Felicidades, Mr. Dylan. Ocho cuatro: 84 velitas y aún on the road, vivito y cantando siempre en la ruta. Ayer, por ejemplo, tocó en Spokane, hoy toca en Ridgefield y mañana tocará en Quincy (Estados Unidos).
Nada mal para alguien que viene pisando escenarios desde 1961, y que una vez iniciado el Never Ending Tour (La gira interminable), en 1988, no para de ofrecer desde hace casi tres décadas de 100 y 150 shows por año entre las presentaciones a lo largo y ancho de Estados Unidos, alguna gira europea y, más espaciado, giras por Sudamérica, Oriente u Oceanía.
Si es por el tema de su salud, la dylanología -esa ciencia a veces pública y casi siempre oculta de la cultura rock- registra dos momentos críticos como pocos: su accidente en moto de 1966, a los 25 años, que incluyó necro-titulares (MURIO DYLAN) cuando en realidad sólo se trato de una lesión en las cervicales. Y en 1997, la pericarditis (una inflamación de la membrana que recubre el corazón) que al salir del hospital lo llevó a declarar con ironía dylanesca: “Creí que me iba a reunir pronto con Elvis”.
Dylan para millennials
Si bien es cierto que hoy por hoy, según la web Come Writers and Critics (especializada en todo material impreso sobre el músico) hay más de 1000 libros escritos sobre Bob Dylan (unos 600 en inglés), desde hace unos meses, la puerta más accesible al Mundo Dylan para los más jóvenes es la biopic Un completo desconocido, por lo menos a su etapa inicial.
Para dimensionar su importancia en la cultura popular -quedarnos en el rock sería erróneo- conviene recordar esto: así como los Beatles nos hicieron cantar y bailar, Dylan nos hizo pensar. Es así de irrefutable: la cultura pop, tal como la conocemos desde los revolucionarios ‘60 hasta estos días, es con música de los Beatles y letra de Bob Dylan.
En ese sentido, el concepto de poeta no existía en la música pop hasta la llegada de Dylan. No casualmente en 2016, la única vez en su historia que la Academia Sueca decidió otorgar el Premio Nobel de Literatura a… ni a un escritor ni a un dramaturgo sino a un músico, se lo otorgó a él. Y lo explicó así en su comunicado oficial:
“Por crear nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la música norteamericana… Si miramos miles de años hacia atrás, descubrimos a Homero y a Safo. Escribieron textos poéticos hechos para ser escuchados e interpretados con instrumentos. Con Bob Dylan sucede lo mismo: puede y debe ser leído“.
Desde su debut hasta la fecha, esas “nuevas expresiones poéticas” están plasmadas en un corpus de más de 600 canciones -grabadas en 40 discos de estudio, 12 live y 17 de outtakes de la imperdible Bootleg Series. Por tomar sólo dos, cabe destacar “Blowin’ In The Wind”, de 1962, la que cambió para siempre el concepto de canción protesta y se convirtió en un himno por la lucha delos derechos civiles y las marchas anti Vietnam, pero sobre todo el tema que sacó al folk del nicho militante para convertirlo en música pop.
Y la otra que no puede quedar afuera es “Like a Rolling Stone”, esa joya de seis minutos, de 1965, consagrada la mejor canción de la historia del rock cuando la revista Rolling Stone lanzó la compulsa entre las personalidades más destacadas de la industria. “La primera vez que la escuché estaba en el auto con mi mamá. Fue como si alguien hubiera abierto la puerta de mi mente de una patada”, dijo Bruce Springsteen. Acá, Charly García, dijo lo mismo pero más breve: “Me voló la cabeza”, contó, tras escuchar el simple que su madre conseguía como productora radial en aquellos días.
Parece mentira
A esta altura, y desde hace tanto, Dylan es leyenda, entonces. Un enigma a descifrar una y otra vez. Un disparador de historias entre bizarras y cómicas, como la de ese día lluvioso, en Nueva Jersey, donde un vecino reportó a la Policía local: Encapuchado sospechoso, mayor de edad, merodea por el barrio. Una joven agente detuvo al sospechoso, quien dijo no tener encima el documento, y mientras era conducido en patrullero a la comisaría, explicó que era Bob Dylan, que estaba por tocar en la ciudad, solo “que le interesaba ver en persona la casa donde había crecido Bruce Springsteen”.
O su fastidio reciente durante un show europeo, harto del uso invasivo de los celulares en el teatro, al punto que paró a la banda, encaró al público frente al micro y preguntó claramente molesto: “¿Posamos o tocamos?“
Como esas hay muchas, pero aquí revisaremos una muy nuestra, como que sucedió en su visita de 2008 a la Argentina, para una serie de recitales.
Primero fue LA foto
En esos días, el cronista trabajaba en la revista Gente. Y tuvo la suerte de estar en México, en lo que fue el inicio de aquella gira sudamericana. Al otro día del concierto, complementando la crítica del show en el diario El Universal, un recuadro se preguntaba desde el título: El misterio del boxeo. Por las urgencias del cierre no había información precisa, pero se especulaba que en la tarde misma del show, Dylan podría haber estado boxeando en algún gimnasio del DF…
Corte a Buenos Aires.
Dylan tocaba en Vélez el sábado 15 de marzo de 1988 y para suerte del cronista ya estaba de regreso como para verlo por segunda vez en menos de dos semanas. Con el rumor boxístico de México, poder tener una foto suya boxeando en Buenos Aires, para Gente era un notón. La (las) preguntas eran tres: ¿boxearía? ¿cuándo? ¿y dónde? Una misión ideal para Julio Ruiz, uno de los mejores paparazzo de la revista. De esos que persiguen LA FOTO con la voracidad del tiburón que huele sangre…
Recuerda Julio Ruiz ante Teleshow: “En esos días, Gente cerraba los lunes, así que los viernes se asignaban los encargos del fin de semana. Mi editor me contó la sospecha surgida en México, que Dylan podía llegar a buscar un gimnasio para boxear aún en el mismo día del show.
“A falta de un dato posta, en estos casos no queda otra que hacerle guardia al famoso. Al otro día, sábado, llegué al Four Seasons a media mañana en mi Chevrolet Astra. Por suerte no había competencia –¡no estaba Caras!– lo cual ya te mete menos presión, obvio… La cosa venía medio muerta, hasta que hacia el mediodía empiezo a ver movimientos… raros. De pronto sale una van Mercedes blanca, imposible ver para adentro, pero la empiezo a seguir y encara por Córdoba. Al parecer, por un momento parecen perdidos hasta que dan unas vueltas y retoman por Río de Janeiro hasta Díaz Vélez al 4000, si mal no recuerdo…
“Justo en la esquina hay una estación de servicio -sigue Ruiz, cada vez más tiburón…-. Me bajé rápido y alcancé a ver que un grupito entraba a un gimnasio y que la van se iba. Para mi ansiedad, no pude llegar a ver si entre ellos estaba Dylan. Esperé en el auto, preparé la cámara –una Nikon D300- y el lente -un 400 2.8, el mismo caño que se usa en la cancha- y mientras buscaba el mejor ángulo a la distancia agradecí el detalle del mural del Almagro Boxing Club pintado en la puerta: reforzaba la escena, metía el ingrediente boxeo de la mejor manera, una postal de barrio.
“Y así habrá pasado cerca de una hora. En cuanto vi que volvía la Mercedes me escondí detrás del auto. La distancia entre la puerta del gimnasio y la van era nada, tres, cuatro pasos; o sea: no tendría más de dos fotos. ¡Solo dos balas! ¡Adrenalina a full! De pronto, salió el grupo y cuando me quise acordar ya no los tenía en cuadro, estaban dentro de la combi de nuevo, portazo y adiós. Cuando chequeé el visor de la Nikon eran… ¡solo dos fotos! Apenas dos cuadritos… En uno se veía a dos o tres patovas -claramente guardaespaldas- y un tipo mayor vestido de forma muy rara: gorra de lana, anteojos de sol espejadas y un camperón oscuro“.
Segundos afuera
Ahora lo sabemos, claro. “El tipo mayor” era el mismísimo Bob Dylan, quien suele merodear por las ciudades donde actúa siempre tuneado por un kit-anonimato que incluye gorra, peluca, campera con capucha y gafas.
Lo que pocos sabían entonces era que Dylan, durante aquella gira por México, Brasil, Chile, Uruguay y Argentina, cargaba con una rutina tan sagrada como tocar en vivo: boxear. Según le confirmó a Teleshow uno de los securityman con la misión de “ser la sombra de Dylan” -por un código obvio de su “negocio” pide anonimato, lo llamaremos Luis Lafuente)-: “En cada ciudad había que encontrar un gimnasio, cuando más de barrio mejor, bajo perfil, pidieron”, cuenta.
“A Dylan no le gusta que se le acerque la gente. Y nada de fotos: es photophobic”, fue una de las primeras órdenes que recibió Lafuente. Así, blindado por su gente y disfrazado como un homeless anónimo, hizo su entrada al Almagro Boxing Club, un recinto de estirpe en el que, entre los ‘40 y ‘50, era frecuentado para entrenar por glorias del boxeo argentino como Pascual Pérez o Alfredo Prada.
Yo fui testigo
Marcos Arienti, por entonces directivo del club, además de secretario internacional del Consejo Mundial de Boxeo, lo recuerda con precisión quirúrgica porque aquel mediodía estaba allí. “Hacía soga, un poco de bolsa, y después guanteó. No lo podíamos creer… ¡Era Dylan!”. Sin celulares que captaran el momento, la escena quedó sellada en las memorias. El cantante se movía lento, casi en cámara lenta, pero con agilidad de felino envejecido. “De pronto se volvió a disfrazar y se fue”, dice Arienti, “casi sin hablar”.
Más cercana que la experiencia de Arienti, aún, fue la que vivió Santiago Quintans, entonces promesa amateur del club. “Dylan y su patova me miraban mientras yo trabajaba con las manoplas -recuerda-. Lo desafié en chiste, claro. El guanteó con los suyos y al final me dijo algo que no entendí –‘Good groove’– y que después me explicaron que era un elogio, algo así como ‘buen estilo’. De pronto, como de la nada, tan misteriosamente como había llegado se había ido».
El fotógrafo publicitario Juan “Jota” Velásquez, presente por azar -¡esa mañana tenía que hacer fotos ahí!-, tampoco pudo disparar. “Me pidió por favor que guardara la cámara. Me dijo que Dylan era photophobic. Fue tan técnico y cordial que no pude negarme”, relató. Entonces se convirtió en testigo privilegiado. “Saltaba la soga, hacía sombras, guanteaba. Un hombre grande, pero con clase. Sentí que estaba viendo la historia en movimiento”.
Diálogo con la historia argentina
Durante las caminatas previas a los conciertos –otro ritual personal del artista– Dylan se permitió abrir una grieta en su mutismo habitual. Según cuenta Lafuente, el músico empezó a hacerle preguntas sobre Perón, Evita y, con más curiosidad, sobre Carlos Monzón. “Me sentía rindiendo examen de historia, con el profesor Dylan sacando las bolillas”, recuerda.
Antes del show de Rosario quiso visitar la tumba de Carlos Monzón, pero no fue posible. Como gesto compensatorio, la organización local le compró diarios viejos con crónicas de sus peleas. Dylan se los llevó como talismanes. “Se acordaba especialmente de la pelea con Mantequilla Nápoles”, dice Lafuente.
También mencionó a Ringo Bonavena, a quien definió como un Raging Bull -un guiño cinéfilo a Scorsese, por su filme Toro salvaje- frente a Muhammad Ali. Recordó su mítica pelea del 7 de diciembre de 1970 en el Madison Square Garden y también aquella velada de 1975 donde Dylan cantó en favor del boxeador Rubin Hurricane Carter, preso y acusado injustamente de asesinato.
Acaso para seguir alimentando la leyenda, entre dylanitas criollos se dice que aún hoy, de vez en cuando, la sombra de Bob Dylan –nacido Robert Allen Zimmerman el 24 de mayo de 1941, en Duluth, Minnesota– sigue haciendo guantes en ese gimnasio de Almagro.