Durante buena parte de la vida política del Uruguay, Julio María Sanguinetti y José Mujica fueron enemigos. Las diferencias entre ellos eran evidentes: no coincidían ni en la ideología ni en el estilo político. Y, desde siempre, estuvieron en lugares opuestos: mientras Sanguinetti era parte de los gobiernos de fines de los 60, Mujica como guerrillero luchaba contra el sistema político.
Luego ambos serían presidentes de la República. Primero Sanguinetti, en dos períodos. El dirigente del Partido Colorado ganó las elecciones al regreso de la democracia, en 1985, y gobernó hasta 1990. Luego, en un país que no permite la reelección, volvió a asumir en 1995 hasta el 2000.
Cuando Sanguinetti dejó el poder, todavía faltaban 10 años para que José Mujica se convirtiera en presidente de Uruguay. Con el paso del tiempo –y ya con ambos como ex presidentes– el vínculo de ellos empezó a cambiar.
Mujica murió este martes, a los 89 años.
En las elecciones de 2019, los dos fueron electos senadores. A los pocos meses de asumir sus bancas, decidieron retirarse del Parlamento y lo hicieron en un acto conjunto. Luego participaron de varios actos en conjunto –en algunos se sumó el también ex presidente Luis Alberto Lacalle– y hasta escribieron un libro. Tenían un vínculo de amistad.
Sanguinetti recordó ese vínculo este domingo, en su columna en el diario El País. Mencionó la etapa de guerrillero de Mujica y recordó que era parte de los enemigos del gobierno de turno. “Por entonces, por supuesto, no nos conocíamos. Así es la vida”, escribió el ex presidente.
“En los últimos años con Mujica nos reconocimos. Fue para ayudar a que el país mantenga la discusión política en el terreno respetuoso de la vida republicana”, contó Sanguinetti. Detalló que en las charlas entre ellos no se hablaba de balazos, ni de sangre, ni de las medidas de seguridad ni del “estado de guerra” de aquellos años previos al golpe de Estado.
El acercamiento fue reprochado por personas cercanas a ellos. “No pocos me han hecho sentir su discrepancia por ‘andar con ese viejo tupamaro que tanto daño hizo’. A todos les hemos respondido igual: la paz no se hace con los propios sino con los enemigos. Y si esa paz se hace de buena fe, el respeto puede parecerse mucho a la amistad”, destacó.
Sanguinetti enumeró que la ida conjunta del Senado fue para “dar un mensaje”. Recordó que escribieron un libro de diálogos –junto a los periodistas Gabriel Pereyra y Alejandro Ferreiro– y que hasta lo presentaron en Buenos Aires de manera conjunta. Esa imagen en Argentina parecía extraña: eran una suerte de “dinosaurios” en un país marcado por la confrontación. Recuerda que el último encuentro entre ellos fue el 27 de marzo, cuando se reunió el presidente actual, Yamandú Orsi, con los ex mandatarios para celebrar los 40 años de democracia.
Sanguinetti fue quien invitó a Mujica a ese evento. En su columna del domingo, describió la charla: “Al primero que llamé fue a él, por las dudas sobre su salud, ya cercana al final. Nos dijo espontáneamente: ‘Don Julio, dígame el día y la hora que voy con mucho gusto’”.
Sanguinetti señaló que el presidente fallecido tuvo una “mirada serena” que muestra que existe un “Mujica real y un mito universal”.
“Los mitos son mitos. Fidel Castro hoy, es uno más para los jóvenes de hoy. El Che, en cambio, es la imagen de la revolución. El ícono incuestionable. Analizar a Mujica como gobernante, no llevará lejos a quienes lo intenten. Nada más fascinante, sin embargo, que pesquisar las misteriosas claves de la construcción espontánea de ese ícono de la austeridad, de la pobreza, de la fraternidad… una especie de Gandhi que enarboló y colgó la metralleta”, escribió.
“Fuimos enemigos, luego adversarios políticos y finalmente colegas amistosos. Lo vivimos, lo sentimos, como el mejor final”, cerró Sanguinetti.