Evangelina Bomparola puso en palabras —y en imágenes— algo que muchos sienten, pero pocos logran expresar con tanta fuerza. Lo hizo a través de sus redes sociales, con una pieza audiovisual que funciona como manifiesto cultural y que tiene una voz imposible de ignorar: la de Graciela Borges. Con su tono profundo, sereno y cargado de historia, la actriz recita un texto que atraviesa capas de identidad, contradicción y pertenencia, mientras la cámara recorre postales reconocibles de Buenos Aires: empedrados, asfaltos, fachadas centenarias, viejos cafés, billares y esquinas detenidas en el tiempo.

“Qué cultura la nuestra. Recoleta y Mataderos. Palacete y yotivenco. Caras y caretas. Yantas y frac. Borges y Olmedo. Poesía y chamuyo. Bodega y bodegón. La alta costura. El alto guiso. La cancha y el Colón”, arranca el texto, casi como una letanía urbana que nombra los contrastes que nos definen, mientras de fondo suenan los acordes de Terapia Intensiva, uno de los trabajos menos visitados de la discografía de Charly García. Y continúa: “Somos eso. Encuentro de fuerzas que no deberían encontrarse. Resultado peligroso, volátil, imperfecto. Nos fundimos en el caos y bailamos al borde del abismo”.

La campaña propone una relectura de la identidad argentina, sin simplificaciones, sin eufemismos. “Grito y calma, sombra y luz, chispa y llama que se abrazan. Y el estallido nos convierte en lo que somos”, dice la voz de Borges. Y sigue: “Choque de mundos, juego de opuestos, combinación improbable que sigue latiendo. Nada es fijo, nada es cierto. Y en nuestra esencia, la contradicción como verdad. Alta cultura, ¿no?”.

La modelo Mila Gáname en un típico café porteño, un clásico de la cultura

El mensaje no es casual ni decorativo: busca interpelar, recuperar, resignificar. Se trata de una pieza que expone una mirada sobre la cultura nacional como territorio híbrido y tensionado, donde conviven sin jerarquías el palacete y el conventillo, la ópera y la cancha, el traje de gala y el delantal de cocina.

La propuesta se completa con un manifiesto visual que recorre espacios urbanos icónicos, deteniéndose en los detalles, algunos mínimos, pero no exentos de un significado profundo. Así, cada imagen dialoga con el texto en off y evoca una memoria colectiva en la que lo popular y lo culto se cruzan sin pedir permiso.

Desde sus comienzos, Bomparola construyó una estética atravesada por el concepto de identidad. Pero esta vez, el gesto es más explícito. El manifiesto rescata productos culturales olvidados y pone en primer plano el entretejido social que define a la Argentina desde el siglo XIX: la españolidad fundadora, las olas migratorias, los choques, las mezclas. La contradicción como origen y destino. La mixtura como herencia, pero también como presente negado, resistido, asumido.

Evangelina Bomparola apeló a la dualidad del ser argentino y sus costumbres más arraigadas

Lo que propone este manifiesto es, en definitiva, una forma de mirar hacia adentro. Una invitación a reconocerse en lo complejo, en lo inestable, en lo que vibra entre dos extremos. A entender que la identidad no es una sola voz, sino muchas que suenan al mismo tiempo.

Desde muy chica, Evangelina sintió una pulsión visceral: la de rescatar lo nuestro. Lo que comemos, lo que vestimos, lo que hacemos, lo que somos. Esa necesidad, que con los años se volvió convicción, hoy atraviesa su obra de manera directa, sin artificios. No se trata solo de diseñar ropa: se trata de contar una historia, una identidad que muchas veces parece olvidada. “Algo que me pasó siempre es ver cómo se va olvidando nuestra producción cultural. Como si nos avergonzara. Como si no fuera nuestra. Hablar de alta cultura no es algo lejano: es mirar otra vez lo que tenemos”, expresó con una certeza que no necesita adornos.

Su visión desafía la mirada tradicional que suele ubicar la alta cultura en vitrinas lejanas. Para Eva, está en la calle, en la vida cotidiana, en los gestos simples que se cargan de belleza cuando se los observa con atención. ¿Qué es alta cultura? Ella responde con ejemplos concretos y cercanos: “Es intervenir con belleza y con poesía cada punto de la ciudad. Es encontrar arte en el Obelisco, en una esquina de San Telmo y en la cancha de Boca”.

Desde su taller, que funciona también como laboratorio de ideas, Bomparola propone una forma distinta de entender el lujo. Lejos del ruido y la ostentación, cerca de lo simbólico y de lo íntimo. “El lujo no tiene que ver con la ostentación, sino con la profundidad simbólica”, afirma. Esa búsqueda se nota en cada prenda, en cada imagen de sus campañas, en cada texto que acompaña sus lanzamientos.

Hay una idea instalada de que arreglarse es ‘demasiado’, pero yo quiero mostrar que vestirse también es manifestarte, contar al mundo quién sos. Vestir bien es elegir vivir bien y sentirse bien”, aseguró. En ese gesto cotidiano que muchos asocian al esfuerzo o la vanidad, Eva ve una herramienta de expresión. Una manera de estar en el mundo con autenticidad. Y así concluye: “¿Acaso no es el mejor día, el día que te sentís en sintonía con quien sos y lo que parecés? Vestir bien es comunicar, es una expresión, es un arte y está directamente vinculado con los orígenes de nuestra cultura”.