Claudio Gabis saluda desde su casa en Madrid -donde vive hace más de 35 años- y a través de la videollamada se advierte detrás suyo el desordenado taller creativo de un músico: hay instrumentos, discos apilados, libros y herramientas. El histórico guitarrista de Manal y uno de los padres fundadores del rock argentino sonríe mientras reflexiona sobre el fenómeno global de El Eternauta y cómo las canciones de Manal tienen relevante protagonismo. “La serie reúne elementos que son muy importantes para mí: la ciencia ficción de la que soy fan… El Eternauta-la historieta que la leí de muy joven y Ricardo Darín que es uno de mis actores favoritos. Manal, La Pesada del rock and roll y el resto de las canciones que aparecen en la serie son parte de una música que nos representa muy directamente”, le dice a Infobae Cultura. Y agrega que en su próxima visita a Buenos Aires, en julio, espera reencontrarse con Bruno Stagnaro y conocer a Ricardo Darín. Dicho está.

No es spoiler: no han pasado dos minutos del primer capítulo y Juan Salvo y su amigo cantan “No pibe”, un clásico de Manal, dentro del auto mientras esperan poder pasar un piquete callejero. Más adelante, en un momento definitorio de la trama, el personaje de Darín entona “Jugo de tomate frío” en un contexto realmente dramático y para darse ánimo frente al peligro. Y al final, cuando todo parece haber quedado en claro, los títulos finales de la primera temporada están ambientados por la existencialista y ambiental “Porque hoy nací”. Son tres clásicos del seminal primer disco de Manal (habitualmente apodado La Bomba por su portada) y parte de la mejor cosecha de la historia de canciones del rock argentino.

Juan Salvo y su amigo, en los primeros minutos de

En la acertada combinación entre El Eternauta y Manal se cimenta buena parte del espíritu explícitamente porteño que tiene la serie argentina que hoy es fenómeno global de espectadores. Manal fue, es, una de las grandes bandas de rock en idioma español del mundo (reducirlos a un alcance argentino sería injusto). Sus canciones, sobre todo las de aquel inolvidable primer disco al que se puede volver una y otra vez, aún en pleno siglo XXI y a casi 55 años de su edición (mayo de 1970), resumen el espíritu de una época y un lugar, cuando Buenos Aires era una ciudad en plena efervescencia cultural que combinaba -aún en tiempos de las dictaduras de Onganía, Levingston y Lanusse– la locura creativa del Instituto Di Tella y la manzana loca de la calle Florida, las tertulias literarias del Café La Paz y las librerías de Corrientes y los ejercicios del primer rock argentino en La Cueva o la pizzería Perla de Once (Rivadavia y Pueyrredón).

“Fue un momento en el cual se aunaron diferentes factores llevaron a generar en muchos campos artísticos y no solo artísticos, también en en el político y lo social, una fuertísima movida intelectual y estética, muy brillante e interconectada entre sí”, dice Gabis.

Manal circa 1970, de izq. a der: Alejandro Medina, Javier Martínez y Claudio Gabis

En ese contexto, el trío formado por Javier Martínez, Alejandro Medina y Claudio Gabis se nutría de raíces jazzeras de ritmo e improvisación para tocar su versión del Blues y Rhythm and Blues tradicional y de ahí es que resultaron canciones con letras tangueras y bien porteñas que pasaron a la historia y hoy, Eternauta mediante, son de alcance global. Eso son “No pibe”, “Jugo de tomate frío” y “Porque hoy nací”, pero también “Avellaneda blues”, “Avenida Rivadavia” y sigue la lista. Justicia poética.

—El tono urbano de la serie sintoniza perfecto con las canciones de Manal ¿Por qué crees que sucede tan bien?

—Por lo porteño sobre todo… Existe un tipo de producto artístico en Buenos Aires que es atemporal y refleja la idiosincrasia de sus habitantes y la fuerte impronta de su geografía. Estamos hablando, por ejemplo, del Obelisco, La Boca, el estadio de River Plate o la Bombonera, el Riachuelo, Villa Crespo. Todos estos barrios tienen una personalidad marcada, que ha trascendido décadas e incluso siglos. La conexión entre la historieta de Oesterheld y la música de Manal no era inevitable creo, pero sí previsible, dada esta rica confluencia cultural

Las letras de Manal se apoyaban en tres pilares líricos fundamentales. La lírica personal exploraba el yo y los problemas individuales, influenciada por el existencialismo de Jean-Paul Sartre, los beatniks y el incipiente hippismo. Javier Martínez, con su introspectiva personal, representaba esta corriente en temas como “Si no hablo de mí” y otros temas propios de un individuo que habla de sí mismo. La segunda vertiente, el paisajismo porteño, está ejemplificada por temas como “Avellaneda Blues”, una representación casi pictórica de ese lugar que a Javier y a mí nos conmovía, y “Avenida Rivadavia”, ambos conectados también a experiencias personales.

Y la última corriente, la moral, trataba sobre pautas de comportamiento desde una perspectiva ideológica única, ajena a las corrientes políticas convencionales. Temas como “No pibe” y “Jugo de tomate” ofrecían lecciones irónicas de conducta. También “Elena”, que describe a una joven en la avenida Santa Fe y se convierte en una lección de vida… Esta ideología se apelaba a sí misma como un sentimiento misionero, con temas que enseñaban cómo actuar y el tipo de carácter necesario. Las canciones de Manal eran como una cátedra de principios existenciales, culturales y morales.

-Fue época única de Buenos Aires ¿Cómo era todo aquello?

—Fue un periodo en el que se entrelazaron diversas influencias, se gestó un movimiento intelectual y estético excepcionalmente poderoso y conectado. Este fenómeno no solo abarcó el ámbito artístico, sino también el político y social. Había una estrecha relación entre pintores, escritores, escultores, arquitectos, psicólogos y psiquiatras… Las reuniones eran habituales y congregaban a una docena de personas, todas provenientes de distintos campos, pero que se conocían o habían oído hablar entre sí.

Este ambiente no se limitaba a la cultura en sentido estricto, sino que también se nutría de la cultura popular, influida por la revolución de costumbres del mundo anglosajón. Experimentamos una especie de renacimiento global, pero en Buenos Aires se vivió con especial intensidad. Sabíamos que ciudades como Londres, San Francisco, Nueva York y París estaban marcando tendencias, y aunque no pretendíamos igualarlas, conscientemente estábamos en sintonía.

A partir de esa interpretación de Darín de “No pibe” me puse a escuchar el disco otra vez… Y pensé: “¿No estaba tan mal, eh?” Fue una época de vibrante literatura argentina, con figuras como Jorge Álvarez y su librería, que posteriormente originaron el sello Mandioca. En el Nacional Buenos Aires, mi colegio, se dio un movimiento intelectual clave para el surgimiento del rock argentino, equiparable a lo ocurrido en “La Cueva”. Mientras este lugar representaba un refugio bohemio y contracultural, el colegio creo que proporcionó la base intelectual del rock como una cuna de jóvenes brillantes.

Encontrábamos en las mesas de debate a personas de diferentes generaciones – desde jóvenes de 18 años como yo, hasta figuras consagradas como David Viñas. Juntos discutíamos y compartíamos recomendaciones literarias, lo que nos llevaba a las librerías, siempre disponibles, para adquirir desde obras esotéricas hasta literatura Beatnik y poesía de autores como Allen Ginsberg y Henry Miller. Este intercambio generacional fue crucial y contrastó notoriamente con la distancia habitual entre jóvenes y mayores.

—Lo notable era que ustedes hacían esas canciones porteñas, casi tangos, al ritmo del blues y el R&B que venían del Norte, bien lejos…

—El rock y el blues en español no fueron inventos nuestros; ya existían antecedentes, especialmente originarios de México, donde la cercanía geográfica con el norte y una idiosincrasia particular llevaron a reinterpretar el rock and roll de los años 50. Sin embargo, en Argentina, debido a nuestra distancia con el norte y nuestras diferencias culturales, desarrollamos algo único que no era una simple recreación del rock, pop o blues anglosajón. Nosotros, con Manal, nunca quisimos imitar a Robert Johnson, Jimmy Reed o Jimi Hendrix, sabíamos de nuestras limitaciones técnicas y las diferencias en instrumentos y lenguaje.

En Argentina, no contábamos con los instrumentos ni la tecnología del hemisferio norte. Hablábamos otro idioma y teníamos un mensaje diferente que transmitir. En la música de blues hecha aquí, desde Manal hasta Pappo o Memphis, se pueden ver influencias de nuestras raíces, con letras que no siguen necesariamente la estructura poética tradicional del blues. Más bien tomamos elementos propios, posiblemente del tango, reflejando nuestra forma de ser y vivir en esta ciudad. Es así como nació el rock argentino: más que un invento, fue el resultado de nuestras virtudes y limitaciones.

Tapa del primer disco de Manal (1970), el que contiene

Al intentar tocar como Eric Clapton o Muddy Waters, me di cuenta de que no podía replicar eso fielmente: no tenía idea de lo que era el Mississippi, no había nacido en Nueva York, San Francisco o Londres. Nuestra singularidad nos llevó a crear algo auténtico y esa es nuestra suerte. En esto se refleja incluso el éxito de la ciencia ficción de El Eternauta: su originalidad. Es como leer a Borges o Cortázar, una experiencia única.

Desde el fin del mundo, nuestra lejanía ha creado un ser humano completamente distinto. Esta rareza atrae. Somos, para bien o para mal, peligrosamente atractivos, y eso se refleja en nuestra cultura y música.

[Fotos: prensa Netflix; archivo Infobae]