Cuando las autoridades colombianas detuvieron a Jorge Antonio Zurita en una calle de Medellín, no solo capturaron a un fugitivo de Interpol, desmantelaron un eslabón clave en la cadena del narcotráfico que conecta los laboratorios clandestinos de Colombia con los mercados de consumo en Estados Unidos y Europa. Zurita, conocido en el mundo del hampa como “Gordo Pibe”, había logrado transformar una pandilla callejera de los barrios marginales de Panamá en una sofisticada red criminal transnacional.
Zurita, líder de la pandilla Kill the Nasty (KTN), había permanecido prófugo desde 2023, refugiándose en territorio colombiano mientras las autoridades panameñas intensificaban su búsqueda. La investigación que llevó a su captura reveló un entramado criminal sofisticado que incluía una empresa de turismo registrada a nombre de su esposa en El Peñol, Antioquia, presumiblemente utilizada para el lavado de activos.
Para entender cómo Zurita llegó a operar desde Colombia, es necesario rastrear los orígenes de su organización: Kill the Nasty surgió en la década de 2010 en Río Abajo —un humilde corregimiento ubicado en el área urbana de la Ciudad de Panamá— donde estableció su primer bastión territorial. Lo que comenzó como una pandilla callejera más rápidamente ganó notoriedad por su extrema violencia y su temprana incursión en el narcotráfico internacional. Su crecimiento meteórico la llevó a integrarse en las llamadas “megabandas” panameñas.
El ascenso de KTN al primer plano del hampa panameña coincidió con el liderazgo de figuras como Héctor Moisés Murillo Barberena, alias “El Pulpo”, considerado durante años el principal narcotraficante de Panamá. Murillo, quien tejió las primeras alianzas con carteles mexicanos y el Clan del Golfo colombiano, fue capturado en 2016, pero su legado criminal perduró bajo el mando de Zurita.
Jorge Antonio Zurita asumió el control de Kill the Nasty tras la detención de El Pulpo, consolidando no solo el poder territorial del grupo sino expandiendo significativamente sus operaciones internacionales. Bajo su liderazgo, la organización forjó una alianza estratégica con guerrilleros de las FARC, estableciendo un puente criminal entre los productores de cocaína colombianos y los distribuidores en Estados Unidos y Europa.
La capacidad de adaptación de KTN quedó demostrada cuando, tras un gran operativo policial en 2014 que parecía haber desarticulado al grupo, la organización resurgió con mayor fuerza. Aunque 12 de sus miembros fueron condenados en 2017, Zurita logró recomponer la estructura criminal y expandir sus tentáculos hacia nuevos territorios y rutas de tráfico.
El resurgimiento de KTN coincidió con la aparición de nuevos actores criminales en Panamá, creando oportunidades para alianzas que transforman el panorama delictivo del país.
La alianza estratégica con Sam 23
La evolución criminal de Kill the Nasty se aceleró con su asociación con Sam 23, una pandilla de formación más reciente pero igualmente letal. Esta organización criminal surgió en 2021 en el área de Santa Librada, distrito de San Miguelito, cuando células delictivas juveniles se unieron bajo un nombre que, según las autoridades, podría hacer referencia al número 23 del astro del baloncesto Michael Jordan.
A diferencia de KTN, Sam 23 tiene un origen estrictamente urbano-periférico, estableciendo su dominio en Santa Librada, un barrio ubicado en San Miguelito, una ciudad-distrito dentro del área metropolitana de Ciudad de Panamá.
La relación entre ambas organizaciones no es casual. Las investigaciones han revelado que Kill the Nasty funciona como el “brazo financiero” de Sam 23, una simbiosis criminal que ha potenciado exponencialmente el alcance de ambos grupos. Mientras Sam 23 aporta el músculo en las calles —sicarios, control territorial y distribución local de drogas—, KTN aporta las conexiones internacionales y la logística necesaria para mover grandes cargamentos y lavar el dinero procedente del narcotráfico.
Esta división del trabajo criminal ha permitido a Sam 23, a pesar de su corta existencia, conectar con proveedores externos de drogas y participar en el negocio del narcotráfico a gran escala, algo poco usual en pandillas tan jóvenes.
Además, esta alianza criminal no solo potencia las capacidades financieras de ambas organizaciones, sino que ha intensificado dramáticamente su control sobre barrios enteros que se han transformado en feudos criminales donde las pandillas ejercen una autoridad paralela al Estado.
El imperio del terror en las calles panameñas
El control territorial ejercido por estas pandillas ha transformado radicalmente la vida cotidiana en sus áreas de influencia. En Río Abajo, bastión histórico de Kill the Nasty, la organización llegó a establecer un virtual mini-Estado criminal, identificable hasta por símbolos pintados en las paredes que demarcaban su territorio y advertían a rivales y autoridades.
Durante su apogeo, KTN protagonizó sangrientos enfrentamientos armados con pandillas rivales, convirtiendo sectores enteros de la capital panameña en zonas de guerra urbana.
En 2024, el presidente de Panamá, José Raúl Mulino, lanzó un plan para “liberar” al país de las pandillas —con las que se vinculan la mayoría de los homicidios— que pone más de mil policías a patrullar las calles revisando “casa por casa o finca por finca” de las principales zonas peligrosas.
“Este plan tiene la finalidad de liberar a Panamá de las pandillas. A partir de hoy iremos casa por casa, finca por finca o por donde se escondan los pandilleros a meterlos donde deben estar: la cárcel”, señaló Mulino en un acto en la sede de la Policía Nacional.
En Panamá hay alrededor de 150 pandillas. Las autoridades sostienen que el 70% de los asesinatos en el país están vinculados al crimen organizado, incluidas las pandillas.
Unos 581 homicidios fueron registrados en Panamá en 2024, un aumento del 4,4% en comparación a 2023 que cerró con 556 casos, según cifras divulgadas por el Ministerio de Seguridad de Panamá.
Sin embargo, el control territorial conquistado a sangre y fuego es solo la base para un modelo de negocio mucho más diversificado. Más allá de los titulares sobre enfrentamientos armados, estas organizaciones han construido un sistema económico criminal que trasciende el simple tráfico de drogas
La economía del crimen
Aunque el tráfico de drogas constituye su principal fuente de ingresos, tanto Kill the Nasty como Sam 23 han diversificado su portafolio criminal hacia múltiples actividades ilícitas. Esta diversificación no sólo les proporciona ingresos adicionales, sino que también fortalece su control territorial y su capacidad de corrupción del tejido social.
La extorsión representa una de sus actividades más sistemáticas y devastadoras para las comunidades locales. Comerciantes y residentes de las áreas controladas por estas pandillas se ven obligados a pagar “impuestos” por protección bajo amenaza de represalias violentas.
El sicariato constituye otro pilar de su modelo de negocio. Ambas organizaciones ofrecen servicios de homicidios por encargo, no solo contra pandillas rivales sino también para terceros dispuestos a pagar por eliminar a sus enemigos.
Kill the Nasty ha especializado sus operaciones en el lavado de dinero, creando esquemas financieros complejos para legitimar los millones generados por el narcotráfico. Las autoridades han detectado propiedades registradas a nombre de testaferros, negocios fachada como venta de automóviles, y más recientemente, empresas de turismo en el extranjero como la descubierta en Colombia tras la captura de Zurita.
El reclutamiento forzado de menores representa quizás el aspecto más perverso de su modelo criminal. Sam 23, en particular, ha mostrado una tendencia alarmante a coaccionar jóvenes para que se unan a sus filas, amenazando con represalias brutales a quienes se niegan.
Conexiones internacionales
La transformación de estas pandillas callejeras en actores del crimen organizado transnacional ha sido posible gracias a sus estratégicas alianzas internacionales. Kill the Nasty estableció tempranamente vínculos con el Clan del Golfo, la mayor organización criminal de Colombia, liderada hasta 2021 por Dairo Antonio Úsuga, alias “Otoniel”.
Esta alianza convirtió a KTN en el socio local del cartel colombiano en territorio panameño. Los “Urabeños”, como también se conoce al Clan del Golfo, proveían cargamentos de cocaína desde la costa Pacífica colombiana, que luego eran gestionados por Kill the Nasty para su envío hacia mercados internacionales. La pandilla panameña actuaba como un eslabón crucial entre los productores colombianos y los distribuidores mexicanos.
Las rutas operativas documentadas por las autoridades revelan la sofisticación logística alcanzada por esta red. Lanchas rápidas transportaban la cocaína desde costas colombianas hasta puntos estratégicos en Panamá, como el sector de San Carlos en Panamá Oeste. Una vez en territorio panameño, KTN coordinaba el traslado hacia puertos como Balboa, Manzanillo, Colón y Cristóbal, donde la droga era infiltrada en contenedores con destino final a Estados Unidos y España.
La detención de Jorge Antonio Zurita en territorio colombiano subraya una realidad incómoda: el crimen organizado latinoamericano ya no reconoce fronteras, pero las respuestas gubernamentales siguen siendo fragmentadas y nacionales. Mientras los Estados compiten, las pandillas colaboran. Y en esa ecuación desigual radica quizás el mayor desafío para la seguridad regional.