El sábado 24 de mayo se volvió oscuro de golpe. Luciano Ojeda, el gran amor de Gladys “La Bomba Tucumana”, había muerto a los 38 años. Una enfermedad cruel y silenciosa, un cáncer abdominal, lo había desgastado por dentro. Pero antes de irse, se quedó en los corazones de quienes lo amaron.

Tyago Griffo, el hijo de Gladys, eligió decirle adiós de una forma distinta. No con una foto fija ni con palabras neutras. Lo hizo con un video. En él, Luciano, con un celular en la mano para no perderse en la letra, canta “La cumbita”, de Tambó Tambó, con una mezcla de dulzura y melancolía. Como si estuviera sabiendo que sería su última canción.

“Te vi levantarte y pelearla tantas veces, guerrero… con tanta fuerza y voluntad que pensé que esta sería una más de esas en la que te levantes y sigas adelante…”. Así comienza el posteo que Tyago publicó en su cuenta de Instagram. Lo escribe como un hijo que aprendió a amar al hombre que su madre eligió. No habla de una despedida, sino de una batalla. “Nunca me detuve a pensar o imaginar cómo sería tener que despedirte”, confiesa. Y enseguida se permite la herida: “Sabés que ya te estamos extrañando tanto, loco”.

El texto es crudo y amoroso. Reconoce el dolor, pero lo rodea de recuerdos. “Me quedo con muchos recuerdos lindos”, dice. Y esos recuerdos están encarnados en una escena doméstica, un vínculo sincero: “Ser testigo del amor y cariño que se dieron con mi mami y lo mucho que se ayudaron mutuamente fue hermoso”. Lo llama “Chanito”. Lo eleva al rango de maestro: “Nos enseñaste a no sentirse vencido ni aún vencido”.

Tyago, Luciano y Gladys

El final del posteo es un susurro: “Sé que te fuiste en paz sabiendo lo mucho que te quisimos”.

Gladys, quebrada pero firme, le respondió. Le escribió a su hijo, pero también se escribió a sí misma. Le dijo gracias: “Gracias por tu hermosa compañía y por todo el amor que le diste a mi compañero”. Y dejó entrever el pedido que le hizo a Tyago en los últimos días, cuando sabía que Luciano ya no podría: “Me duele tanto que me dejara, pero él sabe que me cuidás mucho, además de habértelo pedido en este último tiempo más aún”.

Este domingo, Gladys publicó su propia carta. Desgarradora, más cercana a una oración que a un comunicado. Agradeció a quienes acompañaron a Luciano. Y luego, lo nombró como solo se nombra a quien uno amó de verdad. “Mi flaco, mi guerrero, mi centurión, mi turco, mi soldado, mi capitán, mi Chano, mi Luciano”. Cada apodo fue una caricia.

Una de las últimas fotos de Gladys y Luciano

Recordó las lecciones que él le dejó. “Que el dinero no importa. Que hay que ser valiente. Que es mejor unir que separar”. Dijo que aprendieron a amar. Y que nadie, salvo ellos, sabe cuánto. “Nosotros supimos”.

En su carta, Gladys evocó escenas domésticas con la brutalidad del presente: ya no lo encuentra en el cuarto, ya no puede besarlo, ni decidir juntos qué almorzar. Pero sus cosas siguen allí. Y su aroma, aunque se diluya, persiste en el alma. Fue Luciano el que se fue para que ella no sufra.

La Bomba Tucumana y Luciano en épocas de felicidad

Pero el torrente de amor no lo pudo detener ni la voluntad. Luciano, ya sin fuerzas, le pidió perdón. Y eligieron casarse. No en un registro, sino ante Dios. Con alianzas. Con amor. Con certeza. “Con nuestras alianzas sellamos nuestro amor eterno que trasciende la muerte”.

La carta habla del dolor, del amor, de lo que fue y ya no será. “Qué lástima que nos duró tan poco”, escribió ella. Y sin embargo, encuentra consuelo en la fe. Imagina a Luciano con “alas blancas, plateadas”, mirándola desde algún lugar.

“Nadie puede siquiera imaginar la pureza y la grandeza de nuestro amor. Nadie”, remata. Solo ellos dos sabían lo que compartieron. Y eso, dice ella, no muere. No puede morir.

Las últimas líneas son un grito ahogado: “Te amo, te extraño, te necesito, mi gran amor, mi vida. Mi gran y único amor eterno. Descansá, amor mío. Ya no duele más”.