Elizabeth Taylor en 'Cleopatra' dándose un baño (1963)

¿Puede imaginarse de algún modo el palacio que sirvió de residencia a Cleopatra, la famosa reina que marcó el final de los Ptolomeos? Es una de las preguntas que nos hicimos mi colega Miguel Ángel Elvira, catedrático de Historia del arte en la Universidad Complutense, y yo, en el marco de un congreso celebrado en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid sobre la ciudad de Alejandría bajo los Ptolomeo, la dinastía que rigió Egipto desde la conquista de Alejandro Magno hasta la invasión romana de Augusto.

Esta reina habitó en un amplísimo palacio, retocado varias veces en tres siglos, que ocupaba la zona costera de Alejandría, justo enfrente del famoso Faro que permitía localizar la entrada al puerto: un lugar muy difícil de analizar, dados los cambios que ha sufrido la línea del mar en la zona del paseo marítimo y los seísmos ocurridos a lo largo del medievo.

Cleopatra es, sin duda alguna, la reina de Egipto más famosa. Y sus aventuras con sus dos amantes, Julio César y Marco Antonio, han inspirado a dramaturgos, novelistas y cineastas de primer orden. En consecuencia, pintores y otros artistas se han visto abocados a situar su figura en un palacio y a dar a su entorno formas arquitectónicas y decorativas capaces de reflejar el lujo de su existencia en una Alejandría casi legendaria.

 Las soluciones que se han dado hasta hoy han sido muy variadas. Para algunos, Cleopatra vivía en una especie de templo egipcio, inspirado, ¿por qué no?, en los de Tebas, Edfú o Filae, tres importantes centros culturales de la antigüedad.

Para otros, podía imaginarse la fachada de su palacio alejandrino como una la hilera de columnas dóricas, tan proporcionadas como las del Partenón. Y nadie se ha sustraído a la idea de pintar los muros, a veces como los de algunas tumbas de nobles faraónicos situadas frente a Tebas, la actual Luxor, a veces con animadas escenas tomadas de vasos cerámicos griegos anteriores en varios siglos a Cleopatra. Recuerde cada cual, si quiere, las películas que haya visto, o el capítulo de Astérix y Cleopatra –cómic de Albert Uderzo y René Goscinny–, donde se encarga a los héroes galos levantar un palacio para César y su exigente amada.

Pilares de la Gran sala hipóstila del templo de Karnak, en Tebas. Litografía de 1846. David Roberts

¿Qué dice la arqueología?

¿Tenemos datos para saber cómo fue, en realidad, la residencia de esta reina? La arqueología nos ayuda muy poco: las excavaciones del barrio que ocuparon los palacios de los Ptolomeos en Alejandría nos han dado, y siguen dándonos, trazados de cimientos, pero nada más.

Lo único que sabemos, por ellas y por las escasas descripciones antiguas que han llegado a nosotros, es que no podía hablarse de un palacio unitario, sino de diversos pabellones protegidos, en su conjunto, por un muro. Algo parecido, por tanto, a la Alhambra de Granada, en España.

En cuanto a los pabellones, tomados uno a uno, podemos suponer, gracias a restos incongruentes descubiertos en la ciudad, que pertenecían a una fórmula arquitectónica muy concreta conocida como barroco helenístico. En este periodo artístico, gustaban los capiteles de orden corintio muy complejos, con profusas decoraciones vegetales. Además, los entablamentos admitían contrastes de luz y sombra creativos. También abundaban las salas circulares rodeadas de columnas, se usaban con entusiasmo las hornacinas o pequeños ábsides y se sentía pasión por los tejados en forma de cono con perfiles cóncavos, como los usados en ciertas pagodas del Extremo Oriente.

Patio de los Arrayanes, en la Alhambra de Granada

Muestras de barroco helenístico

Han llegado hasta nosotros, por fortuna, muestras de esta arquitectura peculiar. Todas ellas fuera de Alejandría pero siempre en lugares que, por una razón o por otra, pudieron sentir atracción por la corte de los Ptolomeos.

Sabemos, así, que el palacio del gobernador romano de Ptolemaida, en la costa de la Libia actual, siguió estos principios en los primeros años del siglo I a.C. Unas décadas más tarde, hallamos las mismas fórmulas en Italia, en las abarrocadas pinturas que adornaron residencias pompeyanas levantadas –¡qué coincidencia!– en la época de Julio César.

Adoptó también este estilo, en Judea, el rey Herodes el Grande, protegido por Marco Antonio, en sus construcciones más imaginativas.

Tesoro del faraón

Templo de Khazneh, en Petra, Jordania

Quizá tengamos el mejor reflejo de este “barroco helenístico” en una obra genial, conocida por todos los aficionados al cine y a los viajes: el llamado Khazne o Tesoro del Faraón de Petra, tallado en la roca de esta ciudad rupestre.

Obviamente, el monarca nabateo que la encargó –es probable que Aretas III, muerto en el año 62 a.C.– quiso que sus huesos reposasen tras una fachada ostentosa y decidió tomar como modelo la de un pabellón regio. ¿Por qué no inspirarse en los que asombraban por entonces a quienes visitaban al padre de Cleopatra en la cercana y prestigiosa Alejandría?

Fuente: The Conversation

The Conversation