos lleva todo el tiempo a la misma tierra”, sostiene Kolankowsky (51 años), de paso por Buenos Aires, desde donde va y viene con frecuencia hacia Nueva York y Londres.

“Yo soñaba con tener… Siempre tuve sueños grandilocuentes y soñaba con alguna vacuna. No hice nada de eso, pero nunca me imaginé que iba a tener un programa de lujos de alta gama, Hours , minutes & seconds, en catorce países, que iba a ganar premios, ¡y mucho menos Broadway!”, admite, con ese asombro aún fresco que ni el éxito internacional logra borrar. “¡Yo cumplí sueños que no había soñado! Pero descubrí algo súper positivo: probablemente uno esté empezando a soñar cosas que todavía no soñó. O sea, va a venir algo más…”.

A los 30 años, Kolankowsky ya dirigía noticieros en la televisión argentina. Casi dos décadas después, produce espectáculos de alto impacto global, convencido de que “el éxito es que existan las obras”, no solamente los premios. “Porque muchas veces, el estado natural de una obra es terminar en un cajón”, sentencia.

Diego Kolankowsky con su flamante Tony Award por

El gran salto

La travesía profesional de Diego Kolankowsky comenzó temprano en el periodismo y la producción televisiva, con una carrera meteórica que lo llevó a convertirse, a los 30 años, “en el gerente de noticias más joven de América TV -cuenta- A los 31 o 32 decidí independizarme y crear mi propia empresa de producción”. Así surgieron un germinal La Cornisa con Luis Majul o Terapia, única sesión, donde Gabriel Rolón psico-entrevistaba en un diván a famosos como Moria Casán o Jorge Rial.

Pero sin dudas el gran salto en su carrera será a partir Hours, minutes & seconds, un programa para la TV por cable reinante en la época (necesitada como nunca de contenidos de nicho) que básicamente convertía en audiovisual los mejores productos de lujo (relojes, autos, aviones, viajes sofisticados, esa gama super top de productos que desde siempre se anuncian en trendy magazines, esas de perfumado papel satinado de lomo cuadrado tipo GQ o Esquire). “Horas, minutos y segundos tuvo feeds en inglés, en español y en francés, ahora reconvertidos en portales online… Se vendió a distintos países. Y eso me llevó a Suiza, Londres, París, primero por contenidos, después por los negocios con las marcas”.

Y una cosa llevó a la otra, cuenta. “Mucha fiesta, mucha alfombra roja, mucho teatro… No abandoné nada: sigo con el lifestyle, fundé y sigo teniendo la mejor radio de música electrónica, la Delta 90.3, pero además se despertó lo de querer hacer teatro”, narra Kolankowsky, rememorando aquel periplo constante entre las principales capitales del mundo.

En el camino, una comedia musical resultó decisiva. “Me enamoré de Rock of Ages, un musical de rock al estilo de Mamma Mia, pero con canciones de Def Leppard y Whitesnake en lugar de ABBA… La vi mil veces”, enfatiza, y fue estar en el lugar indicado en el momento correcto, porque así fue como conoció a figuras como Ken Davenport, uno de los productores más reconocidos de Broadway, responsable de fenómenos ya globales como Kinky Boots, nada menos. Con el diario del lunes, ese amor por los musicales se había iniciado muchos años antes, cuando a los 16 años, con su madre, vio el estreno de Drácula, el mega éxito de Pepito Cebrián y Angel Mahler.

“Maybe Happy Ending”: innovación, inteligencia artificial y una historia humana

El triunfo reciente de Diego Kolankowsky en los Tony Awards encuentra su punto de partida en una propuesta audaz: combinar la inteligencia artificial y la reflexión existencial en un musical. La génesis de Maybe Happy Ending se remonta a varios años atrás, cuando el proyecto comenzó a tomar forma varios años antes de que la IA fuera un tema cotidiano como en la actualidad.

“El guion musical nace en 2015, 2016, a cargo de Will Aronson y Hue Park”, explica Kolankowsky, subrayando que ya entonces el cruce de mundos y visiones era parte integral del proceso creativo. La obra, escrita y reelaborada durante casi una década, anticipó discusiones que recién más tarde ocuparían el centro de la agenda pública. “Hace dos años era loco. Hace diez, no… No es un helper bot tal como vemos hoy, de esos que pueden ayudarte en la cocina y otras tareas hogareñas, que ya existe. Es la historia de dos robots asistentes que descubren la finitud de la vida. La conexión entre dos pares y la búsqueda de sentido es un espejo de la humanidad, contado por lo más absurdo que uno podría pensar que es humano, un robot”, describe el productor el metamensaje de la trama.

Jeffrey Richards y Hunter Arnold aceptan el Tony por

Desarrollar y poner en escena esta obra implicó desafíos creativos y económicos inusitados incluso para los estándares de Broadway: “Nos costó muchísimo. Con los musicales uno suele pensar en grandes elencos, en 25 personas en escena con todo explotando, pero acá no: es una obra de cuatro actores. Esto es intimista, en el ochenta por ciento de la obra hay dos personas en escena”, afirma.

Kolankowsky rememora que ni siquiera los inversores de confianza apostaron inicialmente por el proyecto: “¡Ni uno! A ninguno le pudo vender la idea. Yo les vengo diciendo hace cuatro años ‘Con esto vamos a ganar el Tony. No te la pierdas’, pero un mes antes del estreno nos faltaban 5 millones de dólares. Tuvimos que pedir un crédito”.

Helen J Shen y Darren en un momento de

El color del dinero

Estrenado en noviembre de 2024 y, tras una ronda inicial de previews (las primeras funciones con público, un test para ver qué funciona, qué no, y en función de eso “tocar la obra”) llegó el espaldarazo de la crítica especializada: “El New York Times, el Washington Post, el Wall Street Journal, Variety, Entertainment, ¡tuvimos catorce críticas positivas! No suele pasar que catorce críticos se pongan de acuerdo”.

Tras copar la temporada de premios y coronar con los Tony, la obra avanza por su ciclo de éxito en la principal plaza teatral del planeta. Y como él mismo destaca, recuperar la inversión “no es garantía de nada, salvo que tengas la bendición del premio. ¡El éxito es que existan las obras! El estado natural de una obra es que quede en un cajón. Llegarla a estrenar es un golazo. Luego, la permanencia, después los premios y recién ahí aspirás a recuperar la plata, en ese orden», explica, y enseguida termina de graficar: “Ocho de cada diez obras no recuperan la inversión en su totalidad, y de éstas, cinco pierden todo”.

Como se ve, en Broadway, el éxito artístico va de la mano con un enorme riesgo financiero. Kolankowsky es categórico al describir la dinámica de inversión: “El presupuesto es de 21 millones de dólares, en un proceso creativo de entre siete y ocho años”, afirma. “Los Tony son un montón. No es solamente un reconocimiento personal. Es un espaldarazo económico. Te garantiza una supervivencia”, explica. El impacto en boletería de los Tony queda reflejado en cómo se multiplicó el valor de los tickets: “Lo que empezó costando 69 dólares en las previews hoy cuesta 500 dólares”, grafica el productor.

Junto a su hija Ambar, poco antes de ingresar al Radio City para la gran noche de los Tony Awards, en Manhattan

Lo suyo no es puro teatro

El presente de Diego Kolankowsky lo encuentra instalado en el corazón de Nueva York, pero no olvida ni reniega de sus raíces en Ramos Mejía y Buenos Aires. En la ciudad que lo consagró como productor teatral de proyección global, cultiva una rutina que amalgama el perfil sibarita con la pertenencia a la industria creativa. “Yo vivo en 120 West Street, la calle del Carnegie Hall. Suelo desayunar en El Café, también en Balthazar. ¿Para comer?, voy seguido Cipriani”, describe parte de su día a día en Manhattan. Cuando está en Buenos Aires, Gardiner es como su casa, basta ver su complicidad con los mozos.

Por estos días, además del eje Buenos Aires-Nueva York, el productor viaja seguido a Londres, vinculado a la producción -junto a Axel Kuschevatzky– de la nueva película de Pablo Trapero: & Sons. A estrenarse en diciembre, será el primer filme en inglés del director de Carancho y está protagonizado por Bill Nighy, Noah Jupe, George MacKay y Matt Smith.

Este puente entre la nostalgia y la concreción de anhelos impensados lo impulsa, reconoce, a no mirar nunca hacia atrás como el techo de su trayectoria. “Nunca me voy a permitir que mi vida esté en mi pasado”, sentencia, pero con la satisfacción del que repasa su historia y sabe que ha logrado mucho más de lo que alguna vez soñó, dice:

—¿Sabés que? Volviendo a aquel pibe de Ramos, ¡para mí Broadway era un cine de calle Corrientes, no el centro mundial de la comedia musical!

Y antes de irse completará la anécdota del pisotón: “Yo estaba eufórico, claro, y pendiente de la foto de familia que se hace con todo el elenco. Bajé rápido unos escalones, quedé pegado a la primera fila, y de pronto siento que piso a alguien. Me fijo… ¡y era George Clooney!» Así que Diego Kolankowsky no solo sabe cuánto pesa un Tony, también sabe lo que muy pocos: la cara que pone George Clooney cuando le pisan sus zapatos de charol. “Le pido disculpas y con la mejor onda me dice: ‘All good. ¡Congrats!’”, cuenta. Algo así como “Todo bien. ¡Felicitaciones!”